Resumen
Dos hermanas tienen que resolver un conflicto personal de una de ellas, pero intervienen factores morales y humanos que enfrentan los intereses de ambas.
Relato
MELODÍA DESAFINADA
Era medianoche y me sobresaltó el sonido del teléfono. “Begoña”, anticipaba la pantalla de mi móvil.
— Hola Begoña buenas noches ¿pasa algo? No esperaba oírte a estas horas.
— No Cris, no pasa nada, pero necesito que nos veamos mañana sin falta, tengo que contarte algo importante y pedirte un favor enorme. Sé que no son horas para andar llamándote, pero no quería que empezaras el día mañana sin haber planificado antes un ratito para estar con tu hermana —dijo melosa—. De verdad que si no fuera importante no te lo pediría…
— Vale, vale, no te preocupes mañana nos vemos. ¿A qué hora te viene bien que pase por tu casa? No sé qué horario tienes ahora…
— No, por eso no te preocupes… vente a cualquier hora de la tarde, a la que mejor te venga a ti, yo como estoy de freelance no tengo problema para adaptarme.
— De acuerdo Begoña, a eso de las 5 me paso, aunque reconozco que me quedo preocupada.
— No te puedo anticipar nada Cris, mañana hablamos ¿vale?… besitos.
Y dejándome llena de incertidumbre colgó. No esperaba nada bueno de aquella reunión, la verdad, llevábamos semanas sin hablar, y ya de vernos ni se sabe y un extraño presentimiento me invadió.
Al día siguiente, después de recoger a los chicos del colegio, cogí el coche y me encaminé a la casa de mi hermana, bueno mejor dicho a la casa de nuestros padres. Ella continuaba viviendo con nuestra madre. Yo hui de allí cuando me casé con Álvaro hacía quince años y procuraba ir lo menos posible. Algún que otro día en Navidad, algún que otro cumpleaños y poco más. Tenía mis razones y la más poderosa de todas era mi propia salud mental.
Subí los tres pisos a pie. Estaba nerviosa, lo reconozco. Entrar en la casa de mi infancia de la que tan malos recuerdos tenía, no me resultaba agradable nunca y más sabiendo que mi hermana tenía algo que contarme y alguna sorpresita tendría el encuentro. Llamé a la puerta y al instante Begoña abrió. Me estaba esperando.
— Hola, Cristina. Me abrazó afectuosa como siempre, con una sonrisa en la cara y me dio dos besos llenos de cariño.
Siempre en su papel de hermana mayor. Nos habíamos llevado bien a pesar de todo.
— Hola, Begoña. ¡Me tienes en ascuas…!
— Sí, es verdad —soltó una risita— Pasa, pasa que te cuento. Pero siéntate mujer. ¿Quieres tomar algo? — preguntó solícita.
— Pues depende de lo que me tengas que contar, o un café o un coñac, ¡sorpréndeme! —reí.
— ¿Qué tal están Álvaro y los niños?
— Bien todos. A los niños los acabó de recoger del cole y están en casa con Asun y Álvaro…bueno ya te hablaré de Álvaro… Al grano Begoña, por favor, ¿qué me tienes que contar?
— Bueno Cris… verás, he conocido a alguien —dijo tapándose vergonzosa la cara con las manos.
— Pero ¿qué me dices? Cuenta, cuenta —le pedí sorprendida.
— Se llama Martín. Es un escritor francés y le conocí porque me pasaron un manuscrito suyo para que lo tradujera, mantuvimos el contacto y a los dos días de que la editorial diera el ok para su publicación, me llamó para ver si podíamos cenar juntos y celebrarlo. Yo accedí encantada ¡Me gusta mucho Cris! Es muy atractivo y muy inteligente y… bueno…, pues que llevamos saliendo dos meses.
— ¡Cómo me alegro Bego!, de verdad te lo digo. Eres una mujer excepcional y lo que me extraña es que no te haya pasado esto antes.
— Culpa mía. Un día por otro… cuando me quise dar cuenta estaba cuidando a una anciana… La verdad es que he sido yo la única responsable de mi ostracismo.
— Sabes que con respecto a eso pienso muy distinto, pero me alegro mucho por ti.
— Espera, espera, que ahora viene la parte en la cual te tengo que pedir algo…
— Pues tú me dirás…si está en mi mano, cuenta con ello.
— Martín me ha invitado a pasar cuatro días en París…
— ¡Oh la, la…!
— Saldríamos el jueves y volveríamos el martes y el favor tan grande que te tengo que pedir es que necesito que te quedes con mamá… ¡no puedo dejar a nadie aquí con ella!
— No.
— Por favor Cris, nunca te he pedido nada, y no puedo renunciar a este tren también…
— ¡Qué te digo que no!
— ¿Me estás negando el derecho a ser feliz? ¿Te parece poco todo lo que he sacrificado?
— Begoña no me puedes pedir eso. Yo no me puedo quedar con nuestra madre o con tu madre, para mí es un monstruo y tú lo sabes, caray.
— Cristina, por favor, ¡qué es una nonagenaria! tendrás que perdonarle algún día…
— ¿Perdonarle? ¿Perdonar que me mandara a Londres con cinco años porque no me soportaba?
— Bueno Cris… reconocerás que ahora eres capaz de hablar inglés mejor que yo que soy traductora —me interrumpió con ironía.
— No te vistas de sarcástica porque no he terminado Bego…
— ¿Recuerdas que el apelativo que tenía conmigo cuando se sentía cariñosa era mi “imperdonable descuido”? ¿Quieres que perdone eso?
— Eso estuvo mal, muy mal —reconoció— pero hace ya muchos años.
— ¿Y qué? ¿Cómo perdonar que me estuviera permanentemente comparando contigo y que, incluso ya invalida, me dijera que no valía ni para hacerle un consomé? ¿Me pides que le perdone? ¿En serio?
— Cristina, por favor, necesito rehacer mi vida, si no es demasiado tarde ya…
— Claro que sí, Begoña, nadie te lo está cuestionando, pero ponte en mi lugar… Busca otra alternativa.
— No puedo buscar otra alternativa. No tengo dinero para alternativas.
— Ni yo tampoco, Begoña. Te aseguro que si lo tuviera te firmaba un cheque ahora mismo.
Habla con Martín. Dile que no es el momento de hacer ningún viaje a París y si verdaderamente le gustas tanto como parece, lo entenderá. Retrasará ese viaje para otro momento mejor.
— No me puedes estar diciendo eso en serio Cristina. Tú sabes que a mi edad dos meses es mucho tiempo. No puedo retrasarme más. Necesito ser feliz. Necesito experimentar todo a lo que he estado renunciando por ella.
— Yo no tengo la culpa de eso Begoña. Y no me voy a hacer responsable de tus decisiones, igual que tú no te puedes hacer responsable de las mías. No me puedes responsabilizar de estar sola. Fue una decisión que tú tomaste. Decidiste dejarlo todo por mamá y ahora te arrepientes, así de claro, pero yo no tengo la culpa. Bastante tengo con intentar sacar adelante un matrimonio que está terminado, porque por si no lo sabes… No. ¡Cómo vas a saber si no preguntas! Estoy buscando trabajo. Necesito dejar a Álvaro…
— Pero ¿qué me estás diciendo? ¿qué ha pasado?
— ¡Begoña!, ¿con quién estás hablando? —gritó la madre desde la habitación.
— Está aquí Cris, mamá, ahora irá a verte.
— ¡Qué ni se le ocurra poner un pie en esta habitación a ese verso suelto! ¡Dile que se vaya! No quiero ver a esa inútil que no sabe hacer nada más que parir hijos absurdos que no hacen más que molestar…
— Mamá, ¡cállate, por favor! No sabes lo que estás diciendo…
Miré a mi hermana con todo el dolor de una vida….
— ¿Te das cuenta Begoña? ¿Comprendes ahora, porqué no te puedo ayudar? Estar con ella, aunque sean cinco minutos, es como mantenerse en un “Do” sostenido indefinidamente, en donde cualquier nota alternativa resultará disonante. Tú ahora necesitas conocer esa nota alternativa y necesitas reconocer la escala completa para crear tu propia melodía, pero yo en eso no te puedo ayudar, hermana.
Me dolió mucho verle llorar. Romperse por fuera y por dentro. No le di un beso de despedida. Ni siquiera un abrazo. Me reventaba la cabeza. Cogí el abrigo y solamente fui capaz de decir:
— Atrévete a componer tu propia melodía, sin remordimiento… a los monstruos no se les llora, Bego.
— Espera, Cris… No te vayas así…Por favor —rogó.
No sé cómo continuó la frase mi hermana. Cerré la puerta y respiré hondo intentando calmar los latidos de mi corazón y el vacío que cada vez se adueñaba más de mí. Me sentía mal conmigo misma por no ser capaz de buscar una solución para ayudar a Begoña y me sentía mal con la vida que me había tocado vivir, con mis malas decisiones, con mis errores y con la mala suerte de haber tenido un monstruo como madre. ¡Dolía! ¡Vaya si dolía todavía!
No volví a ver a mi hermana hasta quince días después. Ni una llamada. Ni un mensaje. Nada. Ni ella ni yo éramos capaces de mirarnos a los ojos sin sentirnos culpables y sin culpabilizar a la otra. Pero nos queríamos. Nos queríamos mucho y ese era el pegamento más fuerte, porque en el fondo de cada una de nosotras, éramos capaces de entender las razones que guiaban nuestros actos a la postre.
Supe entonces que Begoña fue a París con Martín. Era él el que tenía la solución en su mano, pagando una residencia para nuestra madre especializada en ancianos con enfermedades mentales. Para mí nunca sería una enferma, seguiría siendo un monstruo que había destrozado mi niñez y la vida de mi hermana, pero a pesar de eso me alegré mucho por Bego. ¡Ojalá alcanzara la felicidad que tanto merecía! ¡Ojalá Martín fuera la nota que necesitaba para componer su propia melodía!
Yo había dejado a Álvaro hacía una semana. Encontré trabajo pronto, en eso tuve suerte. Alquilé un piso para los niños y para mí, y nos mudamos en tiempo récord. No podía más. ¡Ojalá yo encontrara la clave en la que debería tocar a partir de ese momento! ¡Ojalá no volviera a desafinar! ¡Ojalá supiera mostrarles a mis hijos como rellenar un pentagrama sin notas disonantes!