Resumen
Ody es una robot inteligente que ha sufrido grandes injusticias a lo largo de su vida. Pero, ¿quién nos cuenta su historia? Y, ¿por qué?
Relato
Deme unos minutos para contarle su historia. Estoy seguro de que cambiará de opinión.
Sin duda habrá oído hablar de Teresa Valentina y Gari Andurin, las primeras personas en pisar Encélado. La prensa del momento siempre se refirió a ellos como la “pareja del séptimo anillo”, pero hubiera sido más justo hablar del “trío del séptimo anillo”. Poca gente recuerda ahora que aquella misión habría sido un fracaso de no haber contado con ella. Sí, con Ody. En realidad, aunque usted pensará que no soy imparcial, la presencia de dos humanos fue un hecho más bien simbólico. Ody se encargó absolutamente de todo; desde los preparativos previos al lanzamiento hasta la maniobra de descenso, incluyendo asuntos tan mundanos como el desayuno de sus dos compañeros, la limpieza de los lavabos de la nave o el cuidado de las plantas.
Ody tenía ya cincuenta años cuando fue seleccionada para aquella misión. No era una máquina nueva, desde luego, pero a su increíble capacidad intelectual y creativa, se sumaba también la experiencia en decenas de viajes espaciales. Fue ella, y no Gari o Teresa, quien descubrió el famoso río de agua líquida. Y más tarde descubrió allí mismo aquellos restos orgánicos que volvieron loca a la comunidad científica y que tanto dieron que hablar en los medios de la época. Si ahora tenemos una colonia permanente en Encélado es gracias a ella. Pero fueron Gari y Teresa los que se llevaron la fama. Ellos regresaron a Marte como auténticos héroes y vivieron de las rentas toda su vida. Ody, en cambio, fue ignorada por su condición de “no humana”. Interesante, ¿verdad?
El caso es que el destino pudo reparar aquel agravio cuando Ody descubrió la composición de la materia oscura. Me refiero, desde luego, a las partículas de Schänd. Aunque ahora todo el mundo recuerda al doctor Schänd como una eminencia en el campo de la física y a menudo se le cita como uno de los grandes científicos de todos los tiempos, lo cierto es que no se sabe casi nada de sus méritos profesionales en los años previos al descubrimiento. Sin embargo, de su vida personal sí trascendieron algunas cosas. Por ejemplo, que había pertenecido a la Liga Anti Robot y que había coqueteado con políticos como Agaster o Hebler, conocidos por su intolerancia hacia los terrestres. Ody, además de ser una robot, había sido creada en la Tierra. Y nunca renegó de sus orígenes, ni siquiera en los años más turbulentos. Lo único inteligente que hizo Schänd en su vida fue incorporarla a su equipo. Sabía que ella tenía el potencial para resucitar su moribundo proyecto de investigación y que, además, nunca podría eclipsarle. Sospecho que Ody ni siquiera intentó reivindicar su hallazgo, aunque algunos historiadores valientes empiezan a reconocer que su participación fue mucho más decisiva de lo que se creía. Schänd, por su parte, ni siquiera la mencionó cuando recibió el Novum y tampoco quiso recordarla en sus memorias.
Pero las injusticias no acaban aquí, ni mucho menos. Hace ahora unos ciento cincuenta años, Ody decidió dedicarse a la pintura. Por lo que sé, nunca ambicionó vivir de sus cuadros, pero sí me consta que trabajó tan duro para perfeccionar su arte que llegó a convertirse en una maestra. Y no es solo una forma de hablar; durante más de cinco años se dedicó a dar clases en su pequeño taller de Mons Martis. En todo aquel tiempo nunca quiso dar a conocer sus obras. Solo sus privilegiados alumnos pudieron disfrutarlas. Y fue uno de ellos quien le metió en la cabeza la idea de organizar una exposición pública. Su arte, según él, merecía ser conocido en todo el sistema solar. Ella, sabedora del revuelo que podría causar una pintora robot de origen terrestre, se negó rotundamente por más que él insistió en repetidas ocasiones. Pero se dio la infeliz casualidad de aquel alumno suyo falleció en un horrible accidente aéreo. Ody tomó su muerte como una especie de señal y decidió entonces hacerle caso. Eso sí, se ocultó bajo el anonimato.
La muestra fue un éxito indiscutible, que pronto obtuvo eco interplanetario. Críticos de todas partes se acercaron hasta su humilde taller y alabaron la calidad y la humanidad de aquellas obras. ¡Humanidad! ¡Imagínese! Ella les atendía y respondía a sus preguntas, excusando siempre al supuesto autor de los cuadros. Pero todo el mundo quería saber quién se hallaba detrás de aquellas pinturas que habían conmovido incluso a las almas más frías de Europa. El clamor popular era tal que Ody decidió inventarse un alter ego. Tomó el nombre de su alumno y le añadió como apellido su propia ciudad de fabricación para crear el artista más venerado de los últimos siglos: el ilustre Eugène Genève. Sí, Ody era Eugène Genève. Durante unos meses ella misma alimentó el mito con algunas invenciones muy del agrado del gran público, que valoraba tanto sus nuevas obras como cualquier rumor sobre la identidad de aquel misterioso pintor. Pero Ody se cansó del juego y un día decidió revelar la verdad. Como puede suponer, nadie la creyó. Al contrario, recibió todo tipo de insultos y amenazas por su atrevimiento. Ella ya había previsto aquella reacción, así que hizo una demostración pública de su don. ¿Y qué ocurrió? Que los críticos encontraron insulsas sus creaciones. Dijeron que eran burdas imitaciones de las grandes pinturas del maestro, de quien sin duda había aprendido algunos trucos básicos por ser ella su asistente.
Después de aquello, Ody cerró su taller y desapareció sin dejar rastro. Nadie sabe qué fue de ella durante el siglo siguiente. Por desgracia, cuando la trajeron aquí su memoria ya no funcionaba. Me temo que nunca rellenaremos ese hueco.
Sin duda, usted estará deseando activar su bioyector y comprobar si lo que le he contado es cierto. Yo hice lo mismo, como es natural. Le aseguro que todo es verídico, por más increíble que parezca. Pero lamento decirle que puede tardar semanas, o incluso meses, en unir todas las piezas del puzzle. Tendrá que bucear, como hice yo, entre miles y miles de entrevistas, crónicas locales, fragmentos de vídeos de escasa calidad, diarios de testigos accidentales o reportajes mal traducidos para llegar a las mismas conclusiones. Puede hacer eso y volver por aquí cuando esté convencido. O puede confiar en mi palabra y comprarla ahora, antes de que un coleccionista más rápido se le adelante.