«DRONES»


Autor: ZORZAL

Fecha publicación: 10/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Un dron atraviesa el bello paisaje de Espot y produce un extraño hecho al intentar fotografiar a una diva. El final, con un toque fantástico, intenta dejar una reflexión sobre estos aparatos en el futuro.

Relato

DRONES

La posición de las mariposas entre las colecciones se parece a la de los drones entre las exhibiciones domingueras, desde los puentes de perfecta curva románica que cruzan los ríos de la comarca. Se asemejan también a las mascotas domesticadas que vuelven al lado de sus amos con sólo una señal.
Del mismo modo, el de las moscas entre los insectos es equivalente a la de los drones entre los inventos, ambos tienen ojos con miles de sensores, antenas, vuelan, se meten sin permiso en todas partes, pueden ser destruidos por un escobazo y generan el rechazo de los humanos adultos que se sienten vigilados, porque los niños juegan con ellos con la ilusión de que son juguetes inocentes. Podría afirmarse también, que la posición de los drones entre los humanos es igual a la de los hombres entre los cancerberos que vigilan sin ser vistos, una forma de poder ya enunciada y comprobada.
Los hay diminutos y bienhechores que deambulan en torrentes sanguíneos que escudriñan, diagnostican, corrigen, fotografían y salen victoriosos de cuerpos enfermos que han sido sanados dejando apenas un rasguño en la piel. Benditos sean.
Uno de estos aparatos cuyo dueño estaba lejos y oculto, como la mayoría de ellos, deambulaba oteando los patios y las terrazas, se elevaba, descendía, se quedaba aleteando en un punto fijo, como los colibríes, pero sin buenos augurios ni inocencia. Algunos que lo divisaron emergiendo de la nube baja que envolvía los cerros supusieron que estaba destinado a fotografiar los encantos del lugar, que eran muchos… que son tantos. Sobrevoló el grupo de niños que pintaba las aguas del Lago San Mauricio, con sus pinos, sus transparencias, su cuadro reflejado en el espejo de su esplendor de calma. Otros supusieron que buscaba filmar la lucha de los deportistas con las aguas bravas del Noguera, o la caída tornasolada de las cascadas que desparramaban su belleza como los velos de hadas escondidas entre las rocas. Lástima, nada de eso atraía los ojos raros del aparato.
La diva tomaba el sol calmo de la primavera, con una diminuta malla blanca, en su lujosa mansión alejada de la ciudad, de los ojos de los reporteros, de las audacias de los voyeristas, de cielos con pájaros de hojalata, de las cámaras de los buscadores de imágenes impactantes, especialmente si se trataban de cuerpos por donde el tiempo había triscado pieles y siluetas.
En la confianza de no ser vista, la bella mujer debía permitir que el sol se posara apenas sobre toda su piel y dejara la bendición de un dorado sin marcas, para filmar escenas de una película que así lo exigía.
Camuflado entre las ramas de un frondoso árbol, alguien, con el poder absoluto y anónimo de mirar sin ser visto, de comandarlo de lejos, había posado estratégicamente el dron, entre otros pájaros, que huyeron asustados a otro lado cuando el extraño invadió territorio sin permisos.
Todavía, el tiempo que podía permanecer en el espionaje era limitado, sobre todo si era necesario volar, ver, filmar, regresar. Apareció rápido el ojo rojo que parpadeaba indicando el nivel bajo de la batería, que exigía que el dron volviera automáticamente a su punto de origen.
Entonces sucedió, el aparato intentó elevarse, pero quedó enganchado entre las ramas que lo cubrían, con un extraño ruido de insecto atrapado. La diva se envolvió en su albornoz blanco y se acercó al lugar atraída por el zumbido y el desparramo que producía el artefacto. No lo dudó, tomó el rastrillo con que se juntaban las hojas en el parque y lo derribó sobre el césped con un certero mamporro, pero no fue suficiente, el aparato seguía funcionando, le pegó otro golpazo que, esta vez, lo arrojó dentro de una mata de flores. Maltrecho todavía, volvió a recuperar altura para estrellarse por fin contra los ventanales de la vivienda, como un moscardón atontado.
La reconocida actriz realizó una publicación del acontecimiento, solicitó la investigación del titular del dispositivo y sólo encontró “vacíos legales” que impedían la intervención de la justicia. Hexacópteros, drones, quadcópteros, vehículos aéreos no tripulados, muchos eran los nombres que le daban identidad, pero ninguna responsabilidad a los que operaban el sistema, que gozaban del más riguroso anonimato. No había registro de los propietarios de los invasores que, cada vez más, invadían todos los cielos, volando cada vez más alto, cada vez con más permisos para mirar, filmar, fumigar, limpiar, matar.
Los titulares de los diarios intentaron ser creativos para atraer la atención de las noticias sobre el incidente: “Suicidio de un dron”, como epígrafe en que el aparato se veía con sus alas quebradas. “Muerte de un dron” y la imagen reflejando su ojo de cíclope velado por una pantalla entreabierta.
Como es habitual, los aparatos tienen adoradores de Hefesto y detractores de Vulcano.
—Las guerras futuras serán entre drones, en campos de grafeno donde se desarrollarán las contiendas, en las que participarán robots y no seres humanos. Hacer la guerra será como saber jugar un videojuego diabólico.
—En los países desarrollados los drones limpian los vidrios de los rascacielos, no los operarios que dos por tres caen al vacío desde sus arneses. Además, son más baratos que las indemnizaciones— opinaban los calculadores de economías de recursos, sólo en dinero.
—Esta vez, la bella mujer pudo destruir el dron, que le impidió al aparato regresar al punto de partida antes que se agotara su batería, pero llegará el momento que se recargará a distancia y se recreará a sí mismo antes del final, como también lo harán las computadoras.
Eso de “crearse a sí mismo” sonó a dioses a los que habría que temer.
El dron fue retirado del parque de la diva y llevado a un depósito de aparatos secuestrados. Al otro día, el desparramo de chatarra que encontraron los que entraron al lugar era difícil de entender y de creer.
El dron secuestrado no estaba en el depósito, una de las banderolas pegadas al techo tenía los vidrios rotos. El aparato fue rastreado con radares y a través de imágenes satelitales, nunca más fue encontrado.
Los que entendieron bien eso de “crearse a sí mismo” se sienten atrapados en una película de terror pero no se amedrentan, siguen contando la belleza de un pueblo anclado al pie de los Pirineos que los niños y los adultos admiran, pintan y fotografían, orgullosos de mostrar al mundo sus encantos.

ZORZAL