Resumen
Una manada de elefantes se desplaza a lo largo de una llanura africana. Se entabla una discusión entre dos de ellos, que paraliza el avance.
Relato
Juego de Trompas
- Estoy hasta la trompeta
- Calla.
- Seis horas llevamos ya.
- Cállate.
- Si no sabe ni adónde quiere ir.
- Que te calles.
- Pero, vamos a ver: ¿por qué lo defiendes? ¿Por qué lo defiende todo el mundo?
- No lo defiendo, pero estoy cansado.
- Pues claro que estás cansado. ¡Si llevamos siete horas desfilando!
- ¿No habías dicho seis?
- Buenos, seis y media…
- Bien.
- No, no está bien.
- Kemba, por favor.
- Pero si…
- ¡Ya está bien!
- ¡Pero si yo sólo…!
- ¡Chist!
Alguien mandó callar desde algún punto de la larga procesión. Kemba había levantado demasiado la voz. No era el momento, después de más de tres horas caminando, de aguantar sus impertinencias. Pero el joven elefante se alteró aún más.
- ¡Qué, qué!
- Kemba…
- A ver, ¿quién ha sido?
- ¿Quieres dejarlo ya de una vez?
- No, ahora que hable. ¡Que hable! ¡Que es muy fácil tirar la roca y esconder la trompa!
Desde la parte trasera alguien volvió a increpar.
- ¡Que te calles, pelmazo!
Kemba se giró, sin dejar de caminar.
- Dikembe, ¿por qué no te metes en tu…?
Kemba chocó contra el trasero de su amigo Hakeem.
- ¡Joder, Kemba!
Hakeem se empotró con el elefante delante suyo que, a su vez, lo hizo con el que le antecedía a él, y así sucesivamente. Produciéndose una serie de tropezones en cadena que hicieron que toda la cola, desde Kemba en adelante, se fuera desplomando pieza a pieza como si de gigantescas fichas de dominó se tratara. La tierra se sacudió. El estrépito ensordecedor de las moles chocando unas con otras se mezcló con el no menos ensordecedor de las bandadas de aves de todas las clases y colores que alzaron el vuelo, graznando atemorizadas. De entre el desorden polvoriento se alzó un vozarrón: ¡Kemba! gritó, alargando muchísimo la “a” final, proyectando su autoritario bramido hasta los rincones más lejanos de la sabana. Todo el mundo enmudeció de inmediato. El gran Manute, el jefe de la manada, se acercaba solemnemente desde la cabeza de la procesión hacia el lugar donde se encontraba el susodicho. Cada paquidermo agachaba su enorme cabezón cuando el imponente líder pasaba junto a él. Cuando arribó a donde estaba Kemba, sus compañeros más cercanos se apartaron, incluido el buen y paciente Hakeem. El colosal Manute dijo:
- ¿Conoces un camino mejor?
- ¿Co-co-cómo?
- Estoy seguro de que sí.
- Bueno…Yo…En-en realidad…
- Me gustaría MUCHO que nos lo enseñaras.
El resto de elefantes, desconcertados, cuchicheaban y se miraban de reojo unos a otros. Desconocían hasta dónde estaba dispuesto a llegar el poderoso Manute en su intento de meter, por fin, en vereda al rebelde Kemba. Éste respondió con voz apagada.
- Yo…A ver…No creo que…No es necesario que…
- Ponte en cabeza.
- ¿Qué?
- Que te pongas en CA-BE-ZA.
Un tenso silencio se impuso durante larguísimos segundos. Kemba y el inmenso Manute eran dos estatuas que se miraban fijamente la una a la otra. Impulsado por la inercia, poner fin a tan insoportable incomodidad, Kemba se puso en movimiento. Pesarosamente se encaminó hacia el principio de la fila, mientras lanzaba miradas suplicantes a sus compañeros. Estos, desconcertados, observaban a su líder, esperando que acabara ya con aquella farsa inquietante. Mientras Kemba avanzaba, multitud de carraspeos, suspiros y resoplidos le hacían coro. La impaciencia iba en aumento. Una vez hubo llegado a su destino, echó la vista atrás. Con espanto comprobó que el formidable Manute había ocupado tranquilamente el hueco por él dejado. Miró entonces al frente. El territorio desconocido que tenía ante sí le acongojaba. Permaneció examinándola un buen rato. Luego sintió la tropa del riguroso Ike, fiel pezuña derecha del inconmensurable Manute, que le compelía a ponerse en movimiento de una vez. Kemba se dio cuenta de que ya no le quedaba más remedio que actuar. Tragó saliva, respiró profundamente, se puso firme. “Vámos”.
La rotunda caravana de paquidermos reanudó su marcha. Se mostraban imponentes ante los ojos del resto de animales de la llanura. Sin embargo, estaban llenos de dudas. Se preguntaban si no sería verdad que la salud mental del venerable Manute empezaba ya a resentirse por la edad, como decían ciertos rumores que circulaban por el clan desde hacía algún tiempo. Rumores que, posiblemente habían sido infundados por el propio Kemba. Sea como fuere, el caso era que el desfile resultaba realmente majestuoso
Siglos después, sentado entre la penumbra de su tienda, frente a su humeante café, Raúl, joven arqueólogo, intenta recrear en su mente el viaje de Kemba y sus compañeros. Se trata de un caso que trae en jaque a los científicos desde hace décadas. Se ha propuesto resolver el misterio, pero aún no ha conseguido dar con la tecla. Coge su taza y sale de su cobijo. Ahí está; el cementerio de elefantes más misterioso de cuantos se han encontrado a lo largo de la historia. Lo que le hace tan especial es que todos los animales llegaron allí a la vez. Mira hacia arriba: más de noventa metros de caída hasta el lugar donde se encuentra. Desde ese desfiladero fueron cayendo. Se sabe que el suelo se resquebrajó bajo sus enormes patas. El terreno era inestable. El lugar estaba muy alejado de cualquier zona con vegetación. Tampoco había agua en kilómetros y kilómetros a la redonda. ¿Qué pudo llevar a esos desgraciados animales a un lugar tan inhóspito, tan hostil, tan alejado de su zona de confort y de cualquier posibilidad de supervivencia como era ese pedregoso valle donde ahora residían sus restos? Raúl, el joven arqueólogo, sorbe un poco de café. Se quema. Maldice para sí. La frustración vuelve a apoderarse de él: no está ni cerca de obtener una respuesta.