LO QUE NO SE NOMBRA, NO EXISTE


Autor: pecosa

Fecha publicación: 14/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

El tema central es la violencia de género, pero se trata de un homenaje a través de los recuerdos de la víctima cuando era niña, a las mujeres de la época de su niñez , así como a aquellos hombres, rudos, fríos y poco cariñosos, pero terriblemente respetuosos con ellas, a las que no mimaban, porque no sabían, ya que nadie les enseñó.

Relato

Esa tarde estaba citada con Juan, que iba a hacerme una crítica de un cuento que presentaba a un concurso. Nos conocimos en la biblioteca y apenas sabíamos nada el uno del otro, limitándonos a comentar los últimos libros leídos. Comencé con la lectura del cuento:
- Candela, se detuvo poco antes de llegar a la puerta de aquel bar…
Había visto como su “ex”, ése que tenía que estar internado en una prisión, por haber intentado matarla, había entrado en ese establecimiento. Y recordó entonces cómo se gestó todo ese triste día que marcó un punto de inflexión en su vida. Los hechos ocurridos fueron los siguientes:
Candela estaba ocupadísima en esos días de Navidad. Le faltaban regalos por comprar y eso la desconcertaba, porque era algo en lo que se mostraba exquisitamente previsora, en la generosidad de regalar a los demás. Seguro que habían influido en ello, la cantidad de discusiones en las que había acabado enfrascada con su marido, siempre por motivos estúpidos; él presumía de lo ordenado que era y acababa por acusar a su mujer del desorden que ella tenía en todo, empezando por el cajón de su ropa interior. Ella, había optado por no contestar, morderse la lengua y tratar de no provocar a la bestia. Y, mira que tuvo que aguantar que la llamase princesa en tono despectivo, pero en su mente apareció la figura de una rana y hasta sonrió un poco.
Su despedida de este mundo no fue especialmente traumática, a pesar de que acabó cosida a navajazos por su “ex”. Por ser Navidad, accedió a verlo, una discusión similar a otras, le rogó que bajase el tono, vio cómo se acercaba a ella para comentarle algo al oído y fue entonces cuando sufrió una punzada en su barriga, a la que siguieron más. Se cayó al suelo y fue entrando en una especie de sopor…, una sala con luces blancas, personas que llevaban serpentinas e intentaban reanimarla y no dejaban de repetir ¡“La perdemos”!
Cuando Candela llegó al cielo, se vio en un recinto donde colgaba un cartel que ponía “mujeres asesinadas”; pero ella quería demostrar que no pertenecía a ese mundo marginal y sintió unas ganas enormes de defenderse y con voz débil, se puso a contar su historia, por si alguien estuviera escuchando:
- Yo era una niña corriente, pero me sentía diferente y notaba cómo en casa me querían. La vida era una fiesta para mí y aún no sabía que iba en serio. Yo, en mi niñez, no sabía que el tiempo estaba jugando conmigo. Esos veranos tan largos, esos inviernos tan severos, iban corriendo y me iban a privar de todos mis seres queridos pronto. Para ellos, el tiempo cabalgaba y, sin embargo, yo aún pedía que pasara más deprisa, sin saber que no había retorno ni marcha atrás. Nadie me lo explicó. Y esa niña perdió a esos mayores a los que con sus juegos y gritos privaba de la paz y del sosiego merecidos.
Hasta entonces, sola, sin red, no supe que, en la vida, somos capaces de luchar contra todo lo que te va llegando; pero ese esfuerzo tiene un coste, que después hay que pagar. Y, no se consigue echar fuera toda la tristeza que has ido tragando; siempre queda algo que ya forma parte de ti para siempre.
Y esa niña que fui, ahora quedaría espantada de los poco que se ha avanzado por parte de las mujeres. Comparando esa etapa de mi niñez, con la situación actual, solo puedo sentir gratitud hacia esos hombres de mi familia, aparentemente fríos y rudos, pero terriblemente respetuosos con sus mujeres, esas reinas que había en todas las casas, que tenían grandes esperanzas en el futuro de sus hijos, de tal manera que lograran escapar con los estudios del destino gris de sus padres. Esas mujeres, que eran las encargadas de guardar con celo los papeles importantes de la familia, cuando el sistema no les reconocía capacidad contractual alguna, salvo para casarse.
Esos hombres, como mi abuelo, que, si hubiese participado de la gran cantidad de noticias que nos inundan sobre la muerte de muchas mujeres a manos de sus parejas, seguro que hubiese exclamado “los demonios están borrachos”, expresión que usaba cuando ocurría algo que no entendía; para ellos, sus mujeres eran el pilar fundamental, porque ellas, siempre iban por delante. No sabían mimarlas ni quererlas, porque nadie les enseñó, pero en el fondo, además de amor, sentían admiración hacia ellas.
Esas mujeres, no soñaban y desconfiaban de los buenos momentos que podía depararles su existencia. Ellas, sabían bailar muy bien y a pesar de las pocas ocasiones en que lo hacían, no lo olvidaban y se les iban los pies cuando escuchaban música, aunque parecía como si disfrutar no fuese bueno y mucho menos, demostrarlo.
Ellas, se conformaban con su destino y yo me enfadaba con su actitud y crecía en mí un espíritu rebelde e inconformista. Los adultos se reían cuando yo afirmaba que de mayor no me iba a mandar nadie y que iba a hacer lo que me diese la gana. ¡Qué ilusa era! Aunque, en el fondo, a esos mayores les agradaba mi rebeldía y deseaban que pudiese conseguirlo.
Ellas, tan tolerantes conmigo, cuando yo entraba a criticar algunos de sus comportamientos, idénticos a los que yo estoy repitiendo de adulta. Nunca se justificaban ni defendían, porque sabían sobradamente y con cierto pesar, que la vida me pondría en su misma postura.
Y ellas, eran la tierra, la base de todo, aunque ni siquiera eran conscientes.
Y, por encima de todo, esa niña y yo, lamentamos todos los perdones no concedidos y todos los agradecimientos pendientes de otorgar.
Esa niña vigila mis decisiones, porque sabe que yo prometía cuando creciese, arreglar el mundo para mejorarlo y acabar con las injusticias; uno de mis desvelos, es, si me llegará a perdonar el no haber cumplido esa promesa, aunque olvidé decirle que el mundo no cambia, sino que somos nosotros los que nos adaptamos; y, adaptarse, de alguna manera, es traicionarse.
Por otra parte, esa niña sabe que iba sobrada en vanidad, tanto como toda la que les faltaba a esos mayores, que a ella le parecían tan tristes, tan poco interesantes y hasta vulgares. Y sobre todo le espantaba la tacañería que tenían para sí mismos, no para ella, con la que derrochaban generosidad a raudales. Aunque, es más justo decir que, más que tacaños, eran austeros sin necesidades.
Y, a esa niña, tendría que confesarle que aún no soy yo; que, tengo que contarle que al igual que ella, a la que tildaban de desobediente, yo, de forma similar, también lo soy; que me sigue costando mucho pedir perdón y, que voy sobrada de coraje, demasiado, si lo entendemos como aquello que está a mitad de camino entre la cobardía y la temeridad; que me sobra mucha soberbia, que no me callo y cuando me hieren salto sin medir consecuencias; que me han herido muchas veces, muchas más de las que he confesado y al igual que hacia esta niña cuando le tiraban de las trenzas, yo aprieto los dientes y lucho para no llorar; que cambio el mejor perfume por el olor a lejía que me llegaba cuando mi madre me lavaba la cara para ir al cole, diciéndome que cerrara fuerte los ojos para que no me picara; que me preocupa no tener la fe suficiente como para confiar en reencontrarme con todos mis protectores y que, vendería mi alma al diablo por acariciarlos un instante, algo que nunca hice cuando estaban conmigo aún; Y, que realmente, haciendo balance, puedo afirmar que mi auténtico fracaso es haber dejado de ser niña.
Pero, también tengo que contarle que nunca olvido lo que soy, ni de dónde vengo; lo uso como armadura, para que nadie pueda utilizarlo para herirme; que no soy presuntuosa; que soy generosa, más con los demás, que para mí misma; que detesto la maldad gratuita que nos rodea cotidianamente; que me propongo como tarea pensar cosas prodigiosas, porque ellas me levantarán en el aire, como decía el personaje de Peter Pan; que quiero ser mucho mejor persona de lo que soy y que, como cuando era niña, sigo haciendo preguntas, cuya contestación no me satisface nada; que debo dejar de arrepentirme por aquello que no he llegado a hacer, porque al final, la vida es lo que sucede y eso, algunas veces se parece a lo planificado, pero la mayoría de ellas, no tiene nada que ver. Incluso, a veces nos sorprendemos tanto, que, estando preparados para disfrutar del momento, se nos va… -
Al parecer, la conversación de Candela, no había despertado el interés de nadie, y de repente, paró de hablar… Sólo podía pensar entonces en su madre, llorando sin cesar… Realmente estaba confusa; aunque, también podría tratarse de un sueño del que solo había que intentar salir…
Candela despertó angustiada. Estaba en su casa y recordaba perfectamente todo el relato soñado, así como lo que ocurrió realmente tras la desagradable visita de su marido. Entonces, se fue a una comisaría para denunciarlo por las amenazas del día anterior. Nunca más iba a permitir que una persona del otro sexo, le descolocara nada, como les ocurría a sus trenzas de pequeña. Cuando salió de la comisaría, contempló en su móvil una foto en la que aparecían sus padres y solo por un momento le pareció que estaban sonriendo. Al llegar a casa, fue al cajón de su ropa interior y descolocó todas sus bragas y calcetines. Además, se dedicó a aplastar el tubo de la pasta de dientes por el principio, algo que a su marido le encrespaba especialmente.
Un mes más tarde, apareció en prensa la noticia de un suceso que cumplía las condiciones de violencia de género y la inicial del nombre de la mujer era “C”.
Parece ser que cuando él llamó al timbre, Candela tuvo la precaución de coger un cuchillo, ocultándolo bajo la ropa. Estando frente a frente, ella notó cómo entró en su cuerpo una gran navaja. Entonces, mientras iba cayendo al suelo, le dijo con voz debilitada que le quería y que se acercara; cuando lo sintió encima de su cara, le hundió con toda la fuerza que pudo el cuchillo que se había guardado. No podía permitir que se fuera ganador y era un buen final, porque nunca coincidirían en el mismo cielo, ni en la misma eternidad, ni en la misma “nada”. En cierta forma, sentía como si le hubiese tocado representar a todas las mujeres del mundo con resultado de empate.
Ambos cónyuges sobrevivieron; él acabó en la cárcel y a ella, se le reconoció que actuó en defensa propia.
Y pasaron algunos años…
Candela volvió al presente, tomó aire y continuó andando pasando de largo aquel bar, porque, ella era una superviviente que tenía que celebrar la vida, donde no cabía cierta persona que hacía tiempo que no nombraba; y lo que no se nombra, no existe. -
Había finalizado la lectura del relato y Juan dijo:
- Otro día, me contarás más de este cuento que ha conseguido estremecerme; ahora, no te voy a preguntar quién es Candela, ni cómo se llama su pareja. Si no le nombramos, conseguiremos que se le olvide; vamos a comprar un sobre y un sello para enviarlo al concurso. -
Valga esta historia como homenaje a todas las mujeres, de todos los tiempos, porque de aquellas reinas, ésas que había en todas las casas, solo pueden haber nacido princesas. Igualmente, el homenaje va dirigido a los hombres de buena fe que las quieren y respetan.
Y valga igualmente como amenaza a todos los desgraciados que las tocan, violan o matan, o simplemente las ningunean o desprecian, porque matar o vejar a una princesa no puede salir gratis.