Resumen
Es la historia de una empleada doméstica y su vínculo con la patrona.
Relato
Cayetana
Me mandé una cagada tamaño elefante con Faustino, el jardinero de mis patrones. Hace unas semanas, con la excusa de probar su famoso pastel de papas, terminamos entreverados en unas sábanas sucias de la pensión donde alquila. Él no tenía preservativos y yo no opuse mucha resistencia. Todo sucedió muy rápido y ni llegué a probar el pastel. Apurado, me dejó en la parada del colectivo porque lo esperaban sus amigos para jugar a las cartas.
Las primeras semanas de atraso fingí desinterés. Canalizaba mi ansiedad limpiando con energía cada rincón de la casa. Creo que mi patrona estaba un poco desconcertada por mi afán de higiene. Yo tenía la secreta esperanza de que, si mantenía la serenidad, todo iba a ordenarse. No fue así. Tuve que tomar coraje y, en mi día de franco, fui a la salita cerca de casa. Me hice análisis y un estudio. Resultó que mi fibroma original se había multiplicado por cuatro y además estaba embarazada.
* * *
El lunes llegué puntual al trabajo. Me abrió la puerta la señora: —¿Qué tal su fin de semana, Cayetana?
—Ay, señora Beatriz, tengo un problema serio. Mi fibroma en vez de reducirse se multiplicó por cuatro y además estoy embarazada de cinco semanas.
—¿El padre del bebé está al tanto? —preguntó luego de un breve silencio al ver que yo lloraba despacito.
— No le quiero decir.
—¿Por qué? —volvió a preguntar mientras me alcanzaba una carilina.
—No somos pareja y no me interesa que lo sepa.
—¿Tiene pensado qué hacer?
—Creo que lo quiero tener, aunque en la salita me dijeron que con los cuatro fibromas voy a tener complicaciones.
—¿Y no prefiere volverse a Perú y tenerlo allá donde está su familia que puede ayudarla?
—No, ellos no van a ayudarme. Nunca lo hicieron. Soy yo la que cada mes los ayuda mandando parte de mi sueldo. Además, me van a juzgar mal. Prefiero que ni se enteren.
—Tómese unos días para pensarlo. Por suerte hoy las mujeres tenemos opciones.
—Gracias, señora.
* * *
Seguí limpiando como pude mientras imaginaba mi vida con ese otro que anidaba en mi vientre. Sola, sin muchos ahorros y sin ayuda, no iba a ser fácil enfrentar la maternidad. Me preocupaban los fibromas.
—¿Está más tranquila, Cayetana? ¿Cuál es su idea?
—Me lo quiero sacar. Averigüé en la salita y ellos no lo hacen. Tengo que ir al hospital de donde vivo. El problema es que me piden algunos trámites previos y me dan turno para dentro de tres semanas.
—Cayetana, usted tiene una cobertura médica que nosotros le pagamos. Si quiere la ayudo a conseguir turno.
—Por favor, señora.
* * *
Se portó muy bien la señora. No sólo me consiguió los turnos, sino que también me llevó a la clínica para que me entrevistara con una doctora. Nunca había pisado un lugar tan limpio y organizado. La doctora fue amable y luego de revisarme me explicó que estaba de siete semanas. Si me hacía los análisis y me daba la antitetánica, el procedimiento podía hacerse la semana siguiente. Ese día tenía que presentarme con un acompañante. La intervención era ambulatoria pero no podía retirarme sola. Yo estaba nerviosa y me limitaba a asentir.
Salí con las órdenes y la señora Beatriz me acompañó a otro edificio a esperar mi turno para la extracción de sangre. Faustino, insistente y ajeno al percance, me mandaba montones de mensajes para vernos y yo los borraba. Hasta trataba de evitarlo cuando venía a la casa. Me refugiaba en la planta alta, con la excusa de la limpieza profunda, temerosa de que mi patrona se diera cuenta.
Tuve que esperar largo rato. También me llegaban mensajes de supuestas amigas de mi barrio. Unas chusmas que hicieron correr la voz en nuestra comunidad peruana. Furiosa, borré todo.
Me avisaron que podía retirarme y que nos veíamos directamente la semana entrante. Estaba agotada y de mal humor. Me subí al auto de la señora y no hablé durante todo el trayecto. Ella tampoco habló mucho. Afuera diluviaba. Creo que las dos ansiábamos llegar a la casa.
* * *
Todo sucedió muy rápido y no sentí nada gracias a la anestesia. Me desperté un poco mareada y mi tía me hablaba en voz baja. En un rato podíamos abandonar la clínica. Miré el celular y Faustino insistía, terco, en que nos viéramos. Seguían llegando mensajes de las chismosas del barrio.
La señora Beatriz me arrancó el teléfono y tecleó frenética mientras yo le pedía que me lo devolviera. Cuando finalmente me lo pasó pude leer el mensaje dirigido a la más chusma del barrio: tuve una complicación seria con el embarazo y me internaron. Perdí al bebé y por unos días tengo que hacer reposo. No me llames porque estoy agotada. Ya te haré saber cuando vuelvo a casa.
—Ahora a cuidarse y se me olvida de ese jardinero para siempre. Ya le dije que por casa no vuelva.