
Resumen
Un escritor entrevista a un académico justo en el momento en que muere y éste le revela lo que contienen unas cartas que han significado lo más grande de su vida.
Relato
Las almas atan sus hilos
Solo fueron tres cartas y una pequeña escultura de cera las que Ferrer, aquel chico inconforme con su vida de carencias y mochila vacía para ser llenada, le envió durante los ocho meses posteriores a las únicas dos horas que estuvo con ella. Otras tres cartas y un cuaderno de notas, como respuesta fue lo que le envió ella, Agnès a Ferrer, durante ese mismo tiempo desde su hermoso chalet ubicado en ese valle de origen glaciar irrigado por el rio Escrita.
Y luego el tiempo, al parecer no conspiro más.
Un infortunio fue su encuentro tan breve, pero si un solemne momento, teniendo en cuenta lo que se sobrevino después de que ambos se encontraran en ese Congreso, en medio de 480 personas, dos chicos, dos gafetes, en Barcelona que por ese entonces les ofrecía un benigno invierno, y que de alguna forma conjuró, para tal acto.
Después de tantos años que ocurrió ese encuentro, dice Ferrer a quien entrevisté para escribir un relato, que —se le hacen presentes las luminosas miradas de Agnès, el leve tacto del contacto de esas manos de piel ansiosa, su inteligencia sagaz, la ilusión que ambos manifestaron por una vida compartida, una admiración profesional sincera—. Que —lo que sea que fue aquella tarde—, agrega —muchos quizá nunca lo lleguen a vivir. Si la vida es algo, fue ese momento y nada más—.
En ese instante Ferrer calla, el silencio es prolongado, asoma después una lágrima y sonrisa juntas, y su última expresión en esta vida: —fue un atar los hilos de las almas—.
Ferrer fue un hombre rico en conocimientos, respetado, contribuyó mucho con muchas personas e instituciones.
Al describirme lo que fue para él esto que le tocó vivir, me dijo que fue como un hilo tan delgado, casi invisible, lanzado al azar en medio de un gran tornado, y que de alguna forma, se extendió tanto que junto dos puntos, dos almas, dos personas que estaban en lugares distantes, en posiciones económicas y sociales diferentes. Me dijo: —Aunque invisible, aún me agarra el alma—.
Ferrer sabía que no, que no era una idealización fútil de novela rosa, que no. Ni su alter ego, ni el inconsciente que se le revela. Decía: —No caben aquí Freud y ninguna teoría del Psicoanálisis—. Ahora se que fue muy difícil para él revelar tal afirmación de lo que fue: —un atar los hilos de las almas —porque fue un hombre dedicado a la ciencia y a la academia.
Dos de las seis cartas, enviada por Ferrer en mayo y respondida por Agnès en julio, es impresionante, si la escritura se pudiese convertirse en una pintura, al verla sería como la obra Los amantes de René Magritte pero pintada por Van Gog.
Ambos jóvenes, Ferrer y Agnès, en esas dos cartas, construyeron un indescriptible amor, creando desde la distancia geográfica, un personaje común cuyas partes son parte de cada uno de ellos, sus sentimientos, ilusiones, su naturaleza misma y las formas de entender y ver la cosmogonía de cada uno. Y luego Ferrer en un acto de rebeldía le da forma y con tales descripciones crea una escultura de cera que se la envía a Agnès incluyendo la fecha y hora de su próxima comunicación telefónica.
Las otras cuatro cartas y el cuaderno de notas me dijo: —pasaron de un lugar a otro al tener una vida tan activa porque así es el mundo académico, y en el caso de ella, su mundo empresarial. Ambos las fuimos desapareciendo del mundo físico, simplemente dejamos de leerlas porque no era necesario alimentar ningún vacío, nunca hubo vacíos, lo que construimos se salió de los cánones y de los márgenes establecidos—
Me reveló Ferrer que esa siguiente comunicación telefónica, fue previamente programada para un día y hora determinadas, pues no existían aún ni el email, ni la telefonía móvil.
Aquel día de agosto al escucharse mutuamente, los 5 primeros minutos no hablaron, veían luz uno a través del otro, solo respiraban, y al final, en el último minuto lloraron de algo más profundo que la emoción. Luego de esos minutos vinieron las palabras, escasas, puesto que la luz lo hizo todo, también la pequeña escultura de cera roja que le dio una representación de forma a aquella coexistencia indefinida por la ciencia. Sin saberlo, al final de la llamada hubo una despedida que fue por siempre.