Resumen
En un barrio pesquero de Barcelona, un viejo soldado y un mendigo se dan cuenta de que les une algo muy especial. A través de un pequeño objeto llegarán a saber quienes son.
Relato
ALIAS “EL RUBIO”
Salmo 23:
El señor es mi pastor, nada me falta.
Sobre pastos verdes me hace reposar,
por aguas tranquilas me conduce.
El Señor me da nueva fuerza,
me consuela, me hace perseverar.
Me lleva por el buen camino,
por el amor de su nombre.
Aunque camine por un valle oscuro
no temeré mal alguno,
porque Él estará conmigo.
Está amaneciendo. William se incorpora en la cama, coge la muleta apoyada en la mesita de noche y se levanta. Hace frío, está nevando. Enciende la estufa y pone a calentar café. Nada que ver los inviernos de Barcelona con los de su Inglaterra natal, sin embargo, esta Nochebuena de 1962 ha amanecido completamente blanca. Hasta la arena de la playa está cubierta de nieve.
Cierra los ojos por un momento y puede escuchar los pasos de sus camaradas sobre la nieve. Las botas clavándose en el manto blanco a ritmo marcial. Siente el viento gélido y la nieve que cae intensamente sobre su rostro. Los mocos congelados sobre el labio superior. A duras penas se distingue el paisaje a través de la nevada. El peso del petate y el fusil le hacen aún más dificultoso caminar. Delante de él un camarada ha caído exhausto y le ayuda a levantarse. Hace cinco meses que comenzó la guerra, una eternidad para aquellos muchachos. Entonces, todavía no sabían cuánto se iba a prolongar. Muchos de ellos ni siquiera llegaron a ver el final.
Desde la ventana del piso de la Barceloneta ven las barracas del Somorrostro. Piensa en esa pobre gente viviendo entre maderas, mugrientos colchones y los restos que trae el mar. Muchos vinieron de zonas rurales huyendo de la hambruna y buscando un futuro mejor. Está seguro de que si hubieran sabido lo que les esperaba, la mayoría no hubieran emprendido ese viaje.
Se pregunta si celebrarán la Navidad, mientras observa el abeto adornado en el comedor. Desde que murió Elisa ya no tiene nada que celebrar, pero sigue adornando el árbol. Lo hace por ella. Elisa esperaba con ansia el día de Santa Lucía para ir los dos juntos a la feria de la catedral. Paseaban durante horas, hasta que ella decidía que abeto comprar. Fue así durante los treinta y tres años que vivieron juntos.
El sol ya asoma sobre el Mediterráneo. Le gusta vivir al lado del mar, cada amanecer es diferente, único e irrepetible. El piso es pequeño, pero es su hogar, el que compartió con Elisa desde el día de su matrimonio en el verano de 1924. Se habían conocido un año antes, cuando vino de vacaciones. Se enamoró de ella la primera vez que la vio. El tiempo le dio la razón, no podía haber elegido mejor. No dudó en quedarse, en Inglaterra ya no le esperaba nadie.
Durante cuatro años Mary lo estuvo esperando, los cuatro años que luchó en la Gran Guerra. Tuvo mala suerte. Faltaban unos meses para que Alemania firmara el armisticio en noviembre de 1918, cuando una mina olvidada estalló bajo sus pies. Mary quería un hombre completo, no quería cuidar de uninválido toda su vida. Se veía incapaz de mirar, ni siquiera imaginar, el muñón que se adivinaba bajo el uniforme.
Durante un tiempo pudo soportarlo. Unos años más tarde Mary volvía a tener novio y más tarde a formar una familia. Fue entonces cuando decidió tomarse unas vacaciones para alejarse de ella. Ya no regresó.
A media mañana decide salir. No necesita gran cosa, pero siendo Navidad pronto estará todo cerrado. Un pan, leche y unos huevos será suficiente. Se abriga bien, gorro, guantes y bufanda. Con ayuda de las muletas comienza a bajar los cuatro pisos.
Se adentra por las calles del barrio marinero hasta el mercado. Se nota que es Nochebuena, hay más movimiento que de costumbre a pesar de que no deja de nevar. Sentado bajo la marquesina está “El Rubio”. No sabe su nombre y ahora tampoco es rubio, sus cabellos se han cubierto de canas. Hace muchos años que lo conoce, entonces sí lo era. Siempre ahí sentado con su gorrilla a la espera de unas monedas. En verano vende algunas de sus pinturas a los turistas. Sabe que no es español porque tiene acento, pero tampoco es inglés. Nunca le preguntó, apenas se dirigieron unas palabras de cortesía.
—Buenos días, Rubio. ¿Hoy también aquí? Hace muchísimo frío.
—Buenos días, Willy. A ver si despierta el espíritu navideño.
—Espero que tengas suerte —dice mientras arroja unas monedas en la gorra.
—Muchas gracias y feliz Navidad.
—Feliz Navidad también para ti.
Cuando acaba de hacer la compra el Rubio sigue allí hablando con una mujer y William se marcha sin despedirse. Regresa a casa con la compra, no volverá a salir hasta la noche. La Misa del Gallo es otra de las tradiciones que compartió con Elisa. No puede faltar, aunque perdió la fe siendo aún casi un niño.
La tarde transcurre tranquila, incluso se permite el lujo de dar una cabezada mientras escucha la radio. Ha nevado mucho durante todo el día y la nieve alcanza ya casi veinte centímetros de espesor. En los casi cuarenta años que lleva en Barcelona jamás ha visto nevar así. Le será dificultoso caminar con las muletas por la nieve. Es difícil mantener el equilibrio sobre una sola pierna. Vuelve a enfundarse en su abrigo y no sin dificultad baja a la calle. Lentamente se dirige a Sant Miguel del Puerto.
A pesar del intenso frío la iglesia está casi llena. Aún faltan unos minutos para que comience la misa y mientras un coro de niños cantan villancicos. William se sienta en el último banco y entonces empiezan a cantar Noche de Paz. Ya no escuchará el resto de la misa. Se transportará a otra Navidad cuarenta y cuatro años atrás.
“Los alemanes han invadido Bélgica, pretenden abrirse paso para llegar a París. William pertenece a la 7ª División de las tropas británicas, los Húsares de Northumberland. Están cerca de Ypres, en el campo de batalla. Tiene apenas dieciocho años y no comprende el objetivo de la guerra, solo sabe que tiene mucho frío y sobre todo mucho miedo. Durante toda la mañana no han dejado de sonar los disparos. Hay poca distancia de la trinchera en la que se encuentra a la de los alemanes. Entre una y otra, decenas de cadáveres yacen sobre la nieve. De vez en cuando parece escucharse algún gemido, quiere pensar que son imaginaciones, que nadie agoniza.
Ahora hace un rato que no se oye ningún disparo, todo parece estar en calma. Aprovechan el tiempo para releer las cartas de sus familiares que guardan como tesoros. Él mira la fotografía de Mary, la chica más guapa que ha visto y que está esperando en Inglaterra. De repente una melodía llega a sus oídos. Es Noche de Paz, los alemanes están cantando villancicos. Uno de sus camaradas se alza sobre la trinchera y todos lo miran asustados esperando verlo caer abatido, pero ocurre un milagro. En un pésimo inglés se escucha a alguien hablar.
—Si tú no disparas, nosotros tampoco.
Poco a poco unos y otros salen de sus trincheras y comienzan a acercarse. Sin darse cuenta se encuentran compartiendo sus pocas y pobres pertenencias. Comparten whisky, cigarrillos, chocolate y alguna otra cosa. Se ayudan mutuamente a enterrar a sus muertos y rezan juntos por ellos. Alguien saca un balón de fútbol y acaban jugando un partido. No hay árbitro, pero ambos equipos respetan las reglas. Cuando termina el partido un soldado alemán le ofrece un cigarrillo, él saca su mechero y le da fuego. Le enseña la fotografía de Mary.
—Muy guapa —dice en un torpe inglés.
—Me está esperando. Cuando regrese me casaré con ella.
—Estas son mi hermana y mi madre —dice el alemán mientras le enseña otra fotografía.
Charlan durante un rato hasta que llega el momento de despedirse.
—Suerte, amigo.
—Para ti también.
El idioma los separa, pero el miedo los une. Está seguro de que en otras circunstancias podrían llegar a ser amigos.
La tregua duró hasta pasada la Navidad. El veintiséis de diciembre vuelven a sonar los tiros.”
Cuando vuelve en sí la misa ha terminado. Agarrado a sus muletas regresa lentamente a su casa. Hacía mucho tiempo que no había vuelto a pensar en aquella noche. Le cuesta conciliar el sueño, echa de menos el calor de Elisa. Qué diferentes son las navidades sin ella. No habían podido tener hijos, pero eso jamás enturbió su amor, se tenían el uno al otro. Ahora que está solo a veces lo echa a faltar, si hubieran tenido un hijo ahora no estaría tan solo. Seguramente hasta sería abuelo.
La mañana siguiente Barcelona amanece congelada. Es la nevada del siglo. Aun así, decide salir a la calle, seguramente la bodeguita de Manolo estará abierta, no quiere desayunar solo. No sabe por qué, pero esta Navidad siente una nostalgia especial.
Unos metros delante de él alguien camina, es el Rubio. Hace años que lleva el mismo abrigo. No sabe por qué, pero decide llamarlo.
—Rubio —grita.
—Buenos días, Willy —contesta al girarse.
—¿Dónde vas?
—Caminaba sin rumbo fijo. Hoy la gente está en su casa, nadie saldrá con este frío y menos en Navidad.
William se pregunta dónde vivirá el Rubio. Hace muchísimos años que lo conoce, pero no sabe nada de él.
—¿Te apetece que tomemos un café juntos?
—Claro. Será un placer.
Entran en la bodeguita y se sientan en la primera mesa. Piden un par de cafés con leche y unos churros que Manolo sirve con alegría. En tantos años apenas se habían dirigido unas palabras y William no sabe de qué hablar. Para cortar el hilo saca su pitillera del bolsillo del abrigo y le ofrece un cigarrillo. Se palpa los bolsillos, pero no logra encontrar el mechero.
—Manolo, ¿tienes fuego?
—Si, claro.
Antes de que Manolo se acerque con el mechero el Rubio le ofrece fuego. En su mano un mechero de plata que William agarra con mano temblorosa. A pesar de los años no se ha borrado el grabado. I love Mary.
—Bonito mechero.
—No es mío. Bueno, en realidad sí, porque hace más de cuarenta años que lo tengo.
—¿De quién es entonces?
—De un muchacho asustado, tan asustado como yo en aquel momento.
—¿Se lo quitaste?
—¡No! Nunca he robado nada. Ocurrió en la Gran Guerra. Nos conocimos en el campo de batalla. Compartimos unos cigarros y sin querer debí guardarlo. Fue una Navidad muy dura, pero inolvidable.
—Suele ocurrir con los mecheros.
—Me di cuenta enseguida pero ya era demasiado tarde. Combatimos en diferente bando.
—Muy duras las guerras.
—Me enseñó la foto de su novia, se iban a casar. Me gustaría saber qué fue de él. A pesar del tiempo transcurrido, nunca olvide la cara de terror de aquel muchacho.
—No se casó. No con Mary. Ella lo esperó, pero al verlo llegar así, lo abandonó.
Mientras habla le muestra el muñón. Enciende el cigarro y le devuelve el mechero.
—Es tuyo —dice el Rubio con lágrimas en los ojos.
—No. Es tuyo. Tú lo guardaste todo este tiempo. Yo hace muchos años que lo hubiera tirado.
Los amigos se dan un abrazo. Manolo los mira sorprendido. Nunca podrá imaginar que une a aquellos dos hombres, pero sabe que debe ser algo importante. El Rubio guarda el mechero en el bolsillo de su abrigo.
La puerta de la bodeguita se abre. Es Rosario, la prostituta de la plaza del mercado. Se sorprende al encontrar al cojo y al mendigo cantando.
—¿Noche de Paz? Ya es Navidad, vais con retraso —dice sonriendo.
Los viejos amigos siguen cantando. Rosario y Manolo se unen a ellos. Después de tantos años de soledad esta Navidad ninguno de ellos está solo. Qué mejor compañía que la de un amigo que a pesar de los años, no te ha olvidado.
CLEOPATRA