Señor ministro


Autor: Pato

Fecha publicación: 14/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

El señor ministro es un figurón en el aparato del Estado, pero pierde empaque en el retrete.

Relato

Señor ministro Pseudónimo: Pato
Sentado sobre la fría taza del retrete, las carnes blancas contra la madera, los calzones a media asta, se mira los zapatos el señor ministro. En el garaje el coche oficial, el estandarte plegado, el conductor con gorra de plato. Unas calles más arriba, el Ministerio con docenas y docenas de departamentos, habitáculos de panel donde sesudos, no tan sesudos y tontos se afanan en complacer las directrices del señor ministro que se mira los zapatos, los calzones a media asta, las carnes blancas contra la madera, el culo asomado a la oscura boca que tragará su mierda. Y es que el señor ministro no es más que un tipo cagando que se mira la puntera de sus zapatos. Ayer en el Consejo presentando números ante la autoridad del Estado, hoy simplemente cagando. Hace unas semanas su aparición en las pantallas de los televisores, su buena corbata ajustando la camisa blanca, y en la boca palabras raras que sonaban a eminencia, seguridad en la mirada, autoridad en el mensaje, de vuelta de todo, fiable en todo, inalcanzable ídolo de multitudes que ponen en sus manos su futuro. Pero solo es un hombre cagando, las piernas flacas, los calzoncillos atascados entre las rodillas y el fuelle de los pantalones desmayados sobre los tobillos groseros. Aprieta, se mancha el culo, se lo limpia, se pringa un dedo el señor ministro que de vez en cuando se asoma a los hogares a través del televisor con palabras raras; se mancha un dedo y se caga en Dios, y se lo mira con asco. No le valen sus discursos para limpiarlo, ni las docenas de departamentos del Ministerio para esconderlo, ni la gorra de plato de su conductor para culparla. El señor ministro no es más que un tipo al que le cuelga el rabo mientras tiene erecto un dedo manchado de mierda, los pantalones enredados en los tobillos y un cinturón con el que juega el gato. Gato de ministro, que no es lo mismo que el gato del conductor de la gorra de plato, que es un gato adocenado, servil y que no juega con el cinturón porque su amo no tiene tiempo de cagar. El señor ministro se mira al espejo y contempla el careto abotagado de quien le mira, alguien que le suscita pena, y piensa en su próxima aparición en televisión y cómo tapar tantas arrugas, tantos pensamientos políticamente incorrectos, y mira el dedo manchado, busca el rollo de papel, flexiona las piernas reumáticas y se le escapa un suspiro fétido al sentirse viejo, solo un tipo que acaba de cagar y tiene el colesterol alto, la próstata averiada, ardor estomacal. Pero este verano acudió a Bruselas y corrió la alfombra roja como si fuera un chaval en medio de los demás ministros y ministrables, sonrió sin ascos por dedos de mierda, no paraba de sonreír para alargar la juventud que no contempla ahora frente al espejo, los pantalones enredados en los tobillos y un cinturón con que juega el gato. Llaman a la puerta, suena el teléfono, entra un fax en su despacho, en la pantalla del móvil aparece el careto del jefe de Gobierno convocando grandes eventos, fastos monumentales para la nación, para el pueblo, para el mundo, la posteridad, el sentido del hombre, la democracia, la paz, la guerra justa. Pero el señor ministro no se inmuta. No es más que un tipo que ha vuelto a sentarse sobre la fría taza del retrete, las carnes blancas contra la madera, los calzones a media asta y un dedo manchado de mierda. Se mira la puntera de los zapatos de cordones, los calzoncillos blancos con un roto en la base de la talegada, pero eso no sale en televisión. Suena puerta, timbre y móvil, grita su mujer como si fuera él a su secretario, el jefe de Estado a él, el poder al súbdito tonto. Suena y el mundo le pide permiso para seguir respirando, pero el señor ministro en este momento no es más que un tipo sentado en la taza del retrete, apretando para soltar un trocito más de muñeco, el cuello tenso por el esfuerzo, una ventosidad redonda, una minga retraída y fimótica. El señor ministro no es quien dicen ser los medios de comunicación y los palaciegos, no es aquel que el pueblo tiene en su memoria. Aquí no hay juegos malabares de palabras, consenso en las tribunas, estrechamiento de manos con sonrisa nacarada, interpretación de códigos, subcódigos e infrasubcódigos. Aquí solo hay un tío cagando, sudando, con los calzones desmayados sobre los pantalones desmayados y enrollados alrededor de los tobillos, una minga retraída y fimótica, un dedo manchado de mierda y una frente sudorosa que no piensa en ecuaciones sociales más que en el puto ardor de estómago y el jodido dedo manchado de mierda. En el pecho de pelos canosos se esconde una verruga que ahora no cubre la camisa blanca y la corbata de París, un infante le llama yayo y él cambia el vocabulario de la tribuna por el de los niños tontos para dirigirse a su sangre, porque el señor ministro, señores, no es más que un hombre cagando con los calzoncillos caídos y rotos, un dedo manchado de mierda y la mente puesta en cómo dar esquinazo al nieto, cenar viendo La que se avecina, y acostarse en la cama, hecho un cuatro para conservar el calor de las canillas flacas y consolar al estómago mordido por las bayonetas del condimento culinario.
El señor ministro se limpia el culo mientras el país imagina cómo el señor ministro prepara su discurso para bien enmendar la nación. El señor ministro se limpia el dedo de la mano que mañana saldrá al encuentro de la mano de otro reyezuelo que caga sobre la fría taza del retrete, las carnes blancas contra la madera, los calzones a media asta, y se mira el dedo manchado de mierda que saldrá al encuentro de la mano del mismísimo rey de Francia.