UN GATO POR LAS RAMAS


Autor: El Buceador de la Luna

Fecha publicación: 08/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

El relato, valiéndose de la peripecia vital de la protagonista, incapaz de confrontar el mundo de vigilia con el de los sueños, y en virtud de este déficit por el cual contamina lo vivido de lo soñado hasta el extremo de tener una incapacidad para distinguir lo real de lo imaginado, plantea el sutil tabique que separa dos habitaciones contiguas que cohabitan en un mismo edificio: la de la realidad y la de la ficción.

Relato

UN GATO POR LAS RAMAS

El ciprés del patio se cimbreaba con el viento, tal que el palo mesana de un barco en mitad de la galerna de esa mañana de febrero. O algo así. Últimamente al despertar, su cabeza era como un camarote oscilante en el que girones de sueños se aferraban a los recovecos de su mente, resistiéndose a regresar al abisal mundo de las profundidades oníricas del que provenían. Removió el azúcar en el café con leche con los residuos surreales del sueño. Algunos de estos espejismos fragmentados lograban escapar hasta el mundo de vigilia. Se conoce que habría dejado alguna claraboya de la lógica mal cerrada y por ahí que se colaban. El caso es que con total desprecio del sentido común, sus sueños trepaban por las patas de la mesa de la cocina y se paseaban impúdicamente entre las tostadas de queso con tomate y el tetrabrik de leche desnatada. De repente, la imagen de un antiguo compañero del instituto del que hacía treinta años que no sabía nada, a Dios gracias, pues era un tipo lamentable, tan pusilánime que intentaba babosear con ella y/o con cualquier chica, pretextando su condición de delegado de curso, el mismo Rosillo Morato Eduardo, se le vino trasfigurado esa noche. El tema es que en el mundo de los sueños no era tan repulsivo como en el mundo real. Algo así como ocurre con las personas en las redes sociales y al natural, y, cosa de los sueños, iban por los pasillos del instituto, ella acompañada de Matilde Asensio, su amiga del alma hasta que se lio con el chico que le gustaba, no ella, sino la zorra pedante en que luego se convertiría La Mati. Pero se ve que en el sueño aún no había ocurrido lo del Seat Supermirafiori y lo de La Mati y la felación que Carlos fue contándole a toda la rama de Letras de tercer grado. Matilde Asensio debía de ser en el sueño su amiga del alma aún porque, por esa lógica de causa efecto con que se rigen los sueños, La Mati le pregunta si se ha estudiado la tercera declinación de Corpus, corporis, y ella le contesta que no se ha traído bañador. Así que de pronto, más o menos donde debía de estar la conserjería y la sala de profesores, había una piscina. Y allí están algunos de los otrora compañeros del instituto disfrutando con zambullidas y dorándose al sol en blanco y negro de su sueño porque, como todo el mundo sabe, los sueños son siempre en blanco y negro. Pero también aparecen tumbados en una toalla, sus dos hijos, la chica tal y como es ahora, y el chico con apenas unos cinco años pero con el bigotito modelo rapero que se ha dejado ahora y la gorra hacia atrás, con las consiguientes quemaduras solares. Ya en el cuarto de baño, poniéndose las lentillas, ve al tal Eduardo Rosillo que, saliendo de la piscina con las gafas correctoras de estrabismo empañadas, le toca en el hombro y le dice. Literal:
-¿Por qué no te bañas, Lu? El agua está tan buena como tú.
- Es que no tengo bañador- le contestó un poco sorprendida porque, aunque sea un sueño, lo demás le puede encajar, pero que le llame “Lu” es muy raro porque hasta por lo menos cinco o seis años después, acabando la carrera, nadie le llamaba así. No le cuadra. Pero él, de pronto sin gafas estrábicas sino con unas Rayban modernísimas y una sudadera que pone A por ellos, le dice:
-No importa, yo te puedo dejar uno mío. Como soy el delegado… -Entonces a bote pronto, se baja el bañador y se lo saca con un movimiento diestro y desenvuelto, ofreciéndoselo. ¿Ves? -Ella claro que lo veía, y sopesando el movimiento pendular del pene de Eduardo Rosillo Morato, le contestó en buena lógica:
- Claro, como eres del delegado… -Y empezó a colocarse el bañador que le tendía. Al ponérselo pudo sentir un olor de crema Nivea mezclado con tabaco rubio nacional y cloro. Era un olor que de repente empezó a ponerla clínicamente excitada. La cosa fue a más cuando Eduardo Rosillo comenzó a susurrarle al oído corpus, corpus, corporis, corpora, corpora, corporum… Y de repente, cuando su boca se entreabría para recibir la lengua de él, un olor a pan quemado inundó el recuerdo de ese tórrido sueño juvenil, aunque estuviese a las puertas de una futura prejubilación más que bajo la onda expansiva de una pretérita adolescencia.
-¡Mierda: la tostadora encendida! -Aunque tal vez debió decir: ¡Gracias: la tostadora encendida!, porque hasta media mañana no consiguió zafarse de la imagen de esa chacina húmeda depredadora que amenazaba con entrar en su boca. El colutorio dental no pudo con la sensación nauseabunda que se le había quedado instalada en el cielo de la boca convertido ahora en purgatorio.
-Ni siquiera era delegado electo. Lo era porque nadie quería presentarse salvo ese escornacabras. ¿Por qué no se fue a FP?
-Perdone, profesora Lucrecia: ¿Esa es la siguiente pregunta del examen? -Le dijo algo perpleja una de sus alumnas de Lenguas Clásicas mientras ella, aún imbuida por esa imagen hipnóticamente repulsiva del falo desproporcionado de Eduardo Rosillo, andando algo desorientada por el pasillo del aula de la facultad, como un animalillo cegado por las luces de un coche.
Después de comer se quedó dormida en el sofá con la mesa aún puesta. Entre los restos de lasaña de verduras podía entrever la cabeza de su hijo que la miraba absorto. No sabía si era la gorra hacia atrás o algún cambio hormonal que se estaba operando en el laboratorio químico de su cuerpo adolescente, pero le parecía que su hijo Alberto era un conejo con mixomatosis, con aquellos ojos saltones y esa cabeza desproporcionada que estaba echando. Aquello podría tratarse de uno de sus sueños febriles que amenazaba con indigestión. Sobre todo cuando las palabras de su hija se mezclaban con las de la televisión. En las noticias, un portavoz de la conferencia episcopal declaraba que si había habido algún abuso en el seno de la iglesia, así era el fútbol, que habían ido a jugar, que son once contra once y que, instalada una alarma, hubieran avisado de inmediato a uno de sus agentes. De todos modos, entre los cortinajes del sueño, Lucrecia no atinaba a entender bien y menos con las voces de su hija que le instaban a contestar:
- ¿Cómo me vas a escuchar con el volumen que tienes en la tele? ¿Dónde está el mando que le baje? ¿Otra vez te has sentado encima?
- Hija, me tratas de torpe. Cualquiera se puede quedar dormida después de comer. Además, estaba teniendo una pesadilla absurda. Tu hermano hablaba con acento sudamericano.
- No era una pesadilla. Tu hijo habla ahora así.
- Pero si es nacido y criado en Hinojosa del Duque. No salió del Valle de los Pedroches hasta que me saqué las oposiciones y me dieron plaza aquí.
- Acepta la realidad.
Las cortinas se abrieron de par en par. Una luz láctea invadió con agresividad la habitación. Se incorporó entornando los ojos, algo aturdida, incapaz de diferenciar lo soñado de lo vivido.
-Acepta la realidad, Lourdes. O Lurdes, como te dice tu familia. Tú no te llamas Lucrecia. Ya te he hablado del resultado de tu diagnosis. El tuyo es un caso meridiano contaminador de la percepción de la realidad debido a un trastorno conductual. Raro caso, sí. Pero que no te llamas Lucrecia.
- ¿Perdona? - Le dijo algo ofendida a aquel señor que le miraba grave y circunspecto, parapetado tras de una mesa de escritorio.
-No, no es una mesa de escritorio. Es una mesa de consulta. Concretamente es una mesa de consulta de psiquiatría. Tergiversas las cosas de manera semiconsciente. Por eso atribuyes a los sueños cosas que pertenecen al mundo de vigilia. Y viceversa. El tuyo es un caso atípico de sueños centrifugantes y de contaminación onírica. Salvo que tu caso, al contrario que en otros estudiados por este gabinete psiquiátrico, no proviene de ningún tipo de lesión en la zona espacio-temporal, sino por una razón tal vez volitiva. Es decir: porque te sale. Sí, no pongas esa cara, Lourdes Girón. Porque te da la real gana. Eso es lo que lo hace tan singular y te convierte en un extraño caso objeto de estudio, y en definitiva tan atractiva. Desde un punto de vista clínico, entiéndeme.
-Pero, doctor…
-Balmes.
-Sí, ya sé que se llama doctor Balmes, lo lleva puesto en la chapita de la bata, no me subestime tanto. Lo que le quiero decir con esos puntos suspensivos es que lo que me dice es muy…en fin. Me lo dice para que me lo trague sin agua siquiera.
-Repítetelo como un mantra: aceptar la realidad, aceptar la realidad, aceptar la realidad. Si te llaman Lu por Lurdes en la envasadora de conservas donde trabajas, y no Lu por Lucrecia en la Universidad que sólo existe en tus sueños, ¿Qué malo hay en ello?
- Nada. Es sólo que yo soy profesora de Lenguas Clásicas en la Universidad Popular Miguel Delibes. Cinco años de licenciatura, dos más en un máster, uno más curso de adaptación, tres para las oposiciones. Ahora estoy con el doctorado y…
- Y en tres años más lo sacarás. Sí, ya. Me lo has contado varias veces.
- Pregúntele a mi hija si no me cree.
- No tienes hijas. Ni un hijo rapero con los pantalones a media asta. Acéptalo. - Hubo un momento en que la mujer bajó la cabeza y miró hacia abajo. Tal vez abatida, tal vez queriendo buscar entre los pliegues de su falda un valle poblado de hierbas amables que le saludasen rozándole suavemente en los tobillos. Como cuando era niña y correteaba con la falda remangada por la espalda desnuda de la tierra. Y el aire estaba poblado de olores que eran sinfonía de aromas aún desconocidos y exóticos para ella. Una brisa que bajaba de la montaña e inundaba hasta las habitaciones más recónditas de su alma y se mecían como si sus paredes fuesen de papel de arroz.
- ¿Pero qué hace, Lourdes? ¡Por favor!
- ¿Emm?
- ¡Que se ha quedado usted dormida! Estaba roncando y me ha llenado de saliva el diván…Ande, levántese y pida fecha para nueva cita. Y que le aumenten la medicación. Está claro que a estas dosis no progresamos. Dios cómo me lo ha puesto de babas… ¿Ve, señora Lourdes Girón? Esta es la realidad. Y hay que aceptarla – dijo el doctor limpiando con un clínex el asiento, un diván muy mono y ortodoxo para el caso. La mujer se levantó y dijo:
- ¿Sabe a quién me recuerda…? A Eduardo Rosillo. Clavado. - y salió de la consulta. En el ascensor, súbita y fugaz como un insecto que pasa casi imperceptible por delante de los ojos, se le cruzó la duda. Como una sombra minúscula que se cruza inocente e insignificante y que sin embargo siembra una inquietud desmedida y tremenda: ¿Y si esto que estaba viviendo también era un sueño? ¿Y lo anterior? Y lo anterior y anterior y así sucesivamente en un túnel que la succionaba retrospectivamente en el tiempo.
- Aceptar la realidad, aceptar la realidad, aceptar la realidad. Repitió el mantra receta del doctor Balmes. Se sintió más sosegada y el aire de la calle le confirió serenidad. Aún así, una duda okupa quiso instalarse en su cabeza. “Aceptar la realidad”. Vale. ¿Pero cuál de ellas?
Un gato andando desde las ramas más altas de un árbol captó su atención. En un momento el felino pareció fijarse en ella de entre todos los transeúntes que pasaban por el bulevar. No sabía si la miraba fijamente como pidiéndole ayuda para poder bajar. O se jactaba ufano ante ella, mostrándole hasta dónde había sido capaz de subir.