La forastera


Autor: Por el ojo de la cerradura

Fecha publicación: 16/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

La doctora le recomienda a Alicia que lleve una vida más tranquila y saludable, por lo que decide trasladarse de la ciudad al pueblo. Pero no todo sale como ella esperaba.

Relato

LA FORASTERA

Por el ojo de la cerradura

La doctora le recomendó a Alicia que, por su salud física y mental, intentara llevar una vida menos estresante: alejarse una temporada del bullicio de la ciudad, comer saludablemente, practicar ejercicio y descansar. Y eso fue lo que hizo: después de pactar con la empresa teletrabajar desde su nueva vivienda, se trasladó a un pequeño pueblo en los Pirineos, de no más de medio millar de habitantes.
Pero la idea no era tan buena como en un principio parecía. Le costó adaptarse un tiempo. Lo que peor llevaba era que la gente tenía un carácter reservado y la miraba con recelo. Aunque había otras situaciones que también le molestaban. El olor desagradable que dejaban en el aire las boñigas de los animales de las granjas cercanas. Que incluso por las noches las campanas de la iglesia tocasen todas las horas, por lo que tardaba en conciliar el sueño cuando se acostaba; para colmo, el canto del gallo le despertaba antes de que amaneciera. Que tuviera que emplear buena parte de la mañana en hacer la compra porque a cada tienda que iba había cola y tenía que esperar —los clientes y los trabajadores tenían la costumbre de contarse la vida—. Y no, no le parecía melodioso escuchar el trino de los pájaros.
Echaba de menos la oferta cultural de la ciudad, con los cines, teatros y salas de conciertos y de exposiciones. En la localidad había algunos bares, pero mayoritariamente la clientela estaba formada por hombres que, le parecía a ella, la miraban raro cuando entraba sola. También le parecía que existía poca variedad de comercios y de productos. Aunque lo más fastidioso era que si surgía alguna emergencia sanitaria el hospital más cercano estaba a varios quilómetros de distancia.
Como había pocas distracciones en el pueblo y tampoco tenía muchas amistades, decidió abrir un canal de Youtube para llenar los ratos libres, al que se dedicaba cuando no teletrabajaba. Lo llamó La forastera. Cada semana colgaba un vídeo de pocos minutos en los que se mostraban cómo eran la villa y sus habitantes y costumbres; y en los que explicaba, con ironía y humor, las experiencias de una urbanita en un entorno rural. Había que dar a conocer el canal. Se lo comunicó a la gente más allegada, sobre todo a familiares y amigos; para ello las redes sociales fueron una buena ayuda. También se lo dijo a las personas del municipio con quienes tenía más confianza, y estas, a su vez, se lo comentaron a otras. Así, aunque al principio el canal era poco visitado, fue haciéndose cada vez más popular gracias al boca a boca; incluso empezó a ganar algo de dinero con las suscripciones, que cada vez eran más numerosas, y la publicidad. La vecindad estaba encantada de que alguien hablara de su localidad, y a partir de ese momento empezaron a mirar con buenos ojos a Alicia y a simpatizar con ella. Cada vez dedicaba más tiempo al proyecto, por lo que los vídeos eran de mayor calidad, tanto en la edición como en el guion.
Con el tiempo los lugareños empezaron a cruzarse con gente que no habían visto nunca visitando el pueblo: una pareja que descansaba en un banco de la plaza de la Villa; otra que paseaba por la calle Mayor; un pequeño grupo que contemplaba la iglesia, de estilo gótico; otro más numeroso que caminaba por las calles mirando todo a un lado y a otro, como si buscaran algo en concreto. En un municipio de poca población la mayoría se conocía y sabía que esas personas no vivían allí.
Y es que una de las consecuencias del éxito del canal fue que quienes lo seguían tenían interés en conocer personalmente el lugar donde sucedían las anécdotas que contaba Alicia. Así, poco a poco, casi sin que los habitantes se dieran cuenta porque el crecimiento era despacio pero constante, la villa fue recibiendo turistas.
Un día un director de cine contactó con ella. Había visto muchos de sus vídeos y quería contar, a partir de esos pequeños relatos, una historia más grande en forma de película; para ser más exactos, el director quería aprovechar el humor que tenía el material para convertirlo en una comedia. Alicia jamás imaginó que pudiera suceder eso, y firmó encantada el contrato de derechos de autoría.
Así que una mañana la plaza de la Villa se llenó de profesionales que iban y venían sin parar y de objetos como cámaras, micrófonos y equipos de luz y de sonido. Ahí y en otras partes de la localidad estuvieron grabando durante unas semanas. La película se estrenó y fue un éxito. Eso hizo que más especialistas del cine, la televisión y la publicidad tuvieran interés también en grabar sus historias en esos «paisajes naturales tan espectaculares». Todo eso acabó de redondear la popularidad del municipio.
Los emprendedores vieron posibilidades de negocio y comenzaron a abrir pequeños comercios: bares, tiendas de souvenirs y de alimentación… Una agencia de viajes programaba visitas guiadas. Seguían llegando cada vez más turistas. Se inauguraron también hostales y pensiones.
Todo eso generó, sin duda, puestos de trabajo —aunque era un empleo precario, temporal y mal remunerado— y beneficios económicos. Pero asimismo trastornó la cotidianidad de la población local. Ya no podían pasear tranquilamente por las calles, porque a menudo estaban bastante abarrotadas de visitantes, sobre todo en verano. El ruido y la suciedad también se hicieron patentes. Lo que empezó teniendo su gracia acabó siendo una incomodidad.
Los vecinos, molestos, empezaron a quejarse. Alicia notó que cuando caminaba por las calles y pasaba cerca de ellos se callaban y la miraban, y cuando se alejaba seguían cuchicheando. Supuso que hablaban mal de ella y que le echaban la culpa de la situación del pueblo en los últimos tiempos. Le volvían a mirar recelosamente, como cuando llegó. Intentó que no le afectara, pero cada vez se sentía más inquieta. Pensó si podía hacer algo para solucionarlo, pero ninguna idea le convencía del todo. Quizá había llegado el momento de hacer las maletas y de marcharse tan discretamente como cuando vino; aunque no sabría adónde ir: no preveía regresar a la ciudad, donde tendría que volver a soportar los ruidos y la contaminación que provocaban los automóviles y las obras públicas —además de tener que sortear zanjas, vallas y maquinaria en las calles—, ir todo el día de un lado a otro con prisas, el apretujamiento diario en el metro, la escasez de zonas verdes. Otra opción era empezar a hablar mal del pueblo en los vídeos para que los visitantes dejaran de acudir; pero eso hubiera sido como traicionarlo. O simplemente podía no continuar con el canal; pero le había encontrado gustillo a eso de ser youtuber, aunque fuera solo como afición, y no tenía por qué renunciar. Reflexionaba sobre todas esas posibilidades cuando estaba paseando por la montaña más conocida del área, hasta llegar al punto más alto. Entonces vio a una turista joven, entre arriesgados movimientos por conseguir la foto más espectacular, hacerse un selfie en un peñasco.