
Potoco y el Gallo del Granjero
Autor: Menito, Mateo
Fecha publicación: 19/03/2023
Certamen: II Certamen
Resumen
Un granjero encontró un huevo que resultó ser de Zamuro, y lo colocó en el nido de Piroca, una Gallina que estaba empollando 12 huevos. Al nacer el polluelo Potoco, se sentía rechazado por ser diferente, por esos sus padres se esmeraron por simular una semejanza con su especie que no existía, dándole amor y enseñándole a ser un gallo como su padre Pataruco. Una situación de peligro hizo reaccionar a Potoco, realizando un acto heroico donde salvó a todas las aves del corral. Esta acción y su espíritu de pertenencia le hizo ganar el respeto y reconocimiento como una Gallina más del corral, a pesar de su notada diferencia.
Relato
Potoco y el Gallo del Granjero
Quien me conoce sabe que nunca me he interesado por las conversaciones ajenas, pero ese día mientras tomaba agua en lo profundo de una quebrada. Dos extraños se detuvieron a la orilla del camino y comenzaron a relatar una muy entretenida historia. Que hoy compartiré contigo aunque más nadie la oiga:
La granja de Don Serapio quedaba en la parte más alta de aquella hermosa colina. Desde allí se observaban las nubes desplazándose lentamente sobre el valle. Sus sombras palpaban cada centímetro del suelo, dando la extraña sensación que a su paso se iban alimentando de aquellos frescos pastizales.
Un día mientras los animales disfrutaban las pasturas del campo, el granjero entró al gallinero con un huevo que había encontrado en los acantilados. Tomando los cuidados necesarios hizo un espacio en el centro del nido, donde Piroca estaba incubando una docena de huevos, lo depositó con delicadeza y luego se marchó sin ser visto.
Pasados unos minutos la tribulada gallina venía cloqueando de regreso al nido. Cuando ya estaba a punto de sentarse sobre su descendencia, comenzó a gritar desesperada.
— Cloclocloooooocloclo…
Pataruco, quien estaba escarbando afanosamente a punto de capturar una suculenta lombriz, para ofrecerla como un gesto de galantería a la nueva polla de la granja. Abandonó repentinamente su titánico esfuerzo para atender el llamado de una de sus consortes preferidas.
El padrote del corral emprendió veloz carrera, y entre aletazos y cacareos llegó en un instante.
— ¿Qué sucede amor?
— Me levante tan solo un momento para picotear unos granos de maíz, y al regresar he notado que uno de mis huevos ha crecido y tiene unas manchas extrañas.
Pataruco se acercó al nido observando que Piroca tenía razón. Pero sabía que en su estado las emociones fuertes podrían afectarla. Así que decidió restarle importancia al suceso.
— No te preocupes mi amor. Ha de ser los cambios bruscos de temperatura que modificaron levemente su apariencia. Nuestra nidada está segura bajo el calor protector de tus crespas plumas, que tanto me enloquecen.
— ¡Picarón!, tu no pierdes tiempo para coquetear. Por cierto, me enteré que andas de pluma alzada por la nueva polla de la granja.
— ¿Y que puedo hacer yo, mi Piroca linda? Tu sabes que por exigencias del granjero debo atender a todo el gallinero.
— ¡Bueno, mucho cuidado! No intentes pasarte de listo porque te estoy observando. Déjame sola que ya me siento más tranquila, pero eso sí, no te vayas muy lejos.
El tiempo fue transcurriendo y la abnegada Piroca seguía cuidando celosamente de su nido, solo se ausentaba por escasos minutos.
Cumpliendo con una de sus tareas, Pataruco agitó las alas violentamente contra su pecho, en el mismo acto insufló sus pulmones de aire puro del campo, para luego desinflarlos hasta quedar fruncidos como una pasa, mientras que su garganta vibraba henchida como tenor en pleno concierto. Era su acostumbrado ritual para anunciar con su recio Kikirikiiiiii… el nuevo día en la granja de Don Serapio.
Las horas transcurrían en una apacible tranquilidad. De repente a media mañana se escuchó una algarabía en el corral de las gallinas. Pataruco, quien estaba en ese momento dirigiendo el escarbado y picoteo a unos jóvenes prospectos, emprendió veloz carrera hacia el gallinero.
Al llegar vio a Piroca de pie con la mirada fija sobre su nido. El proceso de eclosión de los huevos había comenzado.
— ¡Mi amor nuestros pichones están naciendo! —comentó Piroca
Pasado unos minutos, todos los huevos habían fracturado y sus ocupantes pululaban entre sus cáscaras, a excepción de uno. El huevo manchado permanecía intacto.
Piroca llena de angustia apartó las cáscaras del nido y se volvió a posar sobre el huevo. Pataruco sin manifestar su preocupación, deslizó suavemente su ala sobre Piroca para decirle:
—Ese huevo por ser más grande, seguramente le falta un poco más de calor. Me llevaré a los polluelos al patio mientras tu descansas.
Pataruco salió al prado con sus doce escurridizos polluelos. Al ver la hierba los recién nacidos corrieron dispersándose, pero solo bastó un enérgico gruñido del padre para que todos se concentraran nuevamente a su lado.
Las otras aves de corral que miraban la escena desde los comederos, no aguantaron la tentación de satisfacer el corrosivo tormento de la curiosidad. Por eso decidieron acercarse.
— Te felicito Pataruco! Veo que tienes nueva prole —dijo una de las pavas.
—¿Y cuántos polluelos hay, porque son muy inquietos y no he podido contarlos? —agregó la elegante Cisne.
— Por cierto, ¿Dónde está la madre de esta nidada, que te tiene como si fueras una nodriza? —preguntó la pata.
Antes que continuara el inquisidor interrogatorio, Pataruco decidió intervenir cortésmente.
— Gracias por manifestarse preocupadas por nuestro corral. Hoy hemos sido bendecidos con estos doce polluelos, y Piroca, su madre se mantiene en el nido porque aun falta un huevo por incubar.
— ¡Otro que enhueró! —Respondió la Pata con cierta indiscreción.
— ¡Pues no está huero! El embrión desarrolló como los demás huevos, su cascarón palpita fuerte, solo hay que esperar un poco. Con el permiso de ustedes me retiro porque debo cuidar de mis polluelos. —Agregó Pataruco.
Ya habían transcurrido varias horas del nacimiento de los pollitos. Los comentarios y murmuraciones se hacían populares en la granja: “un gallo institutriz, y para colmo de males, una Gallina que incuba huevos hueros”.
Ese día Pataruco se disponía a anunciar la llegada del sol como todos los amaneceres, pero Piroca lo llamó con entusiasmo.
— ¡Ven rápido! Siento picotazos en el cascarón.
— ¡Es cierto! Nuestro pichón está naciendo —Respondió emocionado Pataruco, y sin pensarlo dos veces aleteó sobre su pecho soltando su gran chorro de voz a los cuatro vientos.
— Kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiii…
El grito mañanero de Pataruco animó al polluelo a fracturar el cascarón. Los pollitos, Piroca y Pataruco quedaron sorprendidos al ver al recién nacido. Su plumaje era totalmente blanco, y no rojizo, como el de sus hermanos. Su pico tenía una curvatura en la punta en forma de gancho. Su cabeza y parte alta del cuello no tenían plumas, en su lugar presentaba una piel oscura y arrugada.
— ¿Porqué no se parece a nosotros? —preguntaron sus hermanitos.
— ¡Claro que se parece! Solo que por haberse prolongado su incubación, la naturaleza le premió con una pequeña distinción. —Respondió Pataruco
El resto de las gallinas cuchicheaban entre sí, pero después de haber escuchado a Pataruco, no se atrevieron a hacer comentarios públicos sobre el extraño polluelo de Piroca.
El inusual acontecimiento voló como plumas en remolino de viento. En la granja todos hablaban de Potoco, a pesar de que muchos aún no le conocían. Ante la notable diferencia con los demás, el polluelo pasaba todo el día escondido en un pote para no ser visto, por eso le llamaban Potoco.
Un día Pataruco se acercó hasta Potoco y le dijo
— Hijo ya tienes una semana de haber nacido. Debes salir de ese pote, porque allá afuera te espera un mundo de infinitas aventuras. Algún día llegarás a ser un gran gallo como yo.
— Padre, todos me miran extraño porque soy diferente.
— Hijo, te voy a contar algo que pasó hace mucho tiempo, y que ya casi creía olvidado. Cuando era muy pequeño como tú, me extravié y llegué desorientado a esta granja, me costo mucho ganarme el reconocimiento del gallinero, porque decían que yo era un vagabundo. Tu eres mi vivo retrato de aquel entonces, solo que con el tiempo ha ido cambiando mi apariencia. Además puedo decirte que tienes la misma mirada de mi abuelo. Así que dame tu ala y vamos para que me ayudes a escarbar unas lombrices rebeldes que están escondidas al pie de la colina.
Las palabras de su padre llenaron de confianza a Potoco, y tomados del ala salieron del gallinero rumbo a la colina.
Los animales de la granja se fueron acercando con prudencia, en un intento por comprobar los rumores ya conocidos. Entre la multitud no faltó quien se atreviera a proferir un desagradable comentario:
— ¡Pues realmente parecen dos gotas de agua!
Algunos rieron discretamente. Por suerte Potoco no entendió el mensaje irónico contenido en el comentario. En su lugar caminaba orgulloso al lado de su padre rumbo hacia las escurridizas lombrices.
A medida que el tiempo fue pasando, las diferencias entre Potoco y su familia se fueron haciendo cada vez más notables. Ya no había duda que su descendencia no provenía del corral, puesto que su extraña fisonomía era indudablemente la de un Zamuro.
Potoco, consciente que su inexplicable diferencia le causaba el rechazo de muchos, se esforzaba por aprender los oficios de su padre. Se había vuelto experto escarbando lombrices y capturando saltamontes en los pastizales, y a pesar que su tráquea no disponía de Siringe, como es natural en todos los Zamuros, órgano que utilizan las aves para emitir sus sonidos. Un día su firme determinación le permitió desgañitar a todo pulmón el genuino kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiii… de su padre, dejando a los moradores de la granja con los hocicos y picos abiertos de la sorpresa.
Un día mientras Potoco se dirigía a escarbar lombrices donde estaban sus hermanos, se cruzó cerca del estanque con un grupo de aves.
— Ahí va el falso pollo. Piroca está obligada a explicar quién es su verdadero padre. —Comentó la elegante Cisne.
— Pues te diré que somos el hazmerreir de todas las granjas del condado, ¡que bochorno!. —agregó la Pata
Potoco que ya había aprendido de su sabia madre a ignorar las actitudes hostiles de los necios, optó por continuar su marcha. Cuando ya estaba llegando donde sus hermanos, el repentino alboroto lo hizo voltear hacia el estanque. Las aves consternadas por el pánico chocaban entre sí tratando de huir. Sus plumas se esparcían al ser arrancadas salvajemente por la fuerza brutal de tres rapaces gavilanes, quienes tenían en sus garras a la Cisne, a la Pata y a una de las gallinas.
El pánico desbordado en las aves y la angustia de perder a alguien de su familia, despertó en Potoco la furia de su instinto salvaje. Súbitamente levantó vuelo por primera vez cayendo por sorpresa sobre los rapaces atacantes. Con su poderoso pico en forma de gancho, que hasta ahora sólo había usado para capturar a las escurridizas lombrices, hizo trizas a los tres gavilanes, salvando a su familia.
Desde ese día Potoco fue el Pollo más popular de la granja y sus alrededores. Y su ronco kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiii se convirtió en el terror de los gavilanes, que jamás se atrevieron a sobrevolar la granja.
Un día mientras todos estaban en los pastizales, una bandada de Zamuros se pozo entorno a Potoco y empezaron a gruñir durante largo rato. Potoco en medio del grupo de Zamuros levantó su cuello para mirar a sus padres. Piroca y Pataruco se tomaron del ala con gran agitación y avanzaron hasta su hijo. Potoco salió a su encuentro y entrelazaron sus alas, luego consiguió hacerse de valor para decir:
— Madre, padre. Gracias por haberme inculcado sus valores. Me siento orgulloso de ser una Gallina como ustedes. Les reconozco el noble esfuerzo que hicieron por tratar que no se notara mi gran diferencia, hasta aprendí a ser como mi padre, pero no se puede desviar el curso natural de la vida, en mi esencia soy un Zamuro. Gracias por todo su amor, se que entenderán que debo partir con mi otra familia.
Después de una sensible despedida, Potoco remontó vuelo con los Zamuros hasta desaparecer lentamente entre las nubes, desde donde regularmente se suele escuchar un insólito kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Después de tomar agua en la quebrada y haber escuchado por accidente aquella hermosa historia que tuvo episodios difíciles de creer. Decidí escalar la cuesta hasta llegar al camino. Al mirar entre las hierbas quedé sorprendido viendo a los extraños que relataron la historia, y quizás ahora sean ustedes los que pongan en duda mi palabra:
Dos Zamuros estaban a punto de volar, pero antes uno aleteó fuertemente sobre su pecho desgañitando un grito ensordecedor:
— Kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiii… —para luego levantar el vuelo.
El otro Zamuro rezagado, logró gritar antes de partir:
— ¡Espérame Potoco!.