Resumen
Una niña asesina a su hermana y huye de casa. En el sitio al que suele ir para estar sola encuentra a un misterioso personaje que le hará regresar
Relato
Primera vez
Tras la quinta discusión, Jennifer despertó en la noche. Tomó la almohada y se lanzó sobre su hermana, que solía dormir bocarriba. La chiquilla pateó, se retorció, mientras Jennnifer, sin pena ni gloria, con la mirada extraviada ejercía presión. Cuando se dieron los últimos movimientos espasmódicos, retiró la almohada de la cara de su hermana, la puso debajo de su cabeza y salió del cuarto.
Era ya muy tarde. Miró el corredor a oscuras y, pese a estar en camisón, echó a correr. Abrió la puerta y siguió por la acera hasta llegar a la avenida. Las luces de los autos eran más bien chispazos amarillos. Monstruos que la miraban pasar, la juzgaban para luego seguir y dejarla atrás.
Cruzó la calle oyendo los chillidos de los autos que frenaban a su paso, seguidos de mil maldiciones. Se alejó aún cinco cuadras más. Sin rumbo aparente, como guiada por su subconsciente, llegó al viejo teatro abandonado. Una antigua construcción castigada por la humedad de años de abandono. El viento se filtraba por los conductos de aire acondicionado y provocaban un rugiodo gutural.
Muchas veces iba ahí con sus amigas a conversar. Les gustaba, y la sucuiedad era un precio pequeño, comparado con la paz que no encontraba en ninguna otra parte.
Las cañerías inundaban toda un ala donde antaño se ubicaban filas de butacas; y, de hecho, ahí estaban, pero destrozadas, torcidas, oxidadas. Cubiertas demugre y excrementos de perro. Como el agua tapaba la vista, parecía caminarse por el círculo del Infierno. Ese reservado a los iracundos. Solo faltaban las almas y sus lamentaciones, aunque el eco de las filtraciones constituían un muy buen sustituto.
La niña trepó por el andamio y se ubicó en uno de los palcos, que ella mantenía con cierto nivel de limpieza para su uso particular.
Al apartar las cortinas jironadas, se topó con un hombre. Tenía cubierta la cabeza con una capucha de un abrigo de lana negro, y el rostro embosado. Parecía estar durmiendo. Jennifer se le acercó. Le resultaba irritante, que su único remanso de paz y quietud fuera invadido, peor aún en una noche tan funesta. La chiquilla le zarandeó con brusquedad.
―¡Oye! ―apremió ―¡Oye!
El tipo tosió, despertó sobresaltado. De debajo del brazo sacó una navaja. Aunque estaba oscuro, Jennifer la conocía. Era de esas navajas mariposa.
El sujeto la descubrió. La miró de arriba a abajo y levantó la navaja. Jennifer ni se inmutó. A sus trece años le resultaba muy indiferente lo que simbolizaban los peligros de la noche y sus habitantes. Eso sin mencionar que estaba en su palco.
El tipo bajó la navaja y le preguntó:
―¿¡Qué quieres!?
―Estás en mi palco ―respondió ella no menos desafiante.
―¿¡Desde cuando es tuyo?! ―gritó el tipo y arqueó el cuerpo sobre la chica.
―¿¡A ti qué te importa!? ―respondió con un temblor en la voz. Sus lágrimas eran de rabia, y se notaba.
El vagabundo retrocedió. Miró a todas partes, preocupado por el tono en que estaban hablando. Guardó la navaja.
―Tranquila, tranquila. No quiero problemas. No tengo donde quedarme.
Jennifer respondió que no le interesaba, a lo que el sujeto, víendola de arriba a abajo y elucubrando que con esa mala leche y ese cuerpo larguirucho podría darle problemas, le pidió que lo dejara, que no la molestaría. “Está bien” espetó ella.
Ambos se asomaron por el balcón. Uno en un extremo y otro en el otro. El tipo sacó una caja de cigarrillos y ofreció uno. Cuando se acercó para encendérselo, Jennifer le miró de tal modo, que el tipo no pudo menos de pensar que era una dura.
Más tarde el sujeto se levantó para marcharse, pero le agarró un diluvio que duplicó las filtraciones. El agua caía a chorros sobre el montículo de madera podrida, piedra y tierra que otrora fue el escenario y sobre el pantano de butacas y agua sucia. Ellos dos veían el espectáculo desde el palco, por cuyo techo no se filtraba mucho. Una romántica escena de una pareja viendo la lluvia… muy a lo Tim Burton.
―Y si esta es tu zona, ¿a dónd habías ido a estas horas? ¿Qué, eres una especie de super heroína o algo así? ―El sintecho se puso un cigarrillo entre los labios tras quitarse el pañuelo. Tenía la cara llena de cortes y los ojos inyectados en sangre. Despedía un tufo a alcohol que le llegaba a Jennifer.
―Estaba en casa durmiendo.
El hombre levantó la cabeza y miró a Jennifer con los ojos muy abiertos.
― ¿Tienes casa?
―Sí.
― ¿Y qué haces en este tugurio a estas horas?
Jennifer le miró, y sin vacilación alguna (no creía haber hecho nada malo) respondió:
―Acabo de matar a mi hermana.
El tipo, sin esperar mucho, ni hacer mucho silencio, preguntó:
― ¿Puedo preguntar por qué?
Jennifer chupó el cigarro con tal ímpetu, que casi se le va por el gaznate. Tosió secamente y lanzó la colilla.
―Era una zorra. Se creía mejor que yo. Siempre mandándome y gritándome. Con esa carita de estúpida, haciéndose la madura.
El sujeto encendió otro cigarro y se lo pasó a Jennifer. Aún no terminaba el suyo.
―Yo maté a mi abuelo. El cabrón infeliz me maltrataba. Al final no lo aguanté. Ojalá lo hubiese hecho tan rápido como tú.
Jessica dejó de fumar un momento. El frío, la charla y el cigarrillo le hicieron pensar con detenimiento lo que acabó de hacer. Se llevó las manos a la cara y respiró con dificultad.
―Yo… la maté.
―Así reaccioné yo la primera vez.
En ese momento la lluvia arreció. El sujeto apagó el cigarrillo.
― ¿La primera vez...? ―preguntó Jennifer.
El sujeto le miró con sus ojos llenos de venilas rojas, los cortes en su cara y los dientes amarillos. Volvió a arquear las cejas. Sonrió sardónico y entrelazó los dedos tras la cabeza.
Algo pasó por al lado de Jennifer; era su seguridad marchándose. Jennifer salió del palco.
― ¿Primera vez? ―preguntó el tipo subido de tono cuando Jennifer le hubo dado la espalda.
Jennifer asintió y volvió a casa bajo la lluvia. Al llegar, sus padres estaban esperándola. No se rompieron en gritos ni abofetearon a Jennifer; solo la sentaron a la mesa con los ojos como platos. El padre mascaba tabaco y lo escupía en el cenicero.
Los tres se quedaron así, escuchando el avance inexorable del reloj. Jennifer no se atrevía a levantar la vista, y cuando lo hizo, encontró decepción en el rostro congestionado de mamá. Notó también que estaban cubiertos de tierra. Papá puso la mano en la de Jennifer, la apretó con fierza y le susurró al oído: ¿Primera vez?