
La Rebelión del Subconsciente
Autor: A.Layena
Fecha publicación: 17/03/2023
Certamen: II Certamen
Resumen
Es un cuento breve de humor negro. Es un cuento de actualidad donde se asoma la corrupción de un funcionario; inclusive corrompiendo el sagrado ámbito familiar de Elisa, su hija, y protagonista del cuento.
Relato
La
Rebelión
del
Subconsciente
Por
A. Layena
No pudo consumar el atentado. Había errado el disparo por apenas medio metro de su blanco. Reventó el cristal de un aparador detrás del diputado; ni siquiera un rozón en el brazo que pusiera a temblar de miedo al Licenciado Salinas, quien alcanzó a agacharse al oír el estallido del vidrio. Después fue casi imposible verlo debajo de los guardaespaldas que lo cubrieron inmediatamente con sus pesados cuerpos, y el aparatoso movimiento sobre la acera puso en alerta a los policías que pronto apuntaron sus armas en todas direcciones, buscando la procedencia de aquel tiro. Se había malogrado un plan que se comenzó a fraguar un año atrás; estudiando las rutinas diarias que llevaba a cabo el Licenciado; como aquella de los viernes: cuando se enfiestaba desde temprano con su voluptuosa secretaria en ese lujoso restaurante de la colonia Polanco, y donde el francotirador los asechó, agazapado desde lo alto del edificio de enfrente, hasta encontrar la ocasión propicia para acabar con la vida del funcionario… Ahora el tirador se había ocultado; acostándose boca arriba y abrazando su rifle cerró los ojos, y los apretó con tal fuerza; como lamentándose amargamente de su mala puntería; o como queriendo concentrarse de tal manera, que pudiera lograr la tele transportación hacia algún lugar muy lejano.
Escuchaba el palpitar agitado de su corazón. Pensó que de un minuto a otro subirían por las escaleras la fuerza policial anti motines, y entonces abrió desmesuradamente los ojos: «Tengo que escapar», pensó, y los instintos de supervivencia lo voltearon boca abajo y de pecho a tierra se arrastró como iguana, reptando por toda la azotea hacía uno de los tinacos, donde se quedó inmóvil, por un momento se bloqueó; ya se le había olvidado la parte del plan que lo posibilitaba de la huida. Escuchaba al escuadrón subiendo las escaleras a paso redoblado. Clarito escuchaba los casquillos de las botas marchando al unísono… En eso, la puerta de la solana se abrió de un portazo, que dio el gordo teniente de una enjundiosa patada, y quien venía al frente de sus hombres: « ¡Aquí está! ¡Aquí está!», gritó el policía mientras apuntaba con su rifle al francotirador en el suelo, justo a la cabeza que era donde se paseaba el punto rojo de la mira laser. Enseguida se pobló la azotea de gendarmes que rodearon y encañonaron a aquel hombre tirado, y que ahora ya estaba entregándose, boca abajo y con las manos entrelazadas sobre su nuca... El hombre que ahora estaba arrestado comenzó a gimotear, ante el desconcierto de los policías, que incluso algunos de ellos despegaron los ojos de las mirillas para tener un panorama más amplio de la patética escena y, soltaron las risillas burlonas. Entonces el rebelde se puso a lloran inconsolablemente, como una niñita de siete años; una niñita que sobresaltada se despertaba a mitad de la noche: « ¡Mamá!» gritó desesperada y se incorporó inmediatamente en la oscuridad de su cama, soltando el incontenible llanto jadeante, acompañado de una taquicardia que parecería que le reventaría su corazoncito: « ¡Mamá, mamá!», volvió a llamar a su madre, pero esta vez más fuerte. Era Elisa, que había tenido una angustiante pesadilla; ya que se había soñado como un insurgente de la resistencia luchando contra el gobierno opresor de alguno de esos países tercermundistas, de los cuales aparecen sus trágicas noticias todas las noches en el informativo nocturno. O tal vez se le habían quedado algunas imágenes en el inconsciente de aquella película que vio en casa de su prima, a escondidas de sus padres; algún factor externo reciente le había provocado ese mal sueño tan extraño. En eso abrió la puerta la madre de Elisa, quien introdujo su mano buscando desesperadamente el apagador en la pared y a tientas prendió rápido la luz, entró en la recamara y se sentó junto a la niña en su lecho:
—Tuviste una pesadilla, hija —, dijo su madre al mecerla en un prolongado abrazó para tratar de calmarla: «ya, ya, ya»... Elisa abrazó fuerte a su madre, y poco a poco fue conciliando el sueño entre sollozos entrecortados que aminoraban hasta quedarse nuevamente dormida en el reconfortante hombro materno.
A la mañana siguiente, Verónica, la madre de Elisa, entró a la recamara de su hija abriendo la puerta de golpe, por demás apremiada por la hora; ya que se habían quedado dormidas y faltaban treinta minutos para que Elisa entrara a la escuela. — ¡Despiértate, nena! ¡Despierta, Elisa! —, apuraba la madre a la niña, mientras la movía fuerte y repetitivamente del brazo: —Ya es bien tarde hija, levántate, te quedaste dormida— le hacía saber esto Verónica a la niña mientras esta iba recobrando conciencia, hasta que por fin despertó y todavía adormilada por la mala noche pasada se levantó por fin de su cama. Se comenzó a vestir con movimientos todavía muy lerdos, mientras su madre salió veloz de la habitación y se dirigió a la cocina para prepárale algo de almorzar que se llevara al colegio…
Diez minutos después, ya la estaba esperando su papá en el coche. La familia de Elisa era de la clase alta; así que el padre de la niña esperaba placenteramente sentado en el asiento trasero de su limusina, mientras consultaba su agenda del día, cuando se abrió la portezuela del auto; era Elisa, que por fin abordaba el coche de la mano de su mamá, quien se despidió de ella dándole su almuerzo junto con un cálido beso en la frente.
—Adiós, amor, te portas bien en el cole, te quiero mucho —, dijo, demostrando su infinito amor por su única hija, como todas las mañanas, y cerró la puerta del coche y fue entonces que el chofer dio marcha al auto y se fue alejando de aquella amorosa madre que aún se despedía ondeando emocionada la mano, hasta perderse de vista al doblar el coche la esquina.
Una vez sobre el camino rumbo al colegio, Macario, el chofer, miraba su reloj de pulso y enseguida buscaba a su patrón por el retrovisor; sistemáticamente, una y otra vez, como tratando de leerle la mente. El padre de Elisa, siempre con el teléfono celular en la mano y apoyándolo en la oreja izquierda, volteaba a todos lados, como tanteando el trafico matutino de la gran ciudad; asomaba la cabeza queriendo encontrar una vía despejada que seguir a esa hora del embotellamiento citadino.
—Hola, voy bastante retrasado… Lo de siempre, hay mucho tráfico y llegaremos tarde al colegio de la niña —, argumentó por teléfono—.Yo creo que mejor toma un taxi, amor, vete tú sola al banco, y realiza esa transferencia a mi cuenta bancaria en Suiza; y nos vemos al medio día — concordó con su interlocutora; susurrando, pegando sus labios al dispositivo, encriptando las palabras en la forma más sospechosamente posible; para súbitamente subir la voz: —Si, está bien, hasta pronto Licenciado Gómez —aparentó otra charla, tratando de destantear a Elisa, a quien atrapó escuchándolo. El chofer miraba de tanto en tanto por el retrovisor, asegurándose de que vinieras los guardaespaldas siguiéndolos a la pertinente distancia de siempre, y enseguida echó un vistazo a la niña por el espejo, buscando el momento más oportuno para hacer su indiscreta pregunta, y al verla distraída en la ventana, preguntó: —Diputado Salinas; después de dejar a Elisa en el colegio, ¿quiere que pasemos por su secretaria; o por la hora que es mejor lo llevo al Congreso, y después la encontramos a ella en el restaurante de siempre? . Escuchó esto último Elisa, e inmediatamente volteo hacia su padre, a quien miró enérgica, frunciendo el ceño; e inconscientemente, se le escapó un pensamiento iracundo desde lo más consciente del subconsciente:
« ¡Eres un sinvergüenza!
…Afinaré la puntería
…Por si te vuelvo a soñar esta noche».