
Resumen
Calypso Beckman intenta convencer con extraños argumentos a quien parece su amante de que este no se marche.
Relato
Volverás a Ogigia
Me llamo Calypso Beckmann. Soy voluptuosa e impenetrable, como las figuras femeninas que asoman en las pinturas de Tamara de Lempicka, cuyas reproducciones vestían las paredes del cuarto en el que fui concebida. Inmarcesible. No tengo otra edad que la que tú quieras concederme, sin exceder jamás los confines difusos de la juventud.
Carezco de genealogía reseñable, aunque me invistieron de atributos que reportarían perenne gloria y honor al más anodino de los mortales. Contigo los compartiré todo el tiempo que conmigo permanezcas.
Puedo arrostrar mil combates a tu lado y recrear para ti épicas ya preteridas o guerras apenas libradas, cuyas víctimas aún conservan el aleteo de la muerte y el dolor entre los párpados. Elige tú, fecundo en ardides, las armas, y alúmbrame la senda de la destrucción. Yo seré la heroína que pinta de sangre el escenario de la desolación que voy sembrando. Moriré tantas veces cuantas cobre vida y, al matar, redoblaré mi vigor, ya que matar y morir conforman la materia de la que se nutre la inmortalidad.
Aunque no puedo prometerte placeres carnales, salvo aquellos que tú mismo te otorgues en tus sueños, al fin te acogeré desnuda, en un paisaje de esfinges, entre mis pechos de pezones altivos. Ceñudo, tu mirada tendida a ninguna parte fingirá ante el mundo la nostalgia de esa Ítaca cotidiana e inhóspita a la que debes regresar y en la que te esperan penélopes cariacontecidas, prestas a destejer cada fibra de dicha que hallaste bajo mi manto, y que amenazan con sucumbir a cualquier pretendiente que merodee por los aledaños de ese abandono del que te declara culpable; de esa Ítaca insidiosa donde desesperan tus vástagos consentidos, proclives a usurparte, rey caduco, un cetro que siempre intuiste herrumbroso, telémacos del revés.
No se conjuraron los dioses, ni los antiguos ni los que has actualizado, para arrojarte a ese mar enmohecido de la existencia. Ajenos son a tus naumaquias o naufragios de cada día. Es tu sola ambición de sobrevivir en carne y hueso la que a Ítaca te arrastra y te retrata compungido y quejumbroso, enredado en la melancolía de tus cíclicos retornos.
Pero esa estampa tuya de plañidera, de héroe demasiado humano para serlo, no son más que cuentos de rapsodas. Solo yo, divina entre las diosas, sé que, amparado entre mis trenzas, tu mirada tendida a ninguna parte esconde la zozobra de un regreso que aborreces a esa tierra que te reclama implacable. Solo yo sé que tu mirada tendida a ninguna parte alberga la codicia de quedarte a mi vera, porque yo soy la diosa que alegra el corazón, la que logra que se encarnen los espectros, la que te otorga, perito en ausencias, Odiseo a tu pesar, la inmortalidad por franjas horarias.
Me llamo Calypso Beckmann, un esbozo en otro tiempo de la voz de un poeta ciego, musa extravagante no hace mucho de los delirios de un pintor atormentado, ambos inspiración de quienes hoy me otorgaron vida en un estudio de animación tapizado de reproducciones de retratos de mujer firmados por Tamara de Lempicka. Si volver a Ítaca es tu deseo, pulsa “Escape” en tu dispositivo.