
Resumen
El anonimato en Internet
Relato
MUNDOS PARALELOS
Laura se despertó dolorida y entumecida. Una fuerte humedad la envolvía por completo. Totalmente desorientada, no quiso abrir los ojos. Se sentía asustada. Solo recordaba que era sábado y que había salido de casa por la mañana sin rumbo fijo. Pensó que era mejor mantenerse quieta hasta estar segura de que estaba sola y fuera de peligro. Estaba decidida a averiguar qué le había pasado. Y por qué. Le costó enhebrar recuerdos porque la cabeza le explotaba de dolor. Poco a poco las imágenes viéndose a ella misma ese día empezaron a volver a su mente. Y, soportando agudas punzadas de dolor que a intervalos parecían querer taladrarle el cerebro, continuó esforzándose en hacer memoria.
Lo cierto es que, desde hacía ya varios meses, vivía en un estado de felicidad permanente. Porque ella ya solo pensaba en Puerto Rico, el chico tan encantador que había conocido por internet. Verlo tan atractivo en aquellas fotos, le gustó desde el primer minuto. Pero para Laura no fueron lo más importante porque era consciente de que podían ser falsas. La personalidad de Puerto Rico fue lo que le cautivó. Era un chico adorable que siempre tenía dulces palabras. Lo que le decía y cómo se lo decía eran algo totalmente nuevo para ella, acostumbrada a sus compañeros de colegio. Y por eso le resultaba tan fascinante. Vivía por y para él.
Los últimos meses se los había pasado en su habitación casi todo el tiempo. Laura, la chica más simpática y animada de la pandilla, la que siempre se apuntaba a un bombardeo, vivía encerrada entre cuatro paredes. Apenas salía de casa. Había cogido miedo al virus desde que murió su madre hacía ya ocho largos meses. El maldito virus se la arrebató cuando más la necesitaba. Era fisioterapeuta en una residencia de mayores de Puerto Banús. Pero pasado ese tiempo de duelo, Laura superó su pérdida y decidió que quería disfrutar de la vida a tope. Fue entonces consciente de que no se podía vivir cómo si se llevara otra vida dentro de una maleta. Había que intentar disfrutar todos los días. Había que arriesgarse a ser feliz. Sin miedo.
Y en esta coyuntura fue como Laura se lanzó de cabeza a conocer gente nueva. Antes, nunca habría chateado con alguien que no fuera de su entorno más cercano. Su padre siempre le había insistido mucho sobre los peligros de la red. Solía ser un poco pesado cuando le repetía que, mientras que en la calle podías ver si alguien quería agredirte o insultarte, el anonimato de internet hacía imposible saber ante quién estabas realmente y, menos aún, cuáles eran sus verdaderas intenciones. Una y otra vez le decía que solo se metiera en redes para comunicarse con sus amigos, profesores o familiares. Era muy tajante en esto último, sobre todo desde que enviudó. Empezó a ser extremadamente sobreprotector con su hija. Pero ahora, Laura sí que quería entablar conversaciones con desconocidos, sin tener que desvelar su identidad ni su imagen real. Se creó un perfil en redes, utilizando un par de fotos de una influencer americana que le encantaba. Eran en blanco y negro, muy artísticas y poco pixeladas. En ninguna se veía su rostro. Al igual que aquellas imágenes, su nombre, Sirena Negra, resultaba sensual y algo misterioso. Era su avatar. Le hacía sentirse segura en esa ignota nebulosa virtual de las redes sociales.
Hacerse fotos y enviárselas a Puerto Rico le parecía, no solo algo rompedor y contrario a las estrictas reglas establecidas por su padre, sino también divertido y extremadamente excitante. Aunque al principio a Laura le chocó bastante, gracias a Sirena Negra fue acostumbrándose a esta dinámica. Todo empezó con preguntas inocentes, pero insistentes, sobre cómo iba vestida, su pelo, piernas, manos, pecho, culo… Poco a poco, sus conversaciones fueron tocando temas mucho más íntimos y subidos de tono, para llegar a convertirse en monotema.
Como Laura nunca había tenido novio o algo parecido, tuvo que inventarse muchas cosas para que Sirena Negra pudiera responder a las preguntas de Puerto Rico. Aparte de las cosas que sabía por sus amigas, descubrió muchas más gracias a vídeos eróticos que circulaban por la red.
Junio llegaba a su fin y Laura cumpliría quince años. Caía en viernes y este cumpleaños sí que pudo celebrarlo con su padre yendo juntos de compras y a cenar fuera. Una repentina ola de calor había hecho imprescindible sacar la ropa de verano y Laura aprovechó para comprarse varias prendas en su tienda favorita. Pidió a su padre que la esperara en la cafetería de enfrente tomándose algo porque quería probárselo todo sola. Y, antes de que su padre empezara con la cantinela de siempre pidiéndole que no tardara mucho, ella le dio un beso y lo empujó fuera de la tienda prometiéndole que esta vez no tardaría más de veinte minutos. Fueron casi tres cuartos de hora. Después de cenar y de pasar una tarde increíble con su padre, este la dejó delante de la puerta de casa y se fue directo al hospital. Tendría guardia todo el fin de semana hasta el lunes a primera hora. Desayunarían juntos antes de que ella se fuese al colegio y él a descansar. Se dieron un fuerte abrazo. Su padre no arrancó el coche hasta que Laura entró al portal. Siempre tan protector.
Una vez en casa, Laura apenas había empezado a guardar su ropa nueva cuando recibió un mensaje de Puerto Rico. “Mi niña, llevo pidiéndote ya muchas veces imágenes picantes…no te lo pienses tanto, es muy sencillo. Mira, separa las piernas, enfócate bien y dispara. Y si quieres dármelo todo, presiona el botón de vídeo mientras te lo tocas todo y te corres. Llevo demasiado tiempo esperando. Hazlo de una vez”. Nada más leerlo, Laura se puso a llorar desconsoladamente. Estaba muy nerviosa y tuvo que sentarse. No se esperaba un mensaje como aquel de Puerto Rico. El chico que la encandiló con su ternura era ahora arisco, antipático y grosero. Además de muy insistente. Laura cerró los ojos, respiró hondo y se transformó en Sirena Negra. Estaba decidida a agradarle en todo. No quería perderlo. Recogió su habitación, escondió sus peluches de la infancia que aún guardaba y bajó las persianas. No podía aparecer nada de Laura porque Sirena Negra entraba en escena. Se metió de lleno en su avatar.
Sacó fotos y grabó vídeos mostrando el contorno de su pecho, cintura y piernas, sin enseñar su rostro. Hasta este momento nunca había sido consciente de lo atractivo que podía resultar su cuerpo. Sintió que su autoestima estaba por las nubes. Se había hecho cientos de fotos. Con los vídeos fue algo más difícil. Necesitó acudir a algunos tutoriales para aprender a masturbarse. Los vídeos fueron subiendo de nivel y siendo, cada vez, más explícitos. Y, orgullosa de todo aquel material pornográfico, Sirena Negra decidió enviárselo y desaparecer de la escena. Y fue entonces cuando Laura fue consciente de lo que acababa de hacer. Y, por segunda vez el día de su cumpleaños, se echó a llorar amargamente. Estuvo así un buen rato hasta que, más tranquila y desahogada, se dio cuenta de que era más de medianoche. Se lavó la cara, los dientes y, sin ponerse el pijama de ositos y corazones que tanto le gustaba, se acostó tal y como estaba. Se sentía avergonzada de ella misma.
Nada más despertar, se duchó, desayunó y salió a dar una vuelta. Necesitaba respirar. No quedó con ninguna de sus amigas. Les escribió que no se sentía bien y que se quedaría en casa a estudiar. A su padre le mandó un mensaje diciéndole que se iba a la playa con las amigas. No quería que nadie la molestara. Quería estar sola y pensar. Sintió que Sirena Negra había sido una romántica empedernida mientras que Puerto Rico solo había buscado excitarse sexualmente gracias a ella. Su dulzura y encanto iniciales habían sido un burdo engaño para conquistarla.
Sumida en estos pensamientos, siguió andando. Giró a la derecha hacia la calle padre Francisco Echamendi para continuar por Plaza de África en dirección al Parque de la Alameda. Allí no se encontraría con sus amigas. Todas estarían disfrutando de aquel día en la playa. Y cuando se disponía a cruzar la Avenida de Ramón y Cajal, recibió un mensaje de Puerto Rico. Quería quedar con ella esa misma tarde, después de la hora de comer. Y era muy urgente. Necesitaba tocarla y sentirla de verdad. Sin pantallas. Había llegado el momento de verse cara a cara.
Casi se le cayó su recién estrenado iPhone 13, cuando un conductor impaciente le tocó el claxon nada más ponerse el semáforo en verde. Descolocada como estaba con aquel mensaje, Laura se había quedado clavada en la mitad de la avenida. Volvió sobre sus pasos porque ahora iría en dirección contraria. Acudiría a su primera cita con él en persona. Confió en que Puerto Rico haría lo mismo ya que fue él quien se lo había propuesto. Y mientras caminaba rumbo a su nuevo destino, las dudas volvieron a atormentarla. Quizás este último mensaje diciendo “quiero verte en Pecho Redondo”, podría ser resultado del corrector ortográfico del móvil y lo que Puerto Rico quería haber escrito era “quiero ver tu pecho redondo” …Por otro lado, la Cueva de Pecho Redondo quedaba cerca del núcleo urbano, a la vez que lo suficientemente alejado como para estar tranquilos y sin ser molestados por nadie.
Llegar a pie hasta allí le llevaría casi una hora, pero si cogía un autobús podría llegar en menos de media hora. En diez minutos el L-79 pasaría por una parada que le quedaba a mano. Mientras se acercaba, empezó a sentir que su nerviosismo la empezaba a bloquear. Por unos instantes se planteó dar media vuelta y volver a casa. Tal vez no debería quedar con Puerto Rico en un lugar tan apartado.
Decidió montarse en el autobús. Aunque iba vacío, se sentó al fondo, subió el volumen de la música y cerró los ojos. No quería pensar en nada. Quería conocerlo. Por suerte le había pedido al conductor que la avisara de su parada ya que se quedó dormida.
Una vez allí, bajó y se dirigió a su cita clandestina. Conocía bien Sierra Blanca porque de niña solía ir mucho. A su padre le encantaba correr por aquellos parajes mientras ella y su madre caminaban. Y pensando en cuánto tiempo había pasado desde entonces, llegó a la entrada de Pecho Redondo, ahora clausurada, y se sentó. Solo entonces fue consciente de que era Laura, y no Sirena de Negra, quien estaba esperando a Puerto Rico. ¡Cómo no se había dado cuenta antes!
Empezó a sudar y a llorar. Tenía miedo. Quiso entrar por los barrotes de la cueva para intentar esconderse. Casi lo consiguió, pero ya era tarde. Los pasos y la respiración acelerada de alguien a escasos metros la hicieron girarse. Nunca hubiera imaginado verlo allí.
— ¡Laura, hija! ¿qué haces aquí a estas horas? ¿No ibas a la playa hoy con tus amigas? ¿Quién te ha traído? ¿No es este un sitio un poco alejado del centro?
— ¡¡¡Papá!!! Vaya susto que me has dado.
— Muy bien, vale, lo siento… ¡pero contéstame!
Laura no había visto nunca a su padre tan descolocado e inquieto. Toda su vida había sabido mantener la calma. Jamás perdía los nervios.
— ¿A qué pregunta, papá? Porque te recuerdo que me has hecho cuatro a la vez…
— Pues a todas, Laura.
Gruesas gotas de sudor caían de la frente de su padre.
— Oye, papá ¿y tú qué haces aquí? Porque este fin de semana hacías guardia en el hospital ¿no?
Se miraron a los ojos y todo quedó claro. Ya no había necesidad de seguir hablando.
Laura ya no recordaba nada más. Aullando de dolor, decidió abrir los ojos, levantarse y escapar de allí. El primer golpe le había hecho perder el conocimiento hacía varias horas. Ahora, el segundo golpe del monstruo le cerró los ojos para siempre.