
Resumen
Es un cuento que trata sobre una fallida operación militar del Ejército estadounidense contra los talibanes apostados en una zona montañosa de Afganistán, muy difícil de acceder. Toda la planificación erró desde un comienzo porque fue concebida, como es usual, desde la superioridad de occidente frente a los misterios y el entramado insospechado de culturas que no conocemos. Regiones apartadas y desoladas donde lo paranormal le hace frente a lo agreste.
Relato
Puerta en la cima
La misión no salió como se esperaba y ahora escalan para no pintar la nieve de rojo. Hace días que son perseguidos por un comando de talibanes que no persiguen su pasaporte americano sino su carne ya tostada por el brillo de la nieve. Dos graduados de Twentynine Palms Base corren, con la velocidad que permiten sus últimas fuerzas, hacia el sol en la cima. Darle la espalda a la humanidad por salvar sus vidas en las fauces del Noshaq.
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Los muyahidines que cerraron la montaña a los alpinistas por tres décadas, ahora cazan para no convertirse en presas. Su campamento, construido en una falsa cima, permitía una vigilancia perpetua sobre el comercio de Qazi Deh y controlar cualquier desembarco enemigo en el río Panj.
En las noches, según los reportes que hoy son información clasificada por los Estados Unidos, se veían hombres lanzarse como rocas al acantilado café con vetas blancas y, al llegar a la ruta de abastecimiento donde pamiris, kirguis y wakhis viven sus vidas lejos de Hollywood, se sacudían el polvo con un movimiento canino.
Esa facción talibán hace años que protagoniza historias de terror. Desde la guerra afgano-soviética, el Pentágono tiene sendos folios sobre islamitas de alta montaña que en las noches bien iluminadas ladraban ellos y no sus Kaláshnikov. Años después, en los campos de concentración, que el fundamentalismo ha provocado, los parias cuentan de devastaciones de aldeas a punta de colmillo.
La Casa Blanca, más por una cuestión estratégica que de salvación de presas, dispuso un equipo élite para seguirles la pista. Traílla o domesticación, pero el Panj debe ser liberado de fuerzas rebeldes y así hidratar una futura base invernal de las tropas siempre aliadas.
Satélites en la órbita con frecuencia eran emplazados para reportar los movimientos del misterioso regimiento en el corredor de Wakhan, una ruta de seda en la punta occidental del Himalaya. Los datos le permitieron a la CIA intuir que los talibanes eran gárgolas sobre el valle del Hindu Kush, por lo que había una gran oportunidad de atacar en la espalda que no cuidan, frente a las grandes crestas del Noshaq.
La misión era sencilla para aquellos prestigiosos militares. Rutina para los marines que se gradúan en la base californiana donde la mezcla de salitre del Pacífico y la arena del Mojave naufraga en el sudor de espaldas que bajan y suben con cada flexión. El helicóptero despegó desde la base aérea de Bagram.
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Un pequeño grupo de 12 hombres bajaron como los Birkebeiner de Knud Bergslien. La muerte con esquíes, estrategia militar utilizada por los soviéticos para aniquilar a los nazis en Leningrado, fue el plan trazado para hacer que una treintena de lobos se abrazaran con Alá.
La batalla se libró antes del mediodía. El primero en rendirse fue el helicóptero. M16 abandonados como atunes en el mostrador de una pescadería. Esquís de kevlar mordidos como paletas. El rastro de sangre en la nieve con pisadas de una almohadilla y cuatro garras. Una docena de talibanes sobre el terreno y cuatro cadáveres de una especie de lobos. ¿Los americanos? No hubo registro posterior al matadero. Vísceras indistintas sobre radios y uniformes cargo blancos.
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Texas y Iowa corrían raudos hacia el sol en la imposible cima. Mover los párpados era una tortura. Los lobos se distrajeron con los despojos de sus compañeros por lo que llevaban una ventaja de quizás 40 minutos o media hora. Abandonaron sus equipos por la nieve que espesaba. La munición resultó inútil ante una misión con un componente supernatural que no se tuvo en cuenta. Gritos indistintos en pastún se acercaban.
En el ocaso se rindieron por las nauseas, la migraña y el cansancio. El mal de altura le abrió la puerta a la resignación. A través de los binoculares se veía el final. Sombras en arrastre bajo junto a lobos con los hocicos escarchados subían hacia ellos. Iowa sacó una Colt 45.
—Me quedan ocho. Reservo dos —Texas asintió.
Cuando los ladridos ya estaban a la vuelta de una hilera de queñoas a escasos 50 metros, un extraño balido a sus espaldas.
El par de soldados divisaron a una cabra dorada con chivera blanca que eclipsaba al sol. Estrellaba sus cuernos contra una roca y la pateaba con sus patas. Desesperada, como señalando algo.
Balido tras balido los americanos lo vieron como una última señal del destino. Osadía, alucinación o el último aliento de locura antes del final. Texas y Iowa corrieron hacia el animal en medio de disparos de AK47 y el rugir de unos lobos del tamaño de un tractor.
Al llegar a la roca, la cabra observó desde su tarima a la horda y esta se detuvo. Lobos y combatientes congelados, a la espera de lo que pasaría. Iowa hizo palanca con una rama y Texas empujó la piedra. En un hoyo con algunas ramas secas, un baúl con una rara inscripción.
דֶּלֶתARARAT ࿗࿘
Los americanos no le dieron importancia y abrieron el cofre como si una extraña fuerza se los ordenara. En su interior un puñado de leña que parecía grandes astillas de canela. Los talibanes ya no estaban. Tanto Iowa y Texas alzaron los maderos que se iluminaron con los rayos naranjas de un sol que ya decía adiós y, al alzar sus miradas, la cabra estaba rodeada de mamuts, cebras, jirafas, osos panda y un sinnúmero de animales que los veían como dioses.