
Resumen
Es la nostalgia de un hombre frente a su amigo que ha sufrido un accidente cerebral y ha perdido la palabra, la búsqueda de la amistad perdida por el olvido del lenguaje.
No es suspense, pero no hay categoría para esto que es más un drama que otra cosa.
Relato
Pal, ¿de veras crees que esto nos va a distanciar? Digo, tiene que haber alguna manera de rescatarnos. Siento que un huracán, no sé, Anita, Celia o Valentine arrasó toda nuestra historia y la dejó desparramada en una playa asolada dónde ahora apenas quedan los despojos de una alegría antigua. ¿O vos crees que es fatal?
Dónde habrán quedado los perdigones rojos de plástico que tirábamos desde tu cuarto al edificio de enfrente, esos vidrios a los cuáles nunca acertamos, esas palomas que presagiaban su propia muerte y alcanzaban a sacudir las alas antes de la llegada del proyectil. ¿Dónde estarán ahora esos perdigones rojos?
Tal vez hundidos allá en la memoria de los ocho años… o quizás los podamos buscar junto a esos días de tedio escolar cuando entendimos que ni a tus padres ni a los míos les interesaba mucho lo que dijera el colegio y sin darse cuenta, sin quererlo, sin importarles nos abrieron el camino a retirarnos antes de tiempo o directamente no ir debido al súbito malestar que ha presentado mi hijo y así lo rubricamos con una firma de niño tembloroso al principio, más firme con la experiencia y con los años directamente estampamos sin vergüenza nuestra propia firma desde el primer día lectivo. Y así evitamos la monotonía escolar y conocimos Buenos Aires, la plaza San Martín, Retiro tomamos el tren a Tigre ida y vuelta o caminamos a la Plaza de Mayo donde seguro algún quilombo había o tomamos el 17 a Constitución o conocimos Buenos Aires por debajo, misteriosa con sus luces de neón, sus cerrajerías de ultratumba y esos seres que se sumergen en la tierra antes de que salga el sol y salen cuando el sol ya se enterró. Tomemos la línea A que es como un viaje en el tiempo a Primera Junta, con sus maderas que aún escucho rechinar. Así esperamos a la hora de almuerzo, a la función de la 1.30 en Lavalle.
¿Quién fue? ¿Vos o yo? La memoria también me falla. Creo que fuiste vos quién me prestaste el primer Asterix que salió, Asterix el Galo y los dos fuimos bárbaros chiquititos que cagaban a palos a los romanos. Y si no recuerdo mal, yo te recomendé a Sandokán, ¿o fuiste vos? No importa, porque juntos reconquistamos Mompracem con Yañez, peleamos contra James Brooke y con Kammammuri derrotamos al rajá de Assam y tal vez ahí atrás, en esas cosas que de niños no se saben ni se dicen, se sienten… ya queríamos tener el vigor de Sandokán, su elegancia y claro… en alguna parte ya soñábamos con ser tan atractivos y valientes y obtener la mirada de alguna chica. No te lo conté, mi primer amor, el primer amor de Sandokán, fue la profesora de religión, quinto grado, ¿cómo se llamaba?, ¿te acordás? Perdoná, no debí preguntar eso.
Por ahí debe estar enterrada ella, era bonita. La imagino en esta playa desolada que nos ha quedado, presa hasta la cintura, como un mascarón de proa que busca desvararse y navegar y volver a sentir el viento, anhela el viento, pero no, está atorada entre tanto grano de olvido.
¿Cuántas veces la vimos? El hombre de la pistola de oro… Roger Moore, ahí en el Socorro, a dos cuadras de tu casa, los sábados de matinée… Rayas, círculos blancos, el audio que se enlentecía y deformaba hasta que el rollo de celuloide se cortaba… otra vez y las luces se encendían y la espera y las silbatinas y los gritos y lo mismo al sábado siguiente hasta que alguien trajo unos balines de papel y unas gomitas elásticas para entretener ese recreo que nunca pedimos. Y las guerras de balines pasaron a ser la función principal y nosotros sus protagonistas entre risotadas y pequeños dolores cuando te alcanzaban la pierna, la mejilla o la nuca… y aún mayor la excitación cuando descubrimos que si envolvíamos el balín de papel con cinta scotch, no se desviaba y pegaba más fuerte… y sí, ahí ya empezó a salir sangre de una herida de acá y otra de allá… y se acabaron las matinées.
Y las fiestas, también las fiestas, los lentos, sentir las tetas de las minas, qué lindo, el aliento, un primer beso robado, otro no tan robado, una lengua, sí, yo era más osado… y me atreví a ir a otras fiestas, con otra gente y con novias de otros barrios… vos no… y tal vez eso nos distanció en ese momento… ah… y que mis viejos no querían tener otro cura en la casa y me sacaron el colegio y me pusieron en otro, con un director menos católico y más autoritario. Sí, eso nos distanció un poco.
Sólo un poco, porque recién salidos del colegio, en el ciclo básico para Derecho, ¿te acordás?, disculpá… Ahí nos encontramos de nuevo y, como si no hubiera pasado un solo día, decidimos ir ese mismo verano de campamento libre, un mes o más dando vueltas por la cordillera a la orilla de los lagos antes de cruzar a Chile y ver más lagos… y días antes de salir fuiste a una fiesta y me contaste que conociste a esta chica con la cuál jugaste durante la fiesta, como si fueran niños, a esconderse, a tirarse agua, a bailar… y yo no podía saberlo, no tenía edad ni artilugio para conocer el futuro, aunque tal vez sí porque supe que era el amor de tu vida.
Ese artilugio me funcionó para vos, sólo para vos. Yo, más desordenado, me dejé llevar, quise sentirme un súper héroe al rescate de una damisela en problemas: me enganché con Marina. Nadie la soportaba. Vos sí. No te fastidió que fuera una mina complicada, quejumbrosa, que no me hacía feliz, no, nos distanció. Sólo valía que yo la había elegido y para vos eso fue suficiente. Yo lo supe y lo aprecié, porque no sabés lo solo que me sentí durante esos cuatro años. No, no te lo dije nunca, nunca te lo agradecí, lo dí por sabido… ahora advierto que no, que mejor no dar nada por sabido, que mejor es decirlo todo, acá, sí, acá y ahora, hic et nunc… porque no quiero que sea un alea jacta est, como decía Julio César cada vez que iba a ser derrotado por los galos ¿Te acordás algo de latín? Otra vez.
Y entonces Marina se fue con el jefe. No te invité a esa fiesta, disculpame. Sí, lloré un día y al día siguiente hice una fiesta… no sabía qué decirte a vos que tal vez hasta te habías encariñado con ella… en cambio aparecí al poquito tiempo con Bonnie. Esta vez el artilugio sí me funcionó. Y claro, ¿cómo no la ibas a incorporar como a una hermana? Ella se abrió un hueco en el corazón que ustedes ya le tenían reservado, fuera quién fuese. Siento que no debo agradecerte eso porque Bonnie se lo ganó, pero tengo ganas de agradecértelo.
Quisiera recoger todos y cada uno de nuestros recuerdos y ponerlos a salvo, no vaya a venir otro huracán. ¿Cómo hacerlo? Por eso te traigo esto. ¿Te dice algo?
Mi quiebra nos dividió en dos. No, no, Pal, nunca te debí plata. Te pedí ayuda con el tema jurídico y me pusiste a tu colega de más confianza… y sí, la embarró… pero ¿cómo es meter la pata en un incendio? Ya estaba todo listo para explotar y él prendió un fósforo. Cuando te lo conté te defendiste como un abogado y yo le estaba contando a mi amigo del alma que estaba quebrando, porque me perseguían el fisco, los acreedores, los empleados, las amenazas y mi vida tan exitosa se iba por el inodoro. Sí, me dolió tu respuesta: es tú responsabilidad, no nuestra. Me dolió. Una sola charla, corta, en un café decidió qué haríamos con la amistad. Un café. Nada más un café. Y me entendiste. Y supe que me entendiste. Si mi quiebra no nos alejó, ¿por qué esto sí podría?
Me ayudaste todo lo que pudiste con los juicios y con el quilombo de la herencia cuando murieron mis viejos y cuando mis hermanos quisieron arrasar con mi parte, vos estuviste ahí, detrás de mí, escuchándome, recomendándome, tan azorado y perturbado con la actitud de mis hermanos como yo mismo, porque vos los quisiste tanto y te sentiste tan traicionado como yo. Fuiste abogado y fuiste amigo. ¿Ves? Tenemos que rescatarlo.
Y duró tanto ese conflicto y yo me sentía tan en deuda. Porque ante cada gesto, cada recomendación, cada reunión en que participaste, yo sentía que nada alcanzaba para retribuirte. Y vos de repente tenías todo, tanto… hasta te sobraban cariño, consejos y ayudas para darme. Sí, me sentí en deuda, tal vez sea mi momento de retribuir.
Decime, ¿hasta dónde puede llegar el olvido? Se puede olvidar el latín, el inglés, el francés, las leyes, Sandokán… ¿el cariño también se puede olvidar? Mirá, te traje algo. Tiene poquito texto y mucho dibujo, son muy simpáticos los dibujos. ¿Querés tratar de leerlo? Me decís no. No, no, no puedo. ¿No puedo qué, Pal?
¿Entonces qué? ¿Alea jacta est? ¿Qué nos queda? Darnos por vencidos ante ese grano de sangre que se te encalló en una arteria del cerebro y te arrasó los números, te disipó las letras, las lenguas, las leyes, el trabajo y se llevó el nombre de tus hijos, … No, no, Pal, no te puede arrebatar la alegría que sobrevive, las ganas de empujar todos los días a la memoria, acicalarla, pincharla, a ver si algo te la despierta… por favor, fijate, probá con Asterix, el galo… hacelo por mí.