OLOR A FLORES


Autor: Keith

Fecha publicación: 15/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Dicen que la vista de pájaro es la mejor forma de contemplar el mundo que nos rodea, pero tal vez solo sea necesario un carro con olor a flores y la calma suficiente como para dar un paseo tranquilo camino al trabajo.

Relato

El olor de las flores que llevaba en mi carro se mezclaba con el del pasado que dejaba atrás y daba un indicio al futuro que comenzaba a acercarse hasta convertirse en un presente que volvería al mismo ciclo. Y mientras tanto mi mente viajaba entre las del resto de transeúntes que caminaban de un lado a otro sin ni siquiera reparar en la existencia de más personas aparte de ellos mismos y de las de sus acompañantes. Pero claro, a quién le puede importar un simple florista callejero. Solo somos un número más en una cadena de eslabones perdidos pero que si no estuvieran en una completa unión serían incapaz de formar nada.

Mientras seguía caminando pude ver como los coches pasaban a toda velocidad conducidos por todo tipo de personas y me preguntaba ¿A dónde irían con tanta prisa? Tal vez solo fuera un paseo matutino, o tal vez llegaban tarde a su trabajo donde muchos serían infelices por seguir los consejos, o, mejor dicho, la “responsabilidad” que años antes les habían infundido sus padres de tener un trabajo que “honrara” a la familia y por el que estarían desperdiciando parte de su vida.

En el viaje hacia el puesto, también fui capaz de observar, o, mejor dicho, escuchar las conversaciones de personas que tenían las ventanas de su casa abiertas y que hablaban, tal vez, demasiado alto como para tener la privacidad que sus conversaciones se merecen. Escuchaba a una mujer discutir con su hermano, la herencia y el dinero siempre eran motivo de disputa. En otro balcón se escuchaba el llanto de un niño, seguramente, la otra persona que le regañaba sería su madre “No puedes ir todo el día tan distraído” le reprochaba la mujer en una disputa bastante acalorada a la que el chico respondió no con las mejores formas. Y en otro balcón unas calles más allá se podía escuchar el llanto de una mujer, tal vez por su marido, quien por lo que pude deducir se habían casado por puro compromiso y no por el amor que Disney siempre nos pinta.

Pero yo seguí empujando mi carro lleno de flores hasta llegar a una pequeña plaza donde pude comenzar a montar mi pequeño puesto.

Una vez había terminado me senté en mi taburete que había situado bajo un toldo portátil que llevaba, pues en las fechas en las que estábamos; lo mejor era estar bien resguardados del sol. Fue entonces cuando llegó una señora que tendría unos setenta y cinco años y que el paso del tiempo había hecho efecto en su rostro dejándolo lleno de tantos surcos como pensamientos que podría haber tenido a lo largo de su vida.
Llevaba a una niña pequeña tomada de la mano, en su cabeza había un lacito rojo del color de las amapolas y se notaba enérgica e inquieta. Lo primero que hizo al verme fue venir a ver las flores, una tras otra a una velocidad de vértigo llena de emoción

—¡Abuela! ¡Cómprame una flor de estas! Seguro que a mamá le encantan, son de su color favorito —exclamaba señalando un tulipán— y otra para papá, pero a él la quiero de esas — en este caso, la niña había señalado unas margaritas. — Y le voy a llevar una a mi mejor amigo, seguro le encantan, y, y, y...

— Cariño, no tengo dinero para tantas flores, debes elegir, no puedes darle una a todo el mundo que conozcas. — decía la abuela entre risas mientras veía al huracán que era su niña. Ella tomó un tulipán, una margarita y un clavel. La anciana lo pagó y se marchó.

Más tarde, ese mismo día llegó una bicicleta, iba despacio, muy despacio, sin ninguna prisa. Daba la sensación de que era dueño de todo el tiempo. Se detuvo en mi puesto e inspeccionó todas y cada una de las flores que lucía. Tras casi diez minutos terminó comprando un ramo de margaritas. Le pregunte que por que iba tan despacio y el me contesto:

—El único motivo para ir deprisa es el de no disfrutar de la vida. — y con esas palabras tomó su bicicleta y tan deprisa como vino, se fue.

Una media hora después llegó un hombre vestido con traje, me comentó que era profesor por vocación.

—Quiero veinticuatro claveles, hoy termino en el instituto donde trabajo y le quiero hacer un regalo a mis alumnos. — sus palabras me desconcertaron ¿Iba a gastarse dinero en un trabajo que hacía por gusto? Cuando vio mi cara de no comprenderlo me explico:

— Si no trabajas en lo que te gusta terminas muriendo antes de que Dios te llame. Yo tengo la suerte de hacerlo, y quiero vivir mucho. — Le di el ramo de veinticuatro claveles y tras pagar, se fue.

Y con esas ganancias pase el resto del día, pasó la mañana y pasó la tarde, cuando estaba a punto de cerrar me llegó una mujer. Con una sonrisa me pidió girasoles y dos rosas rojas.

— ¿Es para algún enamorado? — pregunte que con un tono algo picaron esperando que no le molestara, mientras le entregaba las flores que me había pedido. Ella se encogió de hombros y se quedó pensativa.

—Bueno...si, algo así, son para mi marido, peleamos pues muchas veces tenemos nuestras diferencias, nos casamos por compromiso, pero aprendimos a amarnos y respetarnos de una forma u otra, aunque muchas veces se complica más de lo que parece. — fue entonces cuando reconocí su voz, era la misma que esta misma mañana había estado discutiendo en el balcón de su casa. Le entregue las flores y espere hasta que se marchara para desmontar el puesto. En un día, que para muchos habría sido insignificante, yo, observador nato recibo todos los días lecciones de vida que tú también podrías tener fáciles de resumir en una sola frase.

“No soy el pasado, pues ya fue, no soy el futuro, pues aún no es. No soy más que yo. Y debo disfrutar del yo en todo”