
Resumen
Los momentos que vive el personaje al ver en un paraje un espanto, que según la creencia, da muerte a quienes sostienes relaciones amorosas clandestinas, y él, sostiene una.
Relato
NOCHE DE ESPANTO
En la distancia, con el resplandor de la luna, que por un instante atravesó las negras nubes, que anunciaban la proximidad de un torrencial aguacero, pudo vislumbrar la escalofriante figura, que le paralizó al instante: un hombre de apariencia robusta, blandiendo en su mano derecha una daga, mientras en la izquierda portaba una antorcha, con la que buscaba orientarse en la oscuridad, como si estuviera buscando algo. Detuvo sus pasos para no caer, y se apoyó detrás del tronco de un frondoso sauce que se mecía con el viento, y conteniendo su agitada respiración trató de mantener la calma.
Era Posible que la oscuridad de la noche le ayudara a mantenerse oculto del extraño ser, que a esa hora salía del camposanto del pueblo; de lo contrario estaría en evidente peligro. Miró detenidamente la horrorosa figura que dirigía su mirada en distintas direcciones, como si tratara de ubicar el origen de algún ruido, o una sombra que había llamado su atención. En el silencio de la noche solo escuchaba el palpitar de su corazón, que presa de terror parecía salirse de su pecho. Ahora estaba sólo en ese lugar, y temía por su vida.
—« Debí esperar a que aclarara el día» -—pensó por unos instantes, « pero correría el riesgo de ser descubierto por el marido de Manuela, que podría regresar en cualquier llegar momento, exponiéndome al peligro que representaba, pues según ella, siempre cargaba un arma de fuego»
—« No debí haber cruzado por este bosque, y menos a estas horas, pero si no lo hacía así, tenía que atravesar por la calle de los almendros, y exponerme a ser descubierto por alguno de los vecinos de Manuela, que algunas veces pienso que sospechan de nuestras aventuras, aunque siempre uso la puerta del solar de su casa, para hacer mis visitas a altas horas de la noche, cuando la mayoría de la gente del pueblo se encuentra durmiendo» —se decía presa del terror.
Recordó la historia que le contaron hace algún tiempo, cuando recién llegó al pueblo, y que entonces consideró como simples habladurías de personas sin oficio, acostumbrados a una vida simple, donde predomina la rutina, y cualquier cosa nueva convierte en motivo de conversación, exagerando muchas veces las cosas. . No prestó mucha atención a esa historia y la asoció con ese refrán que dice: “pueblo pequeño, infierno grande”. Él era un hombre de mundo, acostumbrado a vivir de en otros ambientes. Así que no prestó mayor atención cuando le contaron:
“El espanto que llaman “el vengador” aparece en las noches de martes trece, en cercanías del cementerio del pueblo, donde fue sepultado hace muchos años, luego de quitarse la vida colgándose de un viejo sauce, después de haber dado muerte a su esposa, de quien vivía profundamente enamorado; y al hombre que a escondidas le robaba su amor, a quienes descubriera una noche de luna llena en esos solitarios parajes cercanos al campo santo. Desde entonces, según una nota escrita de su puño y letra encontrada en el bolsillo de su pantalón, juró que luego de su muerte castigaría a los hombres que frecuentaran mujeres ajenas, y utilizaban la soledad de ese bosque para sostener sus citas clandestinas, dándoles ajusticiándolos con su daga”—según relataban los habitantes del pueblo más viejos — que decían haber conocido el final trágico de ese par de amantes.
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Quizás no recordó la historia, o no cayó en cuenta que hoy era martes trece, o pudo ser que actuara dominado por la lujuria que despertaba en él esa hermosa mujer de trenzas doradas y ojos verdes. Conoció a Manuela en las fiestas patronales del pueblo, poco tiempo después de haber llegado a trabajar allí, y luego de algunos intercambios de misivas, depositadas en el tronco de un árbol de roble en un costado del parque, —previamente acordado por los amigos secretos— terminaron en las actuales visitas nocturnas que estaban manteniendo, para vivir sus infidelidades, aprovechando la ausencia del marido de la dama. Aventura que vivían desde varios meses atrás.
Sintió miedo, y en su remordimiento, se prometió que de salir bien librado, no continuaría con esa aventura nocturna, la cual lo estaba llevando a exponerse a estos riesgos. La sangre se le helaba en las venas, y el espanto no se marchaba del lugar, y continuaba oteando hacia los arboles del bosque cercano, donde él trataba en estos momentos de ocultarse.
—«¿Habrá notado mi presencia? o acaso, será sólo mi impresión?» —se decía nerviosamente.
Recordó las oraciones que siendo un niño le había enseñado por su madre, y que según la creencia, servía como protección en los momentos de peligro. Tratando de vencer el miedo las recitó una a una, invocando también la protección de todos No supo con exactitud las veces que lo hizo, ni el tiempo transcurrido desde el momento en que llegó al lugar. De repente un rayo cayó sobre un árbol cercano, iluminando el entorno, y dando inicio a una fuerte tormenta que ya se veía llegar.
Presa del pánico causado por el estruendo, y temiendo haber sido descubierto por “el vengador”; emprendió una veloz carrera para alejarse del lugar, en dirección a la Calle Real, y buscar refugio en su habitación, que se encontraba a pocas cuadras. Al llegar estaba exhausto por el esfuerzo realizado, pero, sintiéndose protegido y alejado del peligro. Después de despojarse de sus ropas mojadas por la lluvia, cerró muy bien las ventanas y colocó doble seguro a la puerta. Se cubrió en su cama con las mantas, teniendo cuidado de no encender la luz, pues en su carrera creyó escuchar unos pasos que le seguían, y con ello pondría al descubierto su paradero. Ahora sintiéndose a salvo prometió a las “ánimas benditas”, terminar con la aventura amorosa que sostenía con Manuela, por la cual había estado poniendo en peligro su vida, pues con lo ocurrido comprobaba que la historia del espanto que impartía justicia era cierta.
Ya empezaba a conciliar el sueño, cuando sintió un ruido que le heló la sangre haciéndolo saltar de la cama y tomar la tranca de la puerta dispuesto a defenderse de una agresión del “vengador”. Luego de unos segundos —que para él parecieron eternos —recuperó el aliento, al escuchar un ronroneo y constatar que el ruido lo había ocasionado Misifú, —que como él regresaba de sus aventuras nocturnas—en su veloz regreso había tropezado, dando al traste con el jarrón de porcelana china que adornaba la mesa del corredor, que se encontraba ubicada justamente frente a la ventana de su habitación, y que era cuidada celosamente por la dueña de casa, por tratarse del regalo hecho por uno de sus hijos, luego de un viaje al extranjero.
—Gracias a Dios… —pronunció en voz baja, mientras se santiguaba con su mano temblorosa.
FIN.