Un hígado chill


Autor: Cheko

Fecha publicación: 18/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Secuencia de un domingo a la tarde, un argentino viviendo en Barcelona, se debate entre sus sentires y placeres, en una ciudad que se lo devora todo.

Relato

Un hígado chill

Esta vez la hice yo, no lo dudé. Era un domingo por la tarde, recién volvía de visitar a mis viejos luego de dos meses sin verlos. Tenía que ver a mi padre, me había contado que le estaba pegando duro el exilio y el doctor le había recetado unos ansiolíticos. Entendía, su situación no era fácil. En pocas palabras, mis padres emigraron de Argentina cual adolescentes que buscan aventuras a los sesenta años. Una decisión que me comunicaron a los meses de venirme a Europa. Yo les pedía que lo piensen, Europa no es un parque de diversiones ni un shopping, aquí la plata se te va con cada bocanada de aire. Ya tomamos la decisión con tu mamá, me dijo mi padre en aquella época, ya lo hablamos con tu madre. Ella también quiere irse. En tres oraciones la nombro 3 veces, me pareció mucho. Con mi hermano le conseguimos una casa cómoda a 50 minutos de Barcelona, yo necesitaba tenerlos cerca por cualquier cosa que les pase, pero tampoco tan cerca. Juana mi madre se había adaptado como un guante a la realidad europea, tenía los papeles en regla y había conseguido trabajo. La realidad de Rolo, mi padre, había sido distinta, sin nada para hacer más que cuidar a mi sobrino, darle de comer y llevarlo a la escuela, esta nueva realidad bastante alejada a lo que estaba acostumbrado, lo mantenía viviendo en un limbo, no se hallaba. Con mi hermano compramos carne para el asado, llegamos al mediodía y me puse a prender el fuego en el aborto de parrilla Weber que desgraciadamente un mal día tuvimos la idea de comprar.
Volvimos a casa cerca de las 7 de la tarde, la hora justa cuando ataca el cansancio y la depresión de domingo, Laura se había ido a esquiar ese fin de semana a Andorra. Luego de varias semanas de idas y vueltas, me había dado por segunda vez las llaves de su casa. La relación naufragaba entre las costas del interés y el desengaño, el placer y el sinsentido, el cariño y la desconfianza, pero cuando no discutíamos éramos dos tórtolos a los que el amor les sonríe y el sol los abraza. Sin embargo, en mi cabeza estaba siempre la palabra ¡Cuidado! Laura se definía como libertaria, decía que no me engañaba, que no sentía la necesidad, que le encantaba como la cogía y con eso bastaba. Pero la idea de que sólo nos veíamos cuando había un hueco o para curar resacas, me generaba dudas. Quizá por eso cuando me hablo Nina, una brasilera que hacía más de seis meses que no veía, decidí que era el día, ese domingo el grillo malvado me taladro la cabeza. Desde el momento que respondí el mensaje pude ver perfectamente como terminaría todo. Mas aún, cuando aclaró que no había vuelto a estar con alguien desde la última vez que nos habíamos visto. Le creí, no tenía la necesidad de mentir en eso. Ese domingo por la tarde, lo último que quería era pasarlo pensando en qué haría Laura empapada en Tequila, el último día en Andorra. Al mediodía, me había contado su accidente con el snowboard, era algo que se veía venir entre su falta de estado físico y lo caprichosa que se pone con ciertas cosas. En fin, así y todo, me encantaba consentirla y le prometí cuidados intensivos para su vuelta. Otra vez el hueco o en este caso el enfermero, ¿de eso se trata después de todo una pareja: acompañar, curar, coger? Ya no lo tenía claro, Laura había subvertido todos los órdenes y prioridades en mi vida, yo también me había vuelto un adolescente enamorado, figura más patética imposible de encontrar. Me daba nauseas mi personaje, pero no tenía otra opción, en el amor, cagón, nunca. Supongo que estaba decidido a sufrir. En una mega ciudad como Barcelona, el afecto tiene su precio, sino la primera opción es el disfrute por el disfrute, como los miles de turistas que ves a diario que deambulan como zombies, buscando el último bar abierto. Lo que rescato de mi relación con Laura es que volví a decir te quiero, por cursi que suene, era un término que ya había destinado para familiares y amigos. Otro rescate fue que me había devuelto a la escritura, me había escupido sería más correcto decir. Empecé a escribir algunos versos, luego algunas canciones y esto que ahora lees. Los embates de una relación intensa siempre me depositaban en este lugar, y yo contento por las palabras que brotaban como ráfaga de metralleta que armaban melodías con el sonar del teclado.
- Fueron meses intensos, me adelanto Nina.
- ¿Quieres que nos juntemos y nos contemos historias?

Con mi respuesta se notaba claramente que yo no entendía nada, seguía pensando en Laura y en las historias que le contaba abajo de las sábanas antes de coger. Hasta en ese momento me salían historias, no podía parar y ella se ponía muchísimo.
- Contame una historia, me decía cuando mis dedos empezaban a hacer lo suyo. Y yo era Gardel y Maradona en uno. Nina vivía otra historia, cuando llegué me puso al día. Ya sabía de sus problemas de hígado, una de las tantas paradojas de la vida, una mina super zen que daba clases de yoga y se alimentaba con cosas que yo en mi vida hubiese siquiera probado. Ella tenía el hígado destruido, como si hubiese bebido lo que bebimos yo y mi grupo de amigos en estos años. Pero ella nada que ver, alguna copa de vez en cuando o algunas drogas sintéticas en su otra época de dj. El médico, al ver los análisis recomendó comenzar al instante con el tratamiento, de lo contrario al hígado de Nina le quedaría un mes de vida y deberían trasplantar. Estábamos sentados en su cama, con una musiquita chill y los sahumerios que nunca faltaban, y no pude evitar bajar la mirada para imaginar si estaba en presencia de su órgano o ya tendría otro. Ella lo advirtió, y me aclaró con una sonrisa que el tratamiento había funcionado. Respiré. El hígado también es un tema picante para mí, sobre todo en los momentos que pensaba quitarme la vida a raíz de mis resacas. Las vivía como ceremonias de ayahuasca, perdía el control, veía negro y me hacia el religioso pidiendo a dios que me lleve con mi abuela en el cielo, aunque sabía que no había lugar para mí en ese sitio. En ese momento estaba en pareja, aunque viéndolo a la distancia no lo llamaría pareja, sino que diría que en ese momento le estaba cagando la vida a alguien. Lo cierto es que un amigo que practicaba la medicina china me dio unas gotas que aliviaron bastante, después me separé y al parecer mi hígado tomó bien la noticia.

Nina por su parte tuvo que dejar de lado su filosofía espiritualista para meterse altas dosis de corticoides por día que al parecer permitieron a su hígado regenerarse y de a poco volver a filtrar. Todo el tiempo que me contó su historia, pensaba “esto me tendría que haber pasado a mí”. Yo quería seguir hablando del tema, indagar, pero ella ya prefería pasar de etapa, sus labios carnosos me apuntaban misiles al centro de mis dos ojos. Laura se me aparecía cada tanto como el tema que se debe evitar a toda costa, sobre todo cuando ella preguntaba qué fue de tu vida. Estaba claro que no podía decirle: conocí a alguien que tengo la certeza me va a destruir y en este momento estoy con vos, descansando de ella. No aportaría nada al momento. Así que decidí hablarle del viaje de mi hija que luego de un año pude traer para que me visite y conozca Europa. Tampoco aportaba nada este tipo de conversación, pero al menos no ahuyentaba las ganas de una persona que no había tenido sexo en seis meses y su hígado estaba en proceso de regeneramiento. No podía ser cruel, siendo el más hijo de puta del mundo.

Como guiado por la matrix me entregué a sus labios, empezaron las caricias, a las que considero mi punto fuerte en el acto, me salen fácil, lo disfruto. Luego de acariciar los labios verticales, me gusta dejar el dedo pegado al clítoris, sin moverlo demasiado, solo un cachito en intervalos asimétricos. Y mirar el rostro, admirar el goce en tercera persona, el tema fue que el rostro de Nina, en realidad era el de Laura, como una interferencia en el streaming. Otra vez era un novato a la hora de coger, confundía las señales, los tiempos. Nina quería jugar, pero yo ya la sentía empapada y se la metí. Me pidió que esperara un poco más, se la saqué y en dos minutos se la volví a meter pero esta vez cambié el ritmo y cogimos como una hora en slowmotion. Yo solo necesitaba no verle la cara, solo así mantendría la concentración. En el momento de acabar me dice ¡Joder Exe! E instantáneamente comienza a tener los mismos espasmos que Laura. Cuando pasan estas cosas, es imposible no pensar que alguien se está divirtiendo mucho conmigo. Puto destino. Me había olvidado de ese pequeño detalle. Desde la aparición de Laura, todo se opacó. Me olvidé de las otras, de repente no existían. Y solo Laura tenía esos orgasmos, solo a Laura le gustaban las historias antes de coger, o chupármela por la mañana. Ahora mirábamos el techo, sentí la necesidad de sincerarme y cuando me volvió a preguntar qué fue de tu vida, le conté un poco la historia con Laura. Esperaba que la sonrisa se le borrara un poquito de su rostro, pero no fue así, la seguía manteniendo natural, como si lo supiese o directamente no le importase. Volví a pensar en su hígado y le pregunté cuál creía ella había sido la razón de todo.

- Estuve investigando y dicen que la ira contenida es absorbida por el hígado, y yo siempre fui un poco yogui, quería mostrarme como comprensiva de las situaciones que me pasaban. Y no estallaba nunca.

Expuse mi condición de viejo mañoso, le dije que quería comenzar la semana en mi casa, con mi taza de café en la mañana, fumar y escribir. Me vestí, nos despedimos y me fui. La confirmación de que no volvería a ver a Nina, la tuve después de su mensaje cariñoso. Debía cuidar ese hígado. Mientras caminaba las calles del Gótico, veía a los transas trapichear con hachís y a los turistas gastando en Plaza Real, no me sentía mejor que ellos. Estaba convencido de que debía comenzar a disfrutar, a quererme un poco más, a que todo me chupe un huevo. Después de todo, estar solo en una ciudad que no es la tuya, tiene sus ventajas, nadie te conoce, eres un cero en un universo binario. Debía abrirme a lo nuevo y, por otro lado, no olvidarme de mis padres, ellos me necesitaban. Estos pensamientos enredaban el ovillo de mierda que era mi cabeza mientras cruzaba La Rambla y me adentraba al Raval. A veces transitar ese barrio se puede transformar en una terapia, principalmente porque te das cuenta de que no estás tan mal, todavía queda fondo por tocar. Apelaba a eso y a unas buenas horas de sueño. Al día siguiente volvería Laura con su dolor de hombro.

Cheko