
Resumen
En un futuro altamente tecnológico, un hombre coge el tren para ir al trabajo, demostrando en su viaje que los conflictos generacionales se repiten (y seguirán repitiéndose) una y otra vez a través de los tiempos.
Relato
Futuro distópico
España, año 2059
Ya nadie vivía en la ciudad. Convertida en una mezcla de oficinas de empresas y pisos turísticos, nadie podía pagarse un alquiler allí, y menos aún comprar un piso. Así que los trenes iban siempre llenos de gente que iba a la ciudad a trabajar o estudiar desde los municipios de las afueras. Como cada día, cogí el tren para ir al trabajo. Al pasar el móvil de muñeca por el lector de billetes, una joven se me coló por delante. Cuando fui a pasar yo, se me cerraron las puertas en las narices. Ya me parece mal que se cuelen detrás de mí, pero que lo hagan por delante es indignante. Volví a pasar la muñeca, pero el lector dio un mensaje de «Ya validado» y no me abrió. Por culpa de esa joven caradura iba a llegar tarde al trabajo. Me dirigí a la pantalla de asistencia virtual, donde un rostro sin género definido generado por computadora atendía a los usuarios:
—Soy Neutrex, su asistente en CGI, ¿en qué puedo ayudarle?
—Una chica se me ha colado por delante y ahora el lector no me deja pasar.
—Esa incidencia no consta en ni base de datos.
—Ya, pero es lo que me ha pasado.
—Indique otra incidencia.
—¿Cómo que otra? ¿Me la invento?
—Detecto agresividad en su voz. Le recuerdo que hablar mal a las máquinas es una infracción sancionable.
—Déjelo…
Tuve que esperar un cuarto de hora a que el lector de billetes me dejara volver a marcar, perdiendo mi tren. Una vez en el andén, un chico me pegó un empujón. No solo no se disculpó, sino que me dijo:
—¡Aparta, gilipollas!
Esperé el siguiente tren con impaciencia, pues estaba llegando tarde. Ya no podía hacer nada al respecto, pero mi mente no se relajaba. Al fin llegó y accedí al vagón entre empujones de los estudiantes que iban al instituto. Mi mano rozó sin querer el trasero de una joven, que se giró y me miró con cara de «Te voy a denunciar, viejo verde». Me alejé todo lo que pude de ella y, agarrado a la barra, me dispuse a aguantar de pie todo el trayecto, pues no había ningún asiento libre.
Por fin, al parar en una estación cercana a un instituto, el vagón se vació notablemente y me pude sentar. En la siguiente estación entraron unos jóvenes con pinta de delincuentes. Entraron entre risotadas, fumando y bebiendo cerveza. El mundo se va a pique si esa chusma es el futuro. No respetan nada, pero exigen todos los derechos del mundo. Derechos que les han conseguido las generaciones anteriores, porque ellos no se han ganado nada. Para colmo, uno tenía puesta la música en su móvil de muñeca. Para eso sirve tanta tecnología, para que no haya empleados en el tren y tengas que aguantar música horrorosa de jóvenes maleducados. Además, los que ponen la música alta siempre tienen un gusto espantoso. Aquellos jóvenes escuchaban sin auriculares ese ruido infernal dentro del vagón, sin ningún respeto por los demás pasajeros. Pero a mí no me harían callar. Los miré desafiante y, esbozando una sonrisa de desprecio, exclamé:
—¡El reguetón sí que era música y no esta mierda que escucháis ahora!
Pseudónimo: Armando Guerra