EL LENGUAJE DEL AGUA


Autor: Codego

Fecha publicación: 18/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Trata sobre los derechos del agua, su preservación y la importancia que representa para todos los seres vivos, El relato transcurre en su mayor parte en el patio de una casa rodeada de trinitarias donde viven varios tipos de aves que son sus personajes y enseñan al protagonista el sentir de la naturaleza por el preciado líquido.

Relato

El lenguaje del agua

Hace tres meses que cambié de domicilio, necesitaba un espacio abierto transformado en un gran patio, rodeado de flores de trinitarias, arboles de mango y matas de sábila. Mis dos niñas lo necesitaban, siempre habían vivido en pisos de apartamentos sin parques de recreación cercanos.
Contemplando mi mundo de libertad, viéndolas jugar, enfoco mi mirada hacia la jaula donde mi loro australiano se pavonea ante las torcazas que habitan un nido entre dos maderos de un cobertizo, extiende sus alas con la cabeza hacia abajo y hace sonidos desagradables ¡No sé! si busca amigos o pleitos de vecinos.
Es el mes de febrero, el calor tropical aumenta cada día más, comienzo a notar un cambio en el comportamiento del loro, no le he puesto nombre, espero que algún día me lo escriba con el alpiste que derrama al suelo de la jaula; noto que cada vez que le sirvo el agua en su plato, lo primero que hace es voltearlo, eso lo hace feliz, da pequeños saltitos de alegría, extiende rápidamente sus alas y eleva su gracioso copete; De inmediato acuden torcazas de los arboles cercanos y del cobertizo a llenar sus buches, enjuagar sus patas y humedecer sus pechos. Ese desperdicio me molesta, pienso que es un animal necio y desconsiderado, si supiera que la municipalidad ha aumentado las tarifas del agua este año.
Desde que me instale a esta casa de patio compartido, he sacado de su interior a torcazas que accidentalmente husmean en la sala, caminan a mis pies y no se asustan con mi presencia, percibo que me transmiten cierta aprobación natural de hermandad, pero son locuras mías; hasta la lora grande y verde de la vecina llegó a nuestro techo a conversar con mis hijas y a posarse en la cabecera de las mecedoras para darle la pata a mi esposa.
He decidido castigar a mi loro australiano, le he puesto hora y frecuencias para las comidas, pero a eso de las nueve de la mañana me arma una alharaca de Dios padre y señor mío que hasta los vecinos han tocado el timbre de mi puerta para descargar quejas.
Cedo a la petición de la vecindad y vuelve el pajarraco a voltear el plato, pero noto como el agua derramada crea vida y alegría, además de las torcazas hasta las mariposas de alitas amarillas salen de sus escondites sombreados a chupar el rocío de la jaula y a revolotear a mi alrededor, al mismo tiempo que una suave brisa desprende las hojas carmesí y moradas de las trinitarias que se arrastran a mis pies y tapizan el cemento gris de mi patio ¡Estoy maravillado!
Vapores existencialistas me asaltan con pensamientos de la edad de oro griega; “Hay que ahorrar agua para derrocharla en la vida que nos rodea”.
Observo que no soy el único que se deleita con la explosión de gratitud y vida, mi loro tiene mirada de felicidad, sigue los movimientos de cada animal y los celebra, el color rojo del circulo de sus mejillas se intensifican.
Los días pasan y soy el creador de mi universo, estoy embelesado con mi rutina, meto la mano en la jaula, lleno de agua el platito y espero con una sonrisa que lo voltee pero no lo hace, se acerca a mí, y me clava sus expresivos ojos para trasmitirme su pensamiento: “Todos somos mensajeros del agua, tú tienes que serlo”.
La conciencia de la invención desciende a mis manos para convertirse en acción, tomo una ponchera de plástico verde y vierto el agua que puede almacenar para colocarla en el centro de mi universo. Las ramas largas de las trinitarias comienzan a agitarse como prolongaciones de dedos ansiosos; Pero ¡No hay viento!
Las flores moradas y carmesí flotan en la brisa de aleteos junto a puntos purpura que se zambullen en el recipiente hecho fuente.
Es toda una bandada de aves que aceptan el ofrecimiento del austero padre de familia, se ve el salpicar producido por el torbellino de plumas pero ni una sola gota cae al suelo, con la misma rapidez de su aparición fue su salida al firmamento, quedo estupefacto con la vista al cielo pero con la mirada al pasado cercano de hace solo cinco minutos ¿Cómo puedo explicar esto?
Frente de mi sombra hacen un semicírculo los pájaros residentes, percibo el guiño del loro que me dice que desenganche el alambre de la jaula del clavo sostenido del madero que apuntala el techo del cobertizo para posarlo en el suelo ¡Bastante explicito el plumífero!
El loro es el moderador y traductor, dice: “Los mensajeros del agua te han escogido como portador del mensaje de ayuda y de esperanza”.
Prosigue: “Hay un poblado en medio del bosque seco a muchas leguas de aquí, llamado Beniz donde los niños sufren sed y las aves del altísimo recorren grandes distancias a la redonda para humedecer las finas plumas del pecho y dejar que los pequeños sorban con sus sedientos labios las gotas de agua que puedan portar, pero no es suficiente”.
Añade: “Necesitan del mensajero mayor”.
Contraigo el rostro con los ojos abiertos y pregunto: ¿Por qué yo?
El australiano traductor responde: “Tienes el aroma de cristo”.
Estoy atónito! En la maraña de pensamientos, no estoy seguro que abordar primero ¿Cómo solucionar el pedido del loro? ¿Y cómo puedo estar conversando con los animales?
Tengo la boca seca, y reacciono para cerrarla y atreverme a preguntar al inferior fruto de la creación, por qué él puede comunicarse conmigo con la sola mirada y las demás aves no. Su respuesta es engreída, asombrosa y algo lógica.
El loro: “Soy poliglota, vengo de Australia, recorrí en el avión de carga parte de Asia, Europa y Sudamérica, soy rápido para aprender y segundo; Las torcazas tienen almas más evolucionadas que la mía, por eso puedo comunicarme contigo.
Admito la respuesta con humildad, no le quiero dar vueltas al asunto, pero estoy seguro que me ha insultado el majadero animal.
He pasado demasiado tiempo descifrando la situación en el medio del patio, la sombra que proyecta mi cuerpo ha cambiado de lugar igual que las aves, no son tontas, ¡el tonto soy yo! Tengo caliente cabeza, cuello y espalda con el ecuatorial sol.
Me refugio de cuerpo y mente en casa, no me atrevo a contarle lo sucedido a nadie, soy admirador del realismo mágico de García Márquez pero esto es ridículo. Las aves siguen conversando, tomo una foto del evento ¿Para qué video? si no emiten sonido, el loro me llama estridentemente para que lo ponga en sombra.
Espero nervioso la llegada de mi esposa, resultado esperado, se burla de mí, no me atrevo a probar con amigos y menos los vecinos, se me ocurre abordar al párroco de la iglesia del barrio con teología de la creación y mucho tacto.
Aguardo hasta que el padre este solo en su oficina, le explico con detalle lo sucedido, abre la biblia en el génesis, donde nos confieren el cargo de administradores de la creación, animales y recursos como el agua, me habla de la importancia de preservar y me pregunta si estoy viviendo momentos de estrés en mi vida o si estoy obsesionado con la causa ambientalista, a lo primero le confieso que estoy estresado por el tema que le he llevado pero mi vida es tranquila, y que no soy ambientalista, pero no soy indiferente a la causa, por último me pregunta en que trabajo, le respondo escritor y retumba un ¡mmmhh!
Me sugiere un centro de reposo y que trate de ver un psicólogo que me conecte con la realidad, salgo ofendido pero caballeroso, hasta le pregunto que si desea que le cambie la charola de las ofrendas por una nueva.
Camino a casa se me ocurre una idea descabellada, publicar en internet la historia con la foto de la reunión del loro con las torcazas, la decoro con toda clase de emoticones y solicito que todos saquen los envases más grandes para almacenar agua y dejarlos afuera de sus casas; La historia se hizo tan viral que las cigüeñas y garzas tuvieron que ayudar, las aves tapaban el sol en grandes nubes de bandadas visitando las bandejas de agua que las personas dejaban por curiosidad, chiste, tendencia, ingenuidad o genuina solidaridad.
El pequeño loro me suplica libertad para colaborar, no lo pienso mucho, no quiero animales raros en mi casa.
Pasado un tiempo supe que un generoso pozo de agua profunda a kilómetros de Beniz, se enteró de la historia por dos vacas y decidió sumergirse en la tierra y nadar hasta el poblado para brotar a borbotones en el día de descanso de las torcazas; Mi loro jamás pudo ayudar a nadie, no se aguantaba las ganas de pinchar las narices con su pico de los niños que se le acercaban.
Codego