Resumen
Alegoría de un austero hortelano que es visitado por un desconocido, quien le promete solventar su pobreza, quedando él, mientras tanto, al cuidado de su propiedad.
Relato
Parábola del hortelano
Esta es la breve historia de un rústico y austero hortelano que fue visitado por un harapiento vagabundo.
Tras haber observado cómo el absorto campesino sopesaba su amarga existencia, sentado en los peldaños de ascenso a su cabaña, con la cabeza vencida en una palma y la mirada ausente, cruzó el vallado de su propiedad y se aproximó él con paso decidido.
- ¿Es pobreza lo que aqueja tu espíritu, hortelano?- le abordó el desconocido.
Desconcertado, despertó de su ensoñada tribulación y exigió resentido:
- ¿Quién eres?
El desconocido sonrió con jovial desparpajo, parándose ante su interlocutor:
- Sé dónde podrías hallar notorias riquezas- aseveró con capciosa rotundidad.
El hortelano redondeó sus párpados y aguardó suspicaz.
- En el río detrás del río- informó- encontrarás fama.
>> En el bosque detrás del bosque hallarás oro.
>> En la montaña detrás de la montaña descubrirás felicidad.
- ¿Cómo prometes la verdad de tus palabras?- acució el hortelano, trabado entre la fantasía y la sospecha.
- Vengo de allí- aseguró el otro-, y allí las dejé para quien las quisiera.
- ¿Y por qué no las tomaste tú, vagabundo, y en cambio me cuentas del lugar de su existencia?- interrogó contrariado.
- No soy yo quien las necesita- maniobró irónico.
El hortelano volvió a posar su cabeza en una palma, y, tras cavilar un instante, se excusó ante el extranjero:
- No puedo abandonar mi casa.
- Yo la habitaré- se ofreció.
- Ni mi huerto.
- Yo lo cuidaré.
- Ni a mis animales.
- Yo los alimentaré.
Abrumado por su solicitud, el hortelano ojeó al extranjero y abrió ostensiblemente sus brazos.
- ¡Ni a mí mismo!
- Yo te recordaré- convino incontrovertible.
El hortelano suspiró rendido, y durante los siguientes días preparó su partida.
A su regreso, tan vacío como exhausto y abatido, se acercó a su hogar, y perplejo evaluó la extrañeza que sentía ante la tierra que presumía familiar: allí ya no se emplazaba una precaria cabaña, sino una lujosa mansión de varios pisos con multitud de habitaciones, circundada por macizos de flores, vergeles y fuentes.
Al percatarse de su presencia acudió el desconocido, quien se le antojó “desconocido” otra vez: vestía una elegante levita, que había sustituido por sus antiguos andrajos; su desabrida barba había desaparecido y su cabello lucía peinado con brillantez.
- Acompáñame- le invitó el huésped.
La cocina, asistida por sirvientes, estaba repleta de vajillas y alimentos: carnes, pescados, verduras, dulces y vinos. En el salón calentaba una reconfortante chimenea, y lujosos muebles y porcelanas, butacas y terciopelos, lo adornaban. El dormitorio estaba centrado por una muelle cama, cubierta por sedosas sábanas y mantas, y sus paredes pertrechadas de voluminosos armarios, llenos de costosas y variopintas prendas. El establo rebosaba en alpacas y aparejos, y pujantes corceles eran cepillados por lozanos mozalbetes. Había también un enorme carro, donde se guardaban armas de caza y pesca.
Apabullado por la transformación, mas intuyendo una ausencia, el hortelano preguntó al satisfecho huésped:
- ¿Y mis animales?
- Fueron sacrificados, aunque jamás sufrirás deseo de carne ni leche; tampoco frío.
- ¿Y mi huerto?
El huésped sonrió con diplomática cortesía.
- Fue enterrado, pero no escasearás de verduras ni frutas, licores ni miel.
Sintiéndose víctima de un robo disimulado con esplendor, el hortelano insistió irritado:
- ¿Y mi casa?
El huésped parpadeó amablemente.
- Fue desmantelada, pero nunca padecerás la intemperie ni otras incomodidades.
- ¿Y el dueño original de esta tierra?- apretó sus dientes.
El huésped efectuó un paso y palmeó con contento al atropellado hortelano; luego se abocó a su oído y susurró intrigante:
- Está muerto, pero para ti es la vida.
El hortelano retiró su oreja espantado y observó de soslayo a aquel, que afectaba una simpática y servicial mueca.
Consciente de su derrota, el hortelano se encaminó a la cerca de la granja.
Pues carecía de un lugar al que ir después de un largo viaje de retorno a un punto, que, aparentemente, ya no existía, pervivió entre los bosques cercanos. Sin embargo, cuando recordó quién había sido y por qué rondaba aquella propiedad, se instaló frente a la cerca durante numerosas jornadas, sentado con las piernas cruzadas y completamente inmóvil.
En esta inmutable posición atestiguó el paulatino desalojo de cuantas riquezas y bienes albergaba aquella hacienda, cargadas en un carro tirado por caballos: copas, joyas, cristales, pieles, arcones, espejos, herramientas, lacayos,… En la retaguardia de este desfile procesionó el propietario, entonces huésped, entonces vagabundo.
A su paso arrastrado y andrajoso el hortelano se sonrió y propuso:
- Si aciertas una pregunta, desapareceré de esta tierra y podrás disfrutar en ella de todas tus riquezas.
Alentado, el vagabundo hinchó sus hombros y escuchó al otro vagabundo:
- ¿Dónde está enterrado el muerto?- disparó inmisericorde.
El evacuado exhaló abatido, hundiendo su pecho y cuello, y se reincorporó a la caravana del exilio.
El viejo hortelano se incorporó, cruzó el cercado y se paró a observar con sobriedad aquella tierra vacía. A continuación, también él se unió a la caravana.