Amores Fugaces


Autor: Hunter Ahab

Fecha publicación: 24/02/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Una pareja intenta conocerse sentimentalmente, pero aunque se acercan y pasan la noche juntos, no logran comunicarse.

Relato

Pasamos la noche juntos, ella desnuda bajo las sábanas, yo vestido ligeramente, acostado sobre las sábanas, sintiendo el aire frío de la noche oscura, tratando de no moverme y no hacer ruido, separando minuciosamente mi espacio en aquella cama que nos permitía estar juntos y distantes a la vez. Resultó exigente, imponía sus condiciones, su formación en el campo de la psicología la predisponía a dirigir la sesión y declararse en control absoluto, incluso en la intimidad hubo cosas que se rehusó hacer, contactos, caricias que descartó de manera tajante. Estuvo claro que quería ser complacida, pero en sus términos, sin importar lo que su compañero de aventura aquella tarde pudiera querer o esperar de ella. De esa manera el sexo fue escaso y frustrante, ayuno de pasión, la entrega jamás estuvo presente en aquella cama. Como si fuera poco lo anterior, decidió quedarse a dormir, pero declaró que debía salir muy temprano pues tenía compromisos clínicos insoslayables al inicio de la jornada laboral y debía prepararse con tiempo, incluyendo barrer el patio trasero de su casa-consultorio.

Despertamos cuando todavía estaba oscuro y mientras nos vestíamos para salir a la calle se quejó de los fuertes ronquidos que mi mascota y yo emitíamos durante las horas de la madrugada, tan fuertes que “parecía que todo se iba a desplomar, terrible”, comentaba con la cabeza hacia abajo, buscando sus zapatos, en tono de regaño, “casi no he podido dormir”, afirmaba. “Qué pena”, le respondí, “estoy consciente que mi mascota ronca muy fuerte pero solamente la escucho mientras estoy despierto, nunca me quita el sueño, tampoco sus ronquidos me impiden dejarme seducir por morfeo. En cuanto a mí, la verdad, cuando estoy dormido, nunca me escucho roncar”, le comenté con cierto sarcasmo. Pensaba que aquel reclamo a aquellas horas tempranas, en aquel inicio de una relación que solo había durado unas horas y ya llegaba a su fin, era totalmente inadecuado, en especial porque el huésped siempre debe ser cauteloso y prudente frente a su anfitrión, una cortesía de observancia religiosa. Aquello aceleró nuestra salida de mi residencia cuando aún era noche y mi mascota roncaba, ajena a la escena que había tenido lugar y de la cual ella era protagonista principal. Disgustado, apenas pude forzar la partida agarré la calle en mi vehículo, con ella a mi lado, en silencio. Me fui tranquilizando conforme avanzaba y el aire frío de la madrugada se colaba por la ventana del vehículo mientras la luz que surgía a nuestro paso desplegaba frente a mis ojos objetos que estaban a oscuras, segundos atrás. Conforme avanzaba sobre la ruta y la claridad se desplegaba frente al parabrisas, mi ánimo se tranquilizaba: en unos minutos la dejaría frente a su casa y no la volvería a ver nunca más, estaba decidido. Prefería los ruidosos ronquidos de mi mascota y los míos que, para mí gusto, al igual que el árbol que se parte y cae en medio del bosque solitario y nadie lo percibe, no existían, pues tampoco era capaz de escucharlos.

No existe lo que no vemos, lo que no escuchamos, lo que no sentimos, y puede ser que exista, pero nunca para quien no lo percibe. Y así fue, nunca más volvimos a encontrarnos. Hoy me enteré que había fallecido accidentalmente al resbalarse en el patio trasero de su casa-consultorio, mientras lo limpiaba.