Las pequeñas memorias de la no tan pequeña Zehra
Autor: Nona
Fecha publicación: 19/03/2023
Certamen: II Certamen
Resumen
Zehra es una joven mujer que vive en Llanes y que busca sus orígenes. Por ese motivo y por el anhelo de libertad viaja hasta su país natal, Turquía. Durante el viaje conoce diferentes persona que la ayudan y le hacen cambiar su visión sobre el mundo. Una vez en Turquía conoce el narrador de la historia que la acojerá y cuidará.
Relato
Las pequeñas memorias de la no tan pequeña Zehra
Zehra era una niña; era porque ya no está, y solo yo puedo contar su historia. A la pequeña le encantaba correr y saltar. Era rápida como el viento y ágil como una serpiente, pero no se la podía comprar con nada porque la pequeña Zehra era única. Con 17 años, Zehra se hizo una promesa, al llegar a la mayoría de edad viajaría a su país natal, Turquía, para reencontrarse con su familia y hacer una ella. Y lo curioso es que nadie la creyó, pensaban que enseguida se le quitaría la idea de la cabeza, pero no, a los 18 cogió las maletas y sin nada planeado, se fue. Lo que la impulsaba a hacer esto era la frustración, la ansiedad que sentía desde pequeña, esa necesidad de libertad; la libertad que nunca tuvo encerrada en su casa creyéndose sus propias mentiras y diciéndose a ella misma que todo iba a estar bien. Pero nunca lo estaba porque al final del día su padre seguía llegando a casa, bebido y sin trabajo, y su madre seguía llorando a escondidas deseando una vida mejor, un deseo que pasó de generación llegando a la pequeña Zehra.
Su familia, sin poder creérselo, vivían en la mentira pensando que algún día se echaría atrás y volvería a casa, llorando y pidiendo que la perdonaran y la volvieran a acoger. Y es que Zehra tenía una cosa que los otros no tenían, creía en ella misma. Y así emprendió su viaje. Zarpó con barco de donde residía, Llanes, y se dirigió hacia el este con el objetivo de atravesar el Mediterráneo, pasando por Italia y Grecia para finalmente llegar a su destino, Turquía, concretamente Focea, una ciudad de la provincia de Esmirna. Como no trabajaba tuvo que ir en el pesquero de un hombre mayor al que pudo sobornar con algunos ahorros. Ese señor se llamaba Jorge y no era un buen hombre, pero la pequeña, ya no tan pequeña, no tenía alternativa. A Zehra le encantaba el mar y las tormentas no la asustaban, por lo menos no tanto como Jorge, que siempre le quería mal. Jorge se aprovechaba de ella y ella resistía; Zehra era fuerte. Al llegar a su primer destino, la joven desembarcó, pudiendo por fin huir de su capitán de barco. Anduvo por la orilla del mar de Marsala, Sicilia, intentando encontrar un lugar donde pasar la noche y, por lo que se ve, no todo eran desgracias para nuestra protagonista porque encontró el lugar perfecto, un pequeño hostal dirigido por una viejecita que al ver a la pequeña no tan pequeña Zehra quiso ayudarla. Le ofreció compartir habitación con un pequeño grupo excursionista, ella encantada dijo que sí.
Cuando llegó a la habitación no había nadie por lo que se tumbó e intentó dormir. No pudo porque poco rato después llegaron los caminantes, los cuales se veía que llevaban más de un trago encima y, ignorando la presencia de Zehra, cantaron y bailaron hasta que les entró el sueño, se desnudaron y se metieron a la cama. Lo que Zehra no sabía era que no eran camas individuales y ella tenía que compartirla. Se dio cuenta cuando notó una piel fría rozando su espalda. Asustada se quedó rígida, tensa, quieta, hasta que notó un susurro en el oído -Tranquila chiquita, debe ser la primera vez que alguien duerme contigo, ¿no? Pero no tengas miedo, eso aquí es normal. Soy Sasha y espero no roncar, buenas noches-. Zehra no se movía, sí que era la primera vez que compartía cama, pero no quiso admitirlo y con toda la naturalidad que pudo dijo -Sasha, hola…Bueno, buenas noches-. Automáticamente se arrepintió de haberlo dicho, hubiese sido mejor que se hubiera callado, pero ya estaba hecho. Esa noche durmió muy poco, no asimilaba que tenía una persona al lado, desnuda y moviéndose. Estuvo toda la noche escuchando su respiración y sincronizándola con la suya hasta que se le cerraron los ojos.
Por la mañana Sasha, animada, se levantó y con ella se llevó a Zehra, la empujó suavemente fuera de la cama y cogiéndola de la mano, se la llevó a almorzar. El día pasó sin grandes acontecimientos. Sasha le enseñó la ciudad y Zehra, sin apenas escuchar lo que su compañera decía, pensó que realmente sí que le hacía falta una amiga. Pero al día siguiente tenía que zarpar hacia Grecia, concretamente a Cnosos, Creta, así que decidió no hacer un gran vínculo con su nueva amiga. Esa noche sí que pudo dormir, tener a Sasha al lado la hacía sentir protegida y cuidada, le recordaba brevemente a su madre antes de que todo se torciera. Cuando amaneció, la joven Zehra cogió las maletas y sin despedirse se fue. Cogió un ferry con unos billetes que había cogido del señor de delante de la cola y sin pensar más en Sasha se fue. Volvía a amanecer cuando llegó a puerto, Zehra conmovida por la belleza de Grecia, solo quería gritar y saltar de alegría, pero se contuvo y con sus encantos consiguió que un joven de más o menos su edad la escondiera en su casa y le dejara pasar la noche allí. La rutina se repitió, por la mañana se fue a dar un paseo y por la noche cogió otro barco y llegó a su destino final, Turquía. Allí, en un banco de Focea le llegó la nostalgia, empezó a pensar en sus padres, en su ciudad, en Sasha y hasta pensó en el joven al cual no llegó a conocer el nombre. Y allí, en ese mismo banco, me conoció a mí.
Soy Raúl, un hombre que no vale la pena presentar, era poca cosa hasta que conocí a Zehra. Ella, con su pelo moreno y su piel oscura, me cautivó, me hizo sentir la necesidad de protegerla y cuidarla como a una hija; esa hija que nunca tuve del todo, que vive en mis sueños y hasta entonces pensaba que nunca encontraría. Al verla por primera vez, con su risa infantil, pero sus maduras opiniones supe que era especial. Cuando ella me vio a mí nunca sabré lo que pensó, es una de las cosas que no pude llegar a preguntarle. Le compré comida y charlamos un rato, me contó su historia y yo la mía, quedé impresionado, nunca había conocido a alguien así. Quise velar por ella, asegurarme que nunca le pasara nada malo, supongo que en aquel momento mi sentido de padre se despertó. Y es que yo siempre quise una hija, porque de la mía solo pude disfrutar dos años, hasta que un 5 de noviembre de 2003, junto a mi mujer, volaron por los aires a causa de un atentado terrorista en Estambul. Me sigo culpando por no haber podido estar allí, morir con ellas o salvarlas. Pero en aquel momento, esa chispa volvió; ella, Zehra, me volvió a la vida.
El primer día dormí con ella en el banco cediéndole mi chaqueta. Creo que ella me tenía miedo, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuese para que lo perdiera y así fue. Al cabo de unas semanas de llevarle comida y acompañarla a su banco accedió a venir a mi casa: 40 metros cuadrados y una terraza, no era gran cosa, pero se vivía bien. Ella me contó que quería descubrir por qué se habían mudado, localizar a su familia y reencontrarse con Sasha. La ayudé, pasamos días buscando a alguien con el apellido Tekin. Lo cierto es que había muchísimos y con la tontería pasaron los años. Era el vigésimo cuarto cumpleaños de Zehra y aún no habíamos encontrado lo que buscaba, pero yo creo que se adaptó, ¡hasta tenía un novio, Ayaz! Ella lo invitó a pasar el día y junto a él pasamos lo que sería nuestro último aniversario, o el suyo, nunca lo sabré. Realmente no sé qué pasó después, pero su mirada y su risa infantil se fueron apagando hasta que un día no quedó ni rastro, ni de su sonrisa ni de ella. Era un 13 de marzo de 2010, yo no quería despertar a Zehra -o a la almohada que yacía en su cama fingiendo que era ella- así que con el menor sonido posible me fui a trabajar. El problema fue al volver. Al ver que ella seguía durmiendo sospeché. No solía entrar en su habitación, pero esta vez lo hice y al entrar me di cuenta de algo: ella no había estado en casa en todo el día. Empecé a preocuparme, pero no le di importancia, hasta que vi la nota “Gracias papá” y con eso mis sospechas se confirmaron: se había ido. Por sus historias supe que no debía hacer nada, ella era una soñadora, era libre y debía dejar que lo fuera. Al fin y al cabo sabía que su compañía no duraría para siempre. Lo que sí que tenía que durar para siempre eran sus historias y quise que todo el mundo supiera las aventuras de la pequeña Zehra. Así que aquí estoy, escribiendo sus memorias sin saber dónde ha ido, si ha encontrado sus orígenes, si se ha reencontrado con su vieja amiga o si se ha casado con Ayaz, si ha vuelto a casa, si está viviendo la vida que tanto anhelaba o si simplemente yace en el fondo del mar, esperando a ser descubierta por aquel pescador que, un día, fue su peor pesadilla.