Hermanos inseparables


Autor: Brandaus

Fecha publicación: 17/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Los padres de Dani quieren separarlo de su hermano. Hacen como si no existiera, como si solo tuviesen un hijo. Pero los hermanos saben que son dos y que, además, son inseparables.

Relato

Nos han castigado por romper un jarrón. Una semana entera sin ver la tele.
Yo sé que no es por el jarrón en sí, sino por decirles que habíamos sido nosotros. Suena extraño, ¿verdad? Los padres suelen perdonar a sus hijos si son sinceros. Lo raro es que a los nuestros no les gusta que digamos la verdad si lo hacemos en plural.
No llevan bien que seamos hermanos. Cuando alguien les pregunta si tienen hijos, contestan:
−Sí, tenemos uno de nueve años.
Según ellos, en casa vivimos tres personas: papá, mamá y su único hijo. Pero es mentira, somos cuatro. ¿Por qué reniegan de uno de nosotros? No lo entiendo.
Ahora mismo estamos los dos sentados sobre la cama, sin saber qué hacer. No nos apetece leer ni dibujar. Hacer los deberes, mucho menos. Miro hacia el reloj de la mesita de noche y veo que son las cinco. Pronto vendrá mamá con la bandeja de la merienda.
−¿En qué estás pensando? –le pregunto a mi hermano, que tiene la mirada perdida.
Él niega con la cabeza.
−En nada. Me imaginaba cómo sería si papá y mamá aceptasen que tienen dos hijos.
−No te preocupes –intento tranquilizarlo−. Mientras nos tengamos el uno al otro, todo irá bien.
Y es cierto, todo irá bien. Estamos tan unidos que lo que uno hace lo hace el otro. Si uno salta, el otro salta. Si uno tiene una pesadilla con el secuestro de mamá, el otro también la sufre. Si uno juega al ajedrez con las piezas blancas, al otro ni se le ocurre jugar con las negras.
Alguien abre la puerta de la habitación. Es mamá, con la bandeja de la merienda. Hoy trae un sándwich de jamón y queso con un zumo.
−Aquí tienes –dice mientras pone la bandeja en la mesa de hacer los deberes−. Espero que hayas reflexionado sobre tu actitud.
Los dos la miramos, pero ninguno responde. Sigue igual. Sigue sin entenderlo. ¿Por qué habla en singular? ¿Por qué se aferra tanto a su idea que hasta obliga al uno de nosotros a pasar hambre? Un sándwich en lugar de dos. Un vaso de zumo en lugar de dos. Un hijo en lugar de dos.
Mamá coge el cuadernillo de matemáticas (el único que tenemos, por supuesto) y ve que los deberes aún están sin hacer.
−Volveré dentro de una hora −advierte−. Quiero que para entonces esté la merienda terminada y los deberes hechos.
Y, sin añadir nada más, sale de la habitación y nos deja de nuevo a solas.
−¿Haremos los deberes? –le pregunto a mi hermano.
−No –responde él enseguida−. No haremos nada más hasta que lo entiendan. Ni comeremos, ni haremos los deberes, ni saldremos de este cuarto para ir al colegio.
Llega la noche. Mamá vuelve y ve todo como lo había dejado: la bandeja llena y los deberes sin hacer.
−Esto no puede seguir así, Daniel −dice−. Mañana volveremos a visitar a Enrique.
Permanecemos en silencio. Enrique es nuestro psicólogo. Hemos ido ya dos veces a su consulta y nos ha hecho un montón de preguntas, nos ha mandado contar historias, nos ha pedido que hiciésemos dibujos... En uno de esos dibujos, nos mandó dibujar a nuestra familia y, al igual que haría mamá, nos dio solo un solo lápiz y un solo papel. Pero somos inseparables, de modo que cogimos el lápiz entre los dos y nos dibujamos a papá, a mamá y a nosotros dos.
−¿Quién es este, Daniel? –preguntó Enrique, señalando a uno de los dos niños.
No contestamos. La respuesta estaba clara, ¿no? Enrique está compinchado con nuestros padres, lo sabemos. Y ahora mamá dice que volveremos de nuevo a visitarlo. Nos da una rabia tremenda. A los dos.
Sale de la habitación y nosotros, por fin, nos levantamos de la cama. Le dedico un gesto a mi hermano para que guarde silencio mientras pegamos la oreja a la puerta cerrada.
−Sigue sin comer y sin decir prácticamente nada –oímos. Está hablando con alguien por teléfono−. Unas veces se queda en silencio. Otras veces amenaza con que, si no le servimos cena para dos, no comerá. Que no quiere que su hermano pase hambre. No sé qué más hacer, Enrique. Hemos probado todo lo que nos has dicho y no hay cambios. ¿Podríamos ir mañana por ahí y así hablas con él, a ver si consigues algún avance?
Silencio durante unos segundos. Enrique le debe de estar diciendo que sí, que nos pasemos sin problema.
−De acuerdo, nos vemos mañana a las cinco –se oye de nuevo la voz de mamá−. Gracias, muchas gracias.
Cuelga. Escuchamos cómo sus pasos regresan hacia la habitación y corremos a sentarnos de nuevo en la cama. Mamá abre la puerta, mira hacia nosotros y dice:
−Mañana volveremos a ver a Enrique. Mientras tanto, ya que no quieres comer ni hablar, será mejor que te acuestes.
Apaga la luz y cierra la puerta. Nosotros nos metemos en la cama, los dos juntos. No dormimos nada en toda la noche. Tenemos miedo de lo que pueda decirnos Enrique mañana. ¿Y si nos separan? ¿Y si papá y mamá están fingiendo que solo tienen un hijo para poder alejarnos? No podríamos soportarlo.
−Tranquilo, nunca nos separarán –me dice mi hermano, como leyendo mis pensamientos.
Ahí está la prueba: sabe lo que yo estaba pensando porque somos inseparables.
−Pero pueden llevarnos a colegios distintos o internarnos a cada uno en un centro extraño, a mil kilómetros del otro –le explico mis temores en voz alta.
−No, no pueden. Es como el problema que nos puso el otro día Mario en clase de matemáticas: si quieres dividir una manzana entre dos personas, necesitas partirla por la mitad. Y a nosotros no nos pueden partir por la mitad. Somos inseparables, ¿recuerdas?
−¿Estás seguro?
−Mira, podemos hacer algo para que te quedes tranquilo. Las últimas veces que visitamos a Enrique fuimos los dos, ¿no? Por mucho que papá y mamá se empeñen en que llevaban a uno solo de sus hijos, no es cierto. Si quieres, mañana irá a su consulta solo uno de nosotros. Así sabremos definitivamente si pueden dividirnos aunque estemos separados físicamente.
−¿Y cuál de los dos irá?
Mi hermano piensa la respuesta. Antes de poder darme una, se duerme.
El despertador no tarda nada en sonar. Ya es de día y mamá entra en la habitación para abrir las persianas.
−¡Arriba! −grita.
Mi hermano y yo nos levantamos de la cama. Se acerca el momento, ese momento que tanto tememos. Hoy descubriremos por fin si pueden separarnos.
−Vístete y baja a desayunar –ordena mamá.
Sigue hablando en singular. Por más que nos esforcemos, seguirá haciéndolo. Mi hermano mira hacia mí y yo asiento con la cabeza para darle mi aprobación a lo que está pensando.
−Mamá –dice.
−¿Qué pasa? –responde ella con una pregunta.
−Hoy iré al colegio y a visitar a Enrique yo solo –le informa mi hermano de nuestros planes.
Mamá lo observa fijamente. Ha entendido a lo que se refiere. Enseguida se arrodilla delante de él y coge su cara con las dos manos. A mí ni me mira, aunque consigo ver sus ojos empañados en lágrimas.
−Daniel, no sabes cuánto me alegra oír eso.
Lo abraza con fuerza y se mantienen unidos un largo rato. Yo debería experimentar el mismo calor que mi hermano, pero no noto nada. Tampoco siento nada cuando le da un beso en la frente. Qué extraño. ¿Hemos dejado de estar conectados por culpa de esta decisión? No, no es posible.
Mamá coge a Daniel de la mano para bajar juntos a desayunar. Yo me despido con un gesto de mano y él me sonríe.
Aunque sea la primera vez que nos separamos, mi hermano es la única persona que me quiere.