Resumen
En realidad está orientado a un público infantil, pero que sin que se encuentre circunscripto a él, como puede ser el cuento infantil.
Relato
Narciso:
Caminando por el río, encontré a Narciso.
No sabía que era Narciso en ese momento, es más, lo confundí con un hueso amarillo, en el fondo del río.
Estaba cabeza abajo. Lo agarré, y no opuso resistencia.
Cuando lo toqué me di cuenta que era blandito, y cuando lo di vuelta y me saludó con un “Hola, soy Narciso”, supe realmente que Narciso era Narciso, y no un hueso.
Le pegunté cuánto tiempo hacía que estaba semienterrado ahí.
Yo no sé si por orgullo, o por vergüenza, o porque realmente era como él decía (Narciso era muy convincente) me dijo que no estaba “enterrado” si no que estaba buscando algo en el fondo del río.
No le pregunté más.
Lo que sí hice, fue lavarlo con la misma agua del río, y sentí en el fondo que me lo agradecía.
Pensé cómo había llegado ahí, y abrí la boca para preguntarle, pero me pidió si por favor lo podía poner sobre unas hojitas cerca del agua. Quería ver su reflejo.
Estuvo así unos minutos, mientras yo estaba sentado en el río, mirándolo desde cerquita.
Me pregunté si algún chico lo habría perdido mientras los padres caminaban a la vera del río, con los sanguchitos, la heladerita con las botellas de gaseosas, los toallones, las zapatillas, las galletitas, y un saquito por si el nene tendría frío a la tarde.
O si mirándose en el agua, se habría resbalado y caído, llevándolo la corriente entre recodo y recodo al lugar donde yo lo había encontrado.
Finalmente junté coraje y le pregunté quién había sido su dueño, y me dijo que él no tenía dueño. A pesar de ser de goma, con forma de perro, no se consideraba un juguete.
Le noté la mirada brillosa. No sé si le caía una lágrima del ojo, o era que se estaba secando, de a poco, su cabeza endurecida, algo despintada y percudida, de tanto tiempo de estar en el fondo.
Me disculpé, le dije que no había querido ofenderlo.
Me dijo que los chicos le gustaban, que no era ofensa, y fue la primera vez que lo vi titubear.
Cambió enseguida de tema y me empezó a preguntar cosas a mí: Si yo había tenido juguetes, si los había querido, si los cuidada, y si alguno alguna vez se me había perdido (y en todo caso, qué había hecho al respecto).
Le conté todo.
Parecía escucharme, pero sin escucharme. No me miraba mucho, estaba interesado en su reflejo en el agua, y a veces me interrumpía para mostrarme cómo los rayos del sol jugaban con la corriente del río y formaban guirnaldas de luces que cambiaban todo el tiempo.
De a poco, comenzó a refrescar, lo vi tener un chucho de frío, y entonces lo puse en un tronco de árbol, más alto, para que el agua no lo tocara.
No me dijo nada, pero veía que sonreía un poco y movía la nariz, como hacen los perros cuando huelen algo en el aire.
Quiso saber hasta cuándo me quedaría. Pensé que era una muestra de interés de él para que no me fuera, pero enseguida cambió la mirada, puso cara de hombre de oficina, se aclaró la voz, y me dijo que igual no importaba, que él tenía que seguir buscando “cosas” en el fondo del río.
Le dije que ahí nadie lo iba a encontrar (de nuevo) y me levantó un hombro, mirándome de soslayo.
Seguimos hablando un poco más, pero en el fondo, me quedaba pensando si luego de la charla, iba a sumergirlo otra vez en el agua.
También compartí silencios con Narciso. Algo que solamente no resulta incómodo cuando se disfruta de la compañía del otro, sólo por ser el otro. El paisaje ayudaba a hacer silencio: El ruidito del agua a través de las piedras, un pajarito que ensayaba su canto, las hojas de los árboles que se tocaban entre sí y el brillo de las plantitas acuáticas que se movían acorde la corriente pasaba nos distraía, y nos relajaba.
Cuando empezó a bajar el sol, me di cuenta que debía partir.
Se lo dije, y me fijó la mirada. Pensé que me iba a pedir algo, pero se puso a jugar con la rugosidad del tronco, sacando las garritas.
No me daba para darle un beso, Narciso a veces marcaba distancia, aunque sus ojos estaban llenos de calidez.
Agarré la mochila, me sequé los pies con la toalla que tenía dentro, me puse las zapas, y atiné a decirle un “hasta luego”, sabiendo él y yo, que mi camino no volvería a cruzarnos.
Esa efectivamente, fue la última vez que lo vi.
Al menos lo que me deja tranquilo es que no intentó irse. Se quedó ahí, y yo me fui alejando.
Me puse a pensar que lo dejé sobre una rama, en la superficie, mirando la gente pasar, pero también con el riesgo de que algún chico se diera cuenta de que lo estuviera mirando, moviendo la nariz, como lo había visto yo hacer.
Narciso me había dicho que no quería ser juguete de nadie, algo que no me sonó mal ni altanero, sino solamente que su destino no era ese. Pero también sentí que necesitaba mucho afecto.