Idilio del Retorno


Autor: Pewmafe

Fecha publicación: 10/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Luego de vivir una infancia dura, el personaje principal se marcha de su tierra natal, para luego regresar y conocer los dos lados afilados del amor.

Relato

En los tiempos de las lluvias en abril, en un mundo a prueba de abrazos, donde el número de repisas por fregar y de baúles por almacenar eran infinitos, nací yo, en el corazón de un pequeño pueblo, donde todos conocían los prodigios de los demás y se palpaba un cosmos de actos y valores a la antigua usanza, una cultura de mujeres en casa, hombres trabajando y verdades bíblicas, donde nunca una pala fue una varita mágica, donde las madres formulaban extraños conjuros para multiplicar el pan y existían héroes habituales; campesinos, leñeros, amasanderas y carpinteros, un rincón en que el dinero era tan escaso como dientes de codorniz y el tiempo se regulaba por la fuerza recóndita de los árboles, era un vestigio imborrable de la humanidad. El mundo entero quedaba estrechamente demarcado por cuatro avenidas, en cada casa se desenvolvían varias historias, pero, al atravesar el umbral, afuera había solo vacío. Aquellos senderos estaban atestados de seres oscuros, no había voz que espantara los malos espíritus, no había amuleto místico que te resguardara, sintiendo que, en cualquier momento te ofrecerían como sacrificio, teniendo la sensación de que una aparición fuera a hundirte los dientes en la garganta. Nadie me esperaba, pero llegué a esta tierra sin máquinas, con la expresión de quien ve la luz en todas las cosas, creciendo al son de canciones de carretera y tonadas de bohemios; solía ser cerrado como burbuja de espuma, había nacido con un siglo de retardo, si no fuera por mi madre hubiese vestido vasto manto, boina de pluma, empuñando mi puñal contra los miserables, como sacado de una novela de Dumas, llevando conmigo cierto espíritu ecuménico. Mi casa era poco más que una mediagua, sin lavabo y con ventanas de puertecillas de madera, con botas embarradas en el umbral y un azadón y un chuzo como crucifijo, existía un lavatorio de losa donde mi padre se afeitaba para besar a su mujer, poseía el temperamento de un iluminado, casi como un nigromante, con un clamor parsimonioso y dúctil, encantándote con el modo en que su lengua iba desmenuzando las letras, causaba el efecto de una homilía; mi madre tenía un aire de médium, con un pie en todos los tiempos, como un libro que cantaba y se quedaba en los azahares de los naranjos; su voz era de otro mundo.

Cuando crecí, lanzaba llamaradas por los ojos, pletórico de arrebato como una tempestad con aspecto de luchador al que le exigen quedarse en su esquina, reptando perpetuamente en el limbo de la existencia, con un destino redondo. Era una fotografía rígida de mí mismo, reprimiendo los rugidos al viento; a pocos les dura la pasión, pero mi reloj gira al revés, en ese entonces Maquiavelo no era rival para mí; aquel continente venía de mi abuelo, un hombre de quien había que alejarse, nadie le daba un regalo envuelto en telarañas, era un individuo endurecido en mil peleas, su voz era como munición corroída, venía de los dominios de titanes, si osabas enfrentarlo terminabas en territorios desconocidos, era como adentrarse en un cuento de Allan Poe, un Guayasamín viviente, parecía llevar un revólver en el bolsillo trasero, como si sometiera bestias sagradas, su presencia quitaba el hipo, con su llegada la atmósfera se ponía tensa como cuero de cultrún, como las cuerdas del arpa; tenía corazón de laberinto y su mirada era afilada como navajadas, daba la impresión que hubiera salido con yelmo y todo de los escuadrones de Aquiles, como si un espectro aterrador se revelara en la sala, perpetraba su influencia en cada uno de tus pasos, como caballo al galope; tenía su propia manera arcaica de ver las cosas, muy difícil verlo llegar entre la neblina; era recomendable cargar una pistola de duelista si te cruzabas con él.

Un día plúmbeo agarré mis bultos y me largué, permitiendo que el dinero y la hermosura ensuciaran mi mirada, de esta manera, este personaje maquiavélico salido de los surcos recorrió el orbe, buscando la originalidad de los magos, sin saber si iba hipnotizado o sensato, bebiendo cada ventura y desventura, errando tanto, que la tierra se derrumbó a sus pies, regresando por el mismo camino, con las mismas paradojas, pisando los mismos parajes, buscando los mismos antepasados espirituales, como un personaje del ayer que retorna como el poeta de la tierra resquebrajada y del cuajo espeso.

En el viejo barrio solo se disipaban antañas estructuras de elegancia olvidada, de estilo mediterráneo, medioeval, romántico, griego, acomodadas en cadena bajo la lluvia, techumbres de dos aguas y toda la arquitectura del orbe, inalterable; en una plaza en que se solía ajusticiar a los plebeyos públicamente. Casi se podía apreciar otra dimensión donde todos vivían el día a día; anochecía y el mañana se transforma en hoy, nunca te cansaba; era un rincón en que, bajo las nimbus escarlata, podías alimentar palomas pedigüeñas, pero que, si te descuidabas, podías ser tragado por la noche.

Hastiado de nadar en la superficie resolví sumergirme y alcanzar el fondo, contraer nupcias con una sirena; fue cuando la vi, me sentí como si al doblar en el cruce me hubiese encontrado de frente con una diosa; cabello castaño macilento, con unas botas de tacón alto sobradamente delgados como para traspasarte el corazón. Su belleza estaba más allá de este plano, me armé de valor y sostuve su mirada, fue un segundo infinito, era fresca y abrasadora; mustia, retraída y misteriosa, contenía en sí centenares de siglos de dolor, su sonrisa controlaba todo en el lugar, como si el costo exorbitante del oro residiera en manos de cualquiera, era inquietante y temible, un ser mitológico; miles de años de sapiencia se desmoronaban ante ella; maldecida y amada, derretía el hierro con su mirada. Yo intentaba desentrañar su esencia con intenciones analógicas, pero era igual a todo y a nada a la vez, quise esgrimir una palabra, no obstante, solo salió un eco vidrioso, como si me estuviera confesando en medio de una piara con detonaciones ensordecedoras de artillería por doquier, fingí mi primera derrota bostezando ostentosamente, el momento ya había pasado, sentí que las campanadas de un reloj indicaban mi retirada, volví a mi cordura, sin embargo, solo tenía silogismos sin pies ni cabeza, todo era dicotomía, como si me hubiese montado en un avestruz despavorido. Entonces, decidí caminar, pero, en un segundo fugaz, me dirigió una mirada extraña como si ostentara la habilidad de ver más allá del ahora, me dio la impresión de que me había levantado de la tumba, producía el mismo efecto que provoca correr hacia el tren subterráneo en el preciso instante en que va a cerrar sus puertas. Abandoné mi expedición sin puerto alguno, habría hecho cualquier cosa por escuchar su voz; lustrar zapatos, hacer horas extra, remendar calcetines, no importaba, lo único era ella, me acerqué y el tiempo se ancló en el entorno, la luz de la luna iluminaba las hojas tersas, mis pasos amedrentaban a los gatos, sentí que para llegar ahí tuve que cruzar distintos tipos de puente, el mutismo era tan intenso que se podía escuchar a las arañas tejiendo sus redes bajo la oscuridad fantasmal y, ante el impenetrable silencio, ella habló; en sus palabras palpitaba el poderío de la ley amparado por la autoridad del Todopoderoso, podía ver cada una de las frases a medida que las articulaba; te hacía cuestionar la propia existencia, en mi alma capturé el momento, es más, capturé toda la era, ella tenía la felicidad en sí misma, le hubiese encendido una vela votiva, su voz me hacía sentir como si me hubiesen abandonado en el desierto con tan solo un vaso con agua, como si se acercara el inspector de los boletos sin haber pagado pasaje. Procedíamos de sitios disímiles, originaria del sur, tierra de ideas abstrusas, y yo del norte, lugar de los puentes de estrellas; en ese minuto sudaba amor, lo comía, lo vivía, me mantuvo en lo alto de la atalaya, alguien cantaba cerca, en una esquina indefinible, en la mano sostenía una copa de vino de matiz granate bermellón, había excesiva letra pequeña en lo que sugería, algo no iba bien, como cuando el mundo se pone de cabeza y necesitas enderezarlo, perecía que tenía la virtud de distinguir la verdad en casi todo, como si pudiera irrumpir en el centro de las cosas y descifrar lo que son en realidad, su crisálida cada vez se hacía más pequeña, era como estar pujando en una subasta, adquiriendo un tornasol nebuloso, causaba un efecto análogo al de ojear las frases contrapuestas en un espejo, como si Virginia Woolf estuviera allí, alguien cuya apariencia no le correspondía, que venera la vida pero le está negado vivir y le despedaza el espíritu que los demás puedan cumplirlo, intentaba comprenderla, pero eso solo era realizable por alguien que soluciona crucigramas y, por más que en mis sienes sacudía timbales y desbarrancaba caballos, no lograba seguirla y, aunque pugnara en mi cavilar, las cosas no encajaban, era como un aguacero furioso, como si sus palabras las hubiese heredado. En ese momento sentí el peligro de convertirme en sal. No necesitaba escalar el Himalaya, en mi mente lavé mis camisas, planché, hice mi equipaje y me marché apresurado, cruzando raudamente el prado. Sólo había divisado la estrella de Belén desde el jardín trasero, no deseaba la condena de caminar ese corredor durante mil años; a veces uno busca el Edén en lugares engañosos.

A los días, comencé a sentir como si me hubieran arrancado un brazo, como si hubiese dejado el corazón marchitándose al sol, como una motivación y un ancla a la vez, sabiendo que ella me había dejado su veneno, por lo que nuevamente fui a su encuentro, no dudaba que caminaba hacia lo verdadero, percibía sus latidos a mil codos, sentía hormigueos de placer, el aire se me llenaba impetuosamente de azahares aromáticos, sentía las vísceras llenas de filamentos enmarañados, era como el “Grito”, como un signo de algo mesiánico, como un paseo por la pradera, como si mi corazón saliera impulsado hacia Casiopea, por eso, no podía evitar decirle todo, inclusive la verdad, musitándole algún misterio, declarándole el hilo del que colgaba mi existencia, hablando como si recién viniera arribando de una interminable odisea, quizá de Jordania o, comentando cualquier cosa, desde puertos hasta puentes, pasando por el milagro del vino. Cada noche sentía que me arrellanaba a los pies de una estatua envejecida por las estaciones, no obstante, para ella eran demasiadas expresiones, una existencia dual desmedida, conmigo todo era un ambiente claramente Borgiano, no hablábamos la misma jerga, ella sentía como si no hubiera descansado en tres días, como si fuera un espectro que vagaba por los panteones; ella debía apartarme de su cabeza y de su pecho, cargarse el alma con un poco de veneno. Sus palabras de adiós fueron un gancho en mi mandíbula, ahora la veía como era, lacónica y siniestra, la decepción ni siquiera me dejaba respirar, si de mi hubiese dependido, la hubieran encarcelado en el acto, la llama de la humanidad flameaba en la superficie; lo único que me acompañó en mi regreso fueron los tañidos de las campana fúnebres de las iglesias que se desdibujaban por la tristeza.