Resumen
Un adolescente extraña muchísimo a Aurora, su bisabuela fallecida, por lo cual le pide a su amiga, aficionada al mundo esotérico, que lo acompañe en un viaje al más allá a entrevistarse con ella. Pero para ello deberán cumplir con ciertas reglas estrictas y sortear varios peligros.
Relato
La visita
—¿Ves esa ventana? —señala Meli—. La de las macetas no, la de abajo, esa es la del 3ero, 21, el departamento deshabitado que te dije, en cuarenta segundos, o sea a la una, va a titilar la luz tres veces, apenas pase, entramos al edificio y subimos con los ojos cerrados, ¿okey?
Hago que sí con la cabeza.
—Yo digo King, vos decís Kong —agrega Meli.
Todo pasa tal cual me lo indicó. Siento un calor intenso en todo el cuerpo, se disipa y abro los ojos. Lo primero que veo es una gran puerta de madera de pino, a los costados hay dos chanchitos parados en dos patas. Meli está a mi lado.
—Buenas —digo.
—¿Sí? —dice uno de los chanchitos.
—Caballeros, es mi primera vez. Quisiera ver si puedo encontrar a mi bisabuela Aurora. Tiene algo muy importante que decirme.
Ellos levantan las cejas y se miran como esperando algo. El que antes me había hablado extiende la pata. Me detengo a observarlo.
—Vamos, la paga, viejo —dice.
—¿Qué paga?
El chanchito me mira fijo y muestra los dientes. Meli me pone algo en el bolsillo del pantalón. Busco y saco una foto de Messi, se la doy al chanchito, que la observa de cerca, la palpa, se la muestra al otro; Meli le da una de Shakira, el chanchito sonríe, abre la puerta y hace un gesto para que pasemos. Hay una especie de plaza vieja, descolorida. La luz es tenue.
—Qué raro, Meli —digo—¿Así es el Paraíso?
—¿Tiene pinta de Paraíso esto? Estamos en el Mundo Medio.
—¿Qué Mundo Medio? Me dijiste que íbamos al Paraíso.
—Yo nunca te dije eso, ahora estamos en un mundo de muertos jodidos.
—Entonces vámonos, otro día la hacemos mejor —digo, y miro hacia la puerta de pino que habíamos cruzado pero ya no está.
En ese momento, aparece un hombre muy gordo con la cara aplastada. Me hago para atrás.
—Meli, ¡sacame de acá!
—Tenemos que quedarnos un mínimo de media hora, son las reglas. Y cuidado con este, es el Gordo Papandréu, un loco ancestral.
El Gordo me agarra de los hombros y me hace arrodillar. Se baja el pantalón. Oh, no.
—Empiece con la alabanza —dice.
—¿Cómo, señor?
—Deje de hacer preguntas absurdas, infeliz. Acá —se señala el calzoncillo agujereado—están las semillas más maravillosas del mundo, los próximos presidentes, las personalidades más brillantes de la ciencia y del arte, en potencia, pujando por salir, pujando por vivir.
—Mire, señor, yo.
—Seguile la corriente —me dice Meli en voz baja.
—¿Qué le digo?
—Hablale con veneración si no querés que nos mate, dale.
Resignado, acerco la cara a su calzoncillo. El hedor no ayuda.
—¿Cómo andan, gente linda? ¿Todo bien por ahí?
El Gordo frunce las cejas, Meli también. Tengo que esforzarme más.
—Semillitas de la vida, semillitas del amor, semillitas que nos dan toda su magia y fulgor—digo, y veo pasar corriendo a alguien con un hermosísimo batón floreado—. ¡Mi bisabuela, Meli, mi bisabuela!
Voy tras ella. No hago ni tres pasos, siento que alguien me agarra de la remera y me tira para atrás, es el Gordo, que me pregunta cómo me atrevo a faltarle el respeto a Su Santidad. Trato de zafarme pero no puedo, le hago una reverencia profunda, lo empujo y cae al piso. Salgo corriendo, Meli también. Escucho al Gordo gritar que volvamos, nos amenaza. A lo lejos veo a mi bisabuela, acelero, nos chocamos con seres de todo tipo, con cabeza, sin cabeza, con forma de trompo, de yo-yo, de rueda gastada y hasta de barra de chocolate; perdemos de vista a mi bisabuela.
—¿Estás seguro de que era ella? —dice Meli.
—Segurísimo, pero, ¿por qué está acá?
—Si está acá es porque no ascendió.
Se levanta un viento bárbaro, Meli se agarra fuerte de mi.
—¡Pará, nena, me vas a ahogar!
Ella se ríe.
—Te ahorraría tiempo, ya que estamos acá.
Seguimos caminando. Ahora no hay asfalto sino tierra dura y agrietada. El viento cesa un poco.
—Mirá —digo—, ahí, detrás de la niebla, parece una montaña, sí, es una montaña.
—Ese es el Monte Sarabón, es la prisión de quienes no respetan las reglas de este mundo.
Una mujer con dos cabezas pasa a mi lado y me roza.
—No la mires —dice Meli.
Pero yo no puedo evitarlo.
—¡Le digo que no mire y él va y mira!
Las manos de la mujer en realidad son garras, esquivo los manotazos que me tira pero no la zancadilla que me hace, caigo, tengo a las dos cabezas de la mujer encima de mí.
—El gusto es mío —digo—. Nunca vi caras tan bonitas en toda mi vida.
Las caras hacen una trompita, yo hago lo mismo, no entiendo lo que me dice Meli; de pronto, la mujer de las dos cabezas pega un grito y sale disparada; a mi lado, está mi bisabuela Aurora.
—No te atrevas a tocar a mi bisnieto —dice agitando una enorme planta de ruda—, no tenés idea de lo que te espera, corré, yegua, corré—. Me da la mano y me ayuda a levantarme—¿Estás bien?
La abrazo. Qué emoción.
—Bisabuela, no puedo creer que te encontré, me equivoqué de mundo pero igual te encontré.
—No te equivocaste, yo te guié hasta acá.
Meli se acerca.
—¿Cómo estás, Aurora?
—Bien, querida, ¿vos? —dice mi bisabuela y le da un beso.
—Perdón —digo—, ¿se conocen?
Mi bisabuela levanta los hombros.
—Cuidá a esta chica, es muy valiosa, si me entero que la hacés sufrir —dice y me muestra la ruda.
La miro a Meli.
—Así que ya la conocías y no me dijiste nada.
—No la tortures a la chica —dice mi bisabuela—, ¿para qué querías verme?
Esperé tanto este momento y ahora me cuesta hablar.
—Cuando era chico, me dijiste que cuando cumpliera los dieciocho me ibas a revelar un secreto, algo que solo vos sabías e iba a ayudarme a ser feliz el resto de mi vida.
Mi bisabuela aprieta los labios y se lleva las manos a la cintura.
—¿Y? —digo.
—No me acuerdo.
—¿Cómo que no te acordás? Era una tarde de enero, los dos bajo la parra, después de jugar a la lotería.
—Nene, ¡qué memoria!, dije tantas cosas en mi vida, no me puedo acordar de todo, seguro no era nada importante —dice, y me pellizca un cachete.
Me siento abatido.
Mi bisabuela le da la ruda a Meli y me agarra las manos.
—Acá —dice y mira alrededor—aunque no lo creas me divierto mucho, ¿sabés cómo me llaman? El Azote, Mamá Piñazo, Gargamela, la Raja Pompis y de muchas otras maneras, estuve un tiempo en el Paraíso y me aburría, así que me la pasaba jorobando a todos hasta que un día me la mandé en serio, quise hacer un chiste e hice caer un tipo de un acantilado, se salvó no sé cómo, un enviado divino me dijo que como no correspondía mandarme al Infierno, me iban a mandar a este Mundo, por supuesto negocié que sea con un cargo jerárquico y acá me tenés, ¿qué tal?
—Pero vos me dijiste que sabías, concentrate, dale, hacelo por mí.
Ella revolea los ojos.
—¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? ¡No me acuerdo!
—Entonces volvé a casa, por favor, tiene que haber una manera, no sabés lo que te extraño. Sino me quedo acá con vos y listo.
—Yo ya no pertenezco a tu Mundo ni vos a este, tu vida sigue, tiene que seguir muchos años más.
—Pero bisabuela, nadie me quiere como me querías vos.
Ella me suelta.
—Estarás ciego, querido —le guiña un ojo a Meli que se pone colorada.
Se escuchan unos truenos que casi me dejan sordo. Mi bisabuela se queda mirando el Monte Sarabón.
—Bueno, hay que seguir trabajando —dice, y toma la ruda de nuevo con firmeza—hay que darles un buen escarmiento a estos desgraciados.
Meli me da la mano.
—Ya es hora.
—No, esperá, cinco minutos más.
Meli cierra los ojos y dice King. Siento que algo me aprieta el pecho, una fuerza muy grande, el piso tiembla, el cielo se vuelve cobrizo, mi bisabuela despliega su majestuoso batón y me sonríe como nunca antes, cierro los ojos y digo Kong.