Al Rojo Sangre


Autor: H. H.

Fecha publicación: 19/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Soren Dankworth es un joven pintor de 26 años en cuyo ser siente un vacío que está ligado a un fantasma de su pasado, el cual lo dejó marcado para toda la vida y busca poder desatarse de este a cualquier costo.

Relato

Al Rojo Sangre
Suiza, 1892, 21:00.
Y, como siempre, no sentía nada en absoluto mientras recorría la galería llena de pinturas.
Sus pinturas.
Él sabía lo que era llenar lienzos de color, plasmar una imagen, y llenar de vida a un simple objeto. Lo había hecho un montón de veces ya, para él, era como respirar, sin embargo, ese vacío en su interior, ese hueco, que lo carcomía por dentro, era insaciable. Cada vez que el olor del óleo llegaba a él, sentía que, tal vez, y solo tal vez, esa vez lo lograría, lo llenaría y por fin, se libraría de esa amargura que lo perseguía, pintaba y pintaba sin descanso… Pero nada. Al final toda emoción se disipaba, y esa sensación, como un agujero negro, lo envolvía desde la punta de sus finos vellos, hasta la raíz de los nervios.
¿Es que acaso sus propias expectativas eran tan difíciles de complacer, incluso para él mismo? Se detuvo frente a una gran pintura, la más grande que había hecho hasta el momento, intentando pasar desapercibido frente al pequeño grupo de gente admirándola. Su mirada viajó al pequeño recuadro dorado debajo del lienzo, las letras eran ilegibles a esa distancia, sin embargo, no necesitaba leer para saber el nombre de la pintura, él mismo se lo había dado: “El Caos de La Mente.”
En el lienzo podía apreciarse una habitación destrozada, una mesa volteada cerca de la esquina derecha, restos de lo que alguna vez fueron las patas de un banquito de madera esparcidos por el suelo, agua derramada de un jarrón roto, cuyas flores destrozadas habían soltado unos cuantos pétalos, fragmentos de espejo por igual, rodeando una figura humanoide desnuda en el rincón, aferrándose a una tela color hueso con manchas de polvo y sangre escurriendo de sus nudillos, cubriéndose el cuerpo y la mitad de la cara, mientras su mirada se perdía en algún punto del suelo, esos ojos vidriosos, derramando algunas lágrimas, como si los destrozos que había provocado le causaran terror.
Sin embargo, lo que más captaba la atención de la gente, eran las grietas y pequeños huecos negros en las intersecciones de estas, creando la ilusión de que la pintura era un reflejo.
Viendo la pintura, esa, hecha con sus propias manos, recordó todo ese agobio, esa frustración que lo invadió al terminar la pintura anterior a esa. Ilusamente, como todas y cada una de las veces que sostenía el pincel, creyó que llenaría ese insaciable vacío, sin embargo, esa vez no sintió ni la más mínima satisfacción. Destrozó completamente el lienzo, se acercó a su chimenea y lo arrojó a las brasas del ardiente fuego, se alejó, sin esperar a ver esa atrocidad reducida a cenizas, con pasos pesados y su frustración se iba transformando en furia. Al momento que puso un pie dentro del estudio, empujó todos y cada uno de los materiales, arrojando contra paredes y suelo todo lo que se encontrara a su paso, tiró de las cortinas, algunas terminaron rasgadas, otras se cayeron por completo, pateó su banquillo y miró con odio su caballete.
El olor a pintura lo envolvió, ese olor concentrado debido al espeso líquido derramado. Respiró hondo, y observó a su alrededor. Sabía que debía ser cuidadoso con las pinturas, así que abandonó el estudio, y no regresó hasta que la pintura secó.
Al pasar nuevamente por el umbral de la puerta, no se atrevió a arreglar nada. Al ver el desorden, los pequeños destrozos alrededor de la habitación, de cierto modo le trajo confort. Era como ver su propia mente retratada en un desastre de colores y luz. Y la nueva pintura surgió, esta vez del sentimiento de extraña familiaridad, y de la misma ilusión que nacía con todas y cada una de sus pinturas, esa ilusión que al final, tras dar las ultimas pinceladas, se esfumaba como si nunca hubiera existido. Al final, todo era absorbido por ese vacío. Sin embargo, el proceso de esa pintura, lo había desconcertado. Después de tantas pinturas, después de tantos años…
-¡Soren, chico! – le palmeó el hombro un señor de avanzada edad, sacándolo de sus pensamientos – Al fin he logrado encontrarte. Vaya pintura que has hecho esta vez, ¿eh? Te has enfocado en usar colores opacos.
Soren no respondió. Se limitó a mirar con desdén la mano con la que el hombre se había atrevido a tocarlo. El hombre no pareció notarlo.
-Si no es indiscreción, me gustaría saber, ¿qué te llevó a ese cambio tan drástico?
El joven tomó el dedo medio de la arrugada mano del hombre, únicamente utilizando su dedo índice y el pulgar, como si fuera la cosa más asquerosa sobre la faz de la Tierra, dándole una mirada repulsiva hasta que logró retirarla, y la soltó sin más, dejando a la gravedad hacer su trabajo, y que esta cayera al costado de su dueño.
-Usted mismo se ha respondido Sr. Fernsby – no le dirigió la mirada –, solo necesitaba un cambio drástico. Sin embargo, debo admitir que me intriga Señor. ¿Qué hace usted aquí? Nunca se ha presentado a ninguna de mis exposiciones, y sin embargo conoce de mi arte.
El Sr. Fernsby se aclaró la garganta.
-Joven Soren, tengo entendido que usted de algún modo está relacionado con el Sr. Pandev, ¿no es así? Bueno él…
-Puede decirle que no tengo nada de qué hablar con él. – interrumpió Soren, dándole la espalda al viejo, comenzando a alejarse de él – Que pase una buena noche Sr. Fernsby.
-¡E-espera Soren! Al Sr. Pandev le gustaría una visita tuya, ¡te quiere pagar por una pintura!
-¡Pues dígale que él y su dinero pueden irse al diablo!

La noche se pintaba fría, ¿o era ya madrugada? El tiempo se había vuelto amorfo, (si es que tenía alguna forma), para Soren después de la quinta botella de cerveza. Ni siquiera supo cómo llegó a casa, sin embargo, ahí se encontraba en su habitación, tambaleándose mientras se acercaba a la cama con una botella en mano, encontrando no más que una gota cuando intentó beber de esta.
La arrojó hacia el colchón, caminó a través de la habitación despojándose de sus prendas. Por el rabillo del ojo, notó el espejo a su izquierda, soltó los bordes de su camisa, la cual ya se había retirado, dejándola caer sobre el piso de madera. Soren nunca se consideró egocéntrico, aun cuando varias personas habían alagado su belleza, no le prestaba demasiada atención a esta, quizá porque la consideraba una maldición. Se acercó un poco más, observando su rostro detalladamente; sus ojos grises eran un destello en la oscuridad, su nariz griega armoniosa con sus pómulos levemente resaltados, solo lo suficiente para ser notorios, y su cabello negro azabache caía ondulado sobre la pálida piel de sus hombros. Llevó sus alargados dedos a sus mejillas, tirando de ellas hacia abajo, como si quisiera desfigurarse la cara, deshacerse de todo aquello que hacía que cuando la gente lo miraba pensara que él era bello.
Y como un fantasma, en el reflejo, mirándolo sobre su hombro izquierdo, apareció el Sr. Pandev, como Soren lo recordaba, con el cabello rubio, mostrando ya los vestigios del tiempo en forma de algunas canas, y con esa mirada de ojos negros petrificantes.
“Soren, mi dulce niño,” lo tomó de las muñecas, apartándolas sus manos de su cara, mientras sus grises ojos lo observaban con terror, “para este berrinche, no lastimes ese rostro tuyo tan lindo.”
Soren se volteó de manera agresiva, intentando golpear al Sr. Pandev, quien no se encontraba ahí. Claramente no iba a estar ahí, más que en las alucinaciones de un borracho pintor. Soren recogió la camisa que había dejado caer al suelo, colocándosela nuevamente, sintiéndose un poco más sobrio que hace diez segundos.
“Oh cierto, no es que yo odie mi belleza,” pensó, tumbándose contra el colchón, cerrando los ojos, “tú me hiciste creer que estaba maldito por esta.”
*
Suiza, 1892, 16:40.
Sí. Él le había dicho al Sr. Fernsby que podía decirle al Sr. Pandev que él y su dinero se fueran al demonio. Y, a pesar de eso, ahí se encontraba Soren, sentado en el sillón de la sala de su casa, esperando a la llegada del protagonista de sus pesadillas de la manera más apacible que le era posible mientras miraba por la ventana.
El sonido de alguien tocando la puerta llegó a sus oídos, se levantó, y mientras caminaba a abrir pasó las manos por su pantalón, secando en el sudor que estaba convencido que se habían empapado.
-Bienvenido Sr. Pandev.
-Ah, incluso me abres la puerta tú mismo – el Sr. Pandev miró a Soren de pies a cabeza mientras cerraba la puerta – ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que rechazaste la propuesta que te hizo el Sr. Fernsby en mi nombre?
-Tres meses. – respondió cortante, caminando de regreso a la sala – Y en caso de que también se lo pregunte, desde la última vez que me vio, han pasado diez años.
-Diez años… Te has convertido en un hombre exitoso Soren – colocó una mano en su hombro, inclinándose hacia su oído para susurrar –, y sigues siendo igual de bello.
Soren dio un paso al frente, apartándose del Sr. Pandev, y continuó hasta una pequeña mesa donde se encontraban vasos y bebidas.
-Tome asiento Señor. Y absténgase de tocarme, acepté su propuesta únicamente por la pintura. ¿Le ofrezco algo de beber?
El Sr. Pandev reposó en un sillón, el mismo en el que Soren había estado esperando por su llegada.
-Ya sabes cuál es mi bebida de elección. – sonrió.
-Sobre la pintura, ¿tiene algo en mente? – cuestionó Soren, llevando consigo la bebida pedida al sofá donde se sentó frente a su invitado.
-Tienes completa libertad de hacer lo que quieras… ¿Te importaría? – señaló el vaso de cristal.
-Oh, claro, lo lamento.
-No hay de qué disculparse Soren, desde niño has sido despistado – dio un sorbo a la bebida, whiskey –, eso me parecía muy tierno
Soren no respondió, solo observó todos y cada uno de los movimientos del Sr. Pandev, vio como este, se levantó, y rodeo el sofá, caminaba por la sala, con los grises ojos de Soren sobre él. Movía los labios, y Soren sabía que palabras salían de su boca, pero era como si se hubiera vuelto sordo, toda su atención estaba en cada pequeño detalle de sus dedos sosteniendo el vaso, y como gota a gota, el vaso quedó seco. Y pocos segundos después, el sr. Pandev comenzó a toser, cada vez más fuerte, y el pánico dibujado en su rostro mientras caía al suelo hizo a Soren sonreír.
Se levantó del sofá, y lo miró desde arriba, mientras el Sr. Pandev le sostuvo el tobillo con una mano, como si le estuviera suplicando por ayuda, Soren, simplemente le pateó el rostro y dijo:
-No me toques, viejo asqueroso. Dijiste que tenía libertad creativa ¿no? Estaba pensado en rojo. – rio – ¿Quieres saber por qué te invité aquí? No he podido hacer una pintura sin que tu fantasma me persiga. Cada vez que agarro un pincel, me siento vacío, y me he preguntado ¿realmente he sido así toda mi vida? Les echaba la culpa a mis expectativas, pero sabes que tú me drenaste ¡Tú te encargaste de hacerme miserable incluso cuando logré escapar de ti y tus asquerosas manos! ¡Mis pinturas ahora están muertas porque tu mataste mi alma!
Soren respiró hondo.
-Pero está bien, ahora eres útil maldito viejo – el cuerpo del Sr. Pandev había dejado de moverse –, ahora me ayudarás a hacer la mejor pintura creada en el siglo. Y ya no me atormentarás.
*
Suiza, 1893, 20:00
Y en esa galería, por primera vez Soren sonrío al ver su obra, ese lienzo horizontal que mostraba a una doncella con un vestido blanco, parada en medio de un lago rodeado de árboles y flores, todo durante una noche envuelta bajo la luz de una luna roja.
Y esta vez, en el recuadro dorado se leía el nombre:
“Al Rojo Sangre”