Catalana o polaca, siempre virgen y morena


Autor: Laguada14

Fecha publicación: 21/02/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

El relato trata sobre un pequeño poblado en el estado Lara de Venezuela, San Pedro de Monteserrat. Es una crónica que refiere sobre la imagen de la virgen que le da nombre. Es la vivencia de un descubrimiento que me tocó en ese caserío, que pertenece a la parroquia San Miguel de los Ayamanes, vecino a mi pueblo natal, Aguada Grande, del cual soy su cronista.

Relato

Catalana o polaca, siempre virgen y morena
Llega abril, acompañado con el amarillo de las flores del curarí, la vera y el oro empalidecido del yabo, eso nos anuncia que pronto serán las tradicionales fiestas en el alto y frio caserío larense. Hasta allá llega gente de otros lares, fastidiados de las sirenas de ambulancias, alarmas de automóviles, el traqueteo de las motos, el ajetreo de la vida social, y el trasiego de la modernidad, buscando un refugio temporal. Me uno a esa legión que sube hasta el pueblo donde el café otrora cundía bajo los bucares y las oscuras montañas. Desde Aguada Grande llego hasta el sector Dos Caminos, vía San Miguel de los Ayamanes, tierra que sirvió de aposento a la nación de aquellos aborígenes, dueños de las quebradas y montes, que cedían a los duendes el cuido de las fuentes acuíferas, tejían los chinchorros con dispopo, bebían el licor enardecido del agave y celaban con flechas y embrujo la soberanía de su desmesurado territorio, hasta que sucumbieron ante la llegada de los guerreros del rey y los lacayos de Dios.
No tarda en venir a nuestro encuentro un país de colinas jibosas, como cortadas con un cuchillo romo. Me acompaña la contemplación de pájaros, el vuelo inesperado de guacharacas, el temblor de las mariposas, y el canto de turpiales. Aquellos caciques ayamanes de nuestra sepultada cosmogonía de los dioses del agua y la semilla, vigilan aun ahí, no muy lejos de nosotros, atentos al cumplimiento de la promesa de amar a esta montaña sagrada.
Cuando el camino se niega a seguir y ya comienzo a mirar para abajo, un señor pequeñito “sombrerudo” me dice que más arriba queda San Pedro de Montserrat. En esas alturas veo esas nieblas que forman un bosque blanco en el cielo, asomándose San Pedro de Montserrat sobre el hombro del arriero, donde antes prosperaba la flor y las cerezas del cafeto, la acera de lirios, los caminos con paso de recua, por esas veredas sigue el casco de caballos y mulas que llevaban el fruto hasta las trillas de Aguada Grande. En esa época muchos detenían su ascensión para mirar su blancura en el centro del gran verdor y el púrpura de las haciendas de café, bajo el humo de la niebla.
Después de trajinar caminos de polvo, al avistarse sus primeras casas, se asoma la memoria de su pasado, y sus historias cubren mis ojos, dando probanza de lo que apodan sanpedreños. El ayer sucesivo conque prosa la historia, el paisaje y la vida de la comarca, cuando la dulzura de su clima y la temperancia de sus soles convenían a la prosperidad y a la multiplicación del café, -en aquellos tiempos de la Venezuela labriega y pastoril-, era el azahar de su flor y su piedra preciosa la almendra de su fruto. Era finales del siglo XIX. Mudándose así las plantaciones de café a esta elevada frescura, prodigando el cultivo del que eran huérfanas hasta entonces, y que estaba habituada a sembradíos de tubérculos y granos.
Me allego hasta el pueblo que fue camino del cafeto y es aun rico vallado de conuqueros y pastores de cabras. Un pájaro que escapa a nuestro ojo y que solo vemos en lo impalpable del trino, imaginándolo; y por allí, más allá de aquellos árboles donde se para el pájaro inencontrable se entra al pueblo. Aquella ave, ese venado, esa serpiente, el agua, la roca, la niebla, el canto o el gemido, nos anuncia que en medio de ese coposo bosque hemos llegado al caserío que festeja a San Pedro y a la Virgen de Montserrat, que dan gentilicio a los chamizos y a las escasas casas de barro y con techos de zinc.
Si estuviese llegando siglos atrás, como uno de los cronistas de la época. Me imagino vadeando las quebradas El Morao, Corachire y Los Pozones, vestido con mi casaca azul con abotonaduras de oro y galones del mismo dorado en los ojales, mi chaleco blanco, con unos pantalones a la Turc de lino blanco ceñidos al cuerpo atacados hasta el tobillo, con el sable al cinto, presillas y pistola, botas de un impecable negro hasta las rodillas con sus espuelas de plata, sombrero de ala ancha, sobre mi cabalgadura de unos sesenta piastras, con arneses decorados con ornamentos plateados, y acompañado de un séquito de dos ayudantes. Saliendo a mí encuentro algún ayamán astroso; un esclavo de las encomiendas de Cathalina Leal, herrado en la mejilla, o algún párvulo desnudo.
Otrora el olor de los cafetales disponía la muerte y la desaparición de las tradiciones ayamanes, su gente y hasta su lengua. El azahar y el grano purpura ya no aroman sus cerros y hondonadas; se agostó hace tiempo. Sus casas menudas viven en voz baja, bajo la sombra de los bucares, la ceiba, el olivo, y el caracara.
Bajo su escritura hablada, en la que se escucha la memoria de los conuqueros que se afincaron en estas montañas y pendientes, se ven sus rostros y apellidos con sangre ayamán. Es que cada espesura, sus casas de barro, un techo de zinc, un tejado, un mazo de orquídeas o lirios, un pájaro tordo, la grieta en una pared de barro, alguien curvado sobre la siembra, nos recuerda que estamos en tierra de ayamanes.
La mayoría de su gente vive del conuco, el resto del pastoreo de cabras, habitando casas de barro con techos de zinc, sin recursos sanitarios, casi todos con el uso de letrinas, como si el tiempo hubiese congelado la Venezuela rural en este pueblo, cuando los huevos de guacharaca alegraban el desayuno, cuando se vivía descalzo por las picas y los senderos, cuando el sarampión, la mengua, la tuberculosis, la lepra y la muerte eran vecinos comunes.
El humo de sus fogones, el olor a arepa de maíz pelado o pilado, el sabor de sus caraotas y huevos criollos, nos hacen regresar a un pasado cercano o a un presente casi extinto. Su memoria se presiente en el cerro donde está la iglesia, que se asoma en las ventanas de sus casas de barro que añoran sus cafetales. Su Virgen está ahí intacta, como si fuera 1914, entre las casas de palma y barro y, sus rostros aborígenes.
Es que cierta mañana de 1914, oculto bajo su fiel liquiliqui, al lomo de su bestia, el señor Miguel Castro, bajó hasta el pueblo de Aguada Grande, llevando consigo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que le había dado su compañera Josefa Inés Rojas, para que se la llevara a Sandalio Pacheco, quien se encargaba de enmarcar cuadros, restaurar los marcos de portarretratos e imágenes en el taller de su casa. Poco tiempo después, cuando le regresó el cuadro ya listo, la señora Josefa notó que la imagen tenía un roto que transparentaba otra imagen debajo de él. Al desarmarlo y revisarlo con más paciencia se dan cuenta que era la imagen de una Virgen morena con un niño en sus brazos. Fueron hasta la iglesia del vecino San Miguel de los Ayamanes a hablar con el padre Federico Salas, para que les bendijera la imagen, y es él quien les dice que aquella era la imagen de la Virgen de Montserrat, conocida popularmente como La Moreneta, patrona de Cataluña y una de las siete patronas de las comunidades autónomas de España. Su festividad se celebra el 27 de abril.
Aquel pueblo conocido como San Pedro, y cuya tradición oral señalaba que se llamó así porque uno de sus primeros habitantes después de la llegada de los primeros colonos europeos, era devoto de San Pedro y cargaba con él, la imagen del santo apóstol. Pero a partir de ese año y después de aquel suceso el pueblo comenzó a llamarse San Pedro de Montserrat.
Una rápida mirada a sus fiestas patronales, y a su gente, sentado en un banco de concreto frente a su templo, me dice que los sanpedreños no le han dicho adiós a su plaza, a su altar y a su templo, los cuales son el corazón de su presencia en el ayer y en el instante que estas lomas fueron nación de los ayamanes, y cuya mirada perdura entre el canto de sus azulejos y turpiales, o al paso de sus quebradas y cerros. Son gente que se reúne bajo estos árboles y a la sombra de su iglesia como lo hicieron sus antepasados.
En estos días de fiestas patronales ululan sin cesar las bondades de la espuma amarga, el calientico sabor de la bebida ancestral del agave; se convocan grupos musicales, el cielo y la neblina boscosa se inundan con el sonido de los raspacanillas y todo el bagaje de la música tropical caribeña, como si quisieran competir con la música de los pájaros, o el ruido de los loros que pregonan la vida en la espesura.
El 29 de abril de 2014, los sanpedreños, y devotos llegados de todas partes celebraron por todo lo alto el primer centenario de la llegada de su imagen sagrada. La santa misa contó con la participación de los curas Luis Franceschetti, párroco de Baragua; Mario Piñango de Siquisique, y Egar Rodríguez de Aguada Grande. La procesión estuvo encabezada a ritmo de golpe tocuyano, por los Golperos de Siquisique y Golperos de Aguada Grande.
¿La Virgen de Montserrat?
En esos días de fiestas patronales acudí al altar de su iglesia para contemplar más detalladamente la imagen de la Virgen de Montserrat y ver si me inspiraba para escribir algo sobre ella y el pueblo que la alberga. Sentado en uno de sus bancos de madera y detallándola pacientemente me di cuenta de unas cicatrices que aparecen en el lado derecho de su rostro. Eso me hizo recordar una crónica que había leído sobre el Papa Juan Pablo II, y la visita que éste había realizado a su Polonia natal, después de recuperarse del atentado sufrido en 1981. En dicha peregrinación el Santo Papa había visitado el templo de una virgen morena con unas cicatrices en el rostro. También anoté el escrito que tiene el cuadro en su parte inferior que reza: “Pod Twoja Obrone, Uciekamy sie, Swieta Boza Rodzicielko”.
Todo aquello despertó mi curiosidad y fui indagando al respecto. Lo primero que descubro es que aquel escrito es en polaco y significa: “Bajo tu defensa recurro, Madre de Dios”. Mi sorpresa al revisar el libro biográfico del Papa Juan Pablo II es que las cicatrices en el rostro de aquella virgen morena, corresponden a la imagen de la Virgen de Czestochowa, pronunciado “Chestojova”, venerada en Polonia desde 1384. Designada por el Papa Pio XI bajo el título de “Reina de Polonia”.
Al parecer, en 1914, cuando el padre Federico Salas ve la imagen de la virgen morena la confunde con la de Montserrat, tal vez por desconocimiento de la existencia de aquella imagen polaca. Más de cien años después de aquel descubrimiento podemos afirmar que esa imagen no es de la virgen morena española sino de la virgen morena que se venera en Polonia. A lo mejor si aquel cura hubiera acertado en el origen de la imagen, este pueblo no se llamara hoy San Pedro de Montserrat, sino San Pedro de Chestojova.