Dos viajes paralelos
Autor: Palabras embotelladas
Fecha publicación: 19/03/2023
Certamen: II Certamen
Resumen
Narra el vínculo emocional que una niña establece con la lectura, a través de la cual puede vivir aventuras que de otra manera se hallarían fuera de su alcance.
Relato
DOS VIAJES PARALELOS
Caía ya la tarde cuando Meggie se dispuso a colocar con sumo cuidado en una caja los libros que iban a ser sus compañeros de viaje durante esas dos semanas de vacaciones. Con un metodismo extraño en alguien de su edad, los iba agrupando por géneros y temáticas, negándose a distribuirlos por puro azar.
Siempre llevaba una pequeña torre de novelas cuando viajaba acompañando a su padre. Estos eran ese amuleto sin el que no puedes ir a ninguna parte, o esa mascota que no se puede quedar en casa mientras tú estás fuera, con la diferencia de ser esa mascota la que te alimenta, no la que es alimentada.
Los libros acompañaban a Meggie en todos sus viajes, sí; pero ella también les acompañaba a ellos en los suyos. Cuando se tumbaba en la cama y abría las páginas de una de sus novelas favoritas, era como si el protagonista de la historia que en el interior se narraba tendiera su mano hacia ella, invitándola a seguirle, sin forzarla ni presionarla, capaz de seguir aguardando pacientemente en su mesilla de noche hasta que a ella le apeteciera acompañarlo.
Entonces Meggie se colocaba al pie de página y efectuaba un pequeño brinco hacia el interior. Era un salto de breve duración, pero suficientemente largo como para poder percibir cómo las letras ataviadas de un vestido del color de la tinta se iban aproximando a ella.
Una vez dentro era lo suficientemente valiente como para subir al barco de Ulises en la Odisea, entrar en el armario de la casa de campo junto a los hermanos Pevensie hacia el mundo de Narnia o atravesar la columna del andén 9 y ¾ para reunirse al otro lado con Harry, Ron y Hermione y tomar el tren camino a Hogwarts.
Tenía el coraje suficiente para hacerlo porque sabía que ocurriese lo que ocurriese en la historia ella no sufriría daño alguno. No sería más que un fantasma invisible que los personajes no ven. Unas veces, si el narrador del relato era omnipresente, se imaginaba contemplando a todos los personajes desde lo alto, cual espía experta. Otras, si se trataba de una narración en primera persona, se concebía a sí misma como la sombra del protagonista; que, como tal, ha de permanecer pegada a sus talones siendo capaz solo de ver lo que ese personaje ve, nada más.
Pero el que ella estuviera fuera de peligro no impedía que aquellos personajes con los que tanto se acababa encariñando pudieran sufrir daños. De hecho, lo único doloroso de aquel viaje era no poder intervenir en la historia. A veces deseaba poder extender su manto de invulnerabilidad hacia ellos, haciéndoles inmunes a cualquier perjuicio. Anhelaba estar dentro del personaje para impedir cualquier catástrofe, o poder hacerse visible ante sus ojos para cambiar sus nefastas decisiones, hacerle entrar en razón o instarle a que hiciera tal cosa o le declarara su amor a tal persona. También añoraba poder librar a algunos de su muerte cual dios todopoderoso. No obstante, se conformaba haciéndose un solo ser junto a ellos, riendo con sus alegrías, llorando con sus penas.
El viaje no acababa cuando cerraba el libro, para nada; ya que, entonces, tomando como papel su mente y como pluma la imaginación, tocaba seguir escribiendo la historia a su manera. Imaginaba lo que ocurriría después o, en el caso de haber acabado el libro y no estar satisfecha con el final, optaba por darle un giro a la historia de tal modo que todo resultase como ella deseaba. Por el contrario, si el libro acababa a su gusto, sentía esa confusa contradicción entre el deseo de una continuación y el temor a que, en esta, el final feliz anterior acabara truncado.
El caso es que, cuando te enganchas o incluso “enamoras” de un personaje o pareja de ficción, eres capaz de traértelos fuera del libro para tenerlos siempre cerca, permitiéndoles regresar esporádicamente a su mundo cuando toca retomar la lectura, para que la historia pueda retomar su curso. Esta quedaba grabada en su memoria, haciendo que otro libro más pase a formar parte de la biblioteca que iba formando dentro en su mente.
Porque nadie negará que, para aquellos trotamundos o amantes de los viajes, ¿qué viaje hay más económico que comprar un libro? Por un ¿módico? precio puedes visitar los lugares más remotos todas las veces que desees, conociendo a fondo otras culturas y costumbres, o puedes jugar a ser héroe o villano, tomando riesgos sin sufrir el más mínimo daño. Puede que en la mayoría de los aspectos no se pueda comparar a un viaje de verdad, pero ¿qué otro permitiría conocer criaturas mágicas, otras dimensiones o incluso viajar en el tiempo? Aunque la imaginación pueda ser alimentada por otras poderosas fuentes de ficción, como películas y series; estas no logran describir con tal precisión y riqueza de detalles lo que sienten los personajes.
Dichosos aquellos que encuentran consuelo en las páginas de un libro, y pobres aquellos que aún no han descubierto sus virtudes, porque no son conscientes de lo que se pierden. De hecho, me he tomado la licencia de reformular el famoso dicho y tornarlo por este otro: “Quien tiene un libro, tiene un tesoro”.
Sin duda, incluso el peor libro del mundo merece ser tratado con respeto, cuidado y delicadeza. Meggie no podía ver a alguien maltratando un libro, doblando las pastas las páginas, arrancándolas o escribiendo en ellas. Creía que si, como en Fahrenheit 451, contemplase a alguien echando un libro a la hoguera, se pondría a gritar como una posesa: «¿Pero qué hacéis? ¡Hay personas ahí dentro!». Era consciente de que podía parecer paranoica, pero no le importaba en absoluto. Los sentía como algo tan real para ella…
Aún recordaba cuando los niños del colegio se burlaban de ella porque sus únicos mejores amigos habitaban en los libros. Ella, tras quebrarse la cabeza para dar con una respuesta rápida y contundente, se limitó a contestar: «bueno, pues mis amigos ficticios les dan mil vueltas a los tuyos reales». Y se quedó tan ancha.
En la penumbra de la habitación, Meggie reparó en que aún no había terminado de hacer la maleta. Su mente dispersa se había dejado llevar por estos pensamientos y no había vuelto a la realidad hasta percibir que en su cuarto ya había oscurecido. Agitó su cabeza con apuro por su facilidad para despistarse y se puso en pie. Cuidadosamente, precintó la caja atestada de libros y la colocó como pudo en el último hueco libre de su maleta. A fin de cuentas, durante el trayecto en tren ya habría tiempo para soñar despierta leyendo alguno de sus libros favoritos.