AMOR, PALABRAS Y OBJETOS


Autor: Azvè

Fecha publicación: 14/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

El relato narra cómo nace y muere el amor cuando los dos enamorados se rodean de cosas insustanciales.

Relato

TÍTULO. AMOR, PALABRAS Y OBJETOS.
Pseudónimo. Azvè
Categoría: Relato breve en castellano de adulto.
Paula y Daniel convivían y compartían las inquietudes, las aficiones y los hobbies que habían ido surgiendo después de más de diez años de relación. Los dos eran conscientes del adulto mar en el que sus cuerpos navegaban. Lo tenían claro y habían decidido fondear juntos en las mismas aguas sin olvidar del todo la experiencia que les había dado la vida pasada.
Paula había tenido varias relaciones más o menos prolongadas en el tiempo. La última de ellas duró más de cinco años y se acabó cuando supo que él tenía otro amor del mismo sexo. Ella, que no aparentaba estar cerca de los sesenta años, no sufrió cuando se produjo la ruptura de la relación. Educada y atenta, siempre supo afrontar cualquier tipo de adversidad; también ésta.
Daniel estaba tramitando el divorcio. Él era muy joven cuando tuvo su primera novia con la que no se casó por discrepancias entre las familias. Daniel siempre pensó que Alicia hubiera sido el amor de su vida. Sin embargo, la vida pasa y el río del olvido acaba arrastrando y puliendo tanto los recuerdos como si fueran sueños pasajeros o infantiles deseos. Luego conoció a la que fuera su esposa. Ni se amaban ni se odiaban; convivían. Hacían cosas juntos como pareja, pero sin chispa ni alegría. El hobby más interesante que compartían era el cansancio. Siempre estaban agotados y sólo pensaban estar, sin rozarse un pelo, en el sofá o la cama. Al principio dormían juntos pero luego, con el paso del tiempo, decidieron separar la cama de matrimonio. De este modo, en camas separadas, descansaban mucho mejor. Fue así como un día, sin discusiones ni rencores, decidieron cambiar de vida. Se separaron, cada uno siguió su propio camino, y dejaron de convivir. Todo sucedió sin pena ni gloria.
Paula y Daniel se conocieron en una fiesta que organizó una amiga común de ambos. Tuvo que ser durante el mes de julio o agosto porque la idea de la cena era hacer una fiesta ibicenca. Se saludaron y se quedaron toda la noche hablando como si se conocieran de toda la vida. Se contaron lo que habían hecho y lo que hacían en su monótono día a día. Fue así como, poco a poco, pasaron de la fiesta al café, del café al paseo en el parque, del parque al hotel y del hotel al primer viaje.
En ellos se iba avivando el fuego prudente del amor adulto y, después de darle muchas vueltas, decidieron viajar a una ciudad romántica y bella. Al final eligieron, por la comodidad de las fechas, por lo barato del vuelo y del alojamiento, ir a Roma. Así pues, sin ningún tipo de discusión, prepararon el viaje a la ciudad que acogería aquella brizna de amor surgida entre ellos.
Una vez allí, como si fueran dos adolescentes, se perdieron por las calles, los monumentos, los colores y las sábanas romanas. Tuvieron en sus manos toda la calma y el tiempo del mundo, no sólo para disfrutar de aquellos momentos, sino también para meditar y medir cada una de las palabras que fluían de sus miradas, de sus manos, de sus cuerpos y de sus sentimientos. No fueron capaces de pronunciar un “te amo” o un “te quiero” porque cuidaban, muy atentos, si lo que hacían y decían se hallaba reflejado en el espejo de la memoria o en el espejo del recuerdo. De ahí en adelante estos fueron los dos espejos que vigilaron todos y cada uno de sus sentimientos.
Después del viaje se preguntaron sobre lo que les había parecido la experiencia y los dos, sin pronunciar la palabra “amor”, dijeron que, desde hoy y para siembre, deberían resumir su relación en una palabra. La escribieron en un folio y la guardaron en un cajón.
Durante estos diez años sus vidas se fueron llenando de alegría y luz; la que cada uno de ellos llevaba al portal del corazón de su nuevo compañero sentimental. Después del viaje, decidieron buscar un piso común. La realidad se impuso al deseo y, tanto por cercanía a sus trabajos como por el precio del alquiler, eligieron un piso sin mucha discrepancia ni discusión. Lo fueron adornando poco a poco y sin ninguna prisa porque, a estas alturas de la vida, el amor solo es capaz de dar pasos prudentes, ciertos y seguros; sin locuras ni sueños quiméricos. De este modo la ilusión de tener una casa acogedora y bonita fue cuajando en sus vidas. De entre todos los muebles y enseres que vieron y compraron, hubo dos que pusieron en el salón y que pasaron, queriéndolo o no, a estar en el centro de su relación; fueron los dos espejos de Roma, el de la memoria y el de los recuerdos. No hubo ni un solo día que no buscasen un cuadro, una mesa, una silla, etc. Lo tenían claro; querían tener una casa atractiva y bonita.
Sin embargo, pasado el tiempo, su interés por el piso fue decayendo por otras cosas como la de adoptar un perro como animal de compañía. La alegría de la idea les puso de acuerdo. Desde que Rulo entrara en sus vidas ellos no paraban; iban y venían al veterinario, salían de paseo, visitaban la peluquería canina o la tienda de animales en la que le buscaban un collar moderno, un hueso que le sirviera de juego o una correa para llevarlo atado a la cintura. En definitiva, que el animal también fue llenando su vida de objetos, distintos a los otros, pero objetos.
Después de tener el perro se fueron interesando por la vida en el gimnasio. Que si conozco, que si me han dicho, que si… Pues al final se acabaron apuntando a un gimnasio cerca de casa y al que iban directamente después de salir del trabajo. Hablaban de lo que hacían en la cinta, en el banco, en la plataforma vibratoria, en la multiestación muscular, en la bicicleta estática, etc. A esto se añadió su interés por los productos energéticos que no sólo daban vigor al cuerpo sino que, además, lo mantenían en su justo peso. Paula y Daniel se encontraban muy bien por todo lo que hacían juntos pero no se daban cuenta de que, otra vez, se habían rodeado de objetos y más objetos que les hacían olvidar los dos espejos en los que se prometieron reflejar sus corazones; el espejo de la memoria y el de los recuerdos.
Y así fue como, poco a poco, se les enmarañó el alma. Vivían tranquilos y contentos, pero con el corazón vacío y sin sentimientos. Fueron colocando en sus vidas tantos seres inertes y tantos objetos que no dejaron pasar la luz de los sentidos ni de los sentimientos.
Un día, después del gimnasio, se estaban preparando para salir a dar un paseo con el perro. Fue durante el paseo cuando Daniel se dio cuenta de cómo ella le hablaba al animal. Se quedó parado pensando en el tiempo que habían pasado juntos y cómo la relación se empezó a sostener sólo con las cuerdas de la comodidad y el silencio.
Al llegar a casa Daniel se desentendió de todo lo que tenía que hacer y comenzó a duchar al perro para luego prepararle la cena. Fue entonces cuando ella empezó a pensar en cómo los cuidados que tenía Daniel para con ella habían muerto.
Aquella noche el frío del silencio entró en las salas de sus corazones. La leve brisa de la nostalgia empezó a mover las cortinas y los visillos que cubren las ventanas del alma. Sin decir nada Paula se levantó y fue a mirarse en el espejo de la memoria que estaba colocado, desde hacía años, en el salón. Y él, inquieto e intranquilo por lo que había visto, hizo lo mismo. Se levantó y fue a mirarse en el espejo de los recuerdos. En ambos espejos vieron reflejados sus ojos apagados, sus sonrisas dormidas, sus rostros cansados y sus lágrimas amargas.
Entonces Daniel escribió una palabra en el centro del espejo que ella no logró leer correctamente porque la leía al revés.
- ¿Has leído la palabra que he escrito?
- No, ¡repítela, por favor!, dijo ella.
La volvió a escribir varias veces hasta que ella consiguió entender lo que había escrito.
- Tú has leído la palabra al revés de como yo la he escrito. Ella inmóvil estaba atenta a lo que Daniel le estaba diciendo.
- Paula, si quieres que salvemos nuestra relación debemos romper y arrojar todos los objetos que han separado y asfixiado nuestros sentimientos. Debemos volver a la ciudad en la que plantamos, para nuestros corazones, la semilla de la ilusión. Debemos recuperar la palabra que guardamos en el cajón de la mesa. ¡Esa palabra nos servirá de trampolín para nuestro amor! ¿Te acuerdas?
Los espejos desaparecieron del salón y ella, dándose la vuelta, buscó en la gaveta de la mesa el folio en el que escribió su palabra. Debajo, además, dejó escrito un poema.
Algunos objetos al caer despiertan en nosotros
los más profundos sentimientos porque rompen,
rompen el espejo de los recuerdos
en el que se miran nuestros curiosos deseos.
Y cuando vemos que ese objeto se ha roto en mil pedazos
entonces, sólo entonces,
con las lágrimas del silencio,
recogemos las esquirlas de cristal
con las que haremos
el mosaico de los recuerdos,
el mosaico de nuestro pasado incierto.
Ayer, jugando con las fotografías que hacen las palabras,
se me cayó al suelo el ánfora de la memoria y
se rompió…,
entonces, sólo entonces,
comprendí que he amado todo lo que he podido,
he vivido todo lo que me han dejado,
he sonreído y llorado
por todo lo bueno y malo que me ha sucedido,
por todo lo bueno y malo que me ha pasado.
Me he dado cuenta
de que no tengo más tiempo del que tengo,
ni más colores de los que hay.
Sí, me he dado cuenta de que para conocerme
he tenido que desnudar los deseos
que visten mis sentimientos
y dejar caer algunos de los objetos
en los que vivían ciertos recuerdos.
Al final del poema dibujó un corazón y dentro la misma palabra con la que quiso describir su amor: ¡Vámonos!