MI VANE YA NO VIENE A LOS VISES


Autor: BÁMBOILA

Fecha publicación: 15/02/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

REFLEXIONES DE UN PRESO EN TORNO A SU VIDA SENTIMENTAL

Relato

MI VANE YA NO VIENE A LOS VISES. PSEUDÓNIMO: BÁMBOLA

Mi Vane ya no viene a los vises. Ya no viene. Antes no fallaba nunca y yo tachaba los días con cruces grandes en un almanaque de la Virgen de Regla, colgado con celo en la pared del fondo, con ansiedad de adolescente. Iba borrando los números que faltaban para verla otra vez; pero ahora mi Vane ya no viene. Cuando se acercaba la fecha del vis a vis me daba calambre cada hierro que tocaba, como si estuviera cargado de luz eléctrica, pero no era luz, era el deseo que se me cuajaba en los circuitos de la sangre y en las coyunturas y ya no me dejaba parar hasta que la abrazaba y nos desnudábamos como dos fieras hambrientas -para aprovechar mejor el tiempo- sobre el camastro de los vises.
Yo le daba, a lo mejor, lo que podía para que fuera tirando en mi ausencia, entre setenta y noventa euros aproximadamente; bueno, y le firmaba un cheque para el alquiler del piso. Así hasta la última vez que vino, en la que sólo le di los veinte euros que me quedaban además de media mensualidad del arrendamiento y, ante su extrañeza y su llanto, ¡pobre!, le dije que ya no tenía más.
No me coge el teléfono, que siempre comunica cuando la llamo –debe ser porque ha empeorado su madre o porque haya cambiado de compañía, para ahorrar un poco ahora que estoy sin blanca, y que la nueva operadora no tenga cobertura en la trena, aunque ahora que lo pienso, soy yo el que llamo desde un fijo siempre- y por eso no sé lo que pasa para que no haya venido desde entonces a los vises mi Vane, porque no he podido hablar con ella y que me explique.
No me creo lo que me dice el Chino:
- Esa se ha buscado algún macarra cabronazo y te ha hecho la pirula- porque eso sí, ella es única para complicarse la vida y elegir lo peor siempre, y si no véase mi ejemplo. Se me llevan los demonios cuando pienso que se puede haber encamado con otro, porque no creo yo que le haya pasado nada malo; el mundo está como está, loco de remate, y una mujer de bandera como ella -y con pocos prejuicios y esas minifaldas- lleva el peligro tatuado en la parte recia de los muslos por algunos barrios pero, aun así, yo sé que mi Vane sabe cuidarse sola de los hijoputas.
Tengo una foto de los dos juntos, todavía como recién revelada, un retrato de cuando fuimos a Alcalá del Júcar el otro verano y nos bañamos en la presa. A mí no me hace falta sacar de la cartera la foto para recorrer su rostro con la punta de la lengua y sentir su carne fresca y lasciva. Y cuando cierro los párpados es como si proyectara su imagen en las paredes de la celda, cada vez que me acuesto, como si mis ojos fueran una cámara de cinemascope.
El Chino se cree que sigo colgado de ella porque a veces se me escapa un suspiro cuando me pienso que él duerme en la litera de arriba. Siempre suelta lo mismo:
- ¡Paco, coño, pareces tonto con la tía esa! ¡Pasa ya, collons!
El Chino siempre dice “collons” para decir “cojones”, me cuenta, desde que hizo la mili en Berga, y cualquiera podría hacer un chiste fácil con ambas palabras en una misma frase, pero yo no soy nada gracioso y no quiero que el Chino se mosquee conmigo, que tiene muy mal pronto y es muy susceptible, o como quiera que se diga, aunque en el fondo no es malo. No le contesto nunca, pero debe interpretar mi silencio como que doy por buenos sus comentarios, por aquello que dice el refrán de que “el que calla otorga”. Luego me duermo pensando en sus labios mórbidos –no, en los del Chino no, en los de mi Vane- y pongo los míos como entreabiertos, dibujando medio beso en el aire de la celda y, sin darme cuenta, me acurruco, me hago un cuatro y abrazo la almohada con pasión y con deseo, como si la almohada fuera el molde del cuerpo de mi Vane, esperando el otro medio beso.
En tan poco espacio la intimidad abruma y sobrecoge. Yo había visto películas de cárceles, series americanas casi siempre y a Luis Tosar haciendo de Malamadre, pero no tienen nada que ver con esto. En algunas cosas se mejora, pero en otras muchas uno siente, como nunca los había sentido antes, la soledad más rastrera y el abandono en su alma; y se concibe más chico que una hormiga en un pasillo donde corren elefantes ciegos que se pelean por aplastarte.
Cuesta sobrevivir con poca guita –ahora ninguna- y, si no andas listo con las juntas, te puedes meter en un infierno sin saber qué has hecho para que te rajen en cualquier pasillo -con el mango afilado de un cepillo de dientes o con un cacho de botella- los secuaces de cualquiera de los mandamases. El poder no tiene cura y aflora entre las rendijas de las cloacas como ésta. No hay barrote que lo aísle, ni represalia que lo acobarde, ni valen las medias tintas. O estás a favor de lo que sea o de quien sea, o estás en contra de lo que sea o de quien sea, con todas las consecuencias, ventajas e inconvenientes. Aquí, como en todos sitios, hay muchas luchas intestinas y muchos intestinos en las luchas.
Mi único delito fue quererla como no debería permitirse a nadie, querer hasta que duele el tuétano y se siente un vacío en el final de las tripas que, de no estar operado, se confundiría con una apendicitis. Y por ese amor quise darle todo lo que nunca habíamos tenido en esta puta vida, ni ella ni yo. Y no pienso en cosas sofisticadas como esos a los que se les va la olla y piden en los cumpleaños gilipolleces: viajes a Cancún o un Ferrari testarrosa, una isla desierta llena de cocoteros o un palacete con quinientos metros cuadrados de jardines y fuentes con muchos angelotes gordos que mean agua sobre las ovas. Yo quería un sitio decente donde vivir con ella, algo un poco más grande que una pajarera, no más; sin ambiciones desorbitadas ni lujos de los que se descargan solos, por internet, sin que te des cuenta y sin saber de dónde sacan tus datos. Propagandas que te calientan el bombo y te recuerdan lo mierda que eres y las pocas salidas que te van dejando la vida y sus miserias.
Nos podíamos apañar con muy poco: saloncito y cocina americana, total, ninguno de los dos sabemos guisar ni un huevo frito; un dormitorio en el que entrase una cama de noventa y un armario sin puertas para dejar las camisas y los suéter, las bragas y los calcetines, que tampoco tenemos el vestuario de un duque; un cuartillo de baño donde quitarnos la cascarria y un inodoro, pero inodoro de verdad, no de esos que devuelven los olores guarros multiplicados por cuarenta y se atrancan cada dos por tres.
Hasta creo que en esta celda sería feliz con mi Vane si una mañana me despertara y me encontrase con sus labios haciendo el molde del otro medio beso en vez de verle el careto al Chino. Pero a uno como yo hay poca gente que le dé trabajo o, mejor, hay poca gente que le pague con justicia por lo que trabaja. No me salían las cuentas y casi gastaba más de lo que ingresaba con la nómina de camarero. Así que empecé a frecuentar atajos para juntar perras y poder llevármela a un apartamento de alquiler. Contacté con un distribuidor de poca monta que me recomendaron unos colegas y cuando me preguntó que a qué estaba dispuesto yo le dije que “a tó”, y lo miré fijamente con cara de Al Pacino. Lo que pasa es que hubo un malentendido, seguro, un malentendido que ahora, con el paso de los meses me hace gracia. El caso es que me equivoqué de mercancía y no podía con el peso. Llevaba una –y gracias- arrastrando por los pasillos de los portales y ensuciaba el suelo con rayas anaranjadas y algún desconchón en los quicios, también del mismo color. Eso y la mala imagen que ofrecía en el vecindario hicieron que me despidieran antes de la semana. Me dieron cien euros y gracias, pero yo agarré un dolor en la columna que, cuando se nubla, aparece como el Guadiana y solo se me quita, antes con los masajes de mi Vane y ahora a base de nolotiles. Hombre soy muy hombre, pero sin fuerza ninguna en los brazos. Debe ser genético. El Chino se “descollona” cada vez que le cuento la anécdota del butano.
Desde ese momento comprendí que lo mío debía ir por otros derroteros menos legales y dar un paso al frente en el mundo del dinero fácil, aun sabiendo los riesgos que comporta saltarse el Código Penal. Por eso me ofrecí como sicario a una banda de narcos que enseguida vieron en mí potencial suficiente, porque les oí cuchichear entre ellos:
-Como matón ni de coña, pero de mula sí. Con esa cara de cipote nadie lo para.
Me aflojaban doscientos euros por cada viaje, más dietas y hotel, de Marruecos a Algeciras. Siempre he sido muy ingenuo para afrontar la realidad y cada vez que les preguntaba algo se partían de risa conmigo, como cuando les dije que si estaba de alta en la Seguridad Social para ir al ambulatorio por lo de la espina.
Realicé más de noventa travesías hasta que se me reventó una bellota en el estómago y estuve a punto de cascarla. El hospital dio parte a las autoridades y, tras ofrecerme un trato como infiltrado, las llevé al núcleo dirigente de la actividad delictiva, como les gusta llamar desde dentro de las comisarías a estos canallas. Por mi culpa detuvieron a todo el clan y, para que no sospecharan de mí, para disimular, el juez decidió que lo mejor era meterme en chirona hasta que se olvidara el asunto.
Y aquí llevo ya quince meses de los nueve años y un día que me impusieron como condena de favor para disimular mi chivatazo y que no sospecharan de mí los malos. Era eso o convertirme en testigo protegido de la policía y cambiar de identidad para siempre. Yo hubiese preferido lo segundo, pero mi Vane no quería dejar a su madre sola. La pobre está en silla de ruedas desde hace siete años y ella es la única que se hace cargo.
Seguí pagando el alquiler del piso con los ahorrillos de los viajes a Marruecos hasta que me quedé sin blanca: cocina americana, dos dormitorios, salita estrecha y sofá cama en el que duerme un hermano de la Vane que vino a ver a su madre –la madre ocupa la segunda alcoba- y ya no se ha ido más. Me acuerdo cuando vino el pobre ¡qué abrazos se daban los hermanos y hasta qué besos en la boca! Lo cual me extrañó y se lo regañé a la propia Vane, pero ella se enfadó conmigo y me dijo que parecía tonto y de otro siglo, que eso de besarse en los labios los hermanos era una costumbre que tenían desde siempre los de su familia.
FIN