RITOS


Autor: Nat Veronski

Fecha publicación: 15/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Se trata de la preparación de la cena de Nochebuena y los ritos que quien se encarga de prepararla repite año tras año. Mientras la prepara, va recordando anécdotas de los invitados que asistirán a ella.

Relato

RITOS

Llegar a casa, abrirme una cerveza e ir colocando la compra, cada cosa en su sitio. Dicen que felicidad es tener aquello que se desea, y estoy de acuerdo. Ergo: dentro de cinco minutos, seré feliz. Menos, incluso. Las bolsas no pesan tanto, así que elijo subir por las escaleras, dos plantas no son mucho, 32 escalones, jadeo un poquitín ya en los últimos pero sigo estando en forma.
Tres minutos he tardado. Meto la llave en la cerradura, la giro y empujo la puerta. Botines ya me está esperando con el rabo tieso como un periscopio y el ronroneo de bienvenida con que me recibe cada día. Suelto una bolsa para rascarle la barriga, se tumba panza arriba con las patitas flexionadas, tiene cinco años pero sigue siendo mi bebé de rayitas grises. ¡Mira que es guapo! Levantando la bolsa, le explico que también hay para él, me iba a olvidar yo de mi bebé, vamos, antes me olvido de mis langostinos.
Saco la cerveza bien fría del frigorífico, la abro y me coloco el delantal. Me lo regaló el tío Octavio hace ocho años ya, regalo de Papá Noël, me dijo; un delantal enorme, rojo, con bolsillos y peto y un volante de lunares. Impecable lo tengo, solo lo uso para preparar la cena de esta noche, la Nochebuena se viene la Nochebuena se va pero permanecen los villancicos, la tradición y mi delantal flamenco.
Otro traguito a la rubia fresca y espumosa. Platos, cuchillos, tablas para cortar… Primero, hervir las patatas con unos huevos para la ensaladilla. Que no se me olvide apartar un platito antes de añadirle el atún, que una vez se me pasó y Valeria se puso como una hiedra, trepando por las paredes. Raspo la zanahoria para quitarle la piel y la rallo, dejándola cruda. Un toque de limón para que no se oxide, y a la fuente. Por votación popular, ya no le echo guisantes (mamá protestó, pero tuvo que reconocer que el sabor, sin ellos, mejoraba). Pimientos morrones en tiritas cortas, un puñado de gambas cocidas por mí mismo, y mi mayonesa especial e inimitable. El caldo de hervir las gambas lo congelo para un arroz, en esta casa no se desperdicia nada.
Botines se pasea entre mis piernas, sé que su pienso es lo más sano que puede comer, pero ¿cómo resistirse a esos ojitos verdes y al ronroneo suplicante y pillín? Le echo una gamba pelada. La devora. Vuelve. No voy a echarle otra, una y no más, santo Tomás. Bueno, una cabeza para que chupe. No quiero ni mirar: no ha dejado ni un bigote. Otro trago de cerveza para mí, que también me lo he ganado. Ya mismo me abro la segunda: con una rueda no anda un carro.
La ensaladilla es el plato favorito de papá. El tito Octavio dice que es un plato demasiado vulgar para Nochebuena, pero también lo es el pollo frito y él bien que rebaña hasta los huesos. Eso sí, tiene que estar macerado en vino, perejil y ajos muy picaditos, como lo hacía la abuela. Me dejó sus recetas por escrito y lo sigo haciendo cada año. Mejor te las dejo a ti, que tu hermana con tanto vegetarianismo que predica, al final me va a cambiar el pollo por tofu o soja o cosas raras de esas suyas que saben todas a cartón trufado. Y tu madre, la pobre, por más que se esfuerce no lo hace como yo, es que no tiene mi toque, solo tú lo has heredado, mi único nieto varón, hay que ver, si buena sangre siempre asoma.
(Mira que somos refraneros en la familia, madredelamorhermoso).
El pollo lo freiré en el último momento. Ahora toca la picada para los lenguados, pobre Valeria, con lo que le gustaban, pero entiendo su postura. Yo mismo me he planteado varias veces hacerme vegetariano; después pienso en esta cena y me digo que no, que no puedo (no quiero) hacerle eso a mi familia. Ser vegetariano no consiste solo en no comer carne ni pescado (los huevos y la leche sí se pueden consumir, pues no proceden de animales muertos) sino, si lo eres de conciencia, en no cocinarlos tampoco. Esto conllevaría, en mi caso, renunciar a los momentos más felices de mi año: esta tarde, la cena familiar, la evocación, mientras la preparo, de tantos recuerdos de infancia, de juventud y de madurez. No puedo decidirme a romper el lazo de continuidad que me conecta con todo lo que he sido.
Mejor pongo villancicos y los voy cantando. No quiero darle más vueltas al magín.
Obediente, Alexa me busca villancicos tradicionales cantados por voces infantiles. Le echo a Botines una pizquita de lenguado y me recompensa con un largo y gutural marramiau.
La bechamel de calabaza la hice ayer. ¿Me habré pasado con la nuez moscada? Pruebo un poquitín, está deliciosa. Rallo encima 100 gramos de grana padano y lo mezclo todo bien. Nunca he conseguido formar las croquetas con dos cucharas, voy más rápido con las manos. Lo malo de hacer croquetas es que, en cuanto tengo los dedos pringados, empieza a picarme la cabeza y acabo pareciendo un muñeco de nieve. Para evitarlo, esta vez no me he olvidado de coger ese artilugio que me regaló Valeria, el que por un lado acaba en calzador y por el otro en una manita pequeña. ¡Qué gusto rascarse la espalda y la cabeza con él! Voy rebozando las croquetas en huevo y pan rallado con ajo y perejil. Qué hambre.
Ensaladilla, pollo frito, lenguados en salsa de almendras y perejil, croquetas de calabaza… Falta el postre. El postre que hago cada año por papá y que acaba tumbándonos. Después del accidente pensé dejar de hacerlo, pero ¿cómo renunciar a nuestro brindis anual?
Chocolate a la cerveza: nata, un botellín de cerveza negra, azúcar, cacao puro en polvo y chocolate negro. Pongo a hervir la nata con la cerveza y el azúcar sin dejar de remover. Pero mira cómo beben los peces en el río, necesito otra cerveza, corro a sacarla fresquita del frigorífico, me bebo media botella de un trago; ¿te acuerdas, Botines, de hace tres o cuatro años, cuando me emborraché preparando el menú y me quedé dormido en el sofá? Me quedé sin cenar. Menuda pifia. Mejor corramos un tupido velo… Un estúpido velo… Retiro del fuego, añado el cacao y lo mezclo bien. Beben y beben y vuelven a beber. Añadir el chocolate troceado y meter en el congelador una hora. Los peces en el río mejor me saco una tapita de queso en aceite, que todavía me pasa otra vez lo mismo. Sobre la espuma pondré una guinda en almíbar. Madre mía, cómo está el queso en aceite.
Recuerdo a mamá chupándose los dedos, las mejillas coloradas ya por los traguitos de vino… ¡la falta de costumbre! En estas noches uno se ríe por cualquier cosa. Hasta papá, tan serio, tan triste como un ciprés siempre, se entona y bromea en Nochebuena. Una punzada de dolor me atraviesa el pecho. Alexa, sube el volumen, por favor. Valeria se burlaba de mí por pedirle las cosas por favor y darle las gracias a una máquina, pero juro que un día me contestó: “Gracias, eres muy amable”. Valeria se quedó atónita, pero así fue. “Por favor” y “gracias” no cuestan un carajo, decía la abuela. No puedo evitar sonreír al recordarla: pequeña, menuda, con su pelo levantado alrededor de la carita arrugada y linda, su genio alegre siempre, su voz cristalina que en los últimos tiempos se empezó a cascar…
Doy la vuelta a los trozos de pollo y coloco el mantel sobre la mesa del salón. Cinco bajoplatos, cinco platos llanos, cinco hondos, cinco juegos de cubiertos… Copas, vasos. La ensaladilla en medio (el cuenco de Valeria aparte). El año que viene, me prometo, haré un plato más. Cuando la abuela se nos fue dejé de hacerlo porque el potaje es bastante pesado y nos quitaba el hambre pero, aunque sea una cucharada, lo pondré en su memoria.
La mesa está cubierta de fuentes. El olor es delicioso. Con la rapidez de un prestidigitador me quito el delantal, me pongo chaqueta y pajarita y corro a sentarme. Sirvo vino en las copas de mamá, Valeria y tito Octavio. Para papá y para mí, cerveza.
A mi alrededor las sillas todavía permanecen vacías. Pero no importa. Sé que, a medida que vaya sirviendo los platos que cocino pensando en cada uno de ellos, irán siendo ocupadas como cada Nochebuena, y escucharé las risas y las bromas de siempre, y la voz de papá desentonando los estribillos de los villancicos. Sé que, sabor tras sabor, mi corazón se caldeará con vuestra compañía. Como cada año desde que os perdí, a todos juntos, en aquel maldito accidente.
Como cada año en Nochebuena, mis queridísimos muertos.
Nat Veronski