Miradas que no sólo miran


Autor: El hijo de la maestra

Fecha publicación: 11/01/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Cómo una mirada cambia en un viaje el rumbo de toda una vida.

Relato

MIRADAS QUE NO SÓLO MIRAN

Las 21:37. Aún no había comprando los billetes cuando se cruzaron nuestras miradas por primera vez. Una riada de gente inundaba la avenida Sancho el Sabio, probablemente proveniente del Estadio de Anoeta, donde aquel día jugaba la Real Sociedad uno de sus agónicos partidos. Todo parecía indicar, viendo su semblante triste y cariacontecido, que habían presenciado una nueva derrota de su equipo.

Ni siquiera pregunté por el resultado. Esos ojos de color verde marihuana me habían cegado por completo, y mi único interés consistía en volver a disfrutar de ellos tan sólo un segundo más. Sin embargo, su mirada, sensible y lasciva al mismo tiempo, se había perdido entre banderas y bufandas txuriurdines, las cuales poco a poco habían comenzado a dispersarse por las diferentes calles de la capital.

- Total, ni te conozco ni te volveré a ver –dije apesadumbrado y en voz alta, habiéndome olvidado por completo de mi acompañante, que, sorprendida y no sin cierto malestar, me preguntó:
- ¿De quién hablas?
- Cosas mías, cariño, da igual… –y saqué la cartera para comprar los billetes.
- ¿Qué haces? Yo tengo mi tarjeta, no hace falta que me lo tengas que pagar todo siempre.

Se nos asignaron los asientos 37 y 38. Miré el reloj para comprobar si me daba tiempo a tomarme algo antes de coger el autobús. Las 21:45.

- ¿Vienes conmigo? –le pregunté.
- No. Y no tardes, que te conozco…

Lo cierto es que nuestra relación no pasaba por su mejor momento. Y puedo asegurar que, al menos por mi parte, hubo amor, mucho amor, pero quizá habíamos dejado de confiar en nosotros. No recuerdo a quién le oí decir que el cristal y la confianza se rompían tan sólo una vez. Maldita sea, puede que tuviese razón.

Me pedí una cerveza bien fría, como siempre. Miré a mi derecha, fijándome en los demás clientes del establecimiento. Todos parecían lobos solitarios, sin hablar con nadie y con la mirada perdida. “Bueno, no soy el único”, pensé. Sonreí resignado, mientras seguía sumergido en mi pequeño caos personal.

Las 21:55. Apuré la bebida de un último sorbo y saqué un billete de 5 euros para pagar.

- Ay, campeón, parece que se te han adelantado… –se rió la camarera.
- ¿Perdón?
- Sí, chaval, sí. La chica que tenías a tu izquierda te ha invitado.
- ¿Cómo? ¿Quién? ¿Y dónde está? –pregunté, sin podérmelo creer.
- Ja, ja, ja… ¡Como sigas así te vas a quedar para vestir santos, figura! Venga, si te das prisa, seguro que la alcanzas, que a unos ojazos verdes nunca hay que dejarlos escapar… ¡Suerte!

“¿Ojazos verdes?”. Salí corriendo del bar, chaqueta en mano, entre las risas de los demás clientes. Lo que me faltaba. “Desgraciados, bastante tienen con lo suyo como para encima reírse de los demás…”. Pero la calle estaba desierta, no había ni un alma. “Maldita sea, otra vez se me ha vuelto a escapar”.

- ¡Mira qué hora es! Siempre igual… ¡Como perdamos el bus, te juro que se acabó! ¿Me oyes?

Era mi novia, que había estado esperando pacientemente fuera del bar con las maletas de ambos.

- Perdona cariño… Tranquilízate anda, y no te preocupes, que seguro que lo cogemos.

Afortunadamente, el autobús aún no había partido. Las 22:02. Dejamos nuestro equipaje en el maletero, y tras enseñarle los billetes al chófer, fuimos a ocupar nuestros asientos. Ella, como siempre, al lado de la ventana.

- Viendo la hora que es, no creo que se llene –le dije. – ¿Vamos a los asientos traseros? Estaremos más cómodos.
- Prefiero quedarme aquí. Vete solo si quieres.
- Bueno, cariño, no creo que…
- Venga, tío… –me interrumpió. – En el fondo es lo que queremos los dos, ¿no?

No le respondí. Cogí mi chaqueta y me tumbé en la última fila. “Definitivamente, esto se acaba”, dije para mis adentros, mientras me quitaba los zapatos. Lo peor de todo era que ninguno de los dos hacíamos ningún esfuerzo por darle la vuelta a la situación. La relación se moría poco a poco, y nosotros no éramos más que dos testigos mudos de todo aquello. “Quizá sea mejor así, antes de empezar a reprocharnos nada…”.

Me puse los cascos. Me apetecía escuchar música y evadirme por un momento de todo lo que me rodeaba. Era algo que hacía muy a menudo, y puede que fuese el único momento en el que conseguía sentirme más o menos bien:

«De sobra sabes que eres la primera
que no miento si juro que daría
por ti la vida entera, por ti la vida entera.
Y sin embargo, un rato cada día,
ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera».

“La primera en la frente”, pensé. ¡Qué canción tan preciosa! ¡Y qué verdad guardaban esos versos! Decidí sacar un papel y apuntarlos. “Cuando lo dejemos del todo, se lo enseñaré y así sabrá que, al menos, algo la quise…”. Las 22:25. Me acomodé aún más para intentar echar una cabezadita de media hora antes de llegar a nuestro destino. Me puse la chaqueta por encima, para abrigarme, y cerré los ojos.

Enseguida los abrí. Las 22:28. No había manera. Volví a recordar aquella enigmática mirada. Aquellos ojos verdes no hacían más que interrumpir mis pensamientos constantemente. Me estaban volviendo loco. ¿Realmente los había visto, o todo formaba parte de un macabro sueño?

- Además de guapo, poeta.

“¿De dónde habrá salido esa voz?”. Me levanté bruscamente. Mis ojos no daban crédito.

- Pe… pe… pero… –conseguí balbucear.

Era ella. ¡Era ella! Y, de nuevo, su mirada, sin duda la más bella que jamás había visto hasta ese momento.

- Yo también voy a casa –me dijo con una encantadora sonrisa. –Estaba delante del todo y te he visto subir.
- Pues no… no me he fijado.
- Escribes muy bien.
- Esto… es una canción de Sabina. Me gusta mucho esa canción y por eso la he escrito.

Sonrió aún más.

- Se nota que eres un chico muy sensible.

Busqué rápidamente con la mirada el asiento donde se encontraba mi novia. Dormía plácidamente, con la cabeza apoyada en la ventana. “Buf…”. Respiré aliviado.

- Es muy guapa –dice ella.
- Lo sé, lo sé…
- ¿La quieres?

No respondí a su pregunta.

- ¿Por qué me has invitado en el bar?
- Porque me he fijado en tu mirada. Y esa mirada era de angustia.
- ¿De angustia? ¡Pero si no me conoces de nada! –exclamé, sorprendido y algo incómodo al mismo tiempo.
- Las miradas no sólo miran, también hablan.

Esa respuesta me dejó perplejo.

- No hace falta conocerse para saber leer los ojos y hablar con ellos –siguió hablando. – Desde que nos miramos por primera vez quise conocerte.
- ¿Pero por qué?
- Porque tu mirada me habló. Al igual que lo está haciendo ahora.
- ¿Ahora? ¿Y qué te está diciendo ahora?
- Que no eres feliz. Que tienes unas ganas tremendas de cambiar tu vida. Y que te morías por ver mis ojos una vez más.

“Venga, va…”. Me fastidiaba reconocerlo, pero en cinco minutos me conocía mejor que nadie.

- Mira, yo…
- No digas nada –me interrumpió amablemente. – Sólo haz lo que te apetezca hacer.

Se acercó aún más. Mi corazón parecía que iba a estallar de un momento a otro.

- Te agradezco todo esto, de veras, pero no sé yo si…
- Yo sí lo sé. Y quieres hacerlo.

Miré de nuevo a mi novia. Seguía dormida. Las 22:51.

- Un viaje en autobús o en cualquier otro medio de transporte no sólo hace que cambies de ciudad. También puede hacerte cambiar la vida, aunque sólo sea durante cinco minutos.

“Ésta tiene que ser psicóloga por narices”, pensé. Volví a mirar el reloj.

- ¡Qué carajo!

Me armé de valor. No tenía nada que perder, ¿no?

Y la besé. Y me besó.

Y nos besamos. Y nuestros labios se buscaron como los de dos adolescentes que se bebían por vez primera, como los de dos niños que jugaban a ser mayores, como si fuésemos los únicos seres en la Tierra, como si nadie más existiese a nuestro alrededor.

Separamos nuestros labios por un instante para mirarnos, para hablarnos. Aquellos ojos verdes, que me habían regalado los besos más apasionados y hermosos de mi vida, comenzaron a hablarme. Incluso esa voz, la que salía por sus ojos, me pareció la voz más dulce que jamás había escuchado hasta ese momento.

Las 23:13. El autobús había llegado a su destino.

- ¡Despierta, mangarrán!

Era mi novia. ¿Mi novia?

- ¡¿Cómo?! –exclamé.
- ¿Cómo que cómo? Te has tumbado y te has dormido, como siempre.

¡No me lo podía creer! ¿Había sido todo sido un sueño? ¿Un maldito, puñetero y mísero sueño?

- Coge la chaqueta, que siempre te olvidas de ella y luego pasa lo que pasa.

“Esto no me puede estar pasando a mí…”, me lamenté. “¿Cómo puedo tener tan mala suerte en esta vida?”.

Bajamos del autobús para recoger el equipaje del maletero.

- ¿Qué es ese papel que tienes en la mano? –me preguntó mientras caminábamos a casa.

Se refería al papel donde había escrito los versos de la canción de Sabina. Volví a leerlos, y al doblar el papel para meterlo en el bolsillo de mi chaqueta, me di cuenta de que había algo escrito en la parte de atrás:

«Por cierto, mis ojos no son verdes. Uso lentillas.
Como te dije, con la mirada, además de mirar, puedes hablar.
Pero también puedes ver el mundo del color que te apetezca».

Me empecé a reír. “En fin…”.

- Cosas mías, cariño, da igual… –y lo guardé.

Nunca más la volví a ver, si es que la llegué a ver alguna vez. No sé si lo que me ocurrió fue realidad o un simple sueño. Pero lo que sí sé es que ese viaje en autobús consiguió cambiar mi vida, aunque sólo fuera durante cinco minutos. Y no sólo eso. Me enseñó a vivirla de otra manera, a verla de otro color.

Y a hablar con la mirada. Con la mirada que no sólo mira.