Resumen
Hugo, un estudiante español de Filología, comienza a escribirse por e-mail con Iveta, una estudiante checa que también estudia Filología Hispánica y que ha empezado a escribir una novela de suspense en castellano.
Iveta le pide ayuda a Hugo para escribir su novela y el chico se obsesiona cada vez más con ella y su historia en la que también aparece un estudiante español que conoce a una muchacha checa obsesionada con la novela española.
Hugo deberá encontrar un buen final para la novela de Iveta, aunque para ello tenga que tomar una decisión que va más allá de la ficción.
Relato
UNA HISTORIA BARROCA
I
Conocí a Iveta el año que estudié Filología, una profesora nos pasó un listado con varios nombres checos, estudiantes de castellano interesados en escribirse con españoles. No sé por qué escogí su nombre.
Esa misma noche le escribí un e-mail. “Hola Iveta soy Hugo, cuando quieras hablamos.” Me respondió enseguida, escribía de forma directa, como si en lugar de palabras usara cuchillos. Me dijo que tenía veintidós años. Yo la imaginé con los ojos azules y ella imaginó para mí un rostro de hidalgo con nariz aguileña y barba poblada. Los dos teníamos razón. Yo le dije que estudiaba en una capital barroca de piedras amarillas, ella me contó que al lugar donde vivía lo llamaban la ciudad de las reinas.
Iveta estaba escribiendo una novela en castellano. “Quiero escribir una fantasía en español, construir una novela negra con la ambigüedad del barroco, y necesito tu ayuda.”
Yo apenas tenía experiencia ni con las letras ni con las chicas, solo había escrito relatos en los que aparecían mujeres que escapaban de mí en la última línea.
A Iveta no le importaba, todas las noches me mandaba un puñado de páginas en un castellano escrito con una fuerza que yo desconocía, cada adverbio cortaba, cada sustantivo oscurecía el alma, cada adjetivo… ella no usaba adjetivos.
II
Iveta pintaba su ciudad en tonos diluidos, una acuarela de calles con adoquines resbaladizos que resonaban en mi habitación y por las que caminaba su protagonista, una estudiante de castellano llamada Erika que, para escribir la novela perfecta, había decidido secuestrar a un estudiante español.
— Hugo, necesito que me digas si uso bien tu idioma.
No estaba seguro de si ese castellano rápido y sonoro como golpes de falcata en la carne de un soldado romano, era el idioma indicado para construir una novela negra situada en Bohemia.
— ¿Qué es una falcata?
— Es una espada corta y curva que usaban los iberos para luchar contra los romanos, los españoles se defendieron de la civilización a golpes de falcata.
— Me gusta, una metáfora puede ser el arma del crimen.
Iveta estaba fabricando un crimen y me necesitaba a mí como cómplice. Mientras tanto iba cortando frases con la pericia de un cirujano y, cuando terminaba de leer y llegaba el punto final, me dejaba en un estado de ansiedad tremendo.
III
Aquella ansiedad amenazaba con acabar con mi salud. Pasaba las noches fumando, esperando sus mensajes, y seguía sin saber más que su nombre y que vivía sola en la orilla izquierda el río Elba.
IV
Erika, la protagonista de la novela, también vivía sola en una casa con un sótano húmedo desde el que se oía el rumor del río. Un estudiante español llamado Mateo estaba encerrado en ese sótano, Iveta me pedía consejo para hacerle un buen retrato.
— ¿Los chicos españoles sueñan con mujeres nórdicas? ¿Dirías que son valientes o que se echarían a llorar si alguien les apuntara con un arma?
El personaje que le ayudé a pintar era de los que se echaban a llorar si les apuntan con un arma. Al principio parecía el típico español simpático de voz cantarina y carcajada sonora, fue así como Erika se fijó en él.
— ¿Eres español?
El chico se sintió halagado, quizás pensara que un español con aspecto de personaje cervantino era irresistible y a Erika no le costó enseñarle los rincones más oscuros de la ciudad y llevarle a cervecerías donde le preguntaba por escritores españoles de los que él no había oído hablar. Mateo fue dejándose atrapar por Erika y, antes de quedar con ella, repasaba sus apuntes de literatura.
Estaba perdido.
En ocasiones ella desaparecía y dejaba a Mateo desconcertado. Una noche, cuando había perdido la cuenta de los vasos de cerveza, apareció Erika, llevaba varios días sin dormir y estaba eufórica, se abrazó a él como si ella también lo hubiera estado buscando.
Erika lo llevó a su domicilio, era una casa demasiado grande, con cientos de libros esparcidos por cada rincón.
— En cada habitación tengo una época de la literatura española. En el recibidor tengo al Lazarillo de Tormes, en la cocina están los místicos del XVI, en el estudio los clásicos barrocos, en mi dormitorio La Celestina y El libro de buen amor junto a la literatura contemporánea, el teatro está en el salón, la poesía en el baño y a las generaciones del 98 y del 27 las tengo discutiendo en el pasillo.
Mateo le preguntó por la literatura latinoamericana y Erika le dijo que estaba en el sótano, junto a la novela negra. Fue así como el español encontró un nombre, el suyo, en las primeras páginas de la fábula que Erika acababa de terminar, y fue en ese libro en el que descubrió que él estaba encerrado en un sótano desde el que se oía el rumor del Elba, y que una joven escritora lo había secuestrado porque en su colección de ficción española solo le faltaba un ejemplar vivo.
Erika estudiaba a Mateo, lo amaba, tenía con él largas conversaciones y, sin dejar de apuntarle con la pistola, le cerraba la puerta con llave. Los días pasaban con rapidez, pero la primavera llegó y la humedad del sótano dibujó en las paredes los contornos de islas a las que Mateo puso nombre. Entonces Erika supo que tenía que decidir entre la humead y la literatura, entre irse con él o acabar con todo aquello.
V
— ¿Qué debo hacer, Hugo?
La relación de los chicos estaba destina a un final violento, pero Iveta se había encariñado con ellos y se estaba viniendo abajo.
— Una novela negra no puede terminar con un final feliz. — No puedo matarlos. Quiero que salgan del sótano, aunque sea con la pistola en la mano.
— Creo que ya es tarde.
— ¿Tarde? ¿Una novela negra española acabaría con los protagonistas muertos?
— La fatalidad española dejaría al menos un muerto en el sótano.
— Entonces, ¿quién debe morir?
— Creo que Erika ya lo ha dejado escrito.
VI
En su novela, Erika había decidido salvar a Mateo, para hacerlo inventó a una joven escritora que comienza a escribirse con un chico español al que le va enviando su manuscrito, la idea final es que él le permita salvar a su protagonista.
Descubro que no estoy cumpliendo con la parte que me corresponde en esta ficción. Esa misma noche Iveta me llama, comprendo que todo forma parte de la última representación.
— Hugo, no hay vuelta atrás, estás en esta historia para salvar a Mateo y Erika.
— Esta historia solo tiene sentido si alguien muere.
— Ya sabes quién va a morir.
VII
Conocí a Iveta el año en que estudié Filología, una profesora nos pasó un listado con varios nombres checos, estudiantes de castellano interesados en escribirse con españoles. Siempre había pensado que fui yo el que escogí su nombre, pero si un día leéis su novela veréis que fue ella la que inventó el mío, la que me usó para salvar a sus protagonistas y poder acabar su historia como deben terminar las novelas negras, con un muerto sobre el teclado del ordenador agarrado a una pistola humeante en el interior de un piso de cualquier ciudad barroca.