
Resumen
La primera y última vez que me presenté a un casting.
Relato
Clara y Marisa vivían juntas, estudiaban el último año en una escuela de teatro y estaban mal de pasta. Yo trabajaba de camarero en el bar de frente a la escuela. Cuando finalizaban las clases venían por allí, y a veces cerraban el bar conmigo, ellas y otros compañeros. Esa noche los compañeros marcharon antes, y ellas se quedaron contándome sus penas económicas, mientras acabábamos una botella de licor café cortesía de la casa. Estaban realmente preocupadas, no tenían ni para pagar el piso. El licor hizo su efecto, y decidimos ir a bailar las penas a otros lugares. Así que recorremos varios locales de la ciudad y sus pistas de baile; a las cervezas invitaba yo. En un lance de la noche, Marisa se acerca a mí bailando, partiéndose de risa y chismorreando con su compañera y me dice:
―Hoy por la mañana vamos a ir la un casting porno. ¿Quieres venir con nosotras?
―¿Cómo? ¿Dónde?―pregunto sorprendido.
―Al polígono industrial. Lo vi hoy en el periódico ―me dice Clara entusiasmada.
―Vosotras flipais! ―les dije.
―¡Necesitamos la pasta, tío!
―¡Vamos, eh! ―se dicen una a otra.
Y las dos haciendo curvas con el cuerpo, y levantando la cerveza para chocarla bien alto, pronuncian al unísono: “¡Vamos!”
―Mira, con que saquemos pasta para pagar el piso y las clases este mes, ya nos llega ―me dice Clara después de beber el trago del brindis.
Solté uno “uf” un poco confundido. Pasaron las horas y nos sorprendió la mañana devorando unos bocadillos sentados en las escaleras de una iglesia, pensativos y de bajón.
―¿Qué, vamos? Son las siete y media de la mañana. En el periódico decía que era a las nueve―dice Marisa.
―¿A dónde? ¿Al casting? ―digo yo.
Clara mira para su amiga, mira para atrás y dice.
―¿Veis estos santos? Están todos mirando para nosotros. Y nos dicen que vayamos, que nos dan su bendición ―refiriéndose a las figuras esculpidas en piedra que están por fuera de la iglesia.
Eso empoderó más a Marisa, se levantan las dos al unísono y me miran trascendentales.
―¡Nos tienes que llevar tío, tú tienes coche!
Le dije que vale, que las llevaba, que las dejaba allí y me marchaba a dormir. Tenía que volver a trabajar a las seis de la tarde.
Fui con ellas a su piso y esperé a que se ducharan. Cogí el coche y nos fuimos los tres de resaca camino del casting. Tardamos unos minutos en encontrar el lugar. El sol ya petaba con fuerza, era finales de junio. Acerqué el coche a la acera para dejarlas y me dicen.
―Jo, ¿Por qué no nos acompañas? Nos da cosa esperar solas.
―Sí, tú eres nuestro representante ―dice a otra.
Resoplé con una sonrisa y acepté. El sitio era un lugar de oficinas, y haciendo cola fuera, había esperando siete mujeres, todas muy bien preparadas y sexis, de rollo muy diferente a mis compañeras. Parecían más mayores y formales. Unos minutos después se unieron dos más. Pregunté si no venían hombres, ellas encogieron los hombros tímidamente. Después de unos minutos tensos, empezamos a conversar con una Argentina que nos precedía. Llevaba tres meses aquí y no encontraba trabajo. Nos contó que ya había hecho un par de escenas en su país, y mis amigas le preguntaron que tendrían que hacer hoy, y si sabía cuanto pagaban.
―Hoy no tenés que coger con nadie, como mucho te piden que te desnudés para ver que cuerpo tenés, como quedás en cámara, y a lo mejor, que se la mamés a alguien. Bueno, mi primer casting allá fue así.
Ellas abrieron los ojos con todas sus fuerzas, mirándose fijamente.
―¿Y está bueno por lo menos?
―¿Quién?
―¿El tipo a lo que se la tengo que chupar?
―Y mirá, una pija eres una pija ―contesta con seguridad.
En ese momento aparca una furgoneta en frente y salen una mujer y tres hombres cargados de bultos, que imaginé que eran los aparatos necesarios para grabar, con todas las pintas que tienen los que trabajan en audiovisual, menos uno. Ese parecía el jefe, con una carpeta bajo el brazo, y el que tenía la llave de la puerta. Se hizo el silencio entre nosotros. En el otro lado aparcó un coche del que salió una mujer con pantalón vaquero y una camiseta de los Rolling, floja, por debajo de la cintura. Nos saludó a todos después de echarnos un vistazo completo. Esperé un poco más y, cuando llamaron a la primera de la fila, les di dos besos a las compañeras deseándoles suerte. Ellas me miraron buscando alguna razón para retenerme, pero no la encontraron. Con algo de resaca, pero ya recuperado, cogí el coche y marché más dormido que otra cosa.
No había aun llegado a la casa y me llama Clara. Contesto pensando que había pasado algo malo o que se habían arrepentido.
―¡Tío, me preguntan por ti!
―¿Quien?
―¡Los de la productora!
―¿Cómo? ¿Que productora?
―La chica esta que llegó sola en el coche, es la directora del casting, y creo que de la película que van a hacer. Parece ser que no vino ningún hombre y necesitan por lo menos uno, y que pagan cien euros solo por la grabación del casting.
La verdad, tampoco andaba tan sobrado de dinero y comencé a valorarlo.
―Pero a mi con tanta gente no se me pone dura ni de coña.
―Creo que eso no es lo más importante, según nos dijo. Jo vente, si no hay ningún hombre no nos pueden hacer las pruebas del casting y no cobramos. Y se me tengo que liar con alguien hoy mejor que sea contigo.
Nunca me liara con ninguna de mis amigas, a decir verdad creo que nunca hubo tensión sexual entre nosotros. Pero reconozco que cualquiera de ellas podría llegar a ser mi estilo. Y las otras chicas que estaban allí no me fijé mucho la verdad, solo en la argentina, y tenía su aquel la verdad. Recordé lo que dijo esta de “una pija es una pija” y no sé, si será así para todas las mujeres hetero, pero desde luego para mí no es lo mismo un coño que otro. Intenté rebatírselo, pero juzgué que no era el momento. También miré la cara de mis amigas, para ver que pensaban ellas, y no supe distinguir se estaban de acuerdo con la afirmación o no.
―Además, vosotros por lo menos os duchasteis, yo estoy que tiro para atrás ―comenté, para que me siguieran insistiendo.
―Yo traje toallitas limpiadoras, no te preocupes ―me dice Clara.
―¿Pero, comenzó ya el casting?
―No, salió la tía de la camiseta de los Rolling y preguntó directamente por ti. Le dijimos que no eres actor, que solo nos estabas acompañando, y que ya te habías marchado, nos contó el rollo este de que no había hombres y se te podíamos llamar para que vinieras, y que además das el perfil que están buscando.
―Bien, ¿Y que hay que hacer? ―pregunté.
―¡Un plato de lentejas, no te jode! ¿Qué crees que habrá que hacer? A ver tío, ¡vente ya! ―me dice Clara un poco mosca.
Me percaté de mi estúpida pregunta y le contesté que iba para allá. De camino me fui tocando a ver si despertaba un poco la cosa, pero la cosa no respondía. Me acordé de algún gatillazo que tuve en mi vida, y eso me puso aún más nervioso. Aparqué el coche, ya no había nadie fuera del edificio. Bajé, recoloqué algo el pantalón e intenté poner la mejor cara posible. Pensé si me pondrían alguna pega por el tamaño, aunque a decir verdad no esperaba que eso se fuera a poner duro. Me dije a mí mismo que no tenía nada que perder, que me iban a venir muy bien los cien euros, y que yo no había prometido nada, así que no me podían exigir nada. Pongo mi cuerpo y ya está. Tres horas después salí de allí con cuatrocientos euros en el bolsillo, pues esta gente paga en metálico. Todo desde luego hecho con la máxima seguridad y protección. Me salió un casting redondo, y cumplí con creces las expectativas de la directora que, por cierto, me trató muy bien a mí y a las otras actrices que participaron, incluidas mis amigas. Mis amigas siguieron su vida como actrices de teatro y cine. A mí me volvieron a llamar, y así comenzó mi andadura en esta industria. Como lo hice tan bien, solo puse una condición que aceptaron sin problema: que quería estar siempre con la cara tapada con una máscara, no quería que nadie me distinguiera por la calle, ni que me relacionaran con estas cosas, porque aunque, desde hace más de veinte años hago un mínimo de dos escenas por semana, y es mi fuente de ingresos, sigo siendo muy pudoroso y prefiero mantenerme en el anonimato.
Fin