El autobús


Autor: Leland Gaunt

Fecha publicación: 31/01/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Una joven abandona una fiesta antes que sus amigos a altas horas de la noche, pierde el último autobús que podría llevarle a casa pero, cuando está pensando que hacer, se le presenta la oportunidad de coger otro autobús...¿será una buena decisión?

Relato

EL AUTOBÚS
Era noche cerrada y hacía bastante frío, pues un viento moderadamente fuerte había comenzado a soplar, con bastante fuerza, dos o tres horas antes. Había bastantes nubes en el cielo y las copas de los árboles que flanqueaban la carretera se doblaban marcando la dirección del viento, lo que incrementaba todavía más, si cabe, esa sensación de frío y mal tiempo. La carretera se encontraba desierta a esas horas de la madrugada.
Marta caminaba por el arcén en dirección a la marquesina de la parada del autobús, con el cuello del abrigo subido, el gorro de lana encasquetado hasta las orejas y el cuerpo encogido, tratando de combatir el frío nocturno lo máximo posible.
Lo había pasado bien en la fiesta organizada por su amiga Alicia, pero no podía quedarse hasta muy tarde pues al día siguiente tenía que trabajar. Se despidió de sus amigos insistiendo en que no era necesario que alguno de ellos se molestase en llevarla a casa, que podían seguir disfrutando de la velada ya que ellos no tenían que madrugar, que ella tomaría el autobús en la parada que había en las afueras de la urbanización, la cual, al fin y al cabo, se encontraba cerca.
No llevaba mucho tiempo caminando cuando, después de una curva a la derecha, encontró a pocos metros de distancia la parada del autobús. Sin embargo, al final del tramo recto de carretera, justo antes de que ésta se perdiera tras una nueva curva, pudo ver lo que sin duda eran las luces traseras, por su tamaño y forma, del último autobús de la noche. Sabía que se trataba del último por la hora que era. Se había estado informando antes de acudir a la fiesta, ya que preveía que se produciría la situación de tener que marcharse la primera sin querer molestar a sus amigos. Pero, sin darse cuenta, no había calculado bien y se le había hecho un poco tarde. ¡Y tan poco!, pensó Marta, por solo unos pocos minutos más podría haber cogido el último autobús.
La fuerza del viento había disminuido notablemente, prácticamente no soplaba, las copas de los árboles habían vuelto a su posición natural, aunque el cielo seguía bastante cubierto de nubes. De repente Marta comenzó a notar una sensación de inquietud, a ponerse un poco nerviosa, quizás la idea de que ya no pasaría ningún autobús, y por lo que parecía ningún otro vehículo, contribuía a ello. Tampoco ayudaba, a lo mejor se trataba de que estaba sugestionándose, el hecho de darse cuenta de que no se escuchaba ni un solo ruido en esa noche desapacible. Absolutamente ninguno. ¿O se trataba de imaginaciones suyas?
Pensó entonces en llamar a alguno de los amigos para pedirles si podían salir a la carretera a buscarla, no le hacía especial gracia tener que regresar de nuevo a pie hasta la casa de Alicia, aunque tuviera que quedarse con ellos hasta que finalizaran. Ya se las arreglaría al día siguiente, aunque tuviera que acudir al trabajo destrozada.
Sacó el móvil de su bolso para, inmediatamente, descubrir que éste no respondía. ¡Había vuelto a quedarse sin batería! No era la primera vez que le ocurría, todos le repetían, una y otra vez, que era bastante despistada con estas cosas. Pero ahora mismo era un momento de lo más inoportuno, desde luego.
Ya se había resignado a tener que volver a realizar la caminata, esta vez en sentido contrario, cuando escuchó un sonido que procedía de detrás de la curva que había dejado hace un rato a su espalda. Se trataba de un ruido sordo que iba aumentando gradualmente, poco a poco. Marta se giró para mirar hacia el fondo del tramo recto de carretera, donde se encontraba la curva desde la cual se podía escuchar lo que, en ese momento, ya parecía el ruido de un motor. Un instante después un haz de luz comenzó a iluminar la curva.
Marta se encontraba extrañada tratando de asimilar lo que ya no esperaba en absoluto, que a esas horas de la noche apareciera cualquier tipo de vehículo, cuando lo que parecía ser un autobús tomó la curva y se fue acercando, a una velocidad muy lenta, hasta la marquesina de la parada. Se detuvo junto a la misma y se abrió la puerta de acceso de pasajeros.
Igual que era bastante desastre, según le repetían constantemente amigos y familiares, para asuntos como el de acordarse de cargar el móvil, también era extremadamente observadora, además de usuaria frecuente de los transportes públicos. Por ello, notó enseguida que ese autobús que acababa de llegar tenía algo que, en principio, no encajaba.
En primer lugar, se trataba de un modelo bastante antiguo. Su hermano era muy aficionado a los autobuses y camiones, a todos los vehículos que tuvieran relación con el transporte de personas o mercancías por carretera, y durante toda la vida le había estado dando la tabarra con esos temas, por lo que, casi sin querer, algo había aprendido. Además, las flotas de autobuses urbanos o interurbanos de las grandes ciudades, como era el caso, solían renovar sus vehículos con mucha frecuencia, por lo que ya no se utilizaban unidades tan antiguas. Por otro lado, tampoco llevaba, luminoso o no, ningún cartel o letrero que indicara el número o el nombre de la línea o servicio que estaba realizando, como solía ser también habitual. Y, por si todo ello fuera poco, el conductor era una persona que, calculó Marta, si no estaba ya jubilada debía de quedarle muy poco tiempo, pues era un hombrecillo enjuto, con una cabellera y un gran bigote blancos como la nieve, que parecía más un amable anciano que un trabajador en activo.
—Buenas noches señorita, ¿sube usted? —preguntó con una sonrisa en el rostro el conductor.
—Buenas noches. Pensaba que ya había pasado el último autobús del día —respondió Marta.
—Oh, así es. Pero en ocasiones el ayuntamiento pone en servicio lo que se conoce como “el búho”, para recoger a los pasajeros más rezagados. ¿Ha oído hablar de este servicio? —le dijo el anciano sin modificar un ápice su sonrisa de presentador de televisión.
—Sí, claro —dijo ella.
Marta volvió a echar un vistazo al casi desvencijado autobús, que se encontraba totalmente vacío, sin dejar de pensar que algo estaba fuera de lugar. Por un momento pensó que era una suerte que ese día estuviera activo ese servicio extra por parte del ayuntamiento, podía tomar el autobús y en escasos minutos se encontraría ya en la ciudad, en una de las primeras paradas que, además, se encontraba muy próxima a su casa. Y podría tomarse un reconfortante vaso de leche caliente, meterse en la cama tapada hasta las orejas, y descansar hasta el día siguiente.
Pero, por otra parte, una cierta inquietud le seguía atenazando. No terminaba de decidirse, no estaba del todo segura de que la situación fuera totalmente normal, no estaba segura de que la mejor decisión que pudiera tomar fuera la de subir al viejo autobús. Todo ello hacía que siguiera plantada, como los árboles que flanqueaban la carretera, al pie de la marquesina.
—Señorita, tengo un horario que cumplir —dijo el amable conductor.
—¿No es éste un autobús muy viejo para estar todavía en activo? —preguntó Marta desconfiada.
—Así es, jovencita —contestó él—. Todos los vehículos nuevos de la empresa ya se encuentran, a estas horas, preparados para iniciar mañana temprano las rutas. La empresa conserva todavía algunos de estos, ya casi fuera de servicio, para estos menesteres más extraordinarios.
Marta no estaba dispuesta a quedarse con las ganas de preguntar las dudas que le asaltaban, con más motivo si éstas eran las causantes de su estado de intranquilidad. Y si algo la caracterizaba no era precisamente no tener valor o decisión para preguntar o decir algo.
—Perdone si le molesta la pregunta —dijo ella—. ¿No es usted demasiado mayor para seguir conduciendo?
El anciano ni se inmutó. Ni un parpadeo, ni un movimiento de sus ojos, ni una mínima variación en su perenne sonrisa.
—Hija mía. Llevo toda la vida en este oficio. Me he llevado muchísimas personas, muchísimas generaciones. Me gusta decirlo así, me he llevado, en lugar de decir he transportado o he recogido. Todas las personas que han subido conmigo han tenido un significado especial. Si dejara de hacer esto no se en que podría ocupar el tiempo —contestó el conductor—. De modo que la empresa todavía me permite realizar estos servicios especiales.
En ese momento ella pensó que quizás todo lo que ocurría era que se encontraba un poco paranoica, seguramente debido al cansancio acumulado durante todo el día. Lo que tenía que hacer era subir al autobús, que ya iba siendo muy tarde, y llegar cuanto antes a casa, que era lo que verdaderamente deseaba, cada vez con más ganas. Que más daba si el autobús era viejo, al fin y al cabo, no iba a realizar un viaje de larga distancia, iban a resultar solo unos minutos hasta llegar a su destino. Que más daba si el conductor parecía un abuelo, mientras hiciera bien su trabajo, además el hombre era verdaderamente amable.
Cuando llevaban apenas unos minutos de viaje, Marta, que se encontraba sentada en la parte delantera, a la derecha del conductor, se percató de que éste había cambiado el rictus de su rostro. Ya no se encontraba sonriendo, como cuando conversaban al pie de la marquesina, sino que ahora el anciano tenía un aspecto extremadamente serio, con el ceño muy fruncido, mirando fijamente hacia delante, hacia la negrura que se extendía más allá de la luz que proyectaban los faros del autobús.
Será la actitud que adopta cuando se encuentra conduciendo, pensó ella. Concentrado en la carretera, sobre todo cuando es tan de noche. No volvamos con la paranoia. Después del tramo donde hay un pequeño túnel en una de las curvas llegaremos enseguida a la ciudad, pensaba mientras iba adormilándose un poco.
Sergio conducía en dirección a la urbanización. Había tenido una cena de trabajo en el centro de la ciudad la cual se había alargado más de lo que a él le hubiera gustado, pero las obligaciones están antes que las devociones, eso decían. Tenía ganas de llegar a casa, por suerte el trayecto no era muy largo y a esas horas no solía haber tráfico, lo que le permitía conducir con las luces largas encendidas, las cuales le ofrecían una visión más amplia y clara de la carretera.
Cuando se estaba acercando a la curva donde se encontraba el pequeño túnel pudo apreciar que, en sentido contrario, se acercaba lo que parecía ser un autobús. Como era su obligación, quitó las luces largas con el fin de no deslumbrar al otro conductor cuando se cruzara con él, situación que, según calculó Sergio, se produciría prácticamente en el túnel.
Efectivamente, tal y como había previsto, ambos vehículos llegaron a sus respectivas entradas al túnel al unísono. De hecho, podía ver un leve reflejo de las luces del autobús en la curva que hacía el pequeño túnel. Se concentró un poco más en la conducción, ya que el túnel no era muy ancho precisamente, y al cabo de unos cuantos segundos ya había salido del mismo.
Fue entonces cuando, de repente, se dio cuenta de algo que, por si mismo, no tenía explicación alguna. Comenzó a ponerse tan inquieto, tan nervioso, tan angustiado, que tuvo que detenerse en el arcén. Hasta hace un momento se encontraba perfectamente, algo cansado, pero nada más, por lo que no podía tratarse de una alucinación, de algo que se hubiera imaginado, en absoluto.
El caso era, el caso era…que dentro del túnel… ¿Cómo podía ser?...
¡No se había cruzado con ningún autobús!