Raíces y Matices


Autor: Martín Monistrol

Fecha publicación: 16/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Las redes sociales como espacio de convivencia, y a la vez fuente de conflictos, o falsas apariencias.

Relato

Con prudencia, y sin catalogar la conducta humana, siempre crecí convencido de que en mi madurez conseguiría descifrar el jeroglífico de los caprichos de la voluntad, y escapar de los laberintos, trampas y obstáculos, que la sociedad me invitaba a superar.
Nunca he sido muy dado al adoctrinamiento, ni a las cátedras, ni mucho menos a dar consejos. He creído como parte de la experiencia vital, que el día a día nos enseña y educa. Que las posibles “caídas” son un catálogo de maneras de levantarse, y que las rodillas doloridas buscan el propio impulso. He intentado escuchar, aprender, observar. Evitar repentinas conclusiones, y siempre ser tolerante con maneras de entender la vida. Somos complejos y volátiles por motivos familiares, culturales, y geográficos. Nuestra fragilidad, en algunos casos, se disfraza de soberbia y crudeza para evitar males mayores, o ser expuestos en un escaparate, o paredón público.
Toda esta amalgama emocional, y mi evolución analítica, empezaron a dar palmas cuando el desarrollo tecnológico nos dio acceso a las redes sociales.
Podría conocer de primera mano historias reales, de gente corriente, sencilla. De sueños inmediatos, anhelos e ilusiones, metas en el tiempo y lazos familiares.
En un primer momento me mostré entusiasmado. Para mi propio carácter retraído, apocado, y “para adentro” era una gran noticia. Durante los primeros años de manera compulsiva empecé a utilizar y participar en todo tipo de redes: sociales, profesionales, gastronómicas, económicas, encuentros, deportivas, políticas.
Mi naturaleza se enriqueció con más colores y una banda sonora llenó rincones con sus notas. Se abrieron ventanas al mundo, y mi propio espíritu poco viajero se inundó de una apariencia cosmopolita. Intercambié ideas, videos costumbristas, recetas, fiestas populares, apoyé alguna causa perdida, y casi tengo que viajar a Chile para conocer el amor.
La experiencia se convirtió en adictiva, y en mis días laborales, siempre tenía un ojo pendiente de algún comentario ingenioso sobre mi última ocurrencia, o si alguno de mis contactos me sorprendía y arrancaba una sonrisa. Entiendo que mi aislamiento del mundo real se estaba consumando, y todos los “personajes” que completaban mi universo virtual me resultaban más satisfactorios e interesantes que mi maltrecha cartera de amigos y familia. Quizás mi filosofía de vida no era esa, pero el envoltorio que me ofrecían me creaba cierta dependencia, y necesidades hasta ahora desconocidas. Una mezcla de emoción, búsqueda de conocimiento, y ciertos lazos emocionales. El tiempo compartido era bullicioso, y la pantalla, y mi propia interpretación de las vidas ajenas me resultaban más épicas que cualquier relato de ficción. Aunque seguramente en muchos episodios leídos durante los últimos años abundan leyendas sin catalogar, y aventuras infladas, mi sensibilidad conectaba de manera instantánea con ese consumo apabullante y novedoso durante 24 horas.
Seguramente por eso, y precisamente por eso, ahora paso un período de reflexión y alejamiento voluntario de mis “amigos” internautas. Como suele ocurrir en la mayoría de decepciones de que nos brinda, y a la vez sufrimos en la vida, siempre pagan justos por pecadores. Mi frágil y endeble castillo de naipes, se derrumbó con un leve soplido, y mis superficiales cimientos, creencias y arraigo, se llenaron de dudas e interrogantes. Ni yo era tan rocoso y firme en mi colonización virtual, ni mis escaparatistas eran una pléyade de bienaventurados y almas cándidas. Vaya por delante que creo no conocer la malicia, ni la doble intención de las palabras. Huyo de las especulaciones, y el odio o rencor me parecen una forma de desgaste personal. No existe vara de medir la dignidad, ni respuesta adecuada para combatir la falta de educación, ni la merma de respeto.
Un día viendo en Instagram un video de mis compañeras/os de trabajo del Departamento de Telemarketing, con funciones de atención al cliente, concertación de visitas comerciales, y resolución de problemas técnicos, o suministro de recambios, se me ocurrió como halago, y valoración de su labor, hacer el siguiente comentario: ¡Bravo, esa es la auténtica Sala de Máquinas de la empresa!
Intentaba destacar la importancia que tenía para el resto de empleados, la función de estas personas, empleando una frase hecha muy común, destacando el motor y energía que generaba impulso para todos los demás. Mi intención fue esa, pero la interpretación y bilis que alguna persona tóxica ejerció en el resto del grupo, provocó una lluvia ácida en las redes. Señalado y maltratado más allá de los límites. Algunas “perlas”
• “No somos máquinas, somo personas”
• “Alguien nos confunde con su aire acondicionado”
• “A ti sí que te falta un tornillo, y pierdes aceite”
• “On/Off para algunos”
Después de una procesión de disculpas, y tensión arterial dislocada, parece ser que las aguas volvieron a donde nunca debían haber salido. Observo que me cruzo con miradas y comentarios que me señalan, y aunque mi intención siempre fue de concordia/cordialidad, me he vuelto más prudente con el teclado, y mucho menos ingenuo.