HEROINAS EMPODERADAS


Autor: SWAPNA

Fecha publicación: 19/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

A través de famosos personajes femeninos de cuentos clásicos, se realiza un recorrido donde todas ellas se van conociendo y apoyando para llegar a alcanzar a libertad que hasta entonces se les había vetado, encorsetandolas en meros personajes objeto, sin decisión. La sororidad entre ellas las empodera consiguiendo que sean felices.

Relato

HEROINAS EMPODERADAS
Ranpunzel estaba harta de estar encerrada en la torre de aquel castillo esperando a su príncipe azul. De hecho, hacía más de un año que apenas pasaba gente por allí. Un tendero que llevaba los víveres cada semana, le había hablado de una pandemia mundial. O eso le entendió porque llevaba la boca tapada con un trapo. Ella no sabía a qué se refería. ¿Sería escasez de pan? Podría ser que la sequía hubiera provocado malas cosechas de cereal. Daba igual. Estaba dispuesta a irse a ver mundo.
Para ello agarró su larguíiiiisima melena y se la fue enrollando entre su mano y su codo para lanzarla fuerte (como el lazo de un cowboy) contra el árbol que tenía enfrente. La llevó varios (más bien muchos) intentos, conseguir que se quedara enganchada en las ramas, con la suficiente fuerza para aguantar el peso de su cuerpo, cuando se deslizara como por una tirolina agarrando con sus manos su propio pelo. Le dolió mucho pero apretó los dientes y cerró fuerte los ojos; no quería gritar por si algún osado le oía e intentaba rescatarla.
Después de bajarse del árbol, tendría que conseguir desenredarse el pelo. Desde arriba divisó algo reluciente pocos metros más allá. ¡Anda! Es un hacha. Vaya suerte. Podría cortar su cabellera, porque no era plan ir caminando por el bosque con varios metros de pelambrera. Le costó varias horas bajar del árbol y salir de aquel laberinto de ramas y pelos. Aun así, las puntas de su cabello seguían enroscadas. Intentó caminar hasta la herramienta que la liberaría de aquella carga peluda. Le faltaba poco pero no conseguía cogerla. Unos pajarracos grandes y negros se posaron en la rama donde estaba enrollado su pelo y empezaron a picotearlo. A la vez, ella tiraba y tiraba hasta que la rama se rompió y ella rodó unos centímetros más. Justo su cara paró delante del filo del hacha. ¡Qué susto!
Después del cambio de “look”, pelo cortado con hacha (quizá se pusiera de moda) y el vestido con “flecos”, hechos también con la misma herramienta, más que nada para poder moverse más libremente, fue caminando por el prado. Un poco seco le parecía. En realidad no sabía ni en qué estación estaba; metida en aquella torre había perdido la noción del tiempo y del espacio, todos los días eran iguales.
De repente en un pequeño arroyo, vio saltar una rana y le oyó que le decía Hola guapísima. Te estaba esperando. Soy tu príncipe azul. Ya sé que no lo parezco, pero es por la maldición. Para poder volver a mi estado tendrás que llevarme a tu casa y cuidarme, darme mimos y un día se producirá el milagro y me convertiré en el apuesto príncipe que se casará contigo.
¡Anda ya! - contesto Ranpunzel ojiplática- . Tú no eres más que un sapo, gordo y feo. Y además un aprovechado. Déjame en paz si no quieres que la emprenda a pedradas contigo. Para príncipes estoy yo, vociferó alejándose.
Se sentó a descansar un rato. Le estaba gustando respirar aquel aire fresco, el sol en la cara, el sonido del agua del río…
Cuando se despertó de su mini siesta, oía voces a lo lejos. Después de focalizar la mirada, pudo ver como el sapo baboso estaba tratando de convencer a una niña rubia guapísima e ingenua, Ricitos de Oro. Arremangándose los faldumentos, para allá que echó a correr. Trató de asustar al sapo tirándole piedrecitas. Déjala en paz, mentiroso sapo. Ricitos no te asustes, soy Ranpunzel y no quiero que este asqueroso batracio te engañe. Ven conmigo.
Ambas se fueron caminando juntas y contándose sus secretos. Ricitos también quería independizarse. A pesar de su cara de niña, ya tenía edad de irse de casa de sus padres.
Encontraron a una señora muy elegante, vestida de negro, con un cesto con manzanas. Les ofreció algunas. Ranpunzel, que ya no se fiaba ni de sí misma, le dijo primero da un mordisco tú. La madrastra lo hizo y nada pasó, así que ambas comieron la saludable fruta. La madrastra, harta de que nadie confiara ya en ella, con un rictus de pena, a punto de dejar caer alguna lágrima, se dio media vuelta y comenzó a caminar alejándose. Ricitos le preguntó si quería acompañarlas. Se giró bruscamente con cara de sorpresa e ilusión. ¿Dónde vais? No sabemos, contestó Ranpunzel. A vivir la vida.
Así que las tres iniciaron de nuevo el periplo.
Un día vieron en el bosque a Caperucita, apoyada sobre un árbol y morreando con el Lobo. Éste, pudoroso, se escondió entre los matorrales. La invitaron a irse con ellas, pero encendiendo un porro, les indicó, haciéndoles una peineta con la mano, que ella se quedaba.
Ella se lo perdía, pensaron, porque formaban un grupo fantástico y divertido.
En su travesía pasaron muchas aventuras, a veces peligrosas.
En otra ocasión se encontraron con los Tres Cerditos retozando en una ciénaga como Dios les trajo al mundo. Al ver aquel grupo de mujeres riendo, empezaron a intentar llamar su atención con piropos, silbidos e insinuaciones incluso obscenas. Ellas seguían su camino sin hacer caso, lo que pareció enfurecerles más. El Lobo Feroz, que se había hecho amigo de los cerditos, se unió a la manada. Y sopló, sopló y resopló y sus faldas levantó. Los Cerditos se tronchaban de risa y el Lobo se vino arriba corriendo hacia ellas para amedrentarlas. Ellas también empezaron a correr, un poco asustadas. De repente apareció el Gato con Botas que frenó en seco al Lobo Feroz, comenzando su habitual palique, demostrando a la fiera con su inteligencia y argucias su superioridad.
Mientras tanto ellas se escondieron en una cabaña que encontraron. Estaba abandonada y tenía la puerta abierta, aunque no había nadie. Pronto vieron que estaba toda hecha de chocolate, dulces y piruletas que con el tiempo se habían ido derritiendo y estaba todo pegajoso. A pesar de ello, decidieron quedarse unos días a descansar y reponer fuerzas. La libertad, a veces, podía resultar agotadora.
Estaban dormidas cuando abrieron la puerta riendo dos jovencitas. El susto fue mayúsculo y todas gritaron al unísono. Una vez calmadas vinieron las presentaciones. Se trataba de Gretel, la dueña de la dulce casita, y Wendy, la amiga de Peter Pan. Ambas acababan de empezar un romance y pensaron que allí estarían a salvo de curiosos y preguntones. Los días de convivencia y la libertad que manifestaban aquellas mujeres las convenció para irse con ellas.
Iniciaron de nuevo su travesía, subiendo con gran esfuerzo una montaña y cuando llegaron arriba divisaron el inmenso mar a sus pies. Ninguna de ellas lo había visto antes, así que bajaron corriendo a la playa para tocar el agua y correr por la arena. Desde allí, escucharon el dulce canto de la Sirenita sentada en una roca. Se acercaron y casi con lágrimas en los ojos, les contó que estaba enamorada de un humano, pero no podía alejarse del mar porque su cola de sirena se lo impedía. Su padre el rey Tritón sabía la manera de devolverle a la forma humana pero no quería hacerlo para no perderla. Ranpunzel que ya estaba cansada de tanta gente prohibiendo a los demás vivir su vida, se acercó a ella y la examinó de arriba abajo. Sacó una navajita que había encontrado en la Casita de Chocolate y le pidió permiso para intentar ayudarla. Con mucho cuidado fue descosiendo todas las puntadas que unían la cola a la piel y después, con ayuda de las demás, tiraron fuerte hacia abajo y aparecieron unas larguísimas y níveas piernas. Sirenita no daba crédito. Apena se sujetaba en pie y además estaba desnuda, aunque, enseguida entre todas, confeccionaron una falda de “piel de cola de sirena”.
Después de disfrutar de la playa correteando, salpicándose y haciendo castillos, decidieron largarse antes de que el padre de Sirenita saliera con el tridente y la emprendiera a golpes con ellas.
En el camino encontraron a una perrita de manchas blancas y negras con una abultadísima tripa. Es un dálmata, dijo la Madrastra que tenía más cultura. Estaba tumbada y del collar había colgado un sobre con una carta. Era de su ama Anita, que había tenido que salir huyendo de la malvada Cruella de Vil, pero no quería que le pasara nada malo a su perrita Perdita, que para colmo acababa de perder a su amado Pongo. Era su décimo embarazo y estaba delicada, por lo que rogaba a quién la encontrara que la cuidara, aunque aún le faltaban varias semanas de gestación. Les pareció tan tierno que todas ellas acordaron hacerse cargo de Perdita.
Caminaban sin rumbo, cuando no muy lejos vieron un castillo. Ricitos de Oro propuso acercarse. Estaba cansada de vagar por los caminos. A la Madrastra y Ranpunzel les recordó épocas pasadas. Sirenita pensando que su enamorado podría vivir allí, votó por ir. A falta de otras opciones, decidieron poner rumbo a ese lugar.
Parecía que vivía alguien, aunque todo estaba muy cerrado y oscuro. Después de llamar varias veces, les abrió Mary Poppins que amablemente les invitó a pasar y tomar el té. Les contó que vivía con Cenicienta que recientemente se había quedado viuda y estaba muy deprimida. Hacía mucho tiempo que no tenía ocasión de charlar con otra gente y estaba encantada, así que les ofreció el castillo para quedarse el tiempo que quisieran. Al fin y al cabo allí había múltiples alcobas y casi todas vacías. Lo hablaron entre ellas y a todas les pareció buena idea quedarse. Podían cuidar a Perdita y tratar de animar a Cenicienta y que pudiera volver a sonreír y disfrutar de la vida, aunque su amor ya no estuviera.
Perdita se puso de parto casi dos semanas antes de lo previsto. La pequeña Dausen nació a los 48 días. Ricitos le bautizó con ese nombre, porque era la más joven y soñadora, además de amante de los animales y les explicó que DAUSEN eran las iniciales de esta máxima: Dálmata AUlladora Será ENcantadora. Todas se rieron mucho con la ocurrencia. A Perdita le costó recuperarse pero con los especiales cuidados que le dieron y ver a su cachorrita, tan saludable y juguetón, consiguió ponerse bien.
A los pocos días bajaron a bañarse a un río cercano y así bautizar a Dausen, celebrándolo después con un pequeño banquete. Cada semana organizaban guateques, concursos de platos de cocina, competiciones de parchís, jugaban al mus, hacían pequeñas excursiones al bosque,… No solo Cenicienta dejó aparcada la tristeza, sino que estaba feliz y sonriente, al igual que sus amigas, incluidas Dausen y Perdita.
Con el tiempo, se acabaron haciendo famosas entre la población que las pusieron de mote Las Felices Rebeldes. Acudieron otras heroínas de cuentos, hartas de esperar a príncipes, de besar sapos, de luchar con madrastras, de perder zapatos de cristal, de barrer la casa, de venenos de brujas malvadas, de criar niños, de llevar vestidos emperifollados.
Así que desde aquel “cuartel de mando” aprendieron a vivir por ellas mismas, a disfrutar de lo que tenían, compartiendo talentos y saberes.
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He querido dejar escrito mi testimonio porque yo estuve en ese castillo. Fue una noche en que se me estropeó el coche en una carretera poco transitada. Perdida y asustada llegué a esa fortaleza, donde me recibieron y alojaron. Me contaron ésta y otras muchas historias divertidas y fantásticas. Después de pasar unos días con ellas, decidí irme de allí. Ahora, por más que busco ese lugar, no he podido encontrarlo, pero sé lo que vi.
Estoy segura que siguen allí, cambiando las historias de los cuentos clásicos, para poder enseñar a las nuevas generaciones otros valores, para decirles que hombres y mujeres somos iguales pero diferentes, que las riquezas no conducen a la felicidad, que el amor es lo más importante pero no necesariamente entre un hombre y una mujer, que la bondad es siempre un buen negocio. Y que los cuentos siempre, siempre, tienen un final feliz.