Resumen
Un día un niño cree ver una sirena y esto le motivará a convertirse en artista.
Relato
Yuni el dibujante del malecón.
En una hermosa Isla a la orilla del mar Caribe, bajo un radiante sol, existía un pueblo de pescadores tan especial como tantos otros; con gente honesta, humilde y trabajadora, de las que, con los pocos recursos a su disposición, siempre logran vivir una vida plena.
Aquí nace Yuni, un lindo niño de ojos soñadores, despierto e inteligente.
Creció con los pies en la arena, persiguiendo cangrejos y recogiendo caracoles.
Un día, soñando, cómo siempre, ve algo que se mueve entre las piedras del malecón. Era una nueva construcción, hecha para atraer turistas, y así, mejorar la economía del pueblo. Solía ser el fondo de todas las postales y fotos de recuerdos.
Pero Yuni creyó ver algo más, no era un turista, por extraños que estos fuesen, no nadaban con colas de pescado.
Corrió a ver mejor, pero no llegó a tiempo.
Esa imagen se quedaría con él para siempre.
Cada vez que podía iba al mismo sitio esperando un milagro, mientras esté llegaba, pasaba el tiempo observando a los turistas.
Eran de todos los colores, tamaños y formas, solos, en pareja o en grupo. La mayoría se veían felices, y algunos tenían en sus ojos recuerdos de tristezas lejanas.
A Yuni le hubiese gustado conocerlos, entender sus idiomas y escuchar sus historias.
También deseo que esa felicidad en sus rostros durará toda la vida. Eso a él también lo haría feliz.
Quería ser embajador de la alegría de su tierra, que viajara por barco o avión más allá de las fronteras.
Soñando, cómo siempre, se le iban las horas. Solo la voz de su mamá llamándolo a comer lo regresaba a la realidad.
—Mamá ¿Cómo hago para atrapar la felicidad?
—Cariño, la felicidad no se atrapa, se comparte.
El niño quedó pensando cómo podría hacer que esos rostros felices pudieran compartirse.
En su uno de sus cumpleaños, una tía, que no recordaba tener, le envío una caja llena de lápices de todos los colores, pinceles, pintura…
Comenzó a garabatear, imaginando historias que en su mente cobraban vida.
No eran particularmente buenos dibujos ni nada, pero si eran muchos.
Al ver su pasión y dedicación entre su mamá y su maestra, decidieron apoyarlo. Con quince años tendría la oportunidad de estudiar en la gran ciudad, en un colegio de artes.
Pronto mejoro mucho y era feliz, un poco; su corazón extrañaba el sabor de la sal, los olores de las algas, sus pies querían sentir la arena…
Regresó lo más rápido que pudo, siendo ya un hombre joven. Su familia prefería que él se quedara allá en la ciudad, dónde podría vivir de su arte. Él les dijo que tenía un plan…
Al día siguiente, tan pronto salió el sol, tomó sus instrumentos y, en su lugar especial, comenzó a pintar.
Pronto tendría grandes amaneceres, ocasos, gaviotas y tanto más, ganaba muy bien. La fama le llegó con rapidez, se hizo un nombre, pero el anhelo de su corazón no estaba satisfecho.
Una noche se quedó plasmando el brillo de la luna llena, ensimismado buscaba dejar en el lienzo hasta el más mínimo detalle.
Quizás solo era el cansancio, pero al retocar la imagen le pareció que empezaba a moverse y cobrar vida.
“Estoy tan cansado que ya estoy viendo cosas,” pensó, “mejor regreso a la casa, aunque todavía siento que le falta algo.”
Antes de recoger decidió darle un último vistazo al cuadro. Y si definitivamente se estaba moviendo.
Hipnotizado por las ondas del mar, le pareció ver esa cola que una vez vio cuando era niño. Pero, ¿Cómo podría estar ahí si él no la había pintado?
Tuvo un presentimiento y al dirigir su mirada hacia el mar, la vio.
Estaba ahí, y se acercó.
Era una hermosa sirena de cabello ondulado. Le sonrió, y en la roca más cercana, le dejó una ostra. Le hizo señas y, nadando de nuevo, se alejó.
Yuni corrió entre las piedras tratando de no caerse, tomó la ostra y al abrirla no tenía carne, solo una perla con tonos de nácar verde.
Un rayo de luz tocó la madre perla de la concha y la magia se activó; una voz alegre le saludó, y vio el rostro de una mujer de cabellos rojos, a la cual un gran sombrero verde de bruja solo dejaba verle la sonrisa.
—Hola Yuni, ¿Así que te hiciste amigo de una sirena? Ella te conoce desde pequeño, y desea hacerte otro regalo de cumpleaños: Esta perla te dará el poder de plasmar la felicidad de los que dibujes, y siempre que vean tus obras volverán a sentirla. Solo ten cuidado con las almas tristes, ayúdalas primero, para no perpetuar su pesar. Las conchas le darán poder a tus pinceles y tus cuadros, úsalas para el bien. Feliz cumpleaños.
Él, perplejo, guardo su tesoro en el bolsillo. En el cuadro quedo pintada la cola de la sirena. Recogiendo sus bártulos regresó a casa.
Y así, Yuni, obtuvo del mar el deseo de su corazón.
Fin