Miriam


Autor: RUSADIRFENICIA

Fecha publicación: 19/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

He seleccionado aventuras, pero considero que es el eterno dilema del amor de una persona mayor y una joven. La historia queda ligada a ejemplos míticos de amores con diferencias de edades entre los personajes.

Relato

MIRIAM

Era un día de abril, pero parecía un día del mes de junio. Acababa de salir de una cafetería que se encuentra frente a una sucursal de un banco. Sentí algo especial, desde que la vi.
Un numeroso grupo de personas se encontraban delante de la oficina bancaria. Todas llevaban puesta una camiseta verde y portaban pancartas reivindicativas. Gritaban manifestando su descontento.
Unos policías que parecían armarios de hierro enfrente de ellos. En medio estaba ella. En primera fila de los reclamantes. Desde que dirigí mi mirada hacia el grupo de manifestantes llamó mi atención. Giró su cabeza hacia donde me encontraba. Su mirada se cruzó con la mía. Me recordó el cuadro de Vermeer y la novela de Tracy Chevalier sobre La joven de la perla. Joven, bajita, con unos bellos ojos de un azul claro como el mar en día soleado. Parecía de porcelana y en aquel barullo se podía romper en cualquier momento.
Mi corazón comenzó a latir deprisa. Pensé en unirme a la manifestación para ponerme a su lado y protegerla, pero no me atreví. No soy nada valiente ni osado, físicamente no tengo, como se dice vulgarmente, un «par de hostias». Permanecí quieto en el mismo sitio.
Los concentrados gritaban cada vez más. Ella era de las que más chillaban. En el interior de la oficina pude ver que había más camisetas verdes.
Se paraban personas llenas de curiosidad para ver qué pasaba, eso sí, a una distancia prudencial. Pensando, seguramente, poner tierra de por medio si se liaba. Yo permanecí en el mismo sitio, justo detrás de los antidisturbios. Una mujer mayor pasó, sin detenerse, mientras comentaba en voz alta: esos lo que no quieren es pagar. ¡Menuda panda de vagos! Mira, dijo un hombre en tono despectivo a la mujer que le acompañaba, la mayoría son inmigrantes. Yo veía personas y aunque desconocía lo de cierto que había en sus reclamaciones, pensé, en esos momentos, que, si se exponían tanto, alguna poderosa razón les asistía.
El policía que parecía que mandaba, acompañado de otro compañero, se dirigió hacia los concentrados. No pude oír lo que hablaba con uno de los manifestantes, que había salido de la oficina del banco. El protestante era un hombre maduro que llevaba barba y delante de unos pequeños ojos, unos lentes. Alto, entrado en carnes y años. Justo se situó delante de ella. Respiré y solté un suspiro de alivio. Ahora estaba protegida por el tipo grande.
Cuando los policías volvieron a la formación. El hombre que había hablado con ellos se volvió hacia los manifestantes gritando y con el puño en alto: ¡Sí se puede! Todos saltaban con los brazos levantados y le acompañaban en el griterío. La iban a aplastar. Me dije para mí mismo «joder alguien debería avisarla».
Al cabo de una hora, más o menos, empezaron a dispersarse. Posiblemente alcanzaron un acuerdo con la policía, para finalizar la protesta.
La perdí de vista. Yo permanecí como una estatua a que acabara todo. Se marcharon los armarios. Enfrente apareció ante mi atónita mirada todos los cristales del banco empapelados con el acrónimo de la organización a la que pertenecían. Lleno de curiosidad me dirigí hacia donde marchaban la mayoría de los manifestantes. Los seguí con la esperanza de ver a la joven. Los alcancé porque caminaban despacio. Nada, no la vi. Desapareció de mi vista.
Han pasado dos meses. Todavía recuerdo la joven de bellos ojos. Bajita y menuda. A mí siempre me habían gustado hermosas y altas. No sé qué me ha pasado. Muchas veces pienso, y nunca sin cierto miedo, en el amor. Me digo a mí mismo, «no me puedo enamorar, joder que no la conoces, no has hablado con ella», en un vano intento de intentar calmar mi ansiedad, pero no lo consigo. Su figura permanece en mi atolondrado cerebro.
Recuerdo la fábula para celebrar la victoria de Agatón: El Banquete: Amor y deseo, es de aquel impulso que conduce a todos los seres naturales hacia sus fines y también aquellos impulsos, más propio de los seres humanos, que tienden a aprehender y querer poseer lo otro, sea objeto o persona. ¿Me estará pasando a mí?
Vivo solo con la compañía de mi perrita. Me dedico, las muchas horas libres de las que ahora disfruto, a leer y pasear con Lluvia, mi Yorshire terrier.
Habitualmente acudo a algún bar, en vez de prepararme el desayuno. Me resulta más cómodo. Desde que vi a la joven de porcelana, con su piel blanquita, decidí acudir a desayunar al mismo bar. Por si sonaba la flauta. La única música que llegaba a mis oídos, en todo este tiempo, fue el ruido del televisor del bar. Siempre me ha molestado que tuvieran televisor y no un aparato de música. De hecho, el primer día que entré a desayunar decidí no volver más a aquel bar. Pero, ella apareció ante mí. Todo cambió en mi rutinaria vida. A veces me digo, mira que eres gilipoya. Según la RAE: adjetivo, malsonante. Especialmente necio o estúpido. Ignorante que no sabe lo que podía o debía hacer. Falto de inteligencia o de razón. Terco y porfiado en lo que hace y dice. Propio de la persona necia. No sé cuál de los calificativos me cuadra mejor. Hombre, todos no. Tampoco te victimices. Me quedo con lo de terco y porfiado. Sí, me quedo con esos calificativos. Me vienen que ni pintado. Terco y porfiado, porque hay que serlo para llevar viniendo dos meses a un bar, enfrente de un banco para ver si por casualidad aparece ella. Si así fuera ¿qué? ¿Saldrás corriendo detrás de ella? ¿Te harás el encontradizo?
Los seres humanos tendemos a complicarnos la vida. Todo esto que me está pasando es que se han revolucionado mis hormonas y me hacen hacer cosas que hasta hace poco ni se me habían ocurrido. En la tertulia de los martes, ni lo comento. Bueno, en realidad soy más de los que escuchan que de los que hablan. Para eso ya tenemos a Pepe, que encima es como un loro. Siempre repite las mismas experiencias que se reducen a dos: lo rebelde que dice que fue en la mili y sus caminatas buscando espárragos. Yo los cojo en el supermercado.
He leído en uno de esos libros de auto ayuda:
…lo primero es determinar si realmente es amor... A veces, sigue la frase en el libro, las emociones fuertes pasan en poco tiempo…
De verdad estoy enamorado o es simplemente una ilusión momentánea. Pero ¿por qué me fijé en ella?
Hay detalles que hacen sobresalir algo entre la masa o el grupo. Eso fue, posiblemente, por lo que acabé fijándome en ella. Recuerdo la historia de una foto publicada en un periódico de la llegada de inmigrantes en barco a primeros del siglo XX a Nueva York. Eran personas que viajaron en tercera clase. Todos los participantes en el posado se arreglaron sus pobres ropas y exhibieron la mejor de sus sonrisas, pero había una que cogió uno de los salvavidas que había en la cubierta y posó con él a la altura de su pecho. Fue muy comentado ese detalle. Cuando los lectores del periódico veían la foto, su mirada se dirigía hacía el pasajero del flotador. Era Charlie Chaplin, el futuro Charlot.
Nunca he pasado por una situación igual, a lo que me ocurre desde que la vi. No he sido un Casanova, pero la verdad no se me daba mal relacionarme con mujeres. Ahora ando desconcertado. Intentaré dejar aparcados mis pensamientos sobre ella. La separaré de mi mente. Hostias, que tú puedes. ¡Ánimo!
Estoy intentando ser racional y olvidar mi calentón mental. Me estoy volviendo tarumba como Don Quijote persiguiendo a su Dulcinea. Recuerdo una frase escrita por Lawrence Durrell en la novela Justine: «Muchas veces pienso, y nunca sin cierto terror en el amor de Nessim por Justine».
Ella, con lo guapa y joven que es, tiene pareja, seguro. Aparecen los celos. Se me está yendo el control de mi raciocinio. No consigo quitar de mi mente a mi Justine.
He comenzado a pensar en parejas famosas por sus amores imposibles. La primera que acude a mi memoria, por si ya tiene pareja, que no es mi caso, pero puede ser el de mi Justine, es la de Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla: los amantes de Teruel. Me está pasando como a Cupido con Psique. Lo que me diferencia es que yo no encuentro a mi desaparecida Psique.
Alguien, al que le cuente lo que me está pasando me diría: «tío este pueblo no es tan grande, ¿la has buscado?» Como un poseso. Me enteré dónde se reunían una vez por semana. En un pabellón. Me quedaba de pie en la última fila y buscaba, con la mirada, entre las muchas personas que escuchaban lo que los oradores les decían. Aunque, solo algunas frases se me quedaron grabadas: empoderamiento, estar juntos en la lucha para ser más fuertes, sí se puede… Pero a ella no conseguí volverla a ver.
Cuando acababa la reunión, asamblea la llamaban los convocantes. Aunque, en otro tiempo, en otro lugar, Solón, creó la ekklesia en la que todos los asistentes podían tomar la palabra. Fue el inicio de lo que se considera democracia. En esta asamblea, a la que asistí unas pocas veces, siempre hablaba el mismo personaje, de los que presidían desde una posición elevada, para dar consignas. Les decía a los asistentes que así se empoderaban.
Cuando acababa el mitin, yo salía el primero y me colocaba de manera que podía ver a los que abandonaban el acto. Nada. Cuando ya llevaba varias asistencias, me atreví a preguntarle a un hombre, que siempre estaba en la tribuna de oradores. El señor me preguntó si conocía su nombre. Me quedé un rato sin saber qué decir. Mentí.
―Me lo dijo, pero ahora no lo recuerdo.
―Bueno, por la descripción creo que será Miriam, por cierto, Miriam no viene porque trabaja de tarde. ¿Quieres que le diga algo, cuando la vea?
―No, no se preocupe, seguro que la volveré a ver. Muchas gracias.
Contesté lo que en aquel momento se me ocurrió para salir del atolladero. Volví a mentir. Manda narices, encima me estoy convirtiendo en un mentiroso compulsivo. Madre mía. A donde estoy llegando. Pero es que contra más esfuerzo hago para dejar de lado el recuerdo de la bella jovencita de ojos azules, me entran más ganas de volverme a encontrar frente a ella.
Cada día, cuando estoy solo con Lluvia escucho en casa la canción: I Will Always Love You:
Seguro que me está ocurriendo lo mismo que a Apolo con Dafne. Ha desaparecido y posiblemente se ha convertido en un laurel. También me pregunto si no será la diosa Mari, que aparece y desaparece.
Empezaba a abandonar la idea de volverla a ver, pero una tarde soleada, paseando por la Rambla del pueblo la vi que caminaba en dirección hacia mí. Mi corazón comenzó a latir aceleradamente. Dudé. Por un momento pensé en cambiar de dirección. Cobarde, tanto perseguir a tu amor platónico y ahora quieres huir. Me armé de valor y continué hacia el encuentro, al llegar ella, a mi altura, la saludé por su nombre:
―¡Hola, Miriam!
Me contestó con una expresión amable.
―¡Hola! ¿Nos conocemos?
―Sí, de la PAH.
Aquél encuentro dio pie para que aceptara que la invitara a un café. Ella, dio por supuesto que yo era de los suyos. Miriam me dijo que trabajaba en un cine vendiendo palomitas y chucherías, por eso no podía acudir a todas las reuniones. Me preguntó:
―¿Tú, que haces?
Le contesté:
―Mi profesión fue de profesor.
―Que interesante.
Noté en su mirada que le había gustado mi respuesta. Me preguntó:
―¿Cuál es tu problema?
Mientras la miraba más me enamoraba de ella. Le contesté:
―Mi problema es parecido a la historia del rey David, de Israel y la joven sunamita Abisag.