
Resumen
Tres individus busquen un home, però no saben si van ben encaminats ni si han seguit les indicacions correctes. En arribar suposadament a la destinació on comptaven localitzar-lo, res del que veuen quadra amb el que esperaven trobar...
Relato
DESBARAJUSTE
―¿Seguro que es aquí, donde teníamos que ir? No oigo el llanto de ningún niño, Hormisdas...
―Nos dijeron que vivían aquí, bien lo sabes. El pequeño debe estar durmiendo. Que no se oigan ni bramidos ni alaridos, no necesariamente quiere decir que nos hayamos equivocado de lugar.
―No sé, se me hace raro... Pensaba encontrarme una multitud entusiasmada y divirtiéndose, ¡y aquí no se ve ni una sola alma!
―Quizá deberíamos pasar hacia dentro y mirar si hay alguien; si están faenando, no nos habrán oído llegar. Pero yo juraría que esta es, efectivamente, la dirección que nos indicaron.
―Y Larvandad, ¿cómo es que no haya llegado todavía? Justamente él, que es quien siempre nos marca el buen camino, y quien tiene mejor sentido de la orientación... Esta vez se habrá quedado rezagado, ¿verdad?
―Venía detrás de mí hace apenas un rato. No puede tardar mucho. Se debe haber entretenido a charlar con alguien.
―Ya hace un rato que estamos en este vecindario, y se me hace extraño no verlo por aquí, haciendo el papel de relaciones públicas que tan bien se le da.
―Tampoco ha salido nadie a recibirnos... así que, de todos modos, hubieran servido de muy poco, sus dotes de buen interlocutor.
―¿Y qué se supone que debemos hacer, ahora?
―¿A mí, me lo preguntas?
―¿A quién quieres que se lo pregunte si, como bien dices, Larvandad aún no ha llegado y, como bien dices, no hay nadie más que haya salido ni siquiera a darnos la bienvenida?
―¡No lo sé, qué hay que hacer! Tampoco soy yo, quien tiene que decidirlo. Quiero decir que debemos consensuar entre los tres cualquier decisión que tengamos que tomar, como hemos hecho siempre, ¿no? Y mientras ese no llegue...
―Sí, sí, es igual; no sé por qué te pregunto nada. Simplemente quería saber qué te parecía esta situación tan insólita: quizá hemos llegado muchas veces tarde a un lugar... pero diría que es la primera vez que llegamos a un sitio donde supuestamente nos están esperando con los brazos abiertos y, en realidad, no hay nadie que espere ni que nos indique qué pasa o hacia dónde tenemos que ir.
―¿Quieres hacer el favor de tener paciencia? Es solo cuestión de tiempo. Todo es siempre cuestión de tiempo. En breve va a llegar Larvandad y, en otro rato que puede ser algo más corto o algo más largo que el primer rato, saldrá la familia que buscamos o las personas que nos dirán hacia dónde tenemos que ir para encontrarla. Así que tómatelo con calma. Ya te digo: es solo cuestión de tiempo.
―Es fácil pedir tiempo a alguien que sabes que no tiene prisa alguna. Pero... ¿y si nos están esperando en algún otro lado? ¿Y si no estamos donde se supone que teníamos que estar? ¿Y si después nos gruñen por no haber hecho la entrega dentro de los plazos establecidos y nos acaban abriendo un expediente?
―¡No te adelantes tanto a los acontecimientos, compañero! Ahora procuraremos esclarecer qué ha fallado, pero no te fustigues tan pronto.
―Este paraje no es como nos lo habían definido ni como me lo había imaginado cuando me lo describíais durante el trayecto...
―¡Te estoy repitiendo una y otra vez que estamos donde tenemos que estar! Además, aquí ya hemos venido otras veces... ¡parece mentira que no te acuerdes!
―No sé, Hormisdas, pero me está entrando ya miedo.
―¡Ten coraje, hombre de poca fe!
―¿Qué hace este rebaño de cabras pastando aquí sin nadie que las vigile? ¿Y toda esa hilera de farolas encendidas a plena luz del día?
―No tengo ni idea, Gushnasaph. Te fijas en unos detalles... que tampoco deben tener más trascendencia de la que tú les quieras dar. Las farolas las deben haber encendido por error, o quizás hoy tocaba reparar las bombillas que no funcionaban y el electricista ha pedido que las encendiesen para comprobar cuáles eran las que estaban estropeadas para poderlas cambiar. Y las cabras... ¡yo qué sé! Deben estar acostumbradas a pacer libremente por los entornos del pueblo... O el pastor habrá ido un momento a hacer algún encargo por aquí cerca. No sé, ¡¿qué quieres que te diga?!
―¿Y te has fijado en la chica que está trabajando de rodillas y de cara a la pared?
―¿Qué chica?
―Aquella que lava ropa detrás del molino. ¿Qué hace tan escondida y tan lejos del río y de los lavaderos? Y aquel cochinillo que hace media hora que está inmóvil y de patas arriba... ¿lo ves?
―Hormisdas, ¡haz el favor! Te estás enzarzando sin ningún fundamento sólido que justifique todas estas preocupaciones incoherentes, y al final vas a conseguir contagiarme esta desazón absurda que estás provocando...
―¿Pero no lo ves? ¡No me invento nada, yo! Solo tienes que levantar la cabeza para darte cuenta de que todo lo que pasa en este rincón no es nada corriente. ¡Nada corriente!
―En todas partes sucede alguna vez algún hecho que puede parecer insólito...
―¡Anda, venga, ¿es eso todo lo que sabes responder?! Con tópicos como este no te va a ser fácil, convencerme... ¿Y Larvandad? ¿Dónde está Larvandad?
―Cálmate, puedes estar tranquilo por él. Es bastante mayorcito para saber llegar hasta aquí, aunque se haya despistado en algún momento. Si se le pidió que fuera siempre delante de nosotros, es porqué él conoce perfectamente este territorio.
―¡Pero ya has visto que últimamente no está nada centrado! ¿Sabes si le pasa algo? ¿Tiene problemas de insomnio? ¿Vuelve a hacer una de estas dietas extrañas? ¿Alguna trifulca familiar?
―No lo sé, no lo sé. Yo no voy preguntando a los compañeros de trabajo qué hacen y qué dejan de hacer antes y después de la jornada laboral.
―Con el montón de años que hace que trabajáis juntos...
―Mira, chico, no tengo ganas de que me agobies más. Ya hace demasiadas horas que oigo tu pesada cantinela. ¡Y créeme que es realmente agotadora!
―Disculpa, Hormisdas, pero yo no estoy acostumbrado a que me destrocen los planes. Preveía terminar este trabajo en una hora y, por lo que veo, ¡esto va por largo!
―En ese aspecto sí te doy toda la razón: estás demasiado acostumbrado a tenerlo todo siempre planificado, hasta el último detalle... Y a la mínima que te modifican ligeramente algún ítem, ya navegas a la deriva.
―Y tú estás acostumbrado a utilizar metáforas marítimas a las primeras de cambio, y ya sabes que a mí y a mucha gente de tierra adentro como yo, nos crean una cierta reticencia e incluso un poco de miedo.
―¡No jodas! ¡No sabía que también existe una fobia a las metáforas marítimas! Así, ¿lo decías de verdad?
―Sí; ayer, y anteayer, y las otras decenas de veces previas que te lo he dicho, hablaba muy seriamente. De hecho nunca hago broma, en este tipo de cuestiones. ¿Y Larvandad? ¿Como puede ser que todavía no haya llegado? Hace ya rato que estamos aquí, nosotros. Y si decías que te iba justo detrás, pisándote casi los talones... ¿cómo puede ser que todavía no haya llegado? ¡Dime!
―No creo que pueda tardar demasiado. Debe de estar a punto de llegar.
―Ya hace rato que me dices lo mismo. Y me lo puedes repetir tantas veces como quieras, aunque no por ello vas a conseguir que llegue antes... Ni que yo deje de pensar que aquí pasa algo gordo.
―¡Gushnasaph, no volvamos a empezar!
―Ya te he dicho qué es lo que temo: tengo el presentimiento que no estamos donde deberíamos estar.
―De acuerdo, ahora lo preguntaremos; pero no padezcas.
―¿A quién vas a preguntar? Hace rato que no pasa nadie, por aquí...
―Primero deja que mire si hay alguien por ahí dentro. A esta hora podrían estar también haciendo la siesta, y por ese motivo no nos habrían oído llegar. Lo que ahora veo es que no tienen timbre... José! Joséeeee!
La casualidad quiso que, en ese preciso instante, apareciera de la nada el camello de Larvandad, el compañero de viaje que se había retrasado en extrañas circunstancias. Y fue él quien –por suerte– les pudo dar la luz que necesitaban para comprender qué demonios estaba pasando en aquella región ese día frío de invierno.
―No, no nos hemos equivocado de lugar. Es justamente aquí donde queríamos llegar. Pero sí hemos errado la fecha. Y es que nos han hecho llegar veinte días antes de lo que estaba inicialmente estipulado. ¡Apenas estamos a mediados de diciembre!
―¡¿Otra vez aquel maldito jabato?!
―¡El año pasado ya provocó un buen desbarajuste, también!
―Hormisdas tiene razón. ¿Alguien piensa decirle algún día que, con el montón de juegos que tiene en la habitación, no es necesario que nos use de insulsos juguetes? ¡Siempre que le place nos reubica a su antojo!
Estaban hartos. Desde que la pareja de propietarios tenía aquel chiquillo travieso que lo removía todo a partir de improvisadas deslocalizaciones, cada Navidad en aquel pesebre se vivía un esperpéntico y espeluznante caos que atemorizaba todas las figuras y desconcertaba a pequeños y grandes...