Resumen
La tecnología idiotiza a una sociedad que, sin embargo, aún está a tiempo de redimirse.
Relato
LUCIFER, ENTRE NOSOTROS
Ayer me aburría y dejé a mi hijo de nueve años en medio de Nueva York. Estaba solo y medio desnudo. Puede que llorase, no lo sé porque no me giré para contemplarle, suelo abandonar al niño con frecuencia porque no me aporta nada y me aburre sobremanera. Serían las tres de la madrugada. No lo dejé tirado en Central Park ni en la Quinta Avenida, sino en el Bronx, al lado de una parada de cundas y con las sirenas de la brigada antivicio como testigo poco silencioso. Días atrás le había dejado encerrado en una de las habitaciones de un prostíbulo de dudosa reputación mientras me iba a tomar un café con mi querida, gerente del establecimiento. Nos daba pereza que nos interrumpiera con su discurso infantil, lleno de tópicos y lugares comunes, mientras hablábamos de cómo deshacernos de su madre, una cualquiera sin futuro.
A cualquier persona se le pondrían los pelos de punta si se enterase de que un niño ha sido abandonado en mitad de una ciudad o en el interior de una casa de citas. Se echaría las manos a la cabeza e incluso denunciaría a quien ha cometido tal acto, que hasta podría abrir los informativos de televisión y encabezar portadas de periódico.
El mismo efecto que causa en un niño ese abandono lo consigue un móvil. Con una pequeña gran diferencia: es algo inerte que no atemoriza, no tiene dientes, no emite bocanadas de fuego, no te pega ni te amenaza. Se trata de una puerta abierta a lo desconocido donde no hay control y donde todo está permitido.
Los móviles son el sueño de cualquier dictador. Emiten cada dos o tres minutos una señal de ubicación. Uno de sus procesadores dispone de una puerta trasera universal que los convierte en dispositivos de escucha que no se apagan nunca.
Passolini dijo que el fascismo se manifestaría en la sociedad moderna en la estética y en la tecnología, consideraba que la revolución de las máquinas aniquilaría la democracia. Ese fascismo llego hace tiempo y no tiene visos de abandonarnos. Puede que dentro de cuarenta años nazca alguna corriente filosófica que opte por la humanización de la sociedad, por la vuelta a los orígenes, por la dulcificación de las nuevas tecnologías, como sucedió con la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII. En tres décadas, Europa cambió por completo e hicieron falta cien años para que las aguas volviesen a su cauce y se alcanzara cierto equilibrio.
Hoy por hoy, sin embargo, ese fascismo se extiende entre nosotros como un virus, un algoritmo que nos monitoriza todo el tiempo y que nos conoce mejor que nosotros mismos. El estar en el mundo de Ortega ha cambiado, hay un nuevo paradigma cultural, la comunicación con nosotros mismos y con los demás se ha modificado a marchas agigantadas. En Estados Unidos, la concesión de una hipoteca o de un crédito depende de un algoritmo. Hasta en el sistema judicial se aplica este tipo de operaciones sistemáticas de cálculo para decidir qué presos merecen la libertad condicional. Afortunadamente, de momento interactuamos con las máquinas de modo unidireccional pero, ¿qué sucederá cuando esa vía sea de doble dirección y podamos compartir sentimientos y emociones? ¿Por qué un alimento, por ejemplo, tiene que cumplir centenares de reglas referentes a salud pública antes de venderse en la vitrina de un supermercado y las redes sociales gozan de total impunidad?
Parece que nos hayan inyectado un veneno para que olvidemos cómo era la sociedad antes de todo esto, para que no tengamos recuerdos. ¿Hay manipulación mayor? Algunos, los que superamos los 45, podemos decir que tuvimos recuerdos, aunque ya no sepamos cuáles son porque los han borrado. Pero otros, los jóvenes, ni siquiera pueden asegurar que vivieron en otra era. Les quedaría el arte, los libros y el cine clásico, las tertulias con sus abuelos, con sus padres, con sus hermanos mayores, con la tendera de la tienda de ultramarinos. Les quedaría, en condicional, porque acceder a esos pequeños gustazos de la vida es, hoy en día, imposible.
Google y otras compañías socavan nuestra capacidad de pensar de manera profunda, crítica y conceptual, empujándonos hacia un pensamiento superficial alejado de todo rigor. Aunque se quiera, es imposible desaparecer, el anonimato se ha convertido en una entelequia. Y quienes intentan pasar desapercibidos son condenados al mayor de los ostracismos.
Resulta atemorizador que después de acudir a un centro comercial o ver una película en el cine recibamos, sin solicitarlo, mensajes de texto y correos electrónicos relacionados con la película que hemos visto o la tienda en la que hemos adquirido unas bragas, que nuestro propio banco nos facilite un préstamo para gastar dinero en ese centro comercial y que el cine nos ofrezca la tarjeta de cliente VIP.
Hace no mucho tiempo, cuando unos padres coincidían con unos amigos en una cafetería, daban a su hijo un libro para que se entretuviera. Puede que un muñeco o un pañuelo de colores chillones, quizá una piruleta o un sonajero. En la actualidad, les dejan el móvil, perfecto para que el pequeño no de guerra y se concentre en los juegos interactivos, sin duda mucho más didácticos que un libro.
Algunos pensarán que estoy siendo tremendista, que existe el control parental y que no es malo que un niño juegue con la pantalla del móvil, o de la tableta, o del iPad. Ya desde la más tierna infancia, los niños se familiarizan con el brillo de estos dispositivos y absorben el lenguaje que los caracteriza: iconos, memes, símbolos, emoticonos, emojis, mierda. Van pasando los años y esos niños a quienes sus padres prestaban el móvil para que se mantuviesen en silencio son incapaces de mantener una conversación medianamente interesante. Su capacidad de concentración dura lo que un vídeo musical, un máximo de dos minutos y medio. Tampoco son capaces de escribir en condiciones. Esto se une a que las redes sociales han popularizado la disparatada democracia gramatical y el empleo del modo de cortesía no cabe en la cabeza de los veinteañeros, hasta el punto de que te escupen o se sienten ofendidos si se emplea el perdone en vez del perdona. En mi época, y como establecen los cánones, a cualquier desconocido se le trataba de usted, aunque fuesen las cinco de la mañana en un bar de copas o aunque se pidiera fuego a un viandante en mitad de la calle. Tampoco importaba que ese viandante tuviese 17 ó 64 años.
La edad no es relevante. La educación, sí.
En la lengua francesa, por ejemplo, es impensable tutear de primeras a un desconocido. Quienes han perdido el hábito de emplear el usted no saben que, además de expresar el respeto por la esfera íntima del interlocutor, en la que uno no puede ni debe adentrarse en un primer acercamiento, es muy útil para mantener a distancia a quienes emiten energía negativa. Lástima que la historia no se transmita genéticamente para las nuevas generaciones, avanzaríamos más rápido y no escucharíamos la sarta de estupideces que tenemos que soportar día tras día, en especial en lo referente a atentados lingüísticos.
Vayamos un paso más allá y crucemos las puertas del Vaticano. La sociedad actual es la más religiosa de la historia. Si Jesucristo volviese de entre los muertos estaría conmovido por el elevado número de devotos. Al fin y al cabo, él solo contaba con doce seguidores. Teniendo en cuenta que lo normal es acumular una media de 5.000 en Instagram, es posible que los jóvenes piensen que Jesús fue un fracasado, de ahí el intento de la mocedad por enmendar su error. Hosanna en el cielo, escuchamos emocionados desde las alturas. Y es que vivimos en una sociedad pía. La comunidad que sostiene las redes sociales es el nuevo Dios, el número de “me gusta” (likes, perdón, no quiero ser más impopular de lo que soy) equivale a las enseñanzas que los discípulos absorbían del Mesías en el Monte de los Olivos. Se venera a un ente invisible que vive a decenas de kilómetros cuya opinión es crucial, un auténtico acto de fe. Ese Dios tiene un poder sobrenatural y exige no dormirse en los laureles, estar siempre alerta, aprenderse las encíclicas que publica diariamente para no perderse las últimas novedades. Así, los feligreses informan de lo que hacen desde el punto de la mañana hasta la noche con frases de peluquería que pasan por textos de catedrático de Filología Hispánica.
Vivimos en una burbuja irreal donde se nos hace creer que tenemos miles de amigos y que somos importantes, pero es mentira. Tenemos que ser conscientes de que detrás de la pantalla hay seres humanos vulnerables, tristes, alegres, que han tenido un mal día, que no se entienden a sí mismos, que quizá se entienden demasiado bien, que gozan, que sufren, que respiran, que intentan no respirar. Personas. Como antes he dicho, ojalá que dentro de cuarenta años surja una corriente crítica que haga despertar a los niños de hoy en día, quienes ya nacen defectuosos, no por su genotipo sino por el fenotipo que absorben.
¿A qué juegan los niños? ¿Dónde está el juego del tesoro, o las tinieblas, o el escondite, o las películas con mimo y posturas imposibles, las mismas que se conseguían con el Enredo? ¿Dónde está el Monopoly o el Memory? Juegos de verdad que requerían moverse y pensar, no ese engaña tontos de juegos educativos tan en boga en la actualidad que exigen que el niño haga un máster antes de divertirse.
El mundo está organizado para que pasemos el mayor tiempo posible sentados, para que no pensemos. Andar, salir a la calle, correr, chillar se convierte en un acto de desobediencia política. El mero hecho de caminar recuerda a las grandes marchas promovidas por Gandhi o Luther King, marchas que incomodaban al poder establecido, que se prohibían porque atentaban contra la mansedumbre de pensamiento. Nos encontramos ante la nueva pornografía, se roza lo obsceno, la mayoría de los autorretratos son contrapicados vacíos de contenido. Una vez acudí a una charla de una conferenciante que aseguraba que el modo en que se realizaban los selfies incitaba a la felación por la posición de la cámara…
Somos publicidad. Pero en publicidad, como en la vida, innovar cada día es más difícil porque todo está inventado. Esto hace que la muerte se consolide como la única novedad permanente para salir del anonimato y conseguir que ese Dios al que veneramos nos deje entrar en el cielo de los imbéciles con material que supone un total riesgo para la vida.
Hace apenas dos décadas, nadie concebía ser sacado en vídeo o que alguien tomara una fotografía furtiva de tu familia en mitad de la calle. El anonimato era sinónimo de control. De hecho, las fotografías solían guardarse como grandes tesoros: la de la boda, la del nacimiento del primer hijo, la de la licenciatura. Esa magia se ha perdido. Antes, disfrutábamos de las cosas tocándolas. Un disco, un libro, una persona. En la actualidad, todo eso ha desaparecido. Incluso se traslada al campo de la seducción. Hace no muchos años se ligaba en los bares. Un juego de miradas, un roce, dos manos que se tocan en la pista de baile, una conversación furtiva en la cola del guardarropa. Flirtear, seducir, gustar, encandilar. Hoy, la gente acude ya follada a los bares por las aplicaciones de contactos de los móviles y no muestra interés alguno en socializar y dejarse sorprender.
Desde la irrupción de las nuevas tecnologías vivimos en un Gran Hermano permanente en una sociedad aherrojada que se cree muy libre cuando goza, sencillamente, de una libertad asistida. La gente quiere, una vez más, encontrar la verdad donde solo existe ficción, formar parte de la nueva Familia Manson. Solo espero que en esta ocasión salvemos a Sharon…
FIN