Recuerdos de Daniela


Autor: Auroch

Fecha publicación: 10/01/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Un canto a la esperanza tras una grave enfermedad de una niña.

Relato

RECUERDOS DE DANIELA
Seudónimo: Auroch

Me llamo Daniela y esta es la época más dura de mi vida. Las sesiones de quimio y radioterapia me dejan exhausta. A mis seis años de edad, el rasgo más característico de mi anatomía es mi cabeza calva, como las canicas con las que jugaba con mis compañeros en el recreo del colegio. Cuando empecé a perder el pelo me asusté un poco, pero me tranquilicé cuando me dijeron que me volvería a salir más adelante.

El primer día de sesión en el Hospital Arnau de Vilanova, en Lleida, el médico me explicó que yo tenía unas células malas que atacaban a las buenas y que lo que me iban a administrar era comida para esas células buenas para que tuvieran fuerzas para ganar a las malas. Me imagino a dos ejércitos en miniatura peleando dentro de mí y los doctores mandando refuerzos a los buenos de la película. En cierto modo, es emocionante, pero la verdad es que después de cada sesión en el hospital, me siento muy mal, con náuseas y vómitos y en cuanto pasan unas semanas y me recupero, vuelta otra vez a lo mismo.

En la última visita al doctor, nos ha citado en su despacho a mis padres y a mí, aunque mi papá no ha podido venir. En su lugar ha acompañado a mi mamá mi abuela Eva, su suegra y mujer de mi abuelo Alejo, ambos padres de mi papá. Después de hablar un poco conmigo y regalarme unos caramelos, el médico me ha dicho que ya puedo salir a la sala de espera donde hay un montón de juguetes. Uno de los que más me gusta es un coche de madera que rueda muy bien. Al hacerlo rodar por el suelo, el cochecito se ha acercado a la puerta del despacho del médico y yo me he aproximado para recogerlo. La puerta ha quedado un poco abierta con una mínima rendija. En ese momento he escuchado a mi madre preguntar:
- Doctor, ¿hay remedio?
No he escuchado al médico responderle, por lo que me imagino que le habrá hecho algun gesto. Después ha sido la voz de mi abuela Eva la que he escuchado:
- ¿Cuánto le queda?
Esta vez el doctor sí ha respondido:
- Tres o cuatro meses, a lo sumo, seis.

Loca de contenta, he vuelto al centro de la sala con el juguete pensando en que dentro de poco acabará esta tortura y ya podré ir a jugar con mis amigos y al colegio el curso que viene con todos mis compañeros. Podré saltar y correr sin tener que soportar las incómodas sesiones en el hospital. Ya me estaba cansando de jugar con el coche cuando al fin he visto salir a mi madre y a mi abuela. Esta pasaba el brazo por los hombros de mi mamá, que tenía los ojos hinchados. Supongo que habrá llorado de alegría al saber que esto va a terminar pronto. Durante el viaje de vuelta a nuestra casa en Espot apenas hablaron y yo me quedé dormida.

Después de este día, aunque las sesiones continúan igual que antes, me he propuesto tomármelo todo con la máxima alegría posible, jugando con mis padres, gastándoles bromas y riendo a todas horas siempre que el cuerpo me lo permite. Algunas noches, si me despierto, escucho los sollozos apagados de mi madre desde su cama. Una de esas noches me he levantado con sed a beber un vaso de leche a la cocina y al pasar frente al salón, la he visto muy seria de perfil sentada en un sillón. Por su mejilla bajaba una lágrima que desaparecía en el cuello de su pijama. No he querido interrumpir su alegría y he continuado hacia la nevera. Al cerrar la puerta he hecho algo de ruido y cuando estaba bebiendo la leche la he visto acercarse con las mejillas ya secas y abrazarme sin decir nada. Pienso que está tan ansiosa como yo de que todo esto acabe.

Las siguientes sesiones son muy duras, pero en cuanto me repongo de cada una de ellas, vuelven a mí el optimismo y las ganas de vivir. Intento transmitírselas a mis padres, pero parece que a ellos les cuesta un poco más ver el final de esta mala temporada. Algunos amiguitos vienen a visitarme. La primera impresión es fuerte al ver mi cabeza totalmente carente de pelo, pero enseguida volvemos a jugar a algo que yo pueda hacer desde mi cama. Sus papás me tratan con más cariño que antes, algunos con cara triste. Parece que no se dan cuenta de que pronto volveré a jugar con sus hijos en la calle y con todo mi pelo en la cabeza.

Algunos de los que vienen a visitarme, suelen decirme cosas que muchas veces no entiendo. Mi tía de veinte años, por ejemplo, me ha dicho:
- Con lo que tienes y viendo tu sonrisa, me siento ridícula al recordar que cuando me dejó mi
novio decía que me quería morir.
El papá de uno de mis amigos me ha dicho en otra ocasión:
- Tienes un superhéroe dentro de tu corazón. Él te va a ayudar a ganar la batalla.
Al momento ha venido a mi mente la lucha de las células buenas contra las malas y me he sentido bien sabiendo que el superhéroe está de parte de las buenas.

He tenido una recaída y me siento peor que nunca. Permanezco más tiempo en el hospital que otras veces. Me pregunto qué me está pasando. ¿Será que las células malas están contraatacando? ¿Cuándo va a salir por fin el superhéroe del corazón donde se refugia? Mi madre no se separa un momento de mi cama y me da la impresión de que sus disimuladas lágrimas ya no son de alegría. Mi padre viene de vez en cuando. A pesar del malestar que siento, intento mostrarme alegre y animarles. Le he oído al doctor decirles que están haciendo un último intento y eso me da ánimos, pues pienso en que a lo mejor será la última vez que tenga que someterme a este desagradable trance, en que pronto podré salir ya curada de aquí.

Me han mandado de nuevo a casa tras un tratamiento especialmente duro. Llevo unos días en la cama sin ganas de nada. Dentro de poco es mi cumpleaños y mis abuelos Eva y Alejo me han dicho que haga una lista con los regalos que quiera que me traigan. Dicen que los angelitos del cielo me los van a regalar todos. Por eso les he preparado la siguiente nota:

“Queridos abuelos:

Para mi cumpleaños no quiero pediros demasiadas cosas, ya que pronto podré jugar, correr y saltar con mis amigos, que es lo que realmente deseo. Si acaso, algunos cuentos y un balón de baloncesto para cuando salga. No quiero pedir salir de todo este desagradable trance, pues pienso que ya estoy a punto de hacerlo. Lo que sí querría pedir a los ángeles del cielo es un regalo que me gustaría mucho. Pero mucho, mucho, mucho. Y es que papá deje de pegarle a mamá”.

Mi abuelo Alejo leía en voz alta junto a mi cama para que la abuela Eva pudiese escucharlo. Cuando ha llegado a la última frase, ha ido bajando el tono de voz y a partir de aquí ha empezado a tartamudear.

“Cuando estoy en mi cuarto les oigo discutir y gritar, bueno, le oigo más a papá. Le grita cuando alguna comida no le ha salido bien o alguna ropa no ha quedado bien limpia o por cualquier otra cosa. A veces me asomo por la escalera y veo lo que pasa. Después vuelvo a mi habitación y lloro, porque me da mucha pena, porque yo le quiero mucho a mamá. Bueno, les quiero mucho a los dos”.

“Por eso digo que los demás regalos no me importan tanto, porque este es el que más deseo. Si los angelitos pudieran regalármelo prometo que seré todavía más buena y me portaré siempre muy bien. Les pido que por favor, no se olviden de mí”.

“Os quiere, Daniela”.

Mi abuelo ha apoyado las manos con la nota en las piernas y los dos se han mirado durante unos segundos. Después mi abuela Eva se ha inclinado sobre mi cama llorando para abrazarme. Mi abuelo en cambio se ha levantado y se ha dirigido con decisión a la puerta de la habitación. Ella se ha erguido y le ha preguntado alarmada:
- Alejo ¿a dónde vas?
- Voy a buscar a mi hijo – ha contestado él -, que seguro que está en el bar de la plaza Sant Martí.
No solo tiene una desgracia. Tiene dos, pero esta al menos puede evitarla.
Yo no entendía mucho lo que estaba pasando y abuela Eva se ha quedado conmigo retorciéndose las manos y llorando.

Veinte minutos después he escuchado la respiración profunda de mi abuela que se ha quedado dormida junto a mi cama tras haber pasado la noche en vela. He oído que se abría la puerta de la calle y me he incorporado casi sin fuerzas hasta la de mi habitación. Lo que he visto me ha hecho recuperar casi toda la energía y he corrido hacia el sofá. Mi mamá se encontraba sentada y mi papá, de rodillas frente a ella, abrazaba su cintura pidiéndole perdón y apoyaba su cabeza sobre las piernas de ella con mi nota en una mano. No sé si esa nota habrá tenido algo que ver en todo esto. Mamá a su vez, abrazaba la cabeza de su marido y derramaba un torrente de lágrimas, pero esta vez, de alegría. Mientras mi abuelo Alejo desde la entrada llenaba su corazón de alivio, he llegado corriendo y me he abrazado a mis padres, que a su vez, me han acogido entre sus brazos. He comprendido que este año, los angelitos me han dejado por mi cumpleaños el regalo que más deseaba.

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A día de hoy, veinte años después de aquella mala época, he podido licenciarme en medicina y he conseguido providencialmente una plaza en el mismo hospital de Lleida en el que superé mi enfermedad. Ahora puedo ejercer orgullosamente mi profesión en mi especialidad: oncología pediátrica. Espero conseguir muchos milagros como el que mi doctor logró conmigo. Y, por cierto, luzco una sedosa melena que cuando trabajo me recojo en una larga coleta.