
Resumen
Se trata de estar solo con las estrellas ...
Relato
Una noche invernal
Ha puesto el sol ya media hora. Espirando, por el frío soplo nubes pequeñas que se desvanecen en la nada. Solamente justo arriba del horizonte, el cielo todavía está adornado en todos los colores del arco iris. El pequeño Mercurio siempre se arrellana lo más cerca posible del sol y aprovecha al máximo sus últimos rayos para calentarse un poco. Con los ojos medio cerrados hasta media luna, la luna mira amablemente como este chiquitín muy valiente hace brillar su luz tenue en la tiniebla.
A los días siguientes, Juanita Luna se alejará muy lejos de Mercurio y se posicionará muy alto en el cielo. Su carita será completamente redonda, pálida y clara, variada con las manchas de sus mares como pecas grandes. Juanita jugará un juego de luz y sombra, le gusta proyectar sombras largas y de esta manera ofrecer protección contra el peligro a animales presas, u ofrecer luz a otros para recoger alimento y volver a casa por un sendero seguro. Pero traviesamente, lo más le encanta su juego favorito de ofrecer su claro de luna romántico a los enamorados que no se dan cuenta de su presencia y así tiene la oportunidad de espiar desapercibido sus aventuras.
Medianoche. Silencio. Seguramente cuando nieva, la nieve absorbe cada sonido. Oscuridad total, estoy solo en la luz de las estrellas y de las constelaciones, viejas amigas de mi juventud, ¡haced revivir los recuerdos! En contraste con las noches de verano, no me molesta el zumbido de los mosquitos, no hay murciélagos que cazan a los insectos en un vuelo anguloso, ni charla ni risa de vecinos que buscan enfriamiento en una noche sofocante. De vez en cuando una brisa hace crujir una hoja olvidada en la rama de un arbusto, o ¿quizás fue un erizo que en su hibernación se escondió más profundo en un montón de hojas secas?
Mientras que en las noches de verano, el Triángulo de Verano majestuoso – formado y dividido por las estrellas más brillantes de 3 constelaciones – llama la atención, el cielo nocturno en invierno está dominado por la constelación de Orión, a poca distancia acompañada de Sirio, la estrella más brillante al firmamento.
Orión, el cazador en la mitología griega, pero para mí el Rey Orión, el rey de las constelaciones. Betelgeuse, la estrella gigante roja, y Bellatrix lucen los hombros y Rigel, la estrella gigante blanco-azul brilla como un diamante a su pie. A las 3 estrellas de su cinturón cuelga su espada en la vaina que irradia una luz borrosa: es la luz difusa de la Nebulosa de Orión que adorna la vaina.
Con la cachiporra muy elevada arriba de la cabeza, Orión está listo para amortiguar el ataque del Tauro.
Las estrellas de los cúmulos estelares las Híades y las Pléyades miran muy preocupadas. Las Híades se encuentran en una posición delicada entre los dos. Ya al ver a Aldebarán, el furioso ojo rojo del Tauro, las hace dispersarse. Las Pléyades en cambio esperan, pero por el momento no corren peligro, y se quedan a distancia segura. Las Pléyades, las Siete Hermanas, son un test para el ojo humano. Para cada uno son visibles como una mancha estelar confusa. Ellos con vista más aguda ya pueden distinguir las Pléyades como al menos 7 o 9 estrellas. Sin embargo, ellos que tienen vista de águila pueden descubrir aun más puntos luminosos distintos en este cúmulo estelar.
La vista del gran cachiporra en las manos de Orión, esta figura impresionante, intrépida y decidida, hace hesitar al Tauro, lo calma un poco y se detiene dudando. No llega hasta una lucha heroica, suavemente la Vía Láctea pone su velo de plata sobre el Tauro, y la tensión disminuye lentamente.
Gruñendo suavemente, un avión pasa por el aire, por turnos encienden y apagan las luces de navegación del ala izquierda y derecha. De repente, sin ruido, una estrella fugaz pasa volando en el aire, por unos segundos su huella luminosa se queda quemada en la retina. Un bloque de roca con una edad de millones de años, quizás tan viejo como el origen del universo, termina su viaje a través del espacio infinito en la atmósfera terrestre. ¡Llega el momento para pedir un deseo! Pero me cuesta unos 10 minutos antes de que mis ojos se adapten otra vez a la oscuridad total.
Arriba del horizonte aparece poco a poco la cabeza enorme del rey soberano de la sabana, el León. Furiosamente agita la malena, golpea las patas con las garras muy extendidas, moviendo la cola con fuerza. Pero él tampoco quiere perturbar la tranquilidad de la noche pacífica, y se arrellana muy cómodo.
Son las 6 de la mañana. En el oeste figura Sirio, en el este aparece Venus como Estrella del Alba. Sirio, la reina de las estrellas, más de 2 veces más clara que la segunda, y Venus, la reina de los planetas y símbolo de la femenidad, ambos bellísimas orgullas que marchan graciosamente con solemnidad por el cielo nocturno. Se miran la una a la otra, sin embargo no se ven como rivales, sino como amigas. En este época se encuentran frente a frente en el cielo, pero por el movimiento eterno de acercarse y alejarse por la eclíptica, un día se encontrarán muy cerca de la otra. Entonces, pueden charlar, reírse, contarse los últimos acontecimientos y recuerdos, chismear a escondidas y intercambiar sus secretos. ¡Mujeres entre ellas!
El amanecer. La temperatura baja hasta el mínimo. Uno por uno se desvanecen los puntos luminosos de los habitantes de la noche en los primeros colores del amanecer. Las telarañas, los árboles y el césped coloran blancos después de la noche glacial. La luz del día, espero la salida del sol. Aparece el primer rayo, de la noche pasada sólo quedan recuerdos. Mira, nació un día nuevo ...