La mujer de la puerta


Autor: Auroch

Fecha publicación: 10/01/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Un hecho que hace cambiar la forma de ser y de pensar del protagonista.

Relato

LA MUJER DE LA PUERTA
Seudónimo: Auroch

Estaba muy satisfecho con la vida que me había tocado vivir. Me sentía orgulloso de mí mismo cada día que me levantaba por la mañana. Era joven, había encontrado un trabajo acorde a mis deseos y que me proporcionaba un sueldo que no había esperado ganar a mi edad. Durante el verano hacía de guía para visitantes del Parque Nacional de Aigüestortes y Sant Maurici y en invierno era instructor de esquí en la estación de Espot, donde no perdía ocasión de ligar con las chicas que acudían a esquiar. Poseía una bonita casa de piedra y madera a las afueras del pueblo y un vehículo todoterreno último modelo. Podía permitirme ciertos caprichos y tenía la capacidad de elegir a mis amistades. Pero no esperábamos nadie que algo así nos pudiese ocurrir. El virus nos golpeó con más violencia de la que podríamos haber imaginado. A pesar de la dureza de las circunstancias, la pandemia sirvió para realizar un cambio en mi forma de ser y de pensar.

Antes de todo aquello, bastante tenía yo con mis planes de lo que iba a hacer después de mi trabajo o con planificar mis siguientes vacaciones. Cuando veía en la televisión los casos de malos tratos a mujeres o a niños, pensaba que era labor de la policía resolverlos. Al ver los dramas de las familias de los fallecidos por la pandemia, me decía que a mí no me había tocado, que aquello no iba conmigo. Viendo los miles de inmigrantes que se hacinaban en los puertos de Canarias, Ceuta y Melilla pensaba que lo resolviera quien tenía que hacerlo. La población masacrada de Ukrania me quedaba muy lejos. Yo tenía suficiente con vivir mi regalada vida y disfrutar de ella.

Los primeros días de confinamiento, cuando no podíamos salir de casa más que para comprar algo de comida, resultaron muy severos. Cuando entramos en la fase en la que ya podíamos salir un par de horas a dar un paseo, yo continuaba acudiendo al supermercado El Rebost , en el Carrer de la Molina más o menos a la misma hora. Durante tres o cuatro días vi que cerca de la entrada del establecimiento permanecía sentada en el suelo una mujer de unos treinta años, siempre con un niño de pocos meses en sus brazos. Al quinto día me fijé que en la cola de la caja para pagar, dos clientes por delante de mí, había una anciana a la que yo conocía de vista del pueblo. Su cuerpo era menudo, pero la sonrisa afable no abandonaba nunca su cara. Sus lentos movimientos denotaban su edad avanzada, acentuada por su espalda encorvada y una ligera cojera. Sus ropas se mantenían limpias, pero se notaba que las llevaba usando mucho tiempo. Pensé que la pensión no le llegaría para mucho. La cajera la saludó con afecto, pues también era clienta habitual.
- Buenos días, Doña Lolita. Tenga cuidado de no contagiarse, que no queremos dejar de verla
por aquí.
- Hola, cariño – respondió ella -. Espero daros la lata mucho tiempo todavía.

Cuando hube abonado el importe de mi compra en la caja, salí por la puerta a tiempo de ver a Doña Lolita agachada frente a la mujer con el bebé ofreciéndole una bolsa con algún tipo de alimento. Miré la cara de la madre y detrás de su mirada triste pude percibir un sincero sentimiento de agradecimiento. No era como la de los que te piden un euro para comer y sabes que luego se lo van a gastar en tabaco o en algo peor. Pensé en lo que habría tenido que pasar aquella pobre mujer para llegar a verse abocada a la indignidad de pedir limosna para ella y para su hijo.

Las calles y el interior del supermercado ya estaban adornados con la típica decoración navideña, pues ya faltaba poco para las fechas de celebración de dichas fiestas. Quizás aquello influyó en mi decisión, pero sobre todo fue la actitud de la anciana lo que removió mi conciencia. Me propuse comprar algo al día siguiente para ofrecérselo a la mujer de la puerta, ya que mi economía me permitía hacer aquel esfuerzo.

Pero llegó el día siguiente y se me olvidó lo que me había propuesto hacer. Al salir del supermercado volví a coincidir con Doña Lolita dándole a la mujer en esta ocasión una caja de madalenas. “Mañana”, pensé, “mañana no se me olvida”, y me alejé de allí escuchando los villancicos a través de algunas ventanas. Pero se me volvió a olvidar. Sin duda no le había dado la misma importancia al asunto que para la joven madre sin duda tendría. Yo podía permitirme el lujo de comer todos los días, pero a lo mejor ella no.

Durante los días siguientes no volví a ver a la mujer ni a su bebé. Aquel hecho me extrañó, pues no solía faltar a su lugar en el suelo y llegué a olvidarme de ella. Pero la semana siguiente, la víspera de la Nochebuena, comprobé que casi en el mismo lugar que había ocupado, se sentaba otra mujer algo más joven, pero con la misma mirada triste de la otra. Recuerdo aquel día en el que presencié el hecho que me hizo cambiar radicalmente. Desde la caja del supermercado, a través de las puertas de cristal, vi salir a la madre del niño con varias bolsas de compras. Me quedé pasmado cuando vi que al pasar por delante de la joven del suelo, se agachaba y le entregaba una de las bolsas, que esta agradeción con una sonrisa.

Aquello me dejó confuso y sin pensarlo salí a la calle y le dije a la joven madre:
- He visto lo que has hecho y no lo entiendo. Antes necesitabas ayuda para comer y ahora le
regalas comida a esta chica. ¿Cómo es eso?
Ella asintió entendiendo mi confusión y respondió con su acento extranjero:
- Antes lo necesitabamos mi hijo y yo, pero Doña Lolita me ha ofrecido cobijo y comida a cambio
de hacerle compañía. Por eso, ahora que no necesito mucho, prefiero ayudar a otra persona
que lo necesite más que yo. Además ya acabo de decirle que Doña Lolita la invita a cenar con
nosotras esta noche.

Fue toda una revelación. Me quedé allí pasmado mientras ella volvía a sonreir y se marchaba con las compras de la anciana Doña Lolita. Acababa de comprobar con mis propios ojos que muchas veces, quien menos tiene es quien más da.

Pero no terminaron ahí mis sorpresas. Dos días después volví a ver a la joven madre, pero esta vez me dejó sin habla. Al ir a abonar las compras que había hecho, allí estaba ella, tras la caja registradora. Al verme ante ella parado, me reconoció al instante y me dedicó una bonita sonrisa. No necesité hacerle ninguna pregunta. Tampoco podría, pues me había quedado mudo.
- No solo Doña Lolita es una buena persona – me dijo -. La dueña del supermercado me ha
contratado como refuerzo para estas fiestas. Así podré contribuir a la economía de la anciana y
a cuidar mejor a mi hijo.
- Me has dejado de piedra – contesté -. No me esperaba verte aquí.
- Sí, además, si paso el periodo de prueba, la dueña me ha dicho que me podría hacer un
contrato más largo.

Me sentí despreciable, pensando solo en mi banal existencia hasta entonces, sin ser consciente de lo que ocurría a mi alrededor. En aquel momento algo cambió en mi interior, como una metamorfosis que me hizo ver las realidades de la vida en toda su magnitud. Desde ese día, sobre la misma hora y sin olvidarme, entrego a la joven de la puerta una bolsa de fruta, un paquete de galletas o una lata de conservas, esperando que algún día tuviese una oportunidad como la de la mujer del supermercado.