Reparto Revistas Por Dinero


Autor: Pablo recluso

Fecha publicación: 12/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

La aventura de un escritor que se gana la vida en parte gracias al reparto de revistas de publicidad en dónde escribe.
Está acompañado de su novia en el quehacer.
El escritor mientras realizan el trabajo, se plantea el tipo de vida que lleva y que entroncsa con la escasez.
Suceden cosas...

Relato

Reparto Revistas Por Dinero
I
Te voy a contar una cosa que pasó hace un tiempo, a ver qué te parece:
Escribía en una revista que promocionaba diversos locales de Marbella: Publicidad variada, ópticas, tiendas de ropa, chiringuitos, restaurantes, gabinetes de astrología, etc.; ya sabes, soy de la provincia de Málaga, de Ojén. Yo quería triunfar de algún modo y lo suyo era acercase hacia Marbella. Allí está todo. Es el Hollywood de españa.
Mucha playa, turismo, música, plantas en las terrazas, freidurías y como no, glamour.
Me pateaba todos los locales; en los bares y de normal, en los aseos círculos blancos de plástico vaciados de cocaína y esparcidos por la papelera, el suelo o flotando en el inodoro. Ya me entiendes.
Procuraba comentar a propietarios o empleados que en la revista habían artículos espectaculares.
A cambio de escribir artículos de opinión, relatos, poemas…, chorradas; en esas ocasiones que te cuento, tenía que repartir la publicación por bares y comercios.
Menudos paseos con la mochila cargada con el peso de las revistas. Esquivando coches y gente borracha. Insultos, bocinazos, burlas. Recuerdo en la memoria algún escupitajo en la cara. No sé si has hecho reparto alguna vez, pero hazte cargo que la calle es durísima.
II
Distribuirlas a sus clientes, además del ejercicio físico, garantizaba digamos que unos treinta euros, antes eran pesetas. Costaba dejarla en los sitios; con desdén decían: -¡Déjala ahí, chaval!
Verano: A pleno sol en Marbella. Todo el mundo pasándolo bien…, después de tres horas de reparto, con solo una cerveza en el cuerpo y una empanadilla de atún con huevo, créeme si te digo que la fuerza de ánimo ya te abandona. Surge en ti la miseria y el rencor hacia las personas que están sentadas en terrazas a la sombra; al conductor del coche, al que va con la moto con una chica de melena espectacular.
Mi chica venía conmigo. Sandra: guapísima, de Júzcar, ¡La Pitufa hermosa! Rubia, con melena que no le llegaba a los hombros, de labios simétricos, carnosos y rojos; ojos verdes y sonrientes. Sabiendo de mi precariedad laboral, me acompañaba -qué vergüenza- repartiendo. Íbamos con mi destartalada moto que a falta de coche, la tenía apoyada junto a un árbol en la Avenida Hacienda Playa...No había peligro que la robasen.
III
Caminando sobre las gastadas suelas de las Addidas, te puedo contar que mala leche es lo que te entra a principios de agosto.
En los bares y restaurantes podías encontrarte a los peores tipos del mundo. Aquellos que convivían con los horarios de mayor apertura al público. Se pasaban las horas bebiendo y hablando. Igualmente, detrás de la barra no había, digamos ¨gente maja¨. Pasaban su verano internos en estas cuevas: sirviendo, sudando, yendo y viniendo mil veces, soportando centenares de filosofías y cuentos inacabables.
IV
En uno de ellos (Bigote De Gamba) me confundí y entregué la revista risueño, ya que apenas me quedaban ejemplares en la mochila.
La deposité sobre una mesa en la que se amontonaban el The Sun, El Mundo, Corriere Della Sera, Bild… No muchas, pero dejé tres o cuatro para ir aligerando; no obstante, no había salido del bar y el camarero -debió de saltar la barra, entiendo-, se me pego a los talones y me espetó:
-¡Eh, Jhon Lennon, este bar no se publicita en tu revista, llévatela!-. Y me las echó contra el pecho, no fuerte, pero ponte en mi lugar…ahí tenía el hecho...
El tipo era más grande que yo. Se le veía puesto a batallas de todo tipo con ingleses, alemanes y los amigos del ¨top manta¨. Me miraba directo a los ojos:
-Venga, ¡largo!-.
Me sentí muy miserable con las revistas apoyadas contra mi pecho: sujetándolas con la mano izquierda y a punto de desparramarse por el suelo. Mis escritos en las primeras páginas, con mi foto incluida; mientras tanto y yo con la camiseta sudada, la mochila colgando cómo si fuese una persona errante, de los que toman el interrail con poco más que la ropa interior...Cegado en lo que creía que era mi desgracia, no se me ocurrió otra cosa que tirarlas por encima de la cabeza del tipo.
Se fueron volando, cruzando medio bar, aterrizando por la barra y golpeando en algún cliente que dijo:
-¡Ehhhh, tío…!
Imagínate el momento...
V
El camarero, propietario o lo que fuese me agarró de la camisa y me empujo con saña contra el suelo.
-¡Hijo puta, basura, maricón de mierda!-. Remachó.
Noté la grasa del suelo y el olor penetrante a restos de lejía fregada contra los oscuros azulejos.
Este hombre estaba encendido.
Sandra le soltó:
-La vas a cagar, cabrón atrasado-.
-Niña, búscate a otro que te folle bien y no al marica de las revistas-.
-Qué te jodan, mamarracho- se encaró con él con los dientes apretados y señalándole con su mentón.
-No le pego a las mujeres, bonita- intervino el tipo-. No me toquéis más los cojones y llévate a esa nenaza de aquí, o le rompo la cara-.
-Déjalo Sandra, por favor- dije yo.
Sandra, respiraba agitada, pero al verme por el suelo se apartó del camarero. Me ayudo a levantarme. Te digo que no sé cual sería mi aspecto, pero yo estaba arrebatado de ira.
VI
Sandra me calmó. Me dijo que íbamos a la Guardia Civil, a la policía, ya sabes, esas cosas que luego nunca haces.
Ya más derecho e intentando recuperar mi dignidad, apenas lo pensé y le saqué el dedo anular al hombre.
-¡Vámonos!-le dije a Sandra riendo. Histérico, sin futuro claro, pobre y muerto de hambre yo... Hazte cargo.
El gañán salió detrás de nosotros a paso rápido. Sandra no quería correr ni huir. Para no perder la compostura fuimos más lentos de lo que él nos quería imponer. Señaló con su dedo la puerta del bar.
-Fuera- Nos dijo entre dientes-¡Vete de aquí y que no vuelva a ver tu mierda de revista, capullo! Aquí no pagamos propaganda barata!-.
¨Bien¨, me dije. Al menos lo había cabreado.
-Amargado...-. Le dijo Sandra.
-Lástima de culo-.
Ya no pude más, que mierda de vida llevaba, créeme. No se me ocurrió otra cosa que arrancarle del hombro el trapo que llevaba colgando. Esa prenda que repasa mesas barra y lo que haga falta. Me hice con él tras un movimiento rápido…
-¡Corre!- Le dije a Sandra.
El camarero abrió los ojos de modo que bordeaban sus órbitas; con párpados y cejas casi tocando el techo, tal como los que usan de la cocaína en exceso.
Se quedó alucinado.
Nos fuimos corriendo, haciéndole gestos con las manos, enseñándole la lengua y riendo a carcajadas.
Hicimos una buena carrera partiéndonos el culo de risa. Echamos la vista atrás y el hombre estaba brazos en jarra en la entrada del bar, negando con la cabeza.
Y nosotros...¡Vaya cómo nos reímos!
VII
Doblando esquinas de calles algo más alejadas de la playa y el puerto, divisamos cerca de la Calle de la Plata, a menos de quinientos metros, la empresa de publicidad. Aún no había cerrado.
Una suerte por que en verano cerraban pronto. Queríamos cobrar el dinero de reparto. La moto apenas tenía la reserva de gasolina justa. Y después de tanto calor desde buena mañana, el deseo era marcharnos de la playa para volver al piso de Sandra. Y allí tirar de aire acondicionado, ventilador y cerveza fría.
Recogimos la pasta. Nos acercamos a un único surtidor instalado en la mediana de la calle Pérez Galdós. De los treinta euros que nos pagaron puse seis. Era el cálculo que saqué para recorrer unos cien kilómetros a casa.
Nos quedaron veinticinco de sobra.
-¿Quieres que pillemos vino?- pregunté a Sandra.
-Por mi vale, si no te emparanoias con el dinero…-
-Claro que no-.
VIII
Nos fuimos con la moto al centro. Compramos en el almacén de licores y vinos dos botellas: un Chardonnay y un Merlot rosado junto a dos copas de a euro la unidad. Todo bien frío. Ya sabes que con calor todo lo fresco entra mejor.
Arranqué la Honda y enfilamos en dirección al puerto.
Aparcamos con cuidado de que el sol no diese de forma directa al asiento. Quedó la moto donde daba la sombra, detrás de una caseta de control de entradas y salidas, junto a las embarcaciones amarradas.
Nos sentamos sobre las rocas, con el muro a nuestra espalda. Nosotros y el mar.
Nos bañaba el agua de algunas olas que llegaban a romper con fuerza contra el dique protector del muro del puerto.
Dimos unos primeros tragos que fueron más largos. Buscando el sabor de la uva nos obligamos, ajenos a nuestra voluntad, a guardar cierto silencio ritual.
Frente al mediterráneo, desde el privilegiado lugar donde estábamos sentados, fue pasando parte de la tarde. Nos detuvimos de forma plácida, en cada uno de los estruendos del oleaje y del ligero movimiento de la estela del sol sobre las aguas.
Bebimos el vino sin prisas, equilibrando nuestros sorbos al paso lento de los barcos de Costasur, haciéndose a la mar.